Cuba. ¡Solo impor­ta el pueblo!

Fidel Anto­nio Orta. Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 30 de diciem­bre de 2021.

Su muer­te ocu­rrió a las 00.45 horas del vier­nes 30 de diciem­bre de 2005. Ya han pasa­do die­ci­séis años. Díga­se mejor así: “…El tiem­po cae sobre noso­tros pero/​mientras hay una meta prometida/​no se sien­te el gotear de su caída/​ni con­sul­ta relo­jes el via­je­ro…”. Aho­ra bien, ¿y quié­nes son los via­je­ros de hoy? Yo res­pon­de­ría que los jóve­nes; y en ellos, solo en ellos, pue­de per­pe­tuar­se la memo­ria de un poe­ta cuya poe­sía es ya un ingre­dien­te indis­pen­sa­ble del ima­gi­na­rio nacio­nal. Decir Jesús Orta Ruiz (Indio Nabo­rí), en cual­quier lugar de la Isla, pasa pri­me­ro por ser sinó­ni­mo de iden­ti­dad y lue­go ter­mi­na con­vir­tién­do­se en his­to­ria, leyen­da o fas­ci­na­ción de obli­ga­da referencia.

Nada más pare­ci­do a este hom­bre que su pro­pia poe­sía, moti­vo por el cual no tuvo nece­si­dad de escri­bir sus memo­rias. Quien de ver­dad desee cono­cer­lo, por den­tro y por fue­ra, solo tie­ne que acer­car­se a su obra, lo mis­mo a la escri­ta que a la oral, tenien­do como pre­mi­sa de aná­li­sis que entre su alter ego de juglar y su alter ego de letras nun­ca exis­tió nin­gu­na con­tra­dic­ción, por­que ambos eran complementarios.

Exis­te un deta­lle que no debo pasar por alto: lo cubano, diga­mos que lo más autén­ti­ca­men­te cubano, no está en las pala­bras que el poe­ta uti­li­za ni tam­po­co en los temas que va desa­rro­llan­do. ¡No! Aquí lo más autén­ti­ca­men­te cubano está en la viven­cia, en el sen­ti­do inma­te­rial que exhi­be su leal per­te­nen­cia a Cuba. El Indio Nabo­rí no can­ta­ba por can­tar, no escri­bía por escri­bir. Todo lo con­tra­rio. Sus ver­sos, des­de el pri­me­ro has­ta el últi­mo, siem­pre fue­ron emo­ción recor­da­da, emo­ción com­par­ti­da, algo que esta­lla­ba en su voz a par­tir de una expe­rien­cia vivi­da y vívida.

A mane­ra de resu­men, y esto es un cri­te­rio casi uná­ni­me, el Indio Nabo­rí reno­vó la déci­ma can­ta­da y escri­ta, vigo­ri­zó la ele­gía, le otor­gó un inusual ran­go de per­pe­tui­dad a la líri­ca social, ener­gi­zó el ver­so libre, pon­ti­fi­có el sone­to, revi­vió el roman­ce y dejó una hue­lla impor­tan­tí­si­ma en la inves­ti­ga­ción fol­cló­ri­ca, fun­dien­do y ele­van­do a cate­go­ría esté­ti­ca lo cul­to y lo popu­lar, lo clá­si­co y lo moderno. Pero a esa voca­ción poé­ti­ca hay que sumar­le en todo momen­to su voca­ción de Patria, que para él era sinó­ni­mo de Revolución.

Son muchos, yo diría que muchí­si­mos, los poe­mas que el Indio Nabo­rí le dedi­có a la Revo­lu­ción cuba­na. Pero exis­te uno que mar­ca la dife­ren­cia: Mar­cha Triun­fal del Ejér­ci­to Rebel­de. Pri­mer poe­ma que se le dedi­ca al triun­fo de la gran ges­ta. Fue escri­to bajo el influ­jo de la vic­to­ria revo­lu­cio­na­ria y es hoy la obra poé­ti­ca más repro­du­ci­da en Cuba. Los sesen­ta y tres años que la Revo­lu­ción cum­pli­rá el pró­xi­mo Pri­me­ro de Enero, son los mis­mos sesen­ta y tres años que cum­pli­rá el poe­ma. Enton­ces, ¿vale o no vale la pena recordarlo?

Estos ver­sos, dac­tí­li­co­s­-amé­tri­cos (de base tri­sí­la­ba), fue­ron tocan­do el alma del poe­ta des­de que cono­ció la hui­da de Ful­gen­cio Batis­ta. El aire de Cuba se lle­nó de ale­gres cla­mo­res, como si la reali­dad que rodea­ba al Indio Nabo­rí duran­te la madru­ga­da de aquel pri­mer día de 1959 le estu­vie­se deman­dan­do el can­to de los anti­guos tiem­pos heroi­cos. Dicho de otra mane­ra: la estruc­tu­ra poé­ti­ca esco­gi­da no fue ana­cró­ni­ca, fue sin­cró­ni­ca, lo que expli­ca de igual for­ma el tono de vehe­men­cia que el poe­ta logró impreg­nar­le a cada línea.

Ya en la tar­de de ese mis­mo pri­mer día de enero, el Indio Nabo­rí tenía lis­ta una pri­me­ra ver­sión; que es decla­ma­da por el actor y locu­tor Eduar­do Egea en el pro­gra­ma “De fies­ta con los gala­nes” (CMQ Radio a las 7.00 p.m.). Des­pués, en la medi­da que avan­za la cara­va­na de Fidel Cas­tro hacia La Haba­na, entre los días 2 y 8, el poe­ta le va incor­po­ran­do estro­fas, que de la mis­ma mane­ra eran decla­ma­das por alto­par­lan­tes ins­ta­la­dos en las calles. Lle­ga­do el momen­to, el poe­ma como tal, en vivo y en direc­to, es incor­po­ra­do a la cara­va­na rebel­de, sien­do decla­ma­do una y otra vez por el actor y locu­tor Jor­ge Gue­rre­ro; quien el 8 de enero, momen­tos antes de que Fidel le habla­ra por pri­me­ra vez a la pobla­ción capi­ta­li­na, reci­ta la ver­sión defi­ni­ti­va en la terra­za nor­te del otro­ra Pala­cio Pre­si­den­cial. Tiem­po des­pués la Mar­cha Triun­fal del Ejér­ci­to Rebel­de cae en manos de la actriz Ali­cia Fer­nán y ella se con­vier­te en su más excel­sa decla­ma­do­ra. Sim­ple y lla­na­men­te el poe­ma pasó a ser una suer­te de himno patrió­ti­co cuyo obje­ti­vo de impac­to en las gran­des masas siem­pre fue el de con­vo­car a la uni­dad nacional.

Si hoy relee­mos o escu­cha­mos nue­va­men­te ese poe­ma, varias son las fra­ses excla­ma­ti­vas que, con ver­da­de­ro asom­bro, pudie­ran emi­tir­se: ¡qué visión polí­ti­ca tenía el Indio Nabo­rí, qué cla­ro esta­ba, qué pun­te­ría tuvo para no equi­vo­car­se ni en los nom­bres que men­cio­na en el poema!

Algo impor­tan­te: la caden­cia épi­ca de esta Mar­cha Triun­fal recuer­da la Mar­cha Triun­fal de Rubén Darío. Con la dife­ren­cia de que el Indio Nabo­rí sí está vien­do pasar una cara­va­na vic­to­rio­sa: “…Con los inva­so­res, pasa el Che Gue­va­ra, alma de los Andes que tre­pó el tur­quino, San Mar­tín que­man­te sobre San­ta Cla­ra, Maceo del Pla­ta, Gómez argen­tino…”. Aquí no hay escu­dos, no hay arcos y no hay miner­vas. La Mar­cha Triun­fal del Indio Nabo­rí no es ima­gi­na­da, es una estam­pa real, viva, olien­te a mon­te bra­vo, con ropa sudo­ro­sa y pobre. No la sue­ña, la ve y la pal­pa en medio del júbi­lo indes­crip­ti­ble del pue­blo. Son jóve­nes bar­bu­dos, son rebel­des dia­man­tes con tra­jes de oli­vo.

¿Dón­de está la mayor vir­tud de este poe­ma? Tal vez en que el Indio Nabo­rí logró eter­ni­zar el asom­bro del pue­blo ante un hecho que esta­ba estre­me­cien­do la his­to­ria patria. “… ¡Sólo impor­ta Cuba! Sólo impor­ta el sue­ño de cam­biar la suer­te…”. Por eso aquí el ver­so enfá­ti­co o impe­ra­ti­vo le otor­ga a la poe­sía social un alto ran­go de per­pe­tui­dad, tocan­do de esa for­ma las entra­ñas del pue­blo y ponien­do en su voz la épi­ca de un pro­ce­so polí­ti­co trascendente.

Cla­ro, tam­po­co vaya­mos a creer­nos que este tipo de poe­sía polí­ti­ca era algo nue­vo en el Indio Nabo­rí. No, este tipo de poe­sía él la venía hacien­do des­de mucho tiem­po antes. Quien estu­die su obra podrá encon­trar poe­mas del mis­mo cor­te que datan de los años “30”, “40” y “50”. He aquí los títu­los de algu­nos: Ele­gía opti­mis­ta a Luis Melián (1936. Su pri­mer poe­ma abier­ta­men­te polí­ti­co. Tenía enton­ces 14 años de edad), Luz de YaraDoce Vegue­rosIgna­cio Agra­mon­teCan­to a Mar­tíAnto­nio Gui­te­rasRoja simien­teEn la muer­te de Rubén Batis­taAlta fecha ven­ga­do­raPela­yo Cuer­voEle­gía a René Ramos Latour y Dia­na del Pue­blo (Oda al sol­da­do de la tira­nía). Ade­más de las incon­ta­bles déci­mas que a dia­rio escri­bía, cir­cu­la­ba clan­des­ti­na­men­te o can­ta­ba por toda Cuba; y que, lle­ga­do el momen­to, tam­bién comen­zó a can­tar en la radio y la tele­vi­sión. Bas­ten como ejem­plos estas dos décimas:

26 de julio: heridas

por don­de ven­drá la aurora.

Alta fecha vengadora

de las fechas ofendidas.

Calien­te san­gre de vidas

rotas por el heroísmo,

por­que trai­ción y cinismo

hoy dan­zan en un calvario.

¡Oh, rocío necesario

a la flor del patriotismo!

(1953)

Mar­tí no murió. Martí

vol­vió a vivir en Oriente,

le relam­pa­gueó la frente

y tor­nó como un mambí.

Ya lo vere­mos aquí

mar­can­do nue­vos caminos,

pues no crean los mezquinos

que se ha redu­ci­do a hueso:

ase­gu­ro que está preso

de nue­vo en Isla de Pinos.

(1955)  Tenía que ser muy con­se­cuen­te para can­tar o escri­bir estos ver­sos. Con­se­cuen­te y valien­te, diría yo, pues bien se sabe lo que podía pasar­le a todo aquel ciu­da­dano cubano que dije­ra en públi­co lo que él dijo. Aho­ra bien, ¡qué cla­ro esta­ba este poe­ta!, ¡qué gran­de­za de espí­ri­tu!, ¡qué ilu­mi­na­do cuan­do eran pocos los iluminados!

Todo el tiem­po la déci­ma como denun­cia social, todo el tiem­po la déci­ma para can­tar los dolo­res de los des­po­seí­dos, todo el tiem­po la déci­ma como saca­da de la entra­ña mis­ma de la tie­rra para decir lo que él no podía callar­se. Yo lo veo como déci­ma y eman­ci­pa­ción, una mara­vi­llo­sa alqui­mia que años más tar­de se con­ver­ti­ría en la eman­ci­pa­ción total de la décima.

La déci­ma del El Indio Nabo­rí logró sin­te­ti­zar los anhe­los inde­pen­den­tis­tas del pue­blo cubano; y el pue­blo cubano, a su vez, iden­ti­fi­có en la déci­ma del Indio Nabo­rí una here­da­da nece­si­dad de lucha; ade­más de iden­ti­fi­car, bajo el rit­mo del ver­so octo­sí­la­bo, la gris silue­ta de su pro­pia esperanza.

Su can­to era algo que esta­ba como en el aire; y lo mejor de aque­lla pro­duc­ción poé­ti­ca, lo mis­mo can­ta­da que escri­ta, don­de tam­bién hay que incluir algu­nos de sus poe­mas clan­des­ti­nos, iba pasan­do de mano en mano sin que media­ra el paso del tiem­po. Sólo hay que cami­nar por la Cuba de hoy para enten­der lo que estoy dicien­do. De ahí que cual­quier per­so­na, inde­pen­dien­te­men­te de su edad o nivel cul­tu­ral, pue­da citar al Indio Nabo­rí con poe­mas de los años “40” y “50” que ni él mis­mo recordaba.

Si vamos a la pro­duc­ción poé­ti­ca “nabo­ria­na” de esos años, obser­va­re­mos que ese gran sue­ño de eman­ci­pa­ción nacio­nal pue­de pal­par­se con sin­gu­lar niti­dez; y que, en este caso, da igual si es déci­ma o roman­ce, da igual si es sone­to o ver­so libre. Lo social está pre­sen­te lo mis­mo en un poe­ma de amor que un poe­ma que tra­te sobre las penas del cam­pe­sino cubano. A toda hora, quien de ver­dad lo estu­die, encon­tra­rá la hue­lla de un hom­bre que sen­tía una gran preo­cu­pa­ción por los humil­des, plas­ma­da en las déci­mas con inigua­la­ble gallar­día; tal vez por­que la déci­ma, ade­más de ser la estro­fa nacio­nal de Cuba, fue y sigue sien­do la estro­fa ele­gi­da por los más humil­des, tan­to del cam­po como de la ciudad.

Los poe­mas de cir­cuns­tan­cias que el Indio Nabo­rí escri­be a par­tir de 1959 son, en su caso, una reali­dad com­pren­si­ble y con­ti­nua­do­ra de una viva tra­di­ción cuba­na: la poe­sía social. Para ello, ade­más de imá­ge­nes, metá­fo­ras e hipér­bo­les, uti­li­za una amplia gama de for­mas estró­fi­cas y metros, don­de a veces se hace visi­ble una com­ple­ja estruc­tu­ra poé­ti­ca que com­bi­na arte menor y mayor. Es decir, ver­sos de has­ta ocho síla­bas que jue­gan con ver­sos enea­sí­la­bos, ende­ca­sí­la­bos, dode­ca­sí­la­bos y ale­jan­dri­nos. Pero siem­pre sin per­der el rit­mo del énfa­sis y la reiteración.

El tono impe­ra­ti­vo, des­te­rra­do de la poe­sía escri­ta para la lec­tu­ra uni­per­so­nal y de peque­ño cenácu­lo, revi­ve en el ver­so del Indio Nabo­rí entre el cla­mo­reo de la muche­dum­bre, el rui­do de los alto­par­lan­tes y la com­pa­ñía de la ora­to­ria polí­ti­ca, y no está mal que revi­va. ¿Por qué se ha de obje­tar el tono tri­bu­ni­cio a una poe­sía que se dice en tribuna?

Como si se tra­ta­ra de una vuel­ta a lo clá­si­co, aquí son loca­li­za­bles las com­bi­na­cio­nes de síla­bas lar­gas y cor­tas, o de cor­tas y lar­gas, lo mis­mo áto­nas que tóni­cas; pasan­do así del pie de ver­so espon­deo al ana­pes­to, y lográn­do­se final­men­te un con­glo­me­ra­do pen­tá­me­tro yám­bi­co que pre­pon­de­ra los acen­tos métri­cos y ase­gu­ra las pau­sas. Acen­tos y pau­sas que, sin nin­gu­na duda, tam­bién le per­mi­ten al poe­ta regu­lar la armo­nía, la caden­cia, los tonos y el rit­mo cons­tan­te del poe­ma, mucho más ante la cer­te­za de que esas estro­fas serían decla­ma­das en una tri­bu­na pública.

Por supues­to que hay un bos­que de sone­tos, déci­mas y roman­ces. Todo ello en fun­ción de enal­te­cer la obra de la Revo­lu­ción, y uti­li­zan­do para esos fines los recur­sos expre­si­vos natu­ra­les que le otor­ga­ba su con­di­ción de juglar. Ese tipo de poe­sía, diri­gi­da a las gran­des masas y no a un ais­la­do gru­po de per­so­nas, era una nece­si­dad que el poe­ta sen­tía como pro­pia. Sí, es ver­dad, eran poe­mas de cir­cuns­tan­cias, eran poe­mas de oca­sión, eran poe­mas de tri­bu­na, eran poe­mas de pla­zas públi­cas y eran poe­mas que, de for­ma inusi­ta­da, des­per­ta­ban el entu­sias­mo del pue­blo, lográn­do­se enton­ces una mara­vi­llo­sa com­bi­na­ción: sen­tir, emo­cio­nar y comprender.

A mí toda­vía me resul­ta estre­me­ce­dor escu­char el tes­ti­mo­nio de per­so­nas que dicen: “yo cre­cí con los ver­sos del Indio Nabo­rí”, “yo me edu­qué con las poe­mas del Indio Nabo­rí, “yo me hice revo­lu­cio­na­rio con la poe­sía del Indio Nabo­rí”. ¿Cómo es posi­ble?, me pre­gun­ta­ba yo al prin­ci­pio. Pero lue­go com­pren­dí que las pala­bras Poe­sía, Patria y Revo­lu­ción esta­ban para él en un mis­mo camino, con­vir­tién­do­se en un hom­bre que has­ta el final de sus días fue con­se­cuen­te con la con­se­cuen­cia de su pro­pia vida. Es decir, la Revo­lu­ción cuba­na no lle­gó has­ta este poe­ta por una cir­cuns­tan­cia his­tó­ri­ca con­cre­ta. Este poe­ta fue par­te acti­va de esa Revo­lu­ción y lle­gó con ella.

Euse­bio Leal lo expli­có así:

“…Cuba­na como las pal­mas reales, nun­ca usó su pala­bra para ser­vir a otra cau­sa que no fue­se la de la jus­ti­cia social. Por eso, cam­pe­si­nos y obre­ros vie­ron en el can­to de Jesús Orta Ruiz la más legí­ti­ma expre­sión de los sen­ti­mien­tos propios…El Indio Nabo­rí bus­có ‑has­ta encon­trar- las hue­llas de la pri­me­ra san­gre derramada…”.

¿Qué es lo que ocu­rre en la prác­ti­ca? Lo digo sin afei­tes de nin­gún tipo: lo mejor de la poe­sía polí­ti­ca del Indio Nabo­rí, no obs­tan­te el paso del tiem­po, se resis­te a morir. Se tra­ta de un fenó­meno socio­cul­tu­ral que tras­cien­de las fron­te­ras de épo­cas exac­tas y lle­ga has­ta nues­tros días. Léan­se y estú­dien­se a fon­do los títu­los que aho­ra men­ciono: Mar­cha Triun­fal del Ejér­ci­to Rebel­de (1959), Era la Maña­na de la San­ta Ana (1959), Men­sa­je de Mar­tí a la Cuba nue­va (1959), La “Coubre” (1960), Ele­gía de los zapa­ti­cos blan­cos (1961), Evo­ca­ción de Home­ro (1961), El dra­ma de los tres libros (1961), Pas­to­ral cam­pe­si­na (1961), Dos nom­bres para siem­pre (1961), Voto de con­fian­za del pue­blo a Fidel (1962), Car­ta de una madre cuba­na a una madre nor­te­ame­ri­ca­na (1962) y Nue­vo cre­do lati­no­ame­ri­cano (1967), por solo men­cio­nar algunos.

El Indio Nabo­rí, con lo mejor de su poe­sía polí­ti­ca, logró tocar la entra­ña del pue­blo, ponien­do en la voz de ese mis­mo pue­blo la épi­ca de un acon­te­cer polí­ti­co tras­cen­den­tal. Él decía en ver­sos lo que el pue­blo esta­ba tra­tan­do de expli­car­se por otras vías. Enton­ces el impac­to o comu­ni­ca­ción era inme­dia­to. Miles y miles de cuba­nos asu­mían como suyos los poe­mas y lue­go los reci­ta­ban en cual­quier par­te. Tan­to es así que esa inter­ac­ción poe­ta-pue­blo aún se man­tie­ne viva. Esta­mos fina­li­zan­do el año 2021 del siglo XXI y Cuba ente­ra tiem­bla de emo­ción cuan­do alguien reci­ta la Mar­cha Triun­fal del Ejér­ci­to Rebel­de o la Ele­gía de los Zapa­ti­cos Blan­cos. Yo pre­gun­to, ¿y por qué?, ¿cómo es posi­ble que eso ocu­rra cuan­do han pasa­do más de sesen­ta años? He ahí el mis­te­rio del Indio Nabo­rí, he ahí su carác­ter atí­pi­co y he ahí el ran­go de per­pe­tui­dad que alcan­zó con él la poe­sía social cuba­na, demos­trán­do­se a las cla­ras que esos poe­mas eran algo más que poe­mas de cir­cuns­tan­cias o poe­mas de ocasión.

Lo dije al ini­cio: su muer­te ocu­rrió a las 00.45 horas del vier­nes 30 de diciem­bre de 2005. Ya han pasa­do die­ci­séis años. El mis­mo poe­ta inti­mis­ta que escri­bió las famo­sas Estam­pas cam­pe­si­nas, o La fuga del ángel, o Boda pro­fun­da, o Entre y per­do­ne usted, o Una par­te cons­cien­te del cre­púscu­lo, o Con tus ojos míos, dis­tin­gui­do con el Pre­mio Nacio­nal de Lite­ra­tu­ra en 1995, fue capaz de ser tam­bién un ins­pi­ra­do can­tor de la Revo­lu­ción. La vigen­cia de toda su poe­sía nos per­mi­te ir pen­san­do ya en la cele­bra­ción del pri­mer Cen­te­na­rio de su nata­li­cio, que ten­drá lugar en 2022, dado que el Indio Nabo­rí es un poe­ta que a Cuba le sigue hacien­do fal­ta. Sir­va, como epí­lo­go, la Mar­cha Triun­fal del Ejér­ci­to Rebel­de:

¡Pri­me­ro de Enero!

Lumi­no­sa­men­te sur­ge la mañana.

¡Las som­bras se han ido! Ful­gu­ra el lucero

de la redi­mi­da ban­de­ra cubana.

El aire se lle­na de ale­gres clamores.

Se cru­zan las almas salu­dos y besos,

y en todas las tum­bas de nobles caídos

revien­tan las flo­res y can­tan los huesos.

Pasa un jubi­lo­so ciclón de banderas

y de bra­za­le­tes de aza­ba­che y grana.

Mue­ve el entu­sias­mo bal­co­nes y aceras,

gri­ta des­de el mar­co de cada ventana.

A la luz del día se abren las prisiones

y se abren los bra­zos: se abre la alegría

como rosa roja en los corazones

de madres enfer­mas de melancolía.

Jóve­nes bar­bu­dos, rebel­des diamantes

con tra­jes oli­vo bajan de las lomas,

y por su dul­zu­ra los héroes triunfantes

pare­cen arma­das y bra­vas palomas.

Vie­nen ven­ce­do­res del ham­bre, la bala y el frío

por el ojo aler­ta del campesinado

y el ampa­ro abier­to de cada bohío.

Vie­nen con un triun­fo de fusil y arado.

Vie­nen con son­ri­sa de her­mano y amigo.

Vie­nen con fra­gan­cia de vida rural.

Vie­nen con las armas que al cie­go enemigo

qui­tó el Ideal.

Vie­nen con el ansia del pue­blo encendido.

Vie­nen con el aire del amanecer

y, sen­ci­lla­men­te, como el que ha cumplido

un sim­ple deber.

No impor­ta el insec­to, no impor­ta la espina,

la sed con­so­la­da con parra del monte,

el vien­to, la llu­via, la mano asesina

siem­pre ame­na­zan­do en el horizonte.

¡Sólo impor­ta Cuba! Sólo impor­ta el sueño

de cam­biar la suerte.

¡Oh, nue­vo sol­da­do que no arru­ga el ceño

ni vie­ne asom­bra­do de tutear la muerte!

Los niños lo miran pasar aguerrido

y pien­san, cre­ci­dos por la admiración,

que ven a un Rey Mago rejuvenecido,

y con cin­co días de anticipación.

Pasa ful­gu­ran­te Cami­lo Cienfuegos.

Alum­bran su ros­tro cien fue­gos de gloria.

Pasan capi­ta­nes, cur­ti­dos labriegos

que vie­nen de arar en la Historia.

Pasan las Maria­nas, sin otras coronas

que sus sacri­fi­cios: cuba­nas marciales,

gar­de­nias que un día se hicie­ron leonas

al beso de doña Maria­na Grajales.

Con los inva­so­res, pasa el Che Guevara,

alma de los Andes que tre­pó el Turquino,

San Mar­tín que­man­te sobre San­ta Clara,

Maceo del Pla­ta, Gómez argentino.

Ya entre los mam­bi­ses del bra­vío Oriente,

sobre un mar de pue­blo, res­plan­de­ce un astro:

ya vemos…ya vemos la cáli­da frente,

el bra­zo pujan­te, la dul­ce son­ri­sa de Castro.

Lo siguen radian­tes Almei­da y Raúl,

y aplau­den el paso del Héroe ciu­da­des quemadas,

ciu­da­des heri­das, que ya están curadas,

y tie­nen un cie­lo sereno y azul.

¡Fidel, fide­lí­si­mo reto­ño martiano,

asom­bro de Amé­ri­ca, titán de la hazaña,

que des­de las cum­bres que­mó las espi­nas del llano,

y aho­ra rie­ga orquí­deas, flo­res de montaña.

Y esto que las hie­les se vol­vie­ran miel,

se lla­ma…

—¡Fidel!

Y esto que la orti­ga se hicie­ra clavel,

se lla­ma…

– – ¡Fidel!

Y esto que mi Patria no sea un som­brío cuartel,

se lla­ma…

– – ¡Fidel!

Y esto que la bes­tia fue­ra derro­ta­da por el bien del hombre,

y esto, esto que la som­bra se vol­vie­ra luz,

esto tie­ne un nom­bre, sólo tie­ne un nombre…

¡Fidel Cas­tro Ruz!

(Poe­ma escri­to entre los días 1 y 8 de enero de 1959)

Itu­rria /​Fuen­te

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