Por Jorge Montero, Resumen Latinoamericano, 7 de enero de 2022.
“Yo sabía de ti, Tina Modotti/de tu precioso nombre, de tu gracia/de tu fina y dulcísima presencia/mucho antes de verte, de encontrarte/cualquier noche de guerra, una mañana madrileña de sol, en esos días/en que se alzaba el Quinto Regimiento/como el inmenso brote de una espiga/que se abriera cubriendo los campos de batalla”. Rafael Alberti
Desde Diego Rivera, que la pintó junto a Frida Kahlo repartiendo armas al pueblo en su obra ‘El arsenal’, hasta Vittorio Vidali ‑el comandante Carlos del V Regimiento de la guerra civil‑, pasando por Pablo Neruda y Rafael Alberti, que le dedicaron poemas, además de sus biógrafas como Elena Poniatowska con su impresionante ‘Tinísima’ o Christiane Barckhausen-Canale con ‘Verdad y leyenda de Tina’, la figura de Modotti cautivó a muchos, tanto por sus fotografías como por su recorrido político. Hasta el mismo final de su vida fue una militante comunista, en tiempos convulsos, que lo entregó todo por la revolución.
“La preocupación principal de nuestra infancia era siempre la de tener algo para comer, de hecho no teníamos juguetes ni tiempo para divertirnos. El más pequeño de nuestros hermanos lloraba a menudo, cuando al regresar de la escuela, no encontraba nada de comer. Tina, sin embargo, no decía nunca nada y se iba silenciosamente a la cama, apenas llegada del trabajo. Yo la veía siempre como una señorita muy seria y juiciosa, aunque ella no había cumplido los 13 años. La tía María (esposa del fotógrafo Pietro Modotti) le había regalado a Tina una hermosa bufanda. Una tarde llegó de la fábrica con el ánimo muy diferente al habitual. ‘Adivinen qué traigo’, dijo muy contenta. ‘¡Pan, queso y salame!’. Como mi madre no pudo disimular su inquietud, trató de explicarle con la mayor naturalidad que había rifado la bufanda ‘que nunca le había gustado’ entre las compañeras de la fábrica. Mi madre se largó a llorar y Tina trataba de consolarla también entre lágrimas”. Relato de Yolanda Modotti a biógrafos de Tina.
Falda negra, blusa blanca y abotonada, zapatos para volar día y noche del Hospital Obrero a los mítines políticos, del traslado de los heridos en el frente republicano a las reuniones del Partido. “María” atesoraba en la fragilidad de su cuerpo una voluntad que empalidecía al más inquebrantable de los militantes. A cargo del comité del Socorro Rojo español, atendía a los brigadistas, conseguía medicinas, alimentos, ropa, documentos, acompañaba a las enfermeras voluntarias en los bautismos de fuego, se ocupaba de las viudas y los huérfanos. Por sus modales, su calma, su disposición constante, Antonio Machado la llamaba “el ángel de la casa”. Un ángel que sabía moverse en el infierno para rescatar de la metralla franquista a los niños del orfanato de la Sierra de Guadarrama, o socorrer a los heridos en medio de los bombardeos fascistas. Siempre erguida para ocultar los dolores en la espalda, los tobillos hinchados, los pies entumecidos. Era una mujer sin edad y sin pasado. Oculta bajo el nombre de “María Ruiz”, luchaba por la España republicana luego de haber sorteado con otras identidades los servicios de inteligencia europeos para fundar en París el centro de lucha antifascista.
Nadie podría sospechar que esa compañera comunista, la de “la mirada más triste del mundo”, tan pálida, delgada y ojerosa, había sido una tentadora estrella de Hollywood con romances tumultuosos; modelo de Diego Rivera y José Clemente Orozco; última pareja del revolucionario cubano Julio Antonio Mella y testigo de su cobarde asesinato, por el que fue injuriada y luego expulsada de México.
Tina en México, conmovida por la pobreza y el desamparo, recorre las calles de la ciudad mostrando las derrotas de la revolución, las bocas desdentadas, los pies descalzos, las desigualdades brutales, la tristeza por el asesinato en Chihuahua de su querido Pancho Villa. Obreros desocupados, campesinos arrojados de sus tierras, niños sin otro destino que la calle, madres abandonadas por todos amamantando a sus hijos, las luchas de siempre. Y, en los momentos en que dejaba su cámara, atendiendo a quienes llegaban a presentar sus denuncias hasta el periódico “El Machete”.
Terminaba 1927, y en una marcha contra la ejecución de los militantes Sacco y Vanzetti, conoce a Juan Antonio Mella, fundador del Partido Comunista cubano y exiliado de la isla por oponerse a la dictadura de Gerardo Machado. Mella le relata sus sueños de derrocar al tirano y critica las instrucciones que llegan desde Moscú con Stalin hablando del socialismo en un solo país. Modotti lo retrata mientras lo arropa con palabras de esperanza, de anhelos y de luchas que atraviesan su vida. Fueron apenas tres meses de felicidad total. Mella es expulsado del partido acusado de simpatizar con Trotsky. Y el 10 de enero de 1929 muere emboscado por pistoleros mientras camina de la mano de Tina en la esquina de Abraham González y Morelos, en ciudad de México. La prensa cubre el crimen repitiendo la fórmula establecida por el “Mussolini tropical” ‑como llamaba Mella a Machado- junto al gobierno mexicano, y titula: “Bella fotógrafa y prostituta italiana asesina a su amante”. Su casa fue saqueada y sus trabajos destruidos. Ella se defiende desde su moral revolucionaria, les escribe a los periodistas: “Les pido que ya no se refieran a mis amantes, sino a mis compañeros. No es que rechace el primer término, es sólo que el segundo es más apropiado. Quisiera que las cosas fueran claras y honorables”. La prédica de Diego Rivera la salvó de la cárcel, pero algo profundo dentro de Tina se había apagado.
Cuando el 5 de febrero de 1930, minutos antes del acto de asunción, dispararon contra el presidente mexicano electo Pascual Ortiz Rubio, la reacción no duda en involucrarla en el atentado. Al día siguiente la detienen en su casa. Dos semanas estuvo presa, maltratada e interrogada en el cuartel de policía acusada de intento de magnicidio. Condenada al exilio, el 22 de febrero, bajo una desmesurada custodia policial, abordó el carguero holandés que la llevaría a Europa.
En Madrid nadie podría haber imaginado que aquella “María” siendo internacionalmente reconocida como una auténtica innovadora del arte fotográfico, hubiera dejado en Moscú su flamante Leika para no volver a gatillar jamás una cámara, su arma más preciada. Envuelta por el conflicto entre el arte y la vida ‑entre la sencillez de la inspiración y las exigencias de una tierra marcada por las injusticias sociales- ella se había decidido por la acción.
Tres años después de la caída de la República, mientras el ascenso del fascismo masacraba aquel sueño de libertad, muy poco antes de su muerte, María recuperaba su verdadero nombre. Ahora en México como exiliada, continúa con su actividad política en la Alianza Antifascista Giuseppe Garibaldi y, por fin, en 1940, el presidente Lázaro Cárdenas revoca la orden de exilio que pesa sobre ella. Su antigua casa del barrio de Colonia Condesa es su refugio. Pero México sin Julio Mella ya no era México para Tina Modotti. Ha perdido su pasión por la fotografía y los esfuerzos de sus amigos y camaradas por sacarla de la angustia y el cansancio son inútiles.
El 5 de enero de 1942, Modotti va a una fiesta en casa del arquitecto suizo Hannes Meyer, antiguo director del Bauhaus. Se siente mal, durante la noche se sube a un taxi y muere en el asiento trasero, sola, del corazón, mientras sus intensísimos cuarenta y seis años de política y arte pasan por delante de sus ojos. Dentro del bolso, aferrado a su mano, una pequeña impresión de su retrato de Julio Antonio Mella.
Entonces Pablo Neruda escribe: “Tina Modotti, hermana, no duermes, no, no duermes (…)/ “Son los tuyos, hermana: los que hoy te dicen tu nombre,/ los que de todas partes, del agua, de la tierra,/ con tu nombre otros nombres callamos y decimos,/ porque el Fuego no muere.
Fuente: El furgón