Resumen Latinoamericano, 20 de diciembre de 2021.
Florencia Guimaraes García, activista travesti y presidenta del centro de día La Casa de Lohana y Diana, describe las jornadas de diciembre de 2001 desde la mirada de la travesti. La explotación sexual como destino para poder comer y la violencia policial.
Fotos: Enrique García Medina
En el año 2001 llevaba ya varios años sumergida en la prostitución, unos cuantos, a decir verdad, a mediados de los 90 siendo joven estaba parada en una esquina, desplazada de la escuela secundaria del barrio de Flores donde iba turno noche, y los docentes, con directora y preceptores incluidos, me trataban de varón, acentuando ese trato humillante. La fantasía de pizza con champan venia en decaída, el hambre se hacía sentir en nuestros bolsillos, ya no pasaban tantos autos importados por la zona, si aumentaban los cartoneros y botelleros.
Aquella tarifa de diez pesos la chupada, treinta el completo en el telo, era todo un lujo. ¡Nuestras vidas se ponían en rebaja, había que comer! La calle se hacía cada día más difícil, la jornada prostibularia era cada vez más larga. Aquel 19 de diciembre me encontraba con otras travas, en el departamento de Paola, en una de las torres de Lugano 1 y 2, muchas personas dicen que aquella fue una jornada histórica, para nosotras que solo prendíamos la tele para mirar novelas, era un día más.
Habíamos escuchando sobre los saqueos a supermercados en nuestros barrios del conurbano, se hablaba de la represión policial con gran preocupación, y nosotras ya estábamos acostumbradas a la violencia de la policía a quienes debíamos pagar con dinero, y también con sexo, para poder pararnos tranquilas, de golpes y calabozos también estábamos acostumbradas.
El show travesti debía comenzar, lavaje anal, un buen baño y a maquillar la cara joven, pero cansada de tanta trasnochada, entre sombras y rímel, una se armaba un faso, otra se tomaba un saque y yo recuerdo que temblaba. Me asome por la gran ventana de aquel piso once a mirar el barrio, necesitaba aire, me sentía ahogada, esa noche no quería salir. De repente las cacerolas comenzaron a sonar desde casi todas las ventanas, volví al ventanal y quebré en llanto, la realidad es que no comprendía bien que sucedía, no solo esa noche, en términos generales con la economía, yo, como muchas otras, solo sabíamos lo que teníamos que cobrar para pagar doblemente por vivir.
Esperamos que baje la euforia y arrancamos a nuestra esquina, 11 de septiembre y Manzanares, allá por el barrio de Núñez, al rato de estar parada, sentimos nuevamente los cacerolazos, esta vez no salían de ventanas, era una multitud de personas que venían caminando por la Av. Del Libertador desde zona norte hacía capital, tuve mucho miedo y corrí a refugiarme detrás de un puesto de diarios, mientras ellos golpeaban cacerolas, nosotras debíamos seguir paradas para poder llenar la olla.
Al mismo tiempo algunas compañeras travestis como Lohana salían a unirse al reclamo furioso en las puestas del Congreso de la Nación, otras como Diana Sacayán encendían gomas en lo profundo de la Ruta 3 en La Matanza, junto al movimiento piquetero.
En la tele se escuchaba repetidamente “Estado de sitio” y como ocurrió hace casi dos años con la frase “quédate en casa” al comienzo de la pandemia de la Covid-19, las travas debíamos salir a como dé lugar a pararnos en las esquinas para subsistir.
En la tele se escuchaba “Estado de sitio” las travas debíamos salir igual a pararnos en las esquinas para subsistir.
Aquellas jornadas que nos marcaron a fuego a varias generaciones, sirvieron para que muchas de nosotras tomemos conciencia de lo terrible que son las políticas cisheterosexuales, las travestis veníamos de décadas de represión, persecución, encarcelamiento y poco creímos en una democracia que no solo nos dejó siempre por fuera de ella, sino que no hizo más que criminalizarnos.
El 19 y 20 de diciembre, fue sin dudas un momento que jamás se borrará de mi cabeza, pensar en esa fecha es recordar el hambre y la militarización en nuestras barriadas, que aún persiste, es tener en la mente a la yuta apaleando a las Madres de Plaza de Mayo, es sentir el dolor de ver los cuerpos ejecutados de nuestros compañeros Maxi y Darío, asesinados por la policía, por orden del poder político de turno, es ir a los trueques a cambiar maquillajes por comida, también es saber que las políticas neoliberales nos condenan a la explotación sexual y laboral a quienes somos de la clase obrera, es saber que nos siguen privando de vidas dignas a quienes subvertimos a la heteronormatividad.
Para nosotras las travestis, aún persiste el “estado de sitio”, lo vivimos diariamente ante la persecución policial, ante los obstáculos que enfrentamos en las instituciones para acceder a nuestros derechos. Si bien el estallido social nos tocó a todes, no fue de igual manera, las travestis no perdimos nuestros ahorros en dólares, pues vivimos de la diaria, y como dijo nuestra compañera Lohana Berkins: el corralito de las pobres siempre fueron las zonas rojas.
Fuente: Revista Cítrica