Por Carlos Aznárez, Resumen Latinoamericano 29 de abril de 2022
Vietnam siempre fue un hueso duro de roer para los imperialismos que intentaron horadar su territorio. Antes que los norteamericanos fueron los franceses, los que a mediados del Siglo XIX habían emprendido la conquista del país, y se encontraron con una resistencia heroica que “una y mil veces nos hizo retroceder en nuestros intentos”, como lo explicaría posteriormente uno de los jefes militares de París. Sin embargo, el poderío de fuego y la masividad en la intervención militar facilitó que progresivamente el país se convirtiera en una colonia. Pero desde el establecimiento de la dominación de los imperialistas franceses el Movimiento de Liberación Nacional del pueblo vietnamita se desarrolló continuamente.
En 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial, Francia fue rápidamente ocupada por los nazis, y Vietnam pasó a transformarse en colonia de los japoneses. Fue ese el momento en que el Partido Comunista de Vietnam analizó con prontitud y certeza la nueva situación, concluyendo que se iniciaba un nuevo ciclo de guerras y revoluciones. Poco después se formaba el Vietminh (Frente de la Independencia de Vietnam) que inició la guerra de guerrillas, que se agigantarían a partir de 1945 (cuando el Ejército Rojo soviético y las fuerzas aliadas derrotarían al ejército japonés) y culminarían con una insurrección general y la instauración del poder popular en Hanoi y en todo el país. Ho Chi Mính, el máximo líder de todas las victorias vietnamitas presidía el gobierno y se proclamaba la independencia y se creaba la República Democrática de Vietnam, primera democracia popular del sudeste asiático. Sin embargo, el 23 de septiebre de 1945, el Cuerpo Expedicionario francés abrió el fuego en Saigón, generando a partir de ese día, y durante nueve años, el desarrollo de una guerra de liberación nacional que finalizó con la victoria vietnamita en Dien Bien Phu.
El cuarto y último capítulo de esta escalada de ataques imperiales de distinto signo que sufrió Vietnam comenzó en 1959 y se prolongó hasta 1975, protagonizando esta vez el intento el poderoso aparato militar de los Estados Unidos, que trataba así de impedir la reunificación de Vietnam en una sola nación. Cientos de miles de marines se dispusieron a defender al gobierno títere de Vietnam del Sur, y como le ocurriera a franceses y japoneses, chocaron con el muro de resistencia de todo un pueblo enrolado en el Frente de Liberación de Vietnam. A partir de ese momento y durante quince largos años de contienda despareja, en la que los invasores utilizaron las más sofisticadas armas de destrucción masiva contra la población civil vietnamita, se escribió una de las páginas más estremecedoras y emotivas de la historia revolucionaria mundial.
Hay postales inolvidables de los que fue la derrota definitiva por parte del pueblo vietnamita en armas, sobre ese imperio brutal que tanto mal había producido en un territorio que tan lejos quedaba del propio. La irrupción el 30 de abril de 1975 de un tanque norvietnamita al palacio presidencial de Saigón, o la imagen de los uniformados estadounidenses despojándose de sus ropas para cambiarlas por otras que no los delataran, o esos mismos soldados arrojando al mar sus poderosos helicópteros para que no caigan en manos de los vencedores, o la foto histórica de funcionarios y oficiales del ejército invasor trepándose desesperadamente a la última nave que los podría sacar de ese “infierno” al que ellos tanto habían colaborado en generar. Todo ello simboliza la caída del Ejército estadounidense en la Guerra de Vietnam, y sirvió para mostrar al mundo que cuando un pueblo tienen conciencia de lo que representa y un liderazgo revolucionario como el que representó Ho Chi Minh puede organizarse, resistir y vencer.
El resultado de la agresión fue demoledor: más de cinco millones de muertos, entre los cuales alrededor de 58 mil fueron soldados norteamericanos y el resto pobladores y milicianos vietnamitas, a lo que hay que sumar la devastación generalizada de un territorio, sus viviendas e infraestructura, que fueron miles de veces bombardeados con alrededor de 8 millones de toneladas de potentísimas cargas explosivas y también con napalm y “agente naranja” que arrasaron con aldeas y seres humanos. A todo este accionar bélico norteamericano hay que agregar lo que para sus tropas de intervención en distintos países es algo común: los malos tratos generalizados, las torturas y todo tipo de sevicias contra los pobladores detenidos, tanto que el propio gobierno de EE.UU tuvo que reconocer posteriormente que 278 soldados fueron condenados por tribunales militares por las atrocidades cometidas.
Este 30 de abril, es importante recordar el 47 aniversario del final de la Guerra de Vietnam y de la reunificación entre el sur y el norte, cumpliendo así la aspiración de Ho Chi Minh de lograr que el país a partir de ese momento fuera uno solo y comenzara una lenta pero eficaz reconstrucción. En ese sentido, vale tener en cuenta las palabras del propio Tío Ho, cuando sostuvo en los albores de la agresión estadounidense: «No importa cuántas dificultades y penalidades nos depare el futuro, nuestro pueblo está seguro de que obtendrá la victoria total. Los imperialistas norteamericanos tendrán que retirarse. Nuestra Patria será reunificada. Nuestros compatriotas del Norte y del Sur se reunirán bajo, el mismo techo. Nuestro país tendrá el señalado honor de ser una pequeña nación que, a través de una lucha heroica, haya derrotado a dos grandes imperialismos —el francés y el norteamericano— y haciendo así una digna contribución al movimiento de liberación nacional”.
Desde aquellas jornadas victoriosas de abril de 1975, el pueblo vietnamita se esfuerza en construir una nación socialista, observando y resaltando el liderazgo del Partido Comunista de Vietnam, así como la unidad como factores decisivos para obtener tales éxitos. Esas señas de identidad siguen manteniéndose hasta el presente en la obra de construcción y desarrollo del país.
Con el proceso de renovación (Doi Moi), promovido y encabezado desde el Partido a partir de 1986, Vietnam ha realizado verdaderas proezas económicas. En los últimos 30 años su Producto Interno Bruto creció a un ritmo promedio anual superior al 5 %. Insertaron en su economía las dinámicas del mercado, pero sin perder el sentido de la equidad para distribuir las riquezas.
Los índices de pobreza disminuyeron, del 58 % en 1993 hasta el 7,5 % en 2015, 30 millones de vietnamitas salieron del infortunio económico en esa etapa. Un resultado que ha tenido al pueblo como protagonista y a su Partido como artífice.
Cabe destacar además, que en el tiempo difícil que hoy vive el mundo, producto de los estragos que ha producido la pandemia de Covid 19, Vietnam ha vuelto a mostrar que también pudo enfrentar esta nueva “guerra” con solvencia y, sin dudarlo, está venciendo como hizo en las anteriores.
Pueblo, Partido, liderazgo
Es indispensable también, destacar el rol importante que ha jugado el Partido Comunista local, como directriz de cada uno y todos los proyectos para, desde el Gobierno, poder levantar el país y poder así instalarlo como uno de los primeros a nivel desarrollo en el Sudeste asiático.
Por otra parte, las proezas del pueblo vietnamita no habrían sido posibles sin la vanguardia política fundada y educada por Ho Chi Minh, a la que el líder revolucionario cubano Fidel Castro calificó como «un partido sabio que supo reunir a todas las capas progresistas de la población en un frente amplio para llevarlo a la victoria»
Párrafo aparte, merecen los y las jóvenes vietnamitas que en todos estos años han tenido la posibilidad de crecer, estudiar y capacitarse en libertad, gozando de niveles de enseñanza de alto nivel. Sobre esas nuevas generaciones que no sufrieron la guerra pero son hijos y nietos de quienes lo dieron todo para lograr la emancipación como pueblo, recae la responsabilidad de afianzar todo lo realizado por sus mayores y proyectar el país hacia un futuro cada vez mejor. Para ello, en estos días de recuerdos, vale atesorar los valores históricos de la victoria de la primavera del 75 y redoblar el estudio sobre las enseñanzas dejadas como legado por el Presidente Ho Chi Minh.
Para él, para el popular Tío Ho, como lo conocían los hombres, las mujeres y los niños de Vietnam, son estas últimas lineas, no a manera de sintética biografía sino de muestra de la dimensión inocultable de su figura de revolucionario. Ho Chi Minh fue toda su vida un combatiente por las ideas del comunismo y un organizador nato. Nacido en la Indochina francesa, sus primeras armas en la militancia se dieron cuando con su familia emigró a París. Allí participó en la fundación del PC francés en 1920, luego pasó a China donde reunió a un grupo de exiliados para impulsar una revolución anticolonial en Indochina, y tiempo después, en 1930, fundó el PC Indochino. Allí empezaría a recorrer un camino de sacrificado compromiso que duraría hasta su muerte.
Ho Chi Minh siempre tuvo a la paz y la amistad entre las naciones progresistas como meta indiscutible de su andar. En alcanzarla invirtió toda su experiencia de militante, haciendo del patriotismo y la moral revolucionaria dos elementos fundamentales. De allí, que su nombre y su ejemplo han quedado inscriptos en la historia de los pueblos del mundo y siguen siendo hoy un acicate para la autoestima de cada uno de los habitantes de la próspera nación vietnamita.