Alberto Maestre, Resumen Medio Oriente, 07 de enero de 2022.
ECS. Madrid. | El estado como una entidad suprema que “protege y engloba la vida de las personas y las regula externamente en todas direcciones”. Como definió el historiador y politólogo alemán, Heinrich von Treitschke, el Estado es poder.
Como bien indicó la socióloga catalana, Montserrat Guibernau en su obra “Nationalisms: the nation-state and nacionalism in the twentieth century”, en Europa, la aparición de los estados fue como resultado de toda una serie de guerras, anexiones y pactos y en la mayoría de los casos, un grupo étnico conseguía imponer su lengua y cultura a una población que en principio estaba dividida. La homogeneización llegó a ser considerada como una condición para la estabilidad de los nuevos Estados que surgían.
En África, tal como señaló Guibernau, los reinos e imperios que existían fueron literalmente derrotados y en muchos casos destruidos por los europeos durante el siglo XIX y XX. En su lugar fueron fundados nuevos estados, llamados colonias o protectorados. Cada colonia “era un conjunto de pueblos y de antiguos estados o fragmentos de estos, reunidos dentro de unas mismas fronteras”.
Y como también señaló Guibernau, actualmente los estados africanos deben su legitimidad en gran parte a las circunstancias de sus orígenes en actos de creación deliberados, realizados por foráneos con propósitos alíenos, y a la ubicación resultante que tienen. Los estados en Asia y África son tan herederos como beneficiarios del orden imperial europeo.
Del nacionalismo africano del periodo 1945 – 1960, como dice Guibernau, se distinguen tres características básicas, que son “el carácter territorial de los nuevos estados, la aceptación de la democracia como una idea política que guía a los estados emergentes y el desarrollo del panafricanismo”.
Los partidos nacionalistas africanos decidieron luchar contra el colonialismo sin intentar cambiar las fronteras impuestas por estos. Eran conscientes de las consecuencias terribles en caso de intentar modificar esas fronteras impuestas y artificiales por fuerzas exteriores. Nuevos estados creados sin respetar muchas veces la historia y con desprecio absoluto a naciones milenarias. Simplemente basta mirar de forma breve el mapa político de África para comprobarlo.
Así el 25 de mayo de 1963 se creaba la Organización para la Unidad Africana, antecesora de la actual Unión Africana y en su carta fundacional firmada por los treinta y dos Jefes de Estado y Gobierno asistentes a su constitución en Addis Abeba, se señalaba claramente que entre los propósitos que asumía dicha organización africana se encontraba la de erradicar en todas sus formas el colonialismo en África y en sus principios se remarcaba, entre otros, esta idea de no cambiar las fronteras impuestas haciendo mención expresa al respeto a la soberanía e integridad territorial de cada Estado y por su inalienable derecho a la independencia.
Un año después, en la Cumbre de la Organización para la Unidad Africana de Jefes de Estado y de Gobierno, celebrada en El Cairo en el mes de junio, se aprobaba la Resolución 16 (I) en la cual se manifestaba solemnemente que los Estados miembros se comprometían a respetar las fronteras existentes en el momento en que se independizaron.
Se comprometían expresamente a aceptar y acatar, en aras de evitar posibles conflictos territoriales entre los distintos estados africanos, las fronteras heredadas del colonialismo.
El comportamiento ilegal del Reino de Marruecos es de sobra conocido y a pesar de haber firmado ambas declaraciones y de asumir estos principios, intentó desde su independencia crear el absurdo y carente de cualquier lógica “Gran Marruecos”.
Se sabe bien cómo actúa el Majzén, sin pudor ni vergüenza alguna. Lo que le importa es intentar conseguir los objetivos marcados y para ello si hay que utilizar la calumnia, falsedad, soborno o cualquier otro elemento en su mano, se hace sin más.
Ya dejé constancia en mí obra “Un Pueblo Abandonado”, del valioso testimonio de la diplomática Marta Jiménez, uno de los tres miembros que componían la Misión de Naciones Unidas para el Sahara Occidental en 1975, en el cual daba detalles precisos y exactos, como las autoridades marroquíes le intentaron, de forma descarada, sobornar para que se acercara a sus posiciones anexionistas.
Terrible y grave. Pero Marruecos actúa así. Distorsiona la realidad. Nunca cumple sus pactos y acuerdos. Hará todo lo que sea necesario para intentar imponer su criterio, aunque vaya contra cualquier principio legal.
Es de sobra conocido, por ejemplo, sus desprecios, amenazas y chantajes, casi constantes, a sus vecinos españoles con tal de que estos cedan a sus demandas. Y no les va mal, por el momento.
El reconocimiento y la inamovilidad de las fronteras es la base para evitar conflictos en África y que el mismo Marruecos se comprometió oficialmente a cumplir.
La idea expuesta al principio de este artículo que el Estado protege la vida de las personas, en el caso de los saharauis que sufren la ocupación ilegal de Marruecos evidentemente no se cumple ni un ápice. Además, ni siquiera rigen los principios básicos sobre las obligaciones que tienen los estados ocupantes sobre otro.
ECS Saharaui