Por Claudia Rafael, Resumen Latinoamericano, 6 enero 2022.
Bastaba entonces tener de 6 a 12 años y ser hija o hijo de trabajadores para que la Fundación Eva Perón y el Ministerio de Trabajo y Previsión Social sellaran el pasaporte a “la Feliz”. Era la meca de niñas y niños que en aquel primer peronismo conocieron el mar. Siete décadas después la historia es otra. La fugacidad de un futuro que se escapa como la arena entre los dedos hace que los sueños sean cortos y que el destino de país parezca agotarse velozmente. Hace rato que Mar del Plata dejó de espejarse en la felicidad. Y de la Gendarmería en Chapadmalal a la explotación petrolera en ese mar hay apenas un suspiro. Hace poco más de dos años, en pleno macrismo, esta agencia escribía que “el gobierno dio una estocada feroz a la simbología popular de la historia argentina”.
Se trataba de la cesión de parte del Complejo Turístico Chapadmalal a la Gendarmería nacional impulsada por Patricia Bullrich. En las últimas horas de un aciago 2021, la firma de Juan Cabandié en un decreto que habilita la explotación petrolera aguas adentro, frente a las costas marplatenses, por parte de una empresa noruega, permitiría repetir la frase y agregar que la estocada no es sólo a la simbología popular sino además al ambiente y la naturaleza. Pero hay un detalle que, además, hermana a unos y otros en el mismo y exacto modelo extractivo. Para llegar al decreto con firma de Cabandié, hay que viajar al 1 de octubre de 2018 en que Mauricio Macri abrió la licitación pública internacional para adjudicar permisos de exploración hidrocarburífera en las cuencas Austral, Argentina Norte y Malvinas Oeste, pertenecientes a la Plataforma Continental Argentina. A los que, un año después, se sumaron otras cinco áreas en el Mar Argentino. Un total de casi 230.000 kilómetros cuadrados. El 16 de abril de 2019 se abrieron los sobres de las ofertas. Un grupo de empresas ofertó 995 millones de dólares para explorar la plataforma submarina. Y quedaron las puertas abiertas para ampliar la concesión por 35 años.
El viernes 3 de diciembre pasado, un sol intenso de mediodía marcaba 28° según el Servicio Meteorológico. Alberto Fernández –ya no MM en la presidencia- recibió a Pablo González y Sergio Affronti, presidente y CEO de YPF y a Al Cook y Nidia Alvarez, vicepresidente ejecutivo de la división internacional de Equinor y presidenta de Equinor Argentina. Se terminó de sellar en ese encuentro lo que concretaría Juan Cabandié 27 días después, cuando el país entero sólo pensaba en el final de un año que dolió hondo a las grandes mayorías.
No hay inocentes en esta historia. Macri licitó y concesionó; Alberto Fernández coronó y Juan Cabandié tomó la lapicera y firmó. Pino Solanas repetía años atrás que “el neoliberalismo logró imponer en América Latina la idea de que las concesiones de bienes públicos son contratos que, de hecho, se toman a perpetuidad”. Y decía también: “Los recursos estratégicos hidrocarburíferos seguirán causando guerras, golpes de Estado y asesinatos encubiertos”. El abogado ambientalista Enrique Viale escribió sobre la concesión a Equinor para la exploración y explotación petrolera actual en el Mar Argentino que “con una inversión de solo 982 millones de dólares (menos del 0,4% de las divisas que generarían estas concesiones hasta el año 2035), las petroleras, mayoritariamente transnacionales, tendrían libre disponibilidad de más 150.000 millones de dólares hasta el año 2035”.
Y que, por la Ley 27.007 “las concesiones offshore son a 30 años, con opción a extensión por 10 años más, por lo que durante ese período las petroleras extranjeras dispondrían libremente de 300.000 millones de dólares que jamás ingresarían al país”.
Más de 70 años antes de esa firma, otro decreto, el 1740, ampliaba derechos e incluía vacaciones pagas obligatorias. La conquista de Mar del Plata para los trabajadores era parte de ese avance popular. El diario La Capital escribía en 1954 que “Mar del Plata hasta ayer constituía para los trabajadores una meta inalcanzable. Hoy merced a la perfecta organización existente en materia de turismo social, planificada y establecida por su gobierno, vemos llegar hasta las playas opulentas y magníficas a hombres y mujeres de trabajo de cualquier punto del país”.
Se rompe con esa simbología popular cuando se expone la vida a la posibilidad de derrame de petróleo. Cuando se pone en marcha una técnica sucia y contaminante de por sí. Cuando se regala la riqueza de un país a grandes empresas internacionales. Cuando se convoca a una audiencia popular de la que resultan 333 exposiciones en contra y sólo 12 a favor pero se determina escuchar únicamente a esa minoría. Cuando se sigue abonando un modelo extractivo desde cada una de sus múltiples facetas: explotación petrolera mar adentro, megaminería, agronegocio que avanza sobre bosques nativos, provincias en llamas, ríos vaciados y agotados.
Se trata –escribía este lunes Carlos del Frade– de “minorías que usan los bienes comunes para sus negocios particulares con una fenomenal impunidad construida por sectores cómplices de las justicias y los gobiernos municipales, provinciales y nacionales”.
Minorías que diagraman un país a contramano de la construcción de un destino amoroso para las infancias. Que diseñan un futuro a medida de sus oropeles y sus propios intereses aunque eso mismo implique el estallido de la humanidad (incluyendo a esas mismas minorías) en pedazos.
Minorías que no cuentan con que a veces los pueblos, a fuerza de soportar golpes, traiciones y desprecio, se organizan y logran dar vuelta –como una taba- su propia historia.
Fuente: Pelota de trapo