Un año y medio después de la llegada del virus, algunos habrán empezado a preguntarse por qué las élites gobernantes, habitualmente sin escrúpulos, decidieron congelar la maquinaria mundial de obtención de beneficios ante un agente patógeno que se dirige casi exclusivamente a los improductivos (mayores de 80 años). ¿Por qué tanto celo humanitario? ¿Cui bono? Sólo aquellos que no están familiarizados con las maravillosas aventuras de GloboCap pueden engañarse pensando que el sistema decidió cerrarse por compasión. Seamos claros desde el principio: a los grandes depredadores del petróleo, las armas y las vacunas les importa un bledo la humanidad.
En los tiempos pre-covid, la economía mundial estaba al borde de otro colosal colapso. He aquí una breve crónica de cómo se iba acumulando la presión:
Junio de 2019: En su Informe Económico Anual, el Banco de Pagos Internacionales (BPI), con sede en Suiza, el “Banco Central de todos los bancos centrales”, hace sonar las alarmas internacionales. El documento destaca el “sobrecalentamiento […] en el mercado de préstamos apalancados”, donde “los estándares crediticios se han deteriorado” y “las obligaciones de préstamos colateralizados (CLO) se han disparado, lo que recuerda el fuerte aumento de las obligaciones de deuda colateralizada [CDO] que amplificó la crisis de las hipotecas de alto riesgo [en 2008]”. En pocas palabras, el vientre de la industria financiera vuelve a estar lleno de basura.
9 de agosto de 2019: El BPI publica un documento de trabajo en el que pide “medidas de política monetaria no convencionales” para “aislar la economía real de un mayor deterioro de las condiciones financieras”. El documento indica que, al ofrecer “crédito directo a la economía” durante una crisis, los préstamos del banco central “pueden sustituir a los bancos comerciales en la concesión de préstamos a las empresas”.
15 de agosto de 2019: Blackrock Inc, el fondo de inversión más poderoso del mundo (que gestiona alrededor de 7 billones de dólares en fondos de acciones y bonos), publica un libro blanco titulado “Dealing with the next downturn”. Esencialmente, el documento da instrucciones a la Reserva Federal de Estados Unidos para que inyecte liquidez directamente en el sistema financiero para evitar “una caída dramática”. De nuevo, el mensaje es inequívoco: “Se necesita una respuesta sin precedentes cuando la política monetaria se agota y la política fiscal por sí sola no es suficiente. Esa respuesta implicará probablemente ir directamente: encontrar la manera de que el dinero del banco central llegue directamente a las manos de quienes gastan en el sector público y privado”, evitando al mismo tiempo la “hiperinflación”. Los ejemplos incluyen la República de Weimar en la década de 1920, así como Argentina y Zimbabue más recientemente.
22 – 24 de agosto de 2019: Los banqueros centrales del G7 se reúnen en Jackson Hole, Wyoming, para debatir el documento de BlackRock junto con las medidas urgentes para evitar el inminente colapso. En palabras premonitorias de James Bullard, presidente de la Reserva Federal de San Luis: “Tenemos que dejar de pensar que el año que viene las cosas van a ser normales”.
15 – 16 de septiembre de 2019: La desaceleración se inaugura oficialmente con un repunte de los tipos repo (del 2 al 10,5 por ciento). “Repo” es la abreviatura de “acuerdo de recompra”, un contrato en el que los fondos de inversión prestan dinero contra activos de garantía (normalmente valores del Tesoro). En el momento del intercambio, los operadores financieros (bancos) se comprometen a recomprar los activos a un precio más alto, normalmente a un día. En resumen, los “repos” son préstamos con garantía a corto plazo. Son la principal fuente de financiación de los operadores en la mayoría de los mercados, especialmente la galaxia de los derivados. Una falta de liquidez en el mercado de repos puede tener un efecto dominó devastador en los principales sectores financieros.
17 de septiembre de 2019: La Fed comienza el programa monetario de emergencia, bombeando cientos de miles de millones de dólares a la semana en Wall Street, ejecutando efectivamente el plan “ir directo” de BlackRock. (Como era de esperar, en marzo de 2020 la Fed contratará a BlackRock para gestionar el paquete de rescate en respuesta a la crisis del covid-19).
19 de septiembre de 2019: Donald Trump firma la Orden Ejecutiva 13887, por la que se crea un Grupo de Trabajo Nacional para la Vacuna contra la Gripe cuyo objetivo es desarrollar un plan nacional de 5 años para promover el uso de tecnologías de fabricación de vacunas más ágiles y escalables y acelerar el desarrollo de vacunas que protejan contra muchos o todos los virus de la gripe”. Esto es para contrarrestar “una pandemia de gripe”, que, “a diferencia de la gripe estacional […] tiene el potencial de extenderse rápidamente por todo el mundo, infectar a un mayor número de personas y causar altas tasas de enfermedad y muerte en poblaciones que carecen de inmunidad previa”. Como alguien adivinó, la pandemia era inminente, mientras que en Europa también estaban en marcha los preparativos.
18 de octubre de 2019: En Nueva York, se simula una pandemia zoonótica mundial durante el Evento 201, un ejercicio estratégico coordinado por el Centro de Bioseguridad Johns Hopkins y la Fundación Bill y Melinda Gates.
21 – 24 de enero de 2020: Se celebra la reunión anual del Foro Económico Mundial en Davos (Suiza), en la que se habla tanto de economía como de vacunas.
23 de enero de 2020: China pone en aislamiento a Wuhan y otras ciudades de la provincia de Hubei.
11 de marzo de 2020: El director general de la OMS califica el covid-19 de pandemia. El resto es historia.
Unir los puntos es un ejercicio bastante sencillo. Si lo hacemos, podríamos ver surgir un esquema narrativo bien definido, cuyo resumen sucinto dice lo siguiente: los confinamientos y la suspensión global de las transacciones económicas tenían como objetivo 1) Permitir a la Reserva Federal inundar los maltrechos mercados financieros con dinero recién impreso a la vez que se aplazaba la hiperinflación; y 2) Introducir programas de vacunación masiva y pasaportes sanitarios como pilares de un régimen neofeudal de acumulación capitalista. Como veremos, los dos objetivos se funden en uno solo.
En 2019 la economía mundial estaba plagada de la misma enfermedad que había causado la crisis crediticia de 2008. Se asfixiaba bajo una montaña insostenible de deuda. Muchas empresas públicas no podían generar suficientes beneficios para cubrir el pago de los intereses de sus propias deudas y se mantenían a flote únicamente mediante la concesión de nuevos préstamos. Las “empresas zombi” (con baja rentabilidad interanual, caída de la facturación, márgenes reducidos, flujo de caja limitado y un balance muy apalancado) surgían por doquier. El colapso del mercado de repos de septiembre de 2019 debe situarse en este frágil contexto económico.
Cuando el aire está saturado de materiales inflamables, cualquier chispa puede provocar la explosión. Y en el mágico mundo de las finanzas, “tout se tient”: un aleteo de mariposa en un determinado sector puede hacer caer todo el castillo de naipes. En los mercados financieros alimentados por préstamos baratos, cualquier aumento de los tipos de interés es potencialmente cataclísmico para los bancos, los fondos de cobertura, los fondos de pensiones y todo el mercado de bonos del Estado, porque el coste de los préstamos aumenta y la liquidez se seca. Es lo que ocurrió con el “repocalipsis” de septiembre de 2019: los tipos de interés se dispararon hasta el 10,5 por ciento en cuestión de horas, el pánico se desató afectando a los futuros, las opciones, las divisas y otros mercados en los que los operadores apostaban tomando prestado de los “repos”. La única forma de desactivar el contagio fue arrojando toda la liquidez necesaria al sistema, como si los helicópteros lanzaran miles de galones de agua sobre un incendio forestal. Entre septiembre de 2019 y marzo de 2020, la Fed inyectó más de 9 billones de dólares en el sistema bancario, lo que equivale a más del 40 por ciento del PIB estadounidense.
Los confinamientos salvaron a los mercados financieros
Por lo tanto, la narrativa dominante debería invertirse: el mercado de valores no se derrumbó (en marzo de 2020) porque se tuvieran que imponer confinamientos; más bien, se tuvieron que imponer los confinamientos porque los mercados financieros se estaban derrumbando. Con los confinamientos llegó la suspensión de las transacciones comerciales, que drenó la demanda de crédito y detuvo el contagio. En otras palabras, la reestructuración de la arquitectura financiera mediante una política monetaria extraordinaria estaba supeditada a que se apagara el motor de la economía. Si la enorme masa de liquidez bombeada al sector financiero hubiera llegado a las transacciones sobre el terreno, se habría desencadenado un tsunami monetario de consecuencias catastróficas.
Como afirmó la economista Ellen Brown, fue “otro rescate”, pero esta vez “al amparo de un virus”. Del mismo modo, John Titus y Catherine Austin Fitts señalaron que la “varita mágica” del covid-19 permitió a la Fed ejecutar el plan de “ir directo” de BlackRock, literalmente: llevó a cabo una compra sin precedentes de bonos del Estado, mientras que, en una escala infinitesimal, también emitió “préstamos covid” respaldados por el gobierno a las empresas. En resumen, sólo un coma económico inducido proporcionaría a la Reserva Federal el espacio necesario para desactivar la bomba de relojería que estaba haciendo tictac en el sector financiero. Cribado por la histeria de las masas, el banco central estadounidense tapó los agujeros del mercado de préstamos interbancarios, esquivando la hiperinflación, así como el “Consejo de Supervisión de la Estabilidad Financiera” (la agencia federal para la supervisión del riesgo financiero creada tras el colapso de 2008). Sin embargo, el proyecto de “ir directo” también debe enmarcarse como una medida desesperada, ya que sólo puede prolongar la agonía de una economía global cada vez más rehén de la impresión de dinero y la inflación artificial de los activos financieros.
En el centro de nuestro predicamento se encuentra un impasse estructural insuperable. La financiarización apalancada por la deuda es la única línea de fuga del capitalismo contemporáneo, la inevitable ruta de avance-escape de un modelo reproductivo que ha alcanzado su límite histórico. Los capitales se dirigen a los mercados financieros porque la economía basada en el trabajo es cada vez menos rentable. ¿Cómo hemos llegado a esto?
La respuesta puede resumirse de la siguiente manera 1. La misión de la economía de generar plusvalía es a la vez la de explotar la fuerza de trabajo y la de expulsarla de la producción. Esto es lo que Marx llamaba la “contradicción móvil” del capitalismo (1). Aunque constituye la esencia de nuestro modo de producción, esta contradicción hoy en día es contraproducente, convirtiendo la economía política en un modo de devastación permanente. 2. La razón de este cambio de suerte es el fracaso objetivo de la dialéctica trabajo-capital: la aceleración sin precedentes de la automatización tecnológica desde los años 80 hace que se expulse de la producción más fuerza de trabajo de la que se (re)absorbe. La contracción del volumen de los salarios hace que el poder adquisitivo de una parte creciente de la población mundial disminuya, con el endeudamiento y la inmisericordia como consecuencias inevitables. 3. Como se produce menos plusvalía, el capital busca rendimientos inmediatos en el sector financiero apalancado por la deuda en lugar de hacerlo en la economía real o invirtiendo en sectores socialmente constructivos como la educación, la investigación y los servicios públicos.
La conclusión es que el cambio de paradigma en curso es la condición necesaria para la supervivencia (distópica) del capitalismo, que ya no es capaz de reproducirse a través del trabajo asalariado de masas y la utopía consumista que lo acompaña. La agenda pandémica fue dictada, en última instancia, por la implosión sistémica: la caída de la rentabilidad de un modo de producción que la automatización desenfrenada está haciendo obsoleto. Por esta razón inmanente, el capitalismo es cada vez más dependiente de la deuda pública, los bajos salarios, la centralización de la riqueza y el poder, el estado de emergencia permanente y las acrobacias financieras.
Si “seguimos al dinero” veremos que el bloqueo económico atribuido taimadamente a un virus ha logrado resultados nada despreciables, no sólo en términos de ingeniería social, sino también de depredación financiera. Destacaré rápidamente cuatro de ellos.
1) Como se preveía, ha permitido a la Reserva Federal reorganizar el sector financiero imprimiendo un flujo continuo de miles de millones de dólares de la nada; 2) Ha acelerado la extinción de las pequeñas y medianas empresas, permitiendo a los grandes grupos monopolizar los flujos comerciales; 3) Ha deprimido aún más los salarios laborales y ha facilitado un importante ahorro de capital mediante el “trabajo inteligente” (que es especialmente inteligente para quienes lo aplican); 4) Ha permitido el crecimiento del comercio electrónico, la explosión de las grandes tecnologías y la proliferación de la industria farmacéutica, que también incluye la tan denostada industria del plástico, que ahora produce millones de nuevas mascarillas y guantes cada semana, muchos de los cuales acaban en los océanos (para alegría de los “nuevos comerciantes verdes”). Sólo en 2020, la riqueza de los cerca de 2.200 multimillonarios del planeta creció en 1,9 billones de dólares, un aumento sin precedentes históricos. Todo ello gracias a un patógeno tan letal que, según datos oficiales, sólo el 99,8 por ciento de los infectados sobrevive, la mayoría de ellos sin experimentar ningún síntoma.
Hacer el capitalismo de otra manera
El motivo económico de la “caza” del covid debe situarse en un contexto más amplio de transformación social. Si rascamos la superficie de la narrativa oficial, empieza a tomar forma un escenario neofeudal. Masas de consumidores cada vez más improductivos están siendo regimentadas y desechadas, simplemente porque el Sr. Global ya no sabe qué hacer con ellas. Junto con los subempleados y los excluidos, las clases medias empobrecidas son ahora un problema que hay que manejar con el palo de los cierres, los toques de queda, la vacunación masiva, la propaganda y la militarización de la sociedad, en lugar de con la zanahoria del trabajo, el consumo, la democracia participativa, los derechos sociales (sustituidos en el imaginario colectivo por los derechos civiles de las minorías) y las “vacaciones bien ganadas”.
Por lo tanto, es ilusorio creer que el propósito de los confinamientos es terapéutico y humanitario. ¿Cuándo se ha preocupado el capital por el pueblo? La indiferencia y la misantropía son los rasgos típicos del capitalismo, cuya única pasión real es el beneficio, y el poder que conlleva. Hoy en día, el poder capitalista puede resumirse con los nombres de los tres mayores fondos de inversión del mundo: BlackRock, Vanguard y State Street Global Advisor. Estos gigantes, situados en el centro de una inmensa galaxia de entidades financieras, gestionan una masa de valor cercana a la mitad del PIB mundial y son los principales accionistas de cerca del 90 por ciento de las empresas cotizadas. En torno a ellos gravitan instituciones transnacionales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Foro Económico Mundial, la Comisión Trilateral y el Banco de Pagos Internacionales, cuya función es coordinar el consenso dentro de la constelación financiera. Podemos suponer sin temor a equivocarnos que todas las decisiones estratégicas clave ‑económicas, políticas y militares- están, como mínimo, muy influenciadas por estas élites. ¿O queremos creer que el virus les ha cogido por sorpresa? Más bien, el SARS-CoV‑2 ‑que, según admiten el CDC y la Comisión Europea, nunca ha sido aislado ni purificado- es el nombre de un arma especial de guerra psicológica que se desplegó en el momento de mayor necesidad.
¿Por qué deberíamos confiar en un megacártel farmacéutico (la OMS) que no se encarga de la “salud pública”, sino de comercializar productos privados en todo el mundo a las tarifas más rentables posibles? Los problemas de salud pública se derivan de las pésimas condiciones de trabajo, de la mala alimentación, de la contaminación del aire, del agua y de los alimentos y, sobre todo, de la pobreza galopante; sin embargo, ninguno de estos “patógenos” figura en la lista de preocupaciones humanitarias de la OMS. Los inmensos conflictos de intereses entre los depredadores de la industria farmacéutica, las agencias médicas nacionales y supranacionales, y los cínicos ejecutores políticos, son ahora un secreto a voces. No es de extrañar que el día en que el covid-19 fue clasificado como pandemia, el FEM, junto con la OMS, lanzara la Plataforma de Acción contra el covid, una coalición de “protección de la vida” dirigida por más de 1.000 de las empresas privadas más poderosas del mundo.
Lo único que le importa a la camarilla que dirige la orquesta de la emergencia sanitaria es alimentar la máquina de obtener beneficios, y cada movimiento se planifica con este fin, con el apoyo de un frente político y mediático motivado por el oportunismo. Si la industria militar necesita guerras, la industria farmacéutica necesita enfermedades. No es casualidad que la “salud pública” sea, con mucho, el sector más rentable de la economía mundial, hasta el punto de que las grandes farmacéuticas gastan en grupos de presión el triple que las grandes petroleras y el doble que las grandes tecnológicas. La demanda potencialmente interminable de vacunas y brebajes genéticos experimentales ofrece a los cárteles farmacéuticos la perspectiva de flujos de beneficios casi ilimitados, especialmente cuando se garantizan con programas de vacunación masiva subvencionados con dinero público (es decir, con más deuda que caerá sobre nuestras cabezas).
¿Por qué se han prohibido o saboteado criminalmente todos los tratamientos covid? Como admite cándidamente la FDA, el uso de vacunas de emergencia sólo es posible si “no hay alternativas adecuadas, aprobadas y disponibles”. Un caso de verdad oculta a la vista. Además, la actual religión de las vacunas está estrechamente vinculada al auge del fármaco-dólar, que, al alimentarse de las pandemias, está llamado a emular las glorias del “petrodólar”, permitiendo a Estados Unidos seguir ejerciendo la supremacía monetaria mundial. ¿Por qué toda la humanidad (¡incluidos los niños!) debe inyectarse “vacunas” experimentales con efectos adversos cada vez más preocupantes pero sistemáticamente minimizados, cuando más del 99 por ciento de los infectados, la gran mayoría asintomáticos, se recuperan? La respuesta es obvia: porque las vacunas son el becerro de oro del tercer milenio, mientras que la humanidad es material de explotación de “última generación” en modalidad de cobaya.
En este contexto, la puesta en escena de la pantomima de la emergencia tiene éxito gracias a una manipulación inaudita de la opinión pública. Todo “debate público” sobre la pandemia está descaradamente privatizado, o más bien monopolizado por la creencia religiosa en comités técnico-científicos financiados por las élites financieras. Todo “debate libre” se legitima mediante la adhesión a protocolos pseudocientíficos cuidadosamente purgados del contexto socioeconómico: se “sigue la ciencia” mientras se finge no saber que “la ciencia sigue el dinero”. La famosa afirmación de Karl Popper de que la “ciencia real” sólo es posible bajo la égida del capitalismo liberal en lo que él llamaba “la sociedad abierta” (2), se está haciendo realidad en la ideología globalista que anima, entre otros, la Open Society Foundation de George Soros. La combinación de “ciencia real” y “sociedad abierta e inclusiva” hace que la doctrina covid sea casi imposible de desafiar.
Para el covid-19, pues, podríamos imaginar la siguiente agenda. Se prepara una narrativa ficticia basada en un riesgo epidémico presentado de tal manera que promueva el miedo y el comportamiento sumiso. Lo más probable es que se trate de un caso de reclasificación diagnóstica. Todo lo que se necesita es un virus de la gripe epidemiológicamente ambiguo, sobre el que construir un relato agresivo de contagio relacionable con zonas geográficas en las que el impacto de las enfermedades respiratorias o vasculares en la población de edad avanzada e inmunodeprimida es elevado, quizás con el agravante de la fuerte contaminación. No hay que inventar mucho, puesto que las unidades de cuidados intensivos de los países “avanzados” ya se habían colapsado en los años anteriores a la llegada del covid, con picos de mortalidad para los que nadie había soñado con exhumar la cuarentena. En otras palabras, los sistemas de salud pública ya habían sido demolidos y, por tanto, preparados para el escenario pandémico.
Pero esta vez hay método en la locura: se declara el estado de emergencia, lo que desencadena el pánico, provocando a su vez el atasco de hospitales y residencias (con alto riesgo de sepsis), la aplicación de nefastos protocolos y la suspensión de la asistencia médica. Et voilà, ¡el virus asesino se convierte en una profecía autocumplida! La propaganda que recorre los principales centros de poder financiero (especialmente Norteamérica y Europa) es esencial para mantener el “estado de excepción” (Carl Schmitt), que se acepta inmediatamente como la única forma posible de racionalidad política y existencial. Poblaciones enteras expuestas al fuerte bombardeo mediático se rinden por autodisciplina, adhiriéndose con grotesco entusiasmo a formas de “responsabilidad cívica” en las que la coacción se transforma en altruismo.
La prueba PCR es el motor de la pandemia
Todo el guión de la pandemia ‑desde la “curva de contagio” hasta las “muertes de covid“- se apoyan en la prueba PCR, autorizada para la detección del SARS-CoV‑2 por un estudio elaborado en tiempo récord por encargo de la OMS. Como muchos sabrán a estas alturas, la falta de fiabilidad diagnóstica de la prueba PCR fue denunciada por su propio inventor, el premio Nobel Kary Mullis (desgraciadamente fallecido el 7 de agosto de 2019), y reiterada recientemente por, entre otros, 22 expertos de prestigio internacional que exigieron su retirada por claros fallos científicos. Obviamente, la petición cayó en saco roto.
Funciona a través de los infames “umbrales de ciclo“: cuantos más ciclos haga, más falsos positivos (infecciones, muertes por covid) producirá, como admitió imprudentemente incluso el gurú Anthony Fauci al afirmar que los hisopos no tienen valor por encima de los 35 ciclos. Ahora bien, ¿por qué durante la pandemia se llevaron a cabo rutinariamente amplificaciones de 35 ciclos o más en los laboratorios de todo el mundo? Incluso el New York Times ‑que ciertamente no es una guarida de peligrosos negadores del covid- planteó esta cuestión clave el verano pasado. Gracias a la sensibilidad del hisopo, la pandemia puede abrirse y cerrarse como un grifo, lo que permite al régimen sanitario ejercer un control total sobre el “monstruo numerológico” de los casos y las muertes por covid, los instrumentos clave del terror cotidiano.
Todo este alarmismo continúa hoy en día, a pesar de la flexibilización de algunas medidas. Para entender por qué, debemos volver al motivo económico. Como se ha señalado, los bancos centrales han creado varios billones de dinero recién impreso con unos pocos clics de ratón y los han inyectado en los sistemas financieros, donde han permanecido en gran parte. El objetivo de la fiebre de impresión era tapar los calamitosos déficits de liquidez. La mayor parte de este “dinero mágico” sigue congelado en el sistema bancario en la sombra, en las bolsas de valores y en varios esquemas de moneda virtual que no están destinados a ser utilizados para el gasto y la inversión. Su función es únicamente proporcionar préstamos baratos para la especulación financiera. Esto es lo que Marx llamaba “capital ficticio”, que continúa expandiéndose en un bucle orbital que ahora es completamente independiente de los ciclos económicos sobre el terreno.
La conclusión es que no se puede permitir que todo este dinero en efectivo inunde la economía real, ya que ésta se recalentaría y desencadenaría una hiperinflación. Y aquí es donde el virus sigue siendo útil. Si al principio sirvió para “aislar la economía real” (citando de nuevo el documento del BPI), ahora supervisa su tímida reapertura, caracterizada por la sumisión al dogma de la vacunación y a los métodos cromáticos de regimentación masiva, que pronto podrían incluir el bloqueo climático. ¿Recuerdan cómo se nos dijo que sólo las vacunas nos devolverían la “libertad“? Como era de esperar, ahora descubrimos que el camino hacia la libertad está plagado de “variantes”, es decir, de iteraciones del virus. Su objetivo es aumentar el “recuento de casos” y, por lo tanto, prolongar los estados de emergencia que justifican la producción de dinero virtual por parte de los bancos centrales para monetizar la deuda y financiar los déficits. En lugar de volver a los tipos de interés normales, las élites optan por normalizar la emergencia sanitaria alimentando el fantasma del contagio. El tan publicitado “tapering” (reducción del estímulo monetario) puede, por tanto, esperar, al igual que el “pandexit”.
En la Unión Europea, por ejemplo, el “programa de compras de emergencia para la pandemia” del Banco Central Europeo, de 1,85 billones de euros, conocido como PEPP, está previsto que continúe hasta marzo de 2022. Sin embargo, se ha insinuado que podría ser necesario ampliarlo más allá de esa fecha. Mientras tanto, la variante delta está causando estragos en la industria de los viajes y el turismo, con nuevas restricciones (incluida la cuarentena) que interrumpen la temporada de verano. Una vez más, parece que estamos atrapados en una profecía autocumplida (especialmente si, como han insinuado el premio Nobel Luc Montagnier y muchos otros, las variantes, por leves que sean, son consecuencia de agresivas campañas de vacunación masiva). Sea como fuere, lo fundamental es que el capitalismo senil sigue necesitando al virus, cuya única posibilidad de supervivencia depende de generar un cambio de paradigma del liberalismo al autoritarismo oligárquico.
Aunque su crimen dista mucho de ser perfecto, hay que reconocer a los orquestadores de este golpe global una cierta brillantez sádica. Su juego de manos ha tenido éxito, tal vez incluso más allá de las expectativas. Sin embargo, cualquier poder que pretenda la totalización está destinado a fracasar, y esto se aplica también a los sumos sacerdotes de la religión covid y a las marionetas institucionales que han movilizado para desplegar la psicopatología de la emergencia sanitaria. Después de todo, el poder tiende a engañarse a sí mismo sobre su omnipotencia. Los que están sentados en la sala de control no se dan cuenta de hasta qué punto su dominio es incierto. Lo que no ven es que su autoridad depende de una “misión superior”, a la que permanecen parcialmente ciegos, a saber, la autorreproducción anónima de la matriz capitalista. El poder actual reside en la máquina de hacer beneficios, cuyo único propósito es continuar su temerario viaje, que podría conducir a la extinción prematura del Homo sapiens. Las élites que han embaucado al mundo para que obedezca al covid son la manifestación antropomórfica del autómata capitalista, cuya invisibilidad es tan astuta como la del propio virus. Y la novedad de nuestra época es que la “sociedad cerrada” es el modelo que mejor garantiza la reproducibilidad de la máquina capitalista, independientemente de su destino distópico.
(1) Karl Marx, Grundrisse (London: Penguin, 1993), 706.
(2) Karl Popper, The Open Society and its Enemies, 2 volumes (Princeton: Princeton UP, 2013).
Fabio Vighi https://thephilosophicalsalon.com/a‑self-fulfilling-prophecy-systemic-collapse-and-pandemic-simulation/
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