Por Gustavo Rivas Pacheco, Resumen Latinoamericano 26 de diciembre de 2021
Sabine Weiss en un momento de la entrevista. /Foto: Teresa Suárez
La fotógrafa francesa Sabine Weiss, de 97 años, única representante viva de la generación que trabajó en Francia en las décadas de los 50 y 60 del siglo XX que hacían las conocida como “fotografía humanista”, recibe a Pikara Magazine en su casa de París.
De una manera que Sabine Weiss no llega a explicar (o no quiere), esta señora bajita, de mirada pizpireta en sus grandes ojos color gris verdoso, fue capaz de colarse en la historia de la fotografía con el mismo disimulo con el que se mezclaba en las escenas de la vida cotidiana que retrató. Una fotografía en blanco y negro que muestra la pobreza y supervivencia de las calles del los años 50 y 60. Imágenes llenas de vida, ternura y movimiento.
“Me gustan las personas, conocerlas”, dice Weiss a sus 97 años en su casa de París, un pequeño estudio de dos plantas dentro de un patio interior. Su hogar es un almacén de souvenirs de todos los países que visitó gracias a su trabajo como fotógrafa, con una especial inclinación por las representaciones religiosas: vírgenes, estampitas e iconos ortodoxos conviven en abigarrada armonía con figuras de bailarinas y cientos de libros de pintura y fotografía.
Sabine Weiss es la única representante viva de una generación de fotógrafas y fotógrafos francesas que en los años 50 y 60 llenaron las revistas de imágenes del día a día, de los comercios y de la espontaneidad impredecible de la calle. Junto a Robert Doisneau, Willy Ronis o Henri Cartier-Bresson, Weiss fue una representante de la llamada “fotografía humanista”, que buscaba retratar al ser humano en su cotidianidad. A sus 97 años, Weiss rehúye las etiquetas y el reconocimiento que le aportó su trabajo con la misma desenvoltura con la que esquiva las preguntas pretenciosas de los periodistas.
Nacida en Suiza en 1924, hija de un ingeniero químico y de una trabajadora del hogar, Weiss no se sentía muy atraída por los estudios, “pero había que vivir de algo”, cuenta. Su padre, bastante manitas, y su madre, que la llevaba a los museos, la fueron encaminando sin querer hacia su futura profesión. Así cayó en sus manos su primera cámara y los primeros negativos. Con 11 años sacó sus primeras fotos: unos retratos de su madre y de sus primas que aún hoy sigue teniendo en un álbum en su casa.
Encima de la mesa de madera del salón tiene una escultura articulada metálica, “me la regaló el Duque de Baena en los años 60, cuando fui a España. No la he limpiado desde entonces, por miedo a romperla”. Durante su carrera, Weiss vivió sobre todo de hacer retratos de personajes famosos como el rey Faruq de Egipto, para revistas francesas como ParisMatch, y fotografías de moda para medios estadounidenses como Life, Vogue o Esquire. Un trabajo alimenticio que compaginaba con su fotografía en blanco y negro de la vida en las calles: “Esas son mis fotos preferidas, las de moda no las enseño nunca”, confiesa.
En el salón también hay algunos cuadros de su marido, el pintor estadounidense Hugh Weiss (1925−2007), y un par de fotos suyas enmarcadas. Una casa llena de arte, aunque Weiss le quite peso a la pregunta de qué fue la fotografía para ella: “Algo de lo que vivir”, responde mientras hace el gesto del dinero con su índice y pulgar.
Sabine Weiss rechaza explicarse. Habla con gusto de su vida o de las peripecias de sus viajes, pero habla poco de fotografía o de su propio trabajo: “Tampoco estaba obsesionada con la fotografía, no salía de casa con la cámara en el bolso”. “Te hablará con más facilidad de la técnica fotográfica que de las emociones de la fotografía, porque la fotografía es algo muy íntimo para ella y forma parte de sí misma”, afirma Laure Augustin, la persona que desde hace diez años le ayuda a gestionar y ordenar todo su archivo fotográfico.
Su fotografía callejera forma parte, por la tanto, de encuentros casuales a lo largo de los años, como cuando se paraba en una tienda o una carnicería y les proponía cambiar un filete por un retrato, “era una forma de hablar con ellos”, confiesa Weiss. Como si, al final, le importaran las personas que se cruzaban en su camino gracias a la cámara que la propia imagen.
Y es ahí donde la mirada de Weiss adquiere una importancia capital: sus trabajo en blanco y negro está lleno de humanidad, movimiento y, sobre todo, niños y niñas: “En esos años había muchos por la calle, niños jugando, niños pobres, sucios, solos”, recuerda, a los que la cámara de Weiss eleva a la categoría de sujeto del arte.
Weiss se ganaba la confianza de sus modelos hasta el punto de que sus retratos, como el de la artista Niki de Saint Phalle, parecen “robados” en la calle: “Y eso se ve en los negativos, no hay tres tomas de una escena”, explica Augustin.
El movimiento es otra de las claves de su trabajo: criaturas desternilladas jugando con pistolas, un círculo en torno a una bailarina gitana. También hay fotos que parecen sacadas de un mundo de sueños, figuras lánguidas como las figuras de su amigo el escultor Alberto Giacometti, que huyen del objetivo tras un haz de luz. O esa foto de un caballo desbocado en un día de nieve por los terrenos baldíos que se extendían frente a las viviendas sociales de la periferia de París.
“No te interesaba fotografiar a los ricos”, le lanza durante la entrevista Augustin, su ayudante, a pesar de que Weiss se ganaba la vida fotografiando famosos y modelos. “Mis fotos eran muy serias”, responde Weiss refiriéndose a los niños de la calle y los vagabundos, “¡porque estaba rodeada de gente muy seria!”
Aunque sus temas fueran sociales y políticos, Weiss rechaza hablar de una toma de posición partidista. “No me entusiasma. Yo soy suiza, en Suiza no somos así”, explicaba en febrero de 2021 en una entrevista en la radio pública France Inter. Su compromiso no es con los partidos o los movimientos, sino con las personas.
Weiss era partícipe de un movimiento fotográfico que, como toda vanguardia artística, nunca se vio como un conjunto. A pesar de que los grandes nombres que se recuerdan de la fotografía humanista han sido hombres, Doisenau, André Kertesz o Marc Riboud. Las mujeres también lograron imponer su mirada en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Junto a Weiss, Dominique Darbois, Yvette Troispoux o Janine Niepce pateaban las calles del mundo para traer al papel la vida de esos años.
En 2017, Weiss donó el conjunto de sus archivos, 200.000 negativos, al Museo del Elysée de Lausana (Suiza), donde le quieren hacer una retrospectiva cuando cumpla 100 años: “Estoy aguantando hasta entonces”, afirma desde sus 97 años. Su obra se podrá contemplar en España en 2022, durante la Bienal de fotografía Xavier Miserachs en Palafrugell (Girona), del 30 de julio al 9 de octubre.
Por el conjunto de su trabajo, Weiss fue galardonada en 2020 en uno de los festivales de fotografía más prestigiosos del mundo, Les Rencontres d’Arles (en el sur de Francia), con el premio Women in Motion, que busca destacar la obra de mujeres fotógrafas. Sus obras han formado parte de exposiciones individuales y colectivas desde los años 50, pero su discreción y modestia hacen de ella un personaje poco conocido de la fotografía humanista: “Los museos compran mis fotos porque soy vieja”, sentencia.
Ante tantas preguntas, Weiss se revuelve en su sillón, a pesar de los 97 años, interpelándonos al periodista y a Teresa Suárez, la fotógrafa, que despliega ante ella una vieja Yashica de medio formato: “Es un placer ver cámaras como esas. ¿Ustedes hacen fotos?, ¿qué les interesa? Y cuando hacen un retrato ¿qué hacen para capturar el carácter de la persona?”.