Por Mailenys Oliva Ferrales. Resumen Latinoamericano, 11 de enero de 2022.
Hasta el cielo se opacó aquel fatídico 11 de enero de 1980. Día sombrío para la Patria. Jornada triste para un pueblo consternado por la partida física, con apenas 59 años de edad, del «alma» femenina de la Revolución, la flor más autóctona de la Isla.
Demasiado pronto se nos escurría la presencia entrañable de quien, en época de guerra, había sido bautizada como Norma, Aly, Carmen, Liliana y Caridad, pero al final, siempre Celia, la guerrillera temeraria, la dirigente atenta, la madrina de todos.
Qué extraordinaria existencia aquella que acogió en su regazo maternal el cariño de millones, admirados por esa capacidad tan suya de combinar liderazgo con bondad, rigor con ternura, sencillez con grandeza.
Qué ejemplo hermoso el que forjó desde la niñez, cuando de la mano de su padre Manuel –honorable médico– ayudara a aliviar los dolores del cuerpo de los que solo tenían para ofrecer su gratitud; y escalara el punto más alto de la geografía cubana (Pico Turquino) para colocar allí un busto en honor al hombre de La Edad de Oro.
Qué bríos tremendos, también, los de la Celia rebelde. La joven delgada que organizó la red campesina que dio abrigo solidario a los expedicionarios del yate Granma; la combatiente osada de la clandestinidad; la primera de verde olivo en la Sierra Maestra; el alma fundacional de un pelotón femenino, y la mejor salvaguarda que pudo tener la memoria histórica de la guerrilla revolucionaria.
Si clave fue para el Ejército Rebelde, imprescindible resultó en cada obra de la Revolución triunfante. Luz a la diestra de Fidel, en la Heroína de la Sierra y el Llano anidó el amor y el apego a lo justo.
No existió un proyecto o problema de los trabajadores que le fuera indiferente, como tampoco nada sobre los niños huérfanos, los campesinos, los jóvenes, las mujeres… Así decía Nelsy Babiel, su colaboradora: «Todos confiaban en ella y ninguno fue defraudado».
Modesta en el vestir y en su actuar sin etiquetas, Celia fue la encarnación misma de la humildad. Pupila protectora de la nación y líder natural que «jamás miró por encima del hombro», nuestra flor autóctona no se nos fue del todo aquel enero. Quedaron su sonrisa diáfana, su amor a la naturaleza y sus detalles únicos.
Su recuerdo persiste más allá de las fotografías y a pesar del tiempo, en la memoria de este pueblo que la revive en lo firme y en lo bello: sea en el agua clara del mar o en la defensa de lo cubano, en el aroma de la flor o en el arte de resistir creando.
Tomado de Granma.