Argen­ti­na. La soja trans­gé­ni­ca y los agro­tó­xi­cos tam­bién cas­ti­gan a La Matanza

Por Ceci­lia Gár­gano*, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 6 de enero de 2022. 

En pleno conur­bano bonae­ren­se tam­bién impac­tan las fumi­ga­cio­nes con agro­tó­xi­cos. En Virrey del Pino, par­ti­do de La Matan­za, las fami­lias se orga­ni­za­ron y exi­gen que se prio­ri­ce la salud por sobre los nego­cios del agro. Una escue­la fumi­ga­da, la arti­cu­la­ción con las Madres del Barrio Itu­zain­gó de Cór­do­ba y la cró­ni­ca de una asam­blea barrial que solo pide una cosa: que no los enve­ne­nen más.

La entra­da al barrio Nico­le está en el kiló­me­tro 35 de la Ruta Nacio­nal 3, a la altu­ra de Virrey del Pino, en La Matan­za, el par­ti­do más exten­so y pobla­do de Bue­nos Aires. Mucho calor y el vien­to levan­ta tie­rra de las calles. En la Escue­la 210 habrá, como todos los sába­dos des­de octu­bre, una reu­nión de la Asam­blea Vecinxs Enve­ne­nadxs por Gli­fo­sa­to. En la puer­ta se arri­man algu­nas per­so­nas. Uno de ellos pre­gun­ta: “¿Ven esas lomi­tas? No son sie­rras, es relleno sani­ta­rio”. La con­ta­mi­na­ción del Ceam­se (uno de los basu­re­ros más gran­des del país), tam­bién de la empre­sa Klau­kol, así como las inun­da­cio­nes, son par­te de las his­tó­ri­cas pro­ble­má­ti­cas socio­am­bien­ta­les de la zona. La pos­ter­ga­ción en La Matan­za aho­ra suma a los agrotóxicos.

Conur­bano fumi­ga­do y el “sojal” de La Matanza

Lucía vive pró­xi­ma a un cam­po sem­bra­do de soja, lo lla­man “el sojal” y está a pocas cua­dras de la escue­la. Ella se quie­re mudar por­que sabe que está expues­ta a agro­tó­xi­cos en for­ma coti­dia­na. Cuen­ta de su aler­gia, de los volan­tes que repar­tió jun­to a un docen­te del esta­ble­ci­mien­to edu­ca­ti­vo. El mis­mo al que asis­te Adrián, de 9 años, uno de los tres hijos de Eri­ka Gebel y Miguel Rodrí­guez, que hace nue­ve años viven a metros del mis­mo cam­po, en el barrio Oro Verde.

Cuan­do Eri­ka y Miguel deci­die­ron dejar atrás la vida en la Capi­tal lo hicie­ron bus­can­do un entorno más sano para criar a sus hijos. El cam­po sem­bra­do ya había des­pla­za­do al tam­bo his­tó­ri­co del lugar. A su alre­de­dor había otras vivien­das, casas quin­tas: nada que los aler­ta­ra sobre la peli­gro­si­dad de habi­tar en sus inmediaciones.

Pero hace algu­nos años comen­za­ron un peri­plo sani­ta­rio bus­can­do res­pues­tas a las enfer­me­da­des com­par­ti­das por todo el gru­po fami­liar: dolo­res de cabe­za per­sis­ten­tes, aler­gias, san­gra­dos de nariz, pro­ble­mas de tiroi­des, irri­ta­ción de las vías res­pi­ra­to­rias. Las mis­mas que rela­tan a lo ancho y lar­go del país cien­tos de comu­ni­da­des fumi­ga­das en don­de tam­bién pro­li­fe­ran dis­tin­tos tipos de cán­cer, abor­tos espon­tá­neos, entre una lar­ga lis­ta de pato­lo­gías tan recu­rren­tes como no rele­va­das por nin­gún orga­nis­mo estatal.

Des­pués de con­sul­tas médi­cas reite­ra­das, por ini­cia­ti­va per­so­nal, Eri­ka deci­dió pro­bar suer­te en el área de Toxi­co­lo­gía del Hos­pi­tal de Niños Ricar­do Gutié­rrez. Recién enton­ces se ini­ció un pedi­do de estu­dios que, duran­te la cua­ren­te­na, dio como resul­ta­do nive­les alar­man­tes de gli­fo­sa­to (el her­bi­ci­da al que es resis­ten­te la soja trans­gé­ni­ca) en los cuer­pos de Adrián y Miguel, mien­tras que el res­to de la fami­lia pre­sen­tó sig­nos de expo­si­ción a otros pla­gui­ci­das.

Des­de enton­ces se puso al hom­bro la movi­li­za­ción, jun­to a veci­nas y veci­nos, y docen­tes de la zona orga­ni­za­ron la Asam­blea. Dice que le pusie­ron ese nom­bre por­que el gli­fo­sa­to es el agro­tó­xi­co más cono­ci­do, aun­que es sólo una par­te de los cóc­te­les quí­mi­cos en uso en la pro­duc­ción agrí­co­la. Tam­bién cuen­ta que reci­bió ame­na­zas pero que no tie­ne temor: “Mie­do me da cuan­do voy a la toxi­có­lo­ga”, reco­no­ce, micró­fono en mano.

Asamblea de vecinos envenenados por glifosfato La Matanza
Asam­blea de Veci­nos Enve­ne­na­dos por Gli­fo­sa­to en La Matanza

Madres de Itu­zain­gó, agro­tó­xi­cos en La Matan­za y la unión de luchas

El encuen­tro del sába­do es par­ti­cu­lar, hay invi­ta­das. Sofía Gati­ca y María Godoy son dos refe­ren­tes de las Madres del Barrio Itu­zain­gó Ane­xo en Cór­do­ba, uno de los hitos en la lucha con­tra los efec­tos sani­ta­rios del agro­ne­go­cio. Un jui­cio que avan­zó con una con­de­na iné­di­ta (aun­que con sabor a poco, la con­de­na penal dis­pu­so tres años con­ver­ti­dos a tareas comu­ni­ta­rias), que espe­ra su segun­da eta­pa, sus­pen­di­da por la pandemia.

Sofía dice que su barrio se pare­ce a éste del conur­bano: tam­bién es un barrio popu­lar, olvi­da­do por los pode­res de turno. Cuen­ta que la lucha fue dura, que con­si­guie­ron mucho, tam­bién que para cuan­do lle­gó el fallo muchos de sus hijos e hijas ya habían muer­to. Recuer­da el his­tó­ri­co acam­pe en la loca­li­dad cor­do­be­sa de Mal­vi­nas Argen­ti­nas, que des­pués de cua­tro años logró impe­dir la ins­ta­la­ción de una fábri­ca de Mon­san­to (hoy Bayer-Mon­san­to). Entre­la­za anéc­do­tas hila­ran­tes (como las perras en celo que lle­va­ron al cam­pa­men­to para impe­dir las mor­di­das de los perros de la poli­cía, o las zan­jas cava­das de noche para que no avan­za­ran los camio­nes) con dos adver­ten­cias: “Van a empe­zar a ver muje­res con pañue­los en la cabe­za” y “van a enfren­tar veci­nos con­tra vecinos”.

En su rela­to recons­tru­ye cómo tran­si­ta­ron los terri­to­rios trans­for­ma­dos estra­te­gias de lucha (la calle, los tri­bu­na­les, los fes­ti­va­les) apa­re­ce el puen­te: remar­ca que es nece­sa­rio unir las luchas, saber que no se tra­ta de expe­rien­cias ais­la­das, sino lo con­tra­rio, un país reple­to de luchas por la salud y el ambien­te que se enfren­ta a empre­sas y gobier­nos que solo bus­can el lucro.

Fallos judi­cia­les con­tra los agro­tó­xi­cos y orde­nan­zas para todos los gustos

Solo en la pro­vin­cia de Bue­nos Aires, según la com­pi­la­ción rea­li­za­da por el abo­ga­do Fer­nan­do Caba­lei­ro (de orga­ni­za­ción Natu­ra­le­za de Dere­chos), exis­ten 34 fallos judi­cia­les y un dic­ta­men de la Pro­cu­ra­ción Nacio­nal, todos cen­tra­dos en la pro­ble­má­ti­ca en torno al uso de agro­tó­xi­cos. A pesar de que la soja trans­gé­ni­ca fue auto­ri­za­da para todo el país, nun­ca se esta­ble­ció una dis­tan­cia a nivel nacio­nal para las fumi­ga­cio­nes terres­tres que conlleva.

De los 62 cul­ti­vos trans­gé­ni­cos apro­ba­dos des­de 1996 (de la soja RR al tri­go HB4), 50 fue­ron dise­ña­dos para ser resis­ten­tes a agro­tó­xi­cos. Sin embar­go, las dis­tan­cias terres­tres para las fumi­ga­cio­nes no se fija­ron con un cri­te­rio nacio­nal para los cen­tros urba­nos, los pobla­dos, las escue­las rura­les, ni los cur­sos de agua.

En cuan­to a la ley pro­vin­cial que regu­la la apli­ca­ción de pla­gui­ci­das cuyo obje­ti­vo es “la pro­tec­ción de la salud huma­na, los recur­sos natu­ra­les y la pro­duc­ción agrí­co­la” (Ley 10.699) fue san­cio­na­da en 1988, casi una déca­da antes del ini­cio del boom soje­ro. Para las apli­ca­cio­nes aéreas, un decre­to regla­men­ta­rio (499÷91) fijó una pro­tec­ción de dos kiló­me­tros úni­ca­men­te para los cen­tros pobla­dos, dejan­do des­pro­te­gi­das vivien­das, escue­las rura­les, esta­ble­ci­mien­tos agro­eco­ló­gi­cos, cur­sos de agua y pozos de extrac­ción del agua de consumo.

Las diver­sas loca­li­da­des, libra­das a su suer­te, comen­za­ron enton­ces a pedir orde­nan­zas ante los Con­ce­jos Deli­be­ran­tes para lograr dis­tan­cias de pro­tec­ción a las fumi­ga­cio­nes. El resul­ta­do es tan disí­mil que en una mis­ma pro­vin­cia (como Bue­nos Aires) exis­ten muni­ci­pios que fija­ron dis­tan­cias de res­guar­do de 2000, 500, 200, 150, 100, 50 metros, y otros que no fija­ron nin­gu­na dis­tan­cia. Dis­tan­cias diver­gen­tes para los mis­mos daños.

Asamblea de vecinos envenenados por glifosfato La Matanza
Asam­blea de Veci­nos Enve­ne­na­dos por Gli­fo­sa­to en La Matanza

Mono­cul­ti­vo y terri­to­rios de sacrificio

El avan­ce de la fron­te­ra agrí­co­la lide­ra­do por el mono­cul­ti­vo soje­ro “pam­pea­ni­zó” el país. La expan­sión uni­for­mó entor­nos des­pla­zan­do a otros cul­ti­vos, acti­vi­da­des pro­duc­ti­vas, con­cen­tran­do a su paso el uso y la pro­pie­dad de la tie­rra, devas­tan­do la diver­si­dad natu­ral y social. La agri­cul­tu­ra fami­liar y cam­pe­si­na fue rele­ga­da a los már­ge­nes del agronegocio.

El capí­tu­lo neo­li­be­ral de esta matriz agrí­co­la inten­si­fi­có un para­dig­ma quí­mi­co como solu­ción de los pro­ble­mas de la agri­cul­tu­ra que ya venía des­ple­gán­do­se en las déca­das ante­rio­res. A lo lar­go de estos vein­ti­cin­co años las voces de las pobla­cio­nes afec­ta­das han denun­cia­do en for­ma insis­ten­te los efec­tos sani­ta­rios y ambien­ta­les: las mis­mas enfer­me­da­des se repli­can, sobran los estu­dios nacio­na­les y extran­je­ros que han aler­ta­do la pre­sen­cia de agro­tó­xi­cos en los sue­los, el aire que res­pi­ra­mos, el agua (inclui­das las napas sub­te­rrá­neas y el agua de llu­via), pro­duc­tos de uso masi­vo como toa­lli­tas y tam­po­nes, en ali­men­tos, has­ta en la leche materna.

Si has­ta hace algu­nos años esta pro­ble­má­ti­ca era con­si­de­ra­da pro­pia de los pue­blos rura­les fumi­ga­dos, hoy se sabe que cen­tros urba­nos y rura­les están uni­dos por la mis­ma devas­ta­ción socioambiental.

En aras de la entra­da de divi­sas (los dóla­res que nece­si­ta el país “para no caer­nos del mapa” ‑al decir de los gobier­nos de turno-) se sacri­fi­ca la salud colec­ti­va, los sue­los (des­mon­tes, pér­di­da de bos­ques nati­vos e incen­dios inclui­dos), con daños tan irre­ver­si­bles como inocul­ta­bles: en las tie­rras más fér­ti­les del país el agua ya no es apta para su con­su­mo, nues­tras infan­cias pre­sen­tan daños gené­ti­cos por expo­si­ción a agrotóxicos.

Mien­tras tan­to, la des­igual­dad social lejos de redu­cir­se se agi­gan­ta y la tasa de ganan­cia del blo­que agro­ex­por­ta­dor se multiplica.

Asamblea de vecinos envenenados por glifosfato La Matanza
Asam­blea de Veci­nos Enve­ne­na­dos por Gli­fo­sa­to en La Matanza

Tejer des­de aba­jo has­ta que paren de fumigar

Sofía Gati­ca y María Godoy com­par­ten expe­rien­cias: “Si sacan fotos bus­quen un pun­to de refe­ren­cia, sino no valen en un jui­cio. Si hacen un rele­va­mien­to ambien­tal, tie­ne que haber un escri­bano públi­co”. Son aten­ta­men­te escu­cha­das por el gru­po de veci­nas y veci­nos de La Matanza.

Entre las dos des­plie­gan un mapa hecho a mano que mues­tra la ubi­ca­ción de los dis­tin­tos casos de enfer­me­da­des en su barrio, don­de el 33 por cien­to de la pobla­ción tie­ne cán­cer. Mien­tras que el Esta­do no pro­du­ce datos (de la can­ti­dad de agro­tó­xi­cos uti­li­za­dos, tam­po­co de sus efec­tos epi­de­mio­ló­gi­cos o ambien­ta­les), las pobla­cio­nes son ins­ta­das a pro­bar con evi­den­cia cer­te­ra los daños que sufren sus cuer­pos y territorios.

Ade­más de con­se­guir evi­den­cias pro­ba­to­rias, las pobla­cio­nes afec­ta­das en la mayo­ría de los casos se ven obli­ga­das a finan­ciar­las. El barrio Nico­le de La Matan­za no es la excep­ción. Cae la noche y sobre una piza­rra se van com­ple­tan­do los núme­ros del bin­go que orga­ni­za­ron para recau­dar fon­dos. Un niño va can­tan­do: “Trein­ta y cua­tro, tres-cua­tro… cin­co, soli­to el cin­co”. Miro mi car­tón y gri­to: “¡Línea!” Mien­tras sabo­reo el pre­mio (unas piz­ze­tas riquí­si­mas hechas por una inte­gran­te de la Asam­blea) pien­so en el labe­rin­to que vuel­ve a empe­zar: como en Lobos, como en Per­ga­mino, como en toda Entre Ríos, como suce­de a lo lar­go del país don­de se dibu­ja el mis­mo mapa de saqueo. ¿Habrá que mues­trear toda la Argen­ti­na? ¿Se nos irá la vida en eso? Mien­tras las evi­den­cias sobran, las deci­sio­nes per­ma­ne­cen ausentes.

El lazo que se teje des­de aba­jo, esta vez en pleno conur­bano bonae­ren­se, con­tra­rres­ta las polí­ti­cas esta­ta­les de frag­men­ta­ción. Vie­ne a avi­var un nue­vo encuen­tro que segui­rá cre­cien­do, has­ta que paren de fumigar.

Fuen­te: Tie­rra Viva

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