Por José Luis Méndez. Resumen Latinoamericano, 10 de enero de 2022.
Este 9 de enero de 2022, se conmemora el trigésimo aniversario de la masacre cometida contra jóvenes veladores insomnes de la defensa de la frontera Patria, acto de terror cometido en la Base Náutica de Tarará al Este de la capital cubana, por inmorales que pretendían por la fuerza salir de manera ilegal del país, inspirados en una atmósfera que incitaba desde Estados Unidos, entre otras provocaciones, a las salidas ilegales por cualquier forma, medio y vía.
En 1989 había caído el llamado Campo Socialista, sucesivos acontecimientos políticos de manera acelerada provocaron a partir del 19 de agosto de 1991, la desintegración de la Unión Soviética, estos acontecimientos trajeron para Cuba un enorme impacto sobre todo económico. Se implantó el período especial en tiempo de paz, que entrañó restricciones severas en el orden alimentario y una la incertidumbre sobre la sostenibilidad de la Revolución. Ya el 26 de julio de 1989 el líder histórico de la Revolución cubana, Fidel Castro Ruz, de manera meridiana alertó sobre la inminencia de los sucesos que estaban por venir y aseguró que las banderas del socialismo permanecerían inalterables en Cuba.
En diciembre de ese año se había producido la injusta agresión invasora contra Panamá. En Nicaragua, el Frente Sandinista de Liberación Nacional, FSLN, había logrado el cese de la guerra impuesta por Estados Unidos durante una década, pero la estabilidad del país estaba siendo erosionada para derrocar al Gobierno de Reconstrucción Nacional, en las urnas como sucedió el 25 de febrero de 1990.
Existía una tendencia de transformaciones políticas hacia la derecha, se produjeron temporales “éxitos del imperialismo”, empecinado en aislar a Cuba.
Estos cambios exacerbaron la actividad contrarrevolucionaria cubana en Estados Unidos, el afán revanchista por derrocar al proceso cubano se incentivó en la administración de George H. W. Bush, que transitaba por su último año, era además un año electoral empleado por las administración de turno en prometer a la emigración cubana, en particular la contrarrevolucionaria, que el derrocamiento de la Revolución sería inminente con el decidido apoyo de la Casa Blanca y que se apoyaría su caída a cambio de los favores económicos y los votos en las urnas en noviembre de ese año 1992, cuando se produjeran las elecciones presidenciales.
Durante varias décadas, las administraciones norteamericanas de turno y sus ejecutores servicios de espionaje y subversión habían experimentado el fracaso de muchas operaciones encubiertas contra Cuba y tenían sobradas experiencias para juzgar que no ocurriría una “Revolución de Terciopelo” al estilo de Europa Oriental.
Este desafío obligaba al gobierno de George H.W. Bush, a introducir urgentes y nuevas estrategias de subversión para impulsar el “cambio”. El Sr Bush y la CIA vaticinaron en aquellos momentos la posible caída de la Revolución, pero condicionaron este hecho a la ocurrencia de otros factores que aún no habían madurado en Cuba, en un escenario distinto al de Europa del Este, con un pueblo aguerrido y un dirigente excepcional como Fidel Castro Ruz, al frente de una revolución autóctona.
Los años transcurridos y el estudio de algunos pocos documentos desclasificados de entonces, permiten apreciar con mayor nitidez el, desarrollo de aquella escalada brutal. El 10 de septiembre de 1991, el Directorio de Inteligencia (CIA), valoraba dramáticamente en uno de sus documentos secretos actualmente desclasificado “El impacto del cambio soviético en Cuba”. Reproduzco algunos fragmentos: “La pérdida de los subsidios comerciales soviéticos y la ausencia para La Habana de alternativas ventajosas similares, indica que las importaciones se caerán de manera precipitada en los próximos meses, impulsando una aguda contracción posterior de la economía cubana…” “El colapso del control comunista en la URSS señala el fin de la relación especial económica y militar de Cuba con Moscú y acelera la crisis política y económica…”
El gobierno de Bush, pocos meses después en 1992, intentó acelerar aquella “crisis” con la promulgación de la Ley Torricelli, que multiplicó el bloqueo y la guerra económica contra Cuba, al prohibir el comercio con subsidiarias de Estados Unidos en terceros países y elevar el costo de la transportación marítima de mercancías a Cuba al impedir que los barcos tocaran puertos norteamericanos. Aquella maniobra fue considerada por el enemigo agresor como el “golpe de gracia” a la Revolución Cubana. Una gigantesca operación subversiva contra Cuba se había iniciado.
El documento citado más adelante vaticinaba: “…parece seguro el aumento de la represión política…Castro casi seguro que calificará a los disidentes políticos como paniaguados de Estados Unidos y los tratará con severidad….”
Resultaba cínico semejante pronóstico. Investigaciones históricas revelan que en 1991 la CIA incrementó la capacidad operativa de su centro ilegal en la Sección de Intereses Norteamericanos en la Habana (SINA), utilizando su actuar diplomático para fortalecer sus posibilidades de espionaje, atención y preparación de los grupúsculos contrarrevolucionarios internos. Lo anterior se convirtió en política oficial del gobierno de Bush.
En 1991 el Departamento de Estado norteamericano nombró un nuevo funcionario diplomático en La Habana para la atención exclusiva de estos grupos que multiplicaron sus actos provocativos dentro del país. Comenzaron las invitaciones a encuentros disolutos auspiciados por el jefe de la Sección de Intereses, donde los mercenarios conspiraban abiertamente alrededor de mesas saturadas de bebidas y selectos manjares.
En aquella maquinación diabólica, el gobierno norteamericano asignó a esos mercenarios el papel de vitrina de una oposición interna virtual, favorable a los intereses políticos del lobby anticubano en EE.UU. y Europa. Las “denuncias” de estos asalariados permitían a la SINA engrosar el voluminoso expediente de falsedades ante la Comisión de Derechos Humanos en Ginebra para crear la imagen de una “Cuba intolerante y represiva violadora de los derechos humanos”. Estas maniobras formaban parte del complot.
En Estados Unidos se reactivaron organizaciones terroristas de origen cubano, se crearon nuevas, se activaron los campamentos para los entrenamientos militares, las recaudaciones de fondos aumentaron y se creó un clima de hostilidad y expectativa ante el deseado propósito desestabilizador. Entre 1990 y 1992, en un corte dado convencionalmente al accionar terrorista contra Cuba, se registran en total 22 actos de terror ejecutados, mientras los planes e intenciones de agredir se generan en una espiral de violencia.
El 29 de diciembre de 1991, se produce una infiltración por la provincia de Matanzas, con el propósito de atacar la refinería instalada en Cárdenas, es promovida por las organizaciones Partido Unidad Nacional Democrático, PUND, los llamados Comandos L, el Ejército Armado Secreto y Alpha-66, además otras de nueva creación como el Directorio Insurreccional Nacionalista, DIN. Se producen otros hechos similares, con el quimérico objetivo de fomentar el fenecido bandidismo en las montañas cubanas.
Se incrementan las incursiones marítimas contra el territorio nacional; se fustiga a los emigrados que mantenían relaciones con Cuba, incrementando el terror en el seno de la emigración para impedir cualquier gesto o declaración solidaria hacia la Isla.
Las modalidades más empleadas de agresión fueron: las infiltraciones; los sobrevuelos aéreos; los planes de atentados contra el Comandante en Jefe; hostigamiento a la economía emergente en particular al turismo; ataques contra mercantes que trasegaban mercancías hacia y desde Cuba, para consolidar el bloqueo; envío de emisarios, para actualizar la situación operativa de instituciones civiles y militares; la introducción de medios para actos de terror; incremento de miles de horas de transmisiones subversivas incitando a la desobediencia civil, para cometer actos agresivos y aumentar la difamación contra los principales dirigentes, además de promover la deserción de funcionarios. Todo con la premeditada intención de crear el caos generalizado en el interior del país, pero todo fracasó.
Es en este medio hostil, que se produce el horrendo crimen en Tarará, resultado y consecuencia de la política corrosiva, incitadora y provocadora de la administración de turno en Estados Unidos, que vieron la posibilidad de derrocar al sistema político cubano y para ello recurrieron a los más viles métodos.
(*) José Luis Méndez Méndez :Escritor y profesor universitario. Es el autor, entre otros, del libro “Bajo las alas del Cóndor”, «La Operación Cóndor contra Cuba» y «Demócratas en la Casa Blanca y el terrorismo contra Cuba». Es colaborador de Cubadebate y Resumen Latinoamericano.
Foto de portada: EFE