Por Gustavo Rivera, Resumen Latinoamericano, 7 de diciembre de 2021.
Durante la década de los 80, El Salvador vivió un proceso de conflicto armado, en que el pueblo, organizado, se levantó contra el régimen militar y la represión de los años 70. La guerra en El Salvador dejó más de 74 mil muertxs, y más de 8 mil desaparecidxs.
Sobre lo que fue el conflicto armado existen múltiples lecturas e interpretaciones. En los últimos años, muralistas, poetas y cineastas “hijxs” de la guerra han intentado llenar de voces y nuevos significados un proceso que durante años fue empujado al silencio, o sobre el cuál hablaron muy pocos.
Julio López Fernández, productor y director de documentales. Julios es de nacionalidad salvadoreña y mexicana. Y su primer documental es La batalla del volcán. Una película que recoge testimonios de combatientes del ejército y de la guerrilla del FMLN, sobre la última batalla de la guerra civil salvadoreña, la última gran batalla , la batalla que definió el final de la guerra y aceleró la salida negociada y el proceso de Paz.
La Batalla del Volcán pretende ser una lectura más, sacando el foco de las voces que normalmente son invitadas a hablar del tema. Es una lectura de los hechos de 1989 en El Salvador, que constituyen la expresión local de un fenómeno global. Un documental valioso en un contexto donde, desde el gobierno, llaman al olvido.
¿Qué concepto de memoria se trabaja en la película?
Nosotros ocupamos la memoria como concepto político. El concepto político de la búsqueda de la memoria, cuando termina la Segunda Guerra Mundial, la comunidad judía, los sobrevivientes del holocausto salieron a contar al mundo y empezaron a hablar: tenemos que hacer memoria para que no vuelva a ocurrir, para que la gente sepa lo qué pasó y para que haya procesos de justicia y procesos de no repetición.
¿Para qué sirve este trabajo de memoria? Sirve para darle sentido a la tragedia. Hay tanta tragedia generada por esta tragedia totalizante, que la afectación, aparte de la inmediata, de la directa, de la física, como que el tejido social que queda destruido después de una violencia totalizante tiene que ser reconstruido. El primer paso para reconstruirlo es darle sentido, entender qué ocurrió y entender cómo nos afectó, y entender qué podemos hacer para curarnos, para curar ese tejido social, para reconstruir ese tejido social. Dentro de eso se da la memoria.
Ahora, la memoria se puede dar en un montón de formas discursivas, y en este caso el cine, y dentro del cine, específicamente el documental. Entonces, para mí era muy importante hacer mi película de memoria de la guerra civil salvadoreña tomando como referente los primeros documentales de memoria bajo esta idea política, que vienen tal vez desde Patricio Guzmán con La Batalla de Chile e instaura ese modelo que todavía sigue operando. Y la tradición de documental de memoria en Argentina es poderosísima. Desde el trabajo que hizo Fernando Birri, Pino Solana, Getino, y hasta terminar en los últimos años con películas como Los Rubios. Que, bueno, Los Rubios ya tiene 15 o 18 años, le dieron vuelta a cómo entendemos la memoria en América Latina, rompiendo límites políticos, cinematográficos, discursivos. Ahora tenemos El Teatro de Guerra, de Lola Arias, de veteranos de la guerra de las Malvinas ingleses y argentinos hablando y recreando. Una película espectacular. Creo que el cine de memoria argentino, sin duda, siempre está a la cabeza en América Latina de esa exploración.
En nuestro caso, lo que estamos haciendo nosotros, que somos la generación de los niños y niñas de los 80, que nos tocó vivir la guerra como bebés o como niños y niñas, que ahora estamos haciendo estas películas de memoria en Centroamérica, sobre todo en los países que tuvieron la guerra abierta y declarada, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Y bueno, somos una generación y lo estamos haciendo con esta categoría política de memoria, y también, así como en Chile, Brasil, Argentina y Colombia que tienen su generación propia de piezas artísticas y cinematográficas, nosotros en Centroamérica también.
Me llamó la atención esto que dijiste de “hacer sentido de la guerra”. Hay varias intervenciones donde las personas involucradas hacen énfasis en hablar. Vos buscabas ese hablar como uno de los ejes centrales del proyecto. ¿Crees que se puede hacer sentido si uno no habla, comunica, transmite?
La película está construida como un gran ejercicio de diálogo entre distintos interlocutores. El primer nivel tal vez es el de las personas propias, que es un diálogo entre las personas y sus pasados que se despliega enfrente de la cámara. También hay un nivel en que la persona habla con el espacio, justamente dentro de esta puesta en escena de llevar a las personas donde (lo) vivieron. Pero luego se empieza a dar un diálogo entre terceros, cuando un militante habla con otro militante compañero y empiezan a dialogar, y luego empiezan a hablar con miembros del bando contrario.
Creo que hay un diálogo muy importante también generacional entre el grupo que hicimos la película, que éramos de una generación más joven que los militantes, también hay como un diálogo entre los que están frente a la cámara y los que están detrás. Y el último diálogo, el que termina siendo el más importante, el fundamental de todos, que es el que la película y lo que cuenta la película genera con el público, sobre todo con el público salvadoreño, que es él tiene que darle sentido a la guerra dentro de sus propias vidas, dentro de sus propias familias.
La película está hecha como eso, un ejercicio de diálogo. Está esta triada dentro de los procesos de memoria de que hablábamos, que se repite mucho en los procesos de justicia en un crimen de lesa humanidad o en procesos de violencia totalizante, que es Memoria, Verdad y Justicia. Ese trío de palabras va en ese orden, no es, al contrario. Primero se tiene que hacer memoria, que es a donde se habla, se cuenta, se reconstruye qué fue lo que pasó. Luego se busca la verdad, porque la memoria no es verdad, es un proceso propio y nosotros nos recordamos de lo que nos interesa, o conviene, o necesitamos recordar u olvidar. Pero luego tiene que venir un proceso de verdad donde procesos de equipos jurídicos determinen qué fue lo que pasó, a qué horas pasó, quién lo hizo, quién lo ordenó, quién lo sufrió, cuáles fueron realmente los daños. Y a partir de tener esa información, una verdad jurídica, se hacen procesos de justicia restaurativa.
En El Salvador no tuvimos ni siquiera los procesos de memoria, olvidémonos de tener proceso de verdad, de justicia, menos. Evidentemente hay casos aislados, la Ley de Amnistía se derogó hace unos cinco años, ya están dándose los primeros juicios, pero es algo mínimo respecto a todo lo que se pudo haber hecho respecto a la guerra. La película aborda estos temas desde este punto de vista humanista y hace este ejercicio de tener este diálogo honesto, y creo que eso también ha hecho que la gente conecte de una manera muy especial con la película, sin importar el bando con el que uno simpatice, o el color de la ideología que uno profese.
Este “factor humano” … ¿fue por eso la elección de personajes?, ¿por eso no acudiste a ningún mando o a ninguna figura que fuera muy políticamente vinculable?
Una de las decisiones políticas de la película era, no vamos a entrevistar a ningún líder de ninguno de los bandos, a ninguna figura pública, porque estos líderes y estas figuras ya tuvieron muchos años la oportunidad de dar su versión, y su versión ya está ahí, y es una versión que está condicionada por intereses particulares. Yo quería que esta película fuera narrada por lo que yo llamo la “gente de las trincheras”, los soldados, los guerrilleros que estaban en la primera fila del combate, realmente combatiendo, y los civiles que se vieron metidos en medio de esas líneas de fuego.
Generalmente se habla que en El Salvador impera el silencio porque es un tema tan grande que no se supo cómo sacarlo, pero ustedes se toparon con un montón de personas que estaban dispuestas a hablar…
Cuando nosotros hicimos La Batalla, la guerra había terminado hace 20 años, y, contrario a lo que muchos pudieran pensar, todo mundo quiere hablar, todo mundo quiere recordar, todo mundo quiere darle sentido. O sea, no todo mundo, pero yo creo que es una mayoría de la gente que sí quiere tener estos procesos.
Creo que La Batalla del volcán se hizo en un momento muy específico que permitía mucho el diálogo. Porque el FMLN había llegado al poder, entonces toda la gente que participó en la guerrilla tenía una perspectiva muy diferente a la que tuvo unos años antes, a la que puede tener ahora, que ha cambiado totalmente el panorama político en El Salvador, entonces, en ese momento creo que era muy propicio para hablar.
Otra cosa importante. Nosotros hicimos este análisis de porqué la gente no hablaba en El Salvador, más allá de que, desde la institucionalidad del estado y de la sociedad civil, no se quiso o no se pudo crear los espacios de diálogo y de memoria y de reflexión, de análisis, de perdón, de reconciliación. Entonces, una persona por qué no habla. Nosotros identificamos que, primero, no hablas por miedo, por tu seguridad. Porque la cultura del terror, dentro de los gobiernos represivos y luego durante la guerra, generó en la gente un pánico de hablar. Uno no podía usar barba, no podía leer tal libro, no podía escuchar, porque desaparecía. Al igual que pasó en Sudamérica muchos años.
El miedo, la seguridad por cuidar a los demás. Luego está también el dolor, son procesos que duelen mucho y que en un momento no se hablan, pero que está muy comprobado en psicología que la forma de curarlos es hablarlos y darles sentido. Y encontramos un tercer factor que es muy doloroso y triste de encontrarlo frente a frente: y es la vergüenza, la pena, el remordimiento, sobre todo en la gente que participó en la guerra, porque es imposible hacer una guerra, vivir una guerra, pelear una guerra sin cometer errores. Errores que pudieron haber costado la vida de mucha gente, que pudieron haber causado mucho dolor. Y ese remordimiento, esa pena, creo que ha pesado mucho en el lado de los combatientes, respecto a lo que se habla o no se habla.
Entonces, no es fácil, pero se tiene que ir desmontando, y creo que la película es un buen ejemplo de cómo sí se puede y todavía estamos a tiempo en El Salvador de seguir teniendo estos procesos tan necesarios, porque nos ayudan a entender este presente tan desastroso que tenemos actualmente.
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Fuente: Revista Marcha