Fidel Antonio Orta. Resumen Latinoamericano, 30 de diciembre de 2021.
Su muerte ocurrió a las 00.45 horas del viernes 30 de diciembre de 2005. Ya han pasado dieciséis años. Dígase mejor así: “…El tiempo cae sobre nosotros pero/mientras hay una meta prometida/no se siente el gotear de su caída/ni consulta relojes el viajero…”. Ahora bien, ¿y quiénes son los viajeros de hoy? Yo respondería que los jóvenes; y en ellos, solo en ellos, puede perpetuarse la memoria de un poeta cuya poesía es ya un ingrediente indispensable del imaginario nacional. Decir Jesús Orta Ruiz (Indio Naborí), en cualquier lugar de la Isla, pasa primero por ser sinónimo de identidad y luego termina convirtiéndose en historia, leyenda o fascinación de obligada referencia.
Nada más parecido a este hombre que su propia poesía, motivo por el cual no tuvo necesidad de escribir sus memorias. Quien de verdad desee conocerlo, por dentro y por fuera, solo tiene que acercarse a su obra, lo mismo a la escrita que a la oral, teniendo como premisa de análisis que entre su alter ego de juglar y su alter ego de letras nunca existió ninguna contradicción, porque ambos eran complementarios.
Existe un detalle que no debo pasar por alto: lo cubano, digamos que lo más auténticamente cubano, no está en las palabras que el poeta utiliza ni tampoco en los temas que va desarrollando. ¡No! Aquí lo más auténticamente cubano está en la vivencia, en el sentido inmaterial que exhibe su leal pertenencia a Cuba. El Indio Naborí no cantaba por cantar, no escribía por escribir. Todo lo contrario. Sus versos, desde el primero hasta el último, siempre fueron emoción recordada, emoción compartida, algo que estallaba en su voz a partir de una experiencia vivida y vívida.
A manera de resumen, y esto es un criterio casi unánime, el Indio Naborí renovó la décima cantada y escrita, vigorizó la elegía, le otorgó un inusual rango de perpetuidad a la lírica social, energizó el verso libre, pontificó el soneto, revivió el romance y dejó una huella importantísima en la investigación folclórica, fundiendo y elevando a categoría estética lo culto y lo popular, lo clásico y lo moderno. Pero a esa vocación poética hay que sumarle en todo momento su vocación de Patria, que para él era sinónimo de Revolución.
Son muchos, yo diría que muchísimos, los poemas que el Indio Naborí le dedicó a la Revolución cubana. Pero existe uno que marca la diferencia: Marcha Triunfal del Ejército Rebelde. Primer poema que se le dedica al triunfo de la gran gesta. Fue escrito bajo el influjo de la victoria revolucionaria y es hoy la obra poética más reproducida en Cuba. Los sesenta y tres años que la Revolución cumplirá el próximo Primero de Enero, son los mismos sesenta y tres años que cumplirá el poema. Entonces, ¿vale o no vale la pena recordarlo?
Estos versos, dactílicos-amétricos (de base trisílaba), fueron tocando el alma del poeta desde que conoció la huida de Fulgencio Batista. El aire de Cuba se llenó de alegres clamores, como si la realidad que rodeaba al Indio Naborí durante la madrugada de aquel primer día de 1959 le estuviese demandando el canto de los antiguos tiempos heroicos. Dicho de otra manera: la estructura poética escogida no fue anacrónica, fue sincrónica, lo que explica de igual forma el tono de vehemencia que el poeta logró impregnarle a cada línea.
Ya en la tarde de ese mismo primer día de enero, el Indio Naborí tenía lista una primera versión; que es declamada por el actor y locutor Eduardo Egea en el programa “De fiesta con los galanes” (CMQ Radio a las 7.00 p.m.). Después, en la medida que avanza la caravana de Fidel Castro hacia La Habana, entre los días 2 y 8, el poeta le va incorporando estrofas, que de la misma manera eran declamadas por altoparlantes instalados en las calles. Llegado el momento, el poema como tal, en vivo y en directo, es incorporado a la caravana rebelde, siendo declamado una y otra vez por el actor y locutor Jorge Guerrero; quien el 8 de enero, momentos antes de que Fidel le hablara por primera vez a la población capitalina, recita la versión definitiva en la terraza norte del otrora Palacio Presidencial. Tiempo después la Marcha Triunfal del Ejército Rebelde cae en manos de la actriz Alicia Fernán y ella se convierte en su más excelsa declamadora. Simple y llanamente el poema pasó a ser una suerte de himno patriótico cuyo objetivo de impacto en las grandes masas siempre fue el de convocar a la unidad nacional.
Si hoy releemos o escuchamos nuevamente ese poema, varias son las frases exclamativas que, con verdadero asombro, pudieran emitirse: ¡qué visión política tenía el Indio Naborí, qué claro estaba, qué puntería tuvo para no equivocarse ni en los nombres que menciona en el poema!
Algo importante: la cadencia épica de esta Marcha Triunfal recuerda la Marcha Triunfal de Rubén Darío. Con la diferencia de que el Indio Naborí sí está viendo pasar una caravana victoriosa: “…Con los invasores, pasa el Che Guevara, alma de los Andes que trepó el turquino, San Martín quemante sobre Santa Clara, Maceo del Plata, Gómez argentino…”. Aquí no hay escudos, no hay arcos y no hay minervas. La Marcha Triunfal del Indio Naborí no es imaginada, es una estampa real, viva, oliente a monte bravo, con ropa sudorosa y pobre. No la sueña, la ve y la palpa en medio del júbilo indescriptible del pueblo. Son jóvenes barbudos, son rebeldes diamantes con trajes de olivo.
¿Dónde está la mayor virtud de este poema? Tal vez en que el Indio Naborí logró eternizar el asombro del pueblo ante un hecho que estaba estremeciendo la historia patria. “… ¡Sólo importa Cuba! Sólo importa el sueño de cambiar la suerte…”. Por eso aquí el verso enfático o imperativo le otorga a la poesía social un alto rango de perpetuidad, tocando de esa forma las entrañas del pueblo y poniendo en su voz la épica de un proceso político trascendente.
Claro, tampoco vayamos a creernos que este tipo de poesía política era algo nuevo en el Indio Naborí. No, este tipo de poesía él la venía haciendo desde mucho tiempo antes. Quien estudie su obra podrá encontrar poemas del mismo corte que datan de los años “30”, “40” y “50”. He aquí los títulos de algunos: Elegía optimista a Luis Melián (1936. Su primer poema abiertamente político. Tenía entonces 14 años de edad), Luz de Yara, Doce Vegueros, Ignacio Agramonte, Canto a Martí, Antonio Guiteras, Roja simiente, En la muerte de Rubén Batista, Alta fecha vengadora, Pelayo Cuervo, Elegía a René Ramos Latour y Diana del Pueblo (Oda al soldado de la tiranía). Además de las incontables décimas que a diario escribía, circulaba clandestinamente o cantaba por toda Cuba; y que, llegado el momento, también comenzó a cantar en la radio y la televisión. Basten como ejemplos estas dos décimas:
26 de julio: heridas
por donde vendrá la aurora.
Alta fecha vengadora
de las fechas ofendidas.
Caliente sangre de vidas
rotas por el heroísmo,
porque traición y cinismo
hoy danzan en un calvario.
¡Oh, rocío necesario
a la flor del patriotismo!
(1953)
Martí no murió. Martí
volvió a vivir en Oriente,
le relampagueó la frente
y tornó como un mambí.
Ya lo veremos aquí
marcando nuevos caminos,
pues no crean los mezquinos
que se ha reducido a hueso:
aseguro que está preso
de nuevo en Isla de Pinos.
(1955) Tenía que ser muy consecuente para cantar o escribir estos versos. Consecuente y valiente, diría yo, pues bien se sabe lo que podía pasarle a todo aquel ciudadano cubano que dijera en público lo que él dijo. Ahora bien, ¡qué claro estaba este poeta!, ¡qué grandeza de espíritu!, ¡qué iluminado cuando eran pocos los iluminados!
Todo el tiempo la décima como denuncia social, todo el tiempo la décima para cantar los dolores de los desposeídos, todo el tiempo la décima como sacada de la entraña misma de la tierra para decir lo que él no podía callarse. Yo lo veo como décima y emancipación, una maravillosa alquimia que años más tarde se convertiría en la emancipación total de la décima.
La décima del El Indio Naborí logró sintetizar los anhelos independentistas del pueblo cubano; y el pueblo cubano, a su vez, identificó en la décima del Indio Naborí una heredada necesidad de lucha; además de identificar, bajo el ritmo del verso octosílabo, la gris silueta de su propia esperanza.
Su canto era algo que estaba como en el aire; y lo mejor de aquella producción poética, lo mismo cantada que escrita, donde también hay que incluir algunos de sus poemas clandestinos, iba pasando de mano en mano sin que mediara el paso del tiempo. Sólo hay que caminar por la Cuba de hoy para entender lo que estoy diciendo. De ahí que cualquier persona, independientemente de su edad o nivel cultural, pueda citar al Indio Naborí con poemas de los años “40” y “50” que ni él mismo recordaba.
Si vamos a la producción poética “naboriana” de esos años, observaremos que ese gran sueño de emancipación nacional puede palparse con singular nitidez; y que, en este caso, da igual si es décima o romance, da igual si es soneto o verso libre. Lo social está presente lo mismo en un poema de amor que un poema que trate sobre las penas del campesino cubano. A toda hora, quien de verdad lo estudie, encontrará la huella de un hombre que sentía una gran preocupación por los humildes, plasmada en las décimas con inigualable gallardía; tal vez porque la décima, además de ser la estrofa nacional de Cuba, fue y sigue siendo la estrofa elegida por los más humildes, tanto del campo como de la ciudad.
Los poemas de circunstancias que el Indio Naborí escribe a partir de 1959 son, en su caso, una realidad comprensible y continuadora de una viva tradición cubana: la poesía social. Para ello, además de imágenes, metáforas e hipérboles, utiliza una amplia gama de formas estróficas y metros, donde a veces se hace visible una compleja estructura poética que combina arte menor y mayor. Es decir, versos de hasta ocho sílabas que juegan con versos eneasílabos, endecasílabos, dodecasílabos y alejandrinos. Pero siempre sin perder el ritmo del énfasis y la reiteración.
El tono imperativo, desterrado de la poesía escrita para la lectura unipersonal y de pequeño cenáculo, revive en el verso del Indio Naborí entre el clamoreo de la muchedumbre, el ruido de los altoparlantes y la compañía de la oratoria política, y no está mal que reviva. ¿Por qué se ha de objetar el tono tribunicio a una poesía que se dice en tribuna?
Como si se tratara de una vuelta a lo clásico, aquí son localizables las combinaciones de sílabas largas y cortas, o de cortas y largas, lo mismo átonas que tónicas; pasando así del pie de verso espondeo al anapesto, y lográndose finalmente un conglomerado pentámetro yámbico que prepondera los acentos métricos y asegura las pausas. Acentos y pausas que, sin ninguna duda, también le permiten al poeta regular la armonía, la cadencia, los tonos y el ritmo constante del poema, mucho más ante la certeza de que esas estrofas serían declamadas en una tribuna pública.
Por supuesto que hay un bosque de sonetos, décimas y romances. Todo ello en función de enaltecer la obra de la Revolución, y utilizando para esos fines los recursos expresivos naturales que le otorgaba su condición de juglar. Ese tipo de poesía, dirigida a las grandes masas y no a un aislado grupo de personas, era una necesidad que el poeta sentía como propia. Sí, es verdad, eran poemas de circunstancias, eran poemas de ocasión, eran poemas de tribuna, eran poemas de plazas públicas y eran poemas que, de forma inusitada, despertaban el entusiasmo del pueblo, lográndose entonces una maravillosa combinación: sentir, emocionar y comprender.
A mí todavía me resulta estremecedor escuchar el testimonio de personas que dicen: “yo crecí con los versos del Indio Naborí”, “yo me eduqué con las poemas del Indio Naborí, “yo me hice revolucionario con la poesía del Indio Naborí”. ¿Cómo es posible?, me preguntaba yo al principio. Pero luego comprendí que las palabras Poesía, Patria y Revolución estaban para él en un mismo camino, convirtiéndose en un hombre que hasta el final de sus días fue consecuente con la consecuencia de su propia vida. Es decir, la Revolución cubana no llegó hasta este poeta por una circunstancia histórica concreta. Este poeta fue parte activa de esa Revolución y llegó con ella.
Eusebio Leal lo explicó así:
“…Cubana como las palmas reales, nunca usó su palabra para servir a otra causa que no fuese la de la justicia social. Por eso, campesinos y obreros vieron en el canto de Jesús Orta Ruiz la más legítima expresión de los sentimientos propios…El Indio Naborí buscó ‑hasta encontrar- las huellas de la primera sangre derramada…”.
¿Qué es lo que ocurre en la práctica? Lo digo sin afeites de ningún tipo: lo mejor de la poesía política del Indio Naborí, no obstante el paso del tiempo, se resiste a morir. Se trata de un fenómeno sociocultural que trasciende las fronteras de épocas exactas y llega hasta nuestros días. Léanse y estúdiense a fondo los títulos que ahora menciono: Marcha Triunfal del Ejército Rebelde (1959), Era la Mañana de la Santa Ana (1959), Mensaje de Martí a la Cuba nueva (1959), La “Coubre” (1960), Elegía de los zapaticos blancos (1961), Evocación de Homero (1961), El drama de los tres libros (1961), Pastoral campesina (1961), Dos nombres para siempre (1961), Voto de confianza del pueblo a Fidel (1962), Carta de una madre cubana a una madre norteamericana (1962) y Nuevo credo latinoamericano (1967), por solo mencionar algunos.
El Indio Naborí, con lo mejor de su poesía política, logró tocar la entraña del pueblo, poniendo en la voz de ese mismo pueblo la épica de un acontecer político trascendental. Él decía en versos lo que el pueblo estaba tratando de explicarse por otras vías. Entonces el impacto o comunicación era inmediato. Miles y miles de cubanos asumían como suyos los poemas y luego los recitaban en cualquier parte. Tanto es así que esa interacción poeta-pueblo aún se mantiene viva. Estamos finalizando el año 2021 del siglo XXI y Cuba entera tiembla de emoción cuando alguien recita la Marcha Triunfal del Ejército Rebelde o la Elegía de los Zapaticos Blancos. Yo pregunto, ¿y por qué?, ¿cómo es posible que eso ocurra cuando han pasado más de sesenta años? He ahí el misterio del Indio Naborí, he ahí su carácter atípico y he ahí el rango de perpetuidad que alcanzó con él la poesía social cubana, demostrándose a las claras que esos poemas eran algo más que poemas de circunstancias o poemas de ocasión.
Lo dije al inicio: su muerte ocurrió a las 00.45 horas del viernes 30 de diciembre de 2005. Ya han pasado dieciséis años. El mismo poeta intimista que escribió las famosas Estampas campesinas, o La fuga del ángel, o Boda profunda, o Entre y perdone usted, o Una parte consciente del crepúsculo, o Con tus ojos míos, distinguido con el Premio Nacional de Literatura en 1995, fue capaz de ser también un inspirado cantor de la Revolución. La vigencia de toda su poesía nos permite ir pensando ya en la celebración del primer Centenario de su natalicio, que tendrá lugar en 2022, dado que el Indio Naborí es un poeta que a Cuba le sigue haciendo falta. Sirva, como epílogo, la Marcha Triunfal del Ejército Rebelde:
¡Primero de Enero!
Luminosamente surge la mañana.
¡Las sombras se han ido! Fulgura el lucero
de la redimida bandera cubana.
El aire se llena de alegres clamores.
Se cruzan las almas saludos y besos,
y en todas las tumbas de nobles caídos
revientan las flores y cantan los huesos.
Pasa un jubiloso ciclón de banderas
y de brazaletes de azabache y grana.
Mueve el entusiasmo balcones y aceras,
grita desde el marco de cada ventana.
A la luz del día se abren las prisiones
y se abren los brazos: se abre la alegría
como rosa roja en los corazones
de madres enfermas de melancolía.
Jóvenes barbudos, rebeldes diamantes
con trajes olivo bajan de las lomas,
y por su dulzura los héroes triunfantes
parecen armadas y bravas palomas.
Vienen vencedores del hambre, la bala y el frío
por el ojo alerta del campesinado
y el amparo abierto de cada bohío.
Vienen con un triunfo de fusil y arado.
Vienen con sonrisa de hermano y amigo.
Vienen con fragancia de vida rural.
Vienen con las armas que al ciego enemigo
quitó el Ideal.
Vienen con el ansia del pueblo encendido.
Vienen con el aire del amanecer
y, sencillamente, como el que ha cumplido
un simple deber.
No importa el insecto, no importa la espina,
la sed consolada con parra del monte,
el viento, la lluvia, la mano asesina
siempre amenazando en el horizonte.
¡Sólo importa Cuba! Sólo importa el sueño
de cambiar la suerte.
¡Oh, nuevo soldado que no arruga el ceño
ni viene asombrado de tutear la muerte!
Los niños lo miran pasar aguerrido
y piensan, crecidos por la admiración,
que ven a un Rey Mago rejuvenecido,
y con cinco días de anticipación.
Pasa fulgurante Camilo Cienfuegos.
Alumbran su rostro cien fuegos de gloria.
Pasan capitanes, curtidos labriegos
que vienen de arar en la Historia.
Pasan las Marianas, sin otras coronas
que sus sacrificios: cubanas marciales,
gardenias que un día se hicieron leonas
al beso de doña Mariana Grajales.
Con los invasores, pasa el Che Guevara,
alma de los Andes que trepó el Turquino,
San Martín quemante sobre Santa Clara,
Maceo del Plata, Gómez argentino.
Ya entre los mambises del bravío Oriente,
sobre un mar de pueblo, resplandece un astro:
ya vemos…ya vemos la cálida frente,
el brazo pujante, la dulce sonrisa de Castro.
Lo siguen radiantes Almeida y Raúl,
y aplauden el paso del Héroe ciudades quemadas,
ciudades heridas, que ya están curadas,
y tienen un cielo sereno y azul.
¡Fidel, fidelísimo retoño martiano,
asombro de América, titán de la hazaña,
que desde las cumbres quemó las espinas del llano,
y ahora riega orquídeas, flores de montaña.
Y esto que las hieles se volvieran miel,
se llama…
—¡Fidel!
Y esto que la ortiga se hiciera clavel,
se llama…
– – ¡Fidel!
Y esto que mi Patria no sea un sombrío cuartel,
se llama…
– – ¡Fidel!
Y esto que la bestia fuera derrotada por el bien del hombre,
y esto, esto que la sombra se volviera luz,
esto tiene un nombre, sólo tiene un nombre…
¡Fidel Castro Ruz!
(Poema escrito entre los días 1 y 8 de enero de 1959)