Resumen Latinoamericano, 15 de diciembre de 2021-.
Dos enviados especiales de El Salto Andalucía pasan un día en la primera línea del frente de guerra entre El Sáhara y Marruecos, un conflicto eternizado que se ha endurecido en el último año y no parece atraer la atención de los grandes medios.
a semana de nuestra presencia en los campamentos de refugiados saharauis, del 12 al 19 de noviembre de 2021, coincidió con la intensificación de los ataques con drones de combate contra civiles saharauis por parte de Marruecos, en las zonas liberadas del Sáhara Occidental, territorio en el que se desarrolla la guerra entre ambos ejércitos.
Unas semanas antes, dos grupos de periodistas internacionales se trasladaron al lugar para acompañar al ejército saharaui, con el objetivo de cubrir el conflicto armado, iniciado el 13 de noviembre de 2020. Quedó claro entonces que velar por la seguridad de los extranjeros en los campos de batalla es una tarea extraordinariamente compleja; quizás por esto no resultó fácil que las autoridades saharauis organizaran nuestro viaje al frente de combate.
Desde la salida de los campamentos, podíamos esperar que, en cualquier momento, apareciese ante nuestros ojos la luz del misil de un dron dirigiéndose hacia nosotros
Tras días de gestiones y contactos de todo tipo, el martes 16 de noviembre recibimos una llamada de confirmación para poder acompañar a los combatientes de la sexta región militar del Ejército de Liberación Popular Saharaui. En un Toyota Land Cruiser llegamos al punto de encuentro acordado, siguiendo las directrices del Frente Polisario, donde vinieron a buscarnos. La preparación de nuestro viaje se ha gestionado en absoluto secreto. A las 18:00 horas, abandonamos los campamentos de refugiados saharauis, donde viven unas 200.000 personas, cerca de la ciudad argelina de Tinduf. Ya es de noche. Una vez que atravesamos el último control de seguridad y van desapareciendo, poco a poco, las carreteras asfaltadas, el conductor, Bouchraya Mohamed Fadel, de 35 años, apaga las luces del vehículo. Estamos ya en campo de batalla y esa es la primera señal. ¿Es posible cruzar el desierto totalmente a oscuras? Esa pregunta queda sin respuesta hasta que llegamos al lugar elegido para pasar la noche, situado a 16 kilómetros del muro marroquí, según nos explica Beidela Ali Boumrah, un veterano militar que participó también en la anterior guerra (1975 – 1991). Ambos conocen su tierra como las palmas de sus manos.
Son ya casi las 22:00 horas cuando, de repente, aparecen más combatientes y vehículos saharauis. Formamos un grupo de casi 20 personas, de las que 12 se quedan a cenar con nosotros. Desde la salida de los campamentos, podíamos esperar que, en cualquier momento, apareciese ante nuestros ojos la luz del misil de un dron dirigiéndose hacia nosotros: una escena que, quien escribe esto, imaginó durante todo el viaje, puesto que Marruecos posee ese tipo de armas sofisticadas, difícilmente detectables; las mismas que utilizó justo esa semana en diferentes lugares para acabar con la vida de más de una docena de civiles saharauis.
Para nuestra seguridad, los militares nos sugieren dormir en lugares separados, camuflados bajo los ramajes de las acacias
Tras la cena, primero se sirve té y después kandra, una mezcla de té con leche para combatir el frío. Algunos de los militares que están con nosotros se van retirando, hasta que solo quedan tres de ellos. A pesar del peligro que nos acecha, éstos sacan tiempo para gastar bromas, contar las experiencias de la guerra anterior y discurrir sobre otros asuntos más banales. Es la noche más fría de toda nuestra estancia. Para nuestra seguridad, y para evitar el posible ataque de un dron de combate marroquí, los militares nos sugieren dormir en lugares separados, camuflados bajo los ramajes de las acacias.
No resulta nada fácil lograr conciliar el sueño cuando uno se encuentra tan cerca del muro militar más largo y peligroso que existe actualmente en el mundo. Veo pasar la película mental compuesta por los fotogramas de algunos recuerdos, con las caras de familiares y amigos del que, pensé, podría haber sido el último sueño de mi vida. Tras una larga noche de frío y miedo, por fin amanece. El pánico provocado por los recientes ataques de los drones continúa a flor de piel, pero al menos ya nos ilumina la luz del sol.
En el horizonte, vemos cómo el proyectil alcanza el objetivo y cae en la base militar marroquí
El plan, según nos explican, es dirigirse hacia la zona de la contienda en un convoy de cinco coches. Los militares, que se disponen a atacar con misiles de artillería, se instalan a cuatro kilómetros de la base militar marroquí, mientras que a nosotros nos conducen hacia la distancia más próxima posible del objetivo: a tan solo dos kilómetros de la misma. Tras el desayuno y la preparación, arrancamos a las 11.00 horas en cinco Toyotas, tres de los cuales transportan armamento pesado. Circulamos durante dos horas, a plena luz de día. En el camino, Mahfud Mohamed Fadel, el veterano conductor de nuestro coche, gracias a las indicaciones de uno de los soldados que hace a veces de copiloto, va surcando el desierto, subiendo y bajando cuestas y sorteando caminos rocosos, sin rumbo, al menos así nos parece a nosotros: “A la izquierda, para no ser detectado por el radar 17. Ahora, a la derecha, para evitar el radar 19”, le dice el soldado. Permanecemos así durante dos horas, hasta que por fin llegar al lugar convenido. Subimos hacia el punto más alto, hasta que alcanzamos una trinchera, desde donde se vislumbra la base militar marroquí. Con prismáticos, observamos a los soldados ejecutando sus tareas rutinarias. El reloj marca la una del mediodía. Quedan 15 minutos para el inicio del ataque.
De repente, se rompe el silencio del desierto. Los combatientes saharauis lanzan su primer misil. En el horizonte, vemos cómo el proyectil alcanza el objetivo y cae en la base militar marroquí. Suena un estruendo ensordecedor y se levanta una humareda negra hacia el cielo. Resguardado en la trinchera, mientras vigila la posición marroquí, el médico y combatiente Mahmud Salama Eydud, explica que “la primera táctica de los saharauis es la voluntad. Quieren morir defendiendo su territorio. No nos asustan ni los drones ni nada de lo que tenga Marruecos. La balanza militar siempre ha estado a su favor, pero eso nunca les ha dado la victoria”.
Los saharauis disparan más misiles, que caen en la base militar marroquí y en otros lugares cercanos. Tras siete minutos, los marroquíes responden con artillería pesada. Los soldados saharauis nos piden que permanezcamos inmóviles en nuestros puestos para no ser detectados. El ataque dura aproximadamente unos 20 minutos. Poco después, abandonamos la zona, siguiendo la misma ruta que a la ida, mientras los marroquíes siguen lanzando cohetes aleatoriamente. Como los saharauis ya han atacado, los marroquíes lo tienen mucho más fácil para seguir su rastro, ya sea por satélite, radar o drones de combate. Mientras circulamos entre la arena y las zonas escarpadas del desierto, Buchraya nos comenta que asocia el éxito de la misión al “sentido de grupo que ha surgido entre nosotros. Además, conocemos nuestra tierra a la perfección, por eso nos movemos con total libertad”, explica el joven militar.
Fuente: elsaltodiario.com