El pasado 24 de febrero, Vladimir Putin anunciaba el inicio de una operación militar en Ucrania tras la solicitud de ayuda por parte de las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk.
*Oriol Sabata /Nueva Revolución (nuevarevolucion.es)
En un mensaje retransmitido por televisión, el Presidente ruso informaba que el objetivo era “desmilitarizar y desnazificar” Ucrania y “proteger a las personas que han sido objeto de abusos y genocidio por parte del régimen de Kiev durante ocho años».
Esta decisión ha sido condenada con dureza desde Occidente, que ha reaccionado con sanciones, prohibición de medios de comunicación rusos y el envío de toneladas de armamento a lo que califican como la “resistencia ucraniana”. Toda la prensa europea y estadounidense se está volcando en la cobertura de la guerra poniendo el foco en su desarrollo y consecuencias, pero existe un vacío, bajo mi punto de vista premeditado, a la hora de analizar las causas que han desencadenado este conflicto bélico.
¿Cómo se llega al “polvorín” ucraniano?
El 27 de mayo de 1997, con la Unión Soviética extinta, se firmaba en la ciudad de París el Acta Fundacional Rusia-OTAN en la que ambos bloques militares establecieron una serie de directrices y acuerdos de seguridad para evitar nuevas confrontaciones. Uno de los puntos más importantes fue el compromiso de la alianza atlántica de no seguir extendiéndose hacia los países del Este de Europa.
El entonces Presidente ruso Boris Yeltsin, presente en el acto, afirmaba:
«El Acta Fundacional protegerá a Europa y el mundo de una nueva confrontación […] y se «contemplarán los intereses de seguridad de todos y cada uno de los signatarios».
Por su parte, el Secretario General de la OTAN, Javier Solana, aseguraba que:
«La Alianza está decidida a embarcarse en una ambiciosa asociación que nos ayudará a dejar atrás de una vez por todas las divisiones en Europa».
Bill Clinton, quien también asistió al encuentro, anunciaba que con la firma de este acuerdo se estaba entrando en “una nueva era”.
El periodista Xavier Vidal Folch, en un artículo publicado ese mismo año en El País, se mostraba eufórico:
«La OTAN y Rusia han arrinconado la guerra fría. Inauguraron ayer una nueva era para la seguridad europea y mundial basada en la cooperación».
¿Pero qué es lo que ocurrió tras la firma del Acta?
Lo cierto es que desde 1997 y hasta la actualidad, la OTAN ha incorporado a un total de 14 ex repúblicas soviéticas que formaban parte del antiguo Pacto de Varsovia. De esta manera el bloque militar ha avanzado de manera imparable durante 25 años hacia las fronteras rusas, violando los acuerdos internacionales y tensando cada vez más la situación en la región.
El año 2014, se produjeron unos hechos que aceleraron los acontecimientos: la Unión Europea y Estados Unidos apoyaron un golpe de Estado en Ucrania (Euromaidan) que fue liderado por grupos neonazis y que tenía como objetivo derrocar al legítimo gobierno de Víctor Yanukovich para instalar un gobierno afín a los intereses occidentales.
Durante aquellas jornadas de disturbios, importantes figuras políticas europeas y estadounidenses participaron en los mítines y protestas y mostraron abiertamente su apoyo al movimiento golpista. Fue el caso de Victoria Nuland, Subsecretaria de Estado de Estados Unidos, el senador estadounidense John McCain, el Embajador de EEUU en Ucrania, Geoffrey Pyatt, o el Ministro de Exteriores alemán Guido Westerwelle.
El triunfo del golpe dio paso a una guerra civil en el Este de Ucrania, en la región del Donbass, que quiso desligarse del nuevo régimen de Kiev y acercarse a Moscú. Una guerra que durante 8 años ha provocado 14.000 muertos y cuyo desarrollo ha terminado derivando en el conflicto militar que vivimos actualmente.
Analizando el desarrollo de los acontecimientos con perspectiva histórica, comprobamos que el expansionismo de la OTAN durante estos últimos 25 años ha dejado en papel mojado los acuerdos de París del 97. El mundo occidental que celebraba con euforia dichos acuerdos miró hacia otro lado ante el avance del ejército atlántico hacia el Este. Y en 2014, lejos de tratar de apaciguar el clima, apoyó el golpe de Estado en Kiev con la mira puesta en la futura incorporación de Ucrania en la OTAN.
Casi tres décadas de hegemonía militar otanista que han hecho del Este de Europa un polvorín que acaba de estallar y que amenaza con una escalada hacia un conflicto bélico de carácter internacional.