La comunidad internacional celebra el 65º aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial en Europa.
Para mí y para todos los que se templaron en el crisol de aquella contienda es un motivo para recordar muchos de aquellos momentos y reflexionar. Los recuerdos que me asaltan son, en su mayoría, tristes y sus reflexiones, angustiosas. Creo que ya a nadie le cabe ninguna duda que el culpable de aquella tragedia que golpeó a la humanidad fuimos nosotros, el hombre mismo. Todavía nos preguntamos cuál fue el verdadero génesis de la guerra y por qué se prolongó tanto. Y después de tanta sangre, me sorprende que no sacáramos las conclusiones adecuadas para evitar tantos errores en el futuro.
Hasta hace poco, se consideraba que la Segunda Guerra Mundial acabó oficialmente el 2 de septiembre de 1945 a las 02:01, cuando Japón firmó su rendición. No obstante, en junio de 1994, el entonces presidente de EEUU, Bill Clinton, ofreció una nueva versión sobre el tema. Según él, la II Guerra Mundial, de hecho, terminó con el colapso de la URSS en 1991. Y Clinton no es el único que interpreta la historia de ese modo.
En su día, el primer ministro de Gran Bretaña, Neville Chamberlain, definió el sentido de la política de reconciliación con Alemania, Italia y Japón: «Para que viva Gran Bretaña, la Rusia Soviética debe desaparecer». Pero no dejaba claro quién iba a lanzarle el salvavidas a su país…
Pero dejemos de un lado la teoría del espacio vital (Lebensraum) que constituía el núcleo de la ideología de Hitler, y el concepto de esfera de coprosperidad de Asia Oriental proclamado por Japón. Tan sólo quisiera mencionar dos iniciativas desarrolladas tras la Primera y la Segunda Guerras Mundiales que desvelan los verdaderos planes de los partidarios de la Pax Americana, o sea, Paz Estadounidense, de aquellos días respecto a la Rusia Soviética. Se trata de la Operación Dropshot, desarrollada en 1949, que definió la estrategia a seguir por EEUU y la OTAN que se basaba en un ataque sorpresa mediante el lanzamiento de bombas atómicas sobre las principales ciudades soviéticas, asumiendo un largo periodo de guerra convencional entre la OTAN y la URSS antes de que cualquier parte empleara la fuerza nuclear.
La segunda iniciativa fue el llamado Plan de Paz entregado a la delegación estadounidense en la conferencia de Versalles celebrada en 1919 que oficialmente ponía fin a la Primera Guerra Mundial.
Estoy de acuerdo con Bill Clinton en que la Guerra Fría y la Segunda Guerra Mundial están vinculadas entre sí, pero por su núcleo común era la rusofobia. En realidad, la II Guerra Mundial empezó mucho antes de su inicio oficial, cuando la Alemania nazi invadió Polonia en 1939. Paradójicamente, todo lo que precedió a la operación Fall Weiss (invasión de Polonia) fue pasado por alto y no fue considerado como casus belli. Quizás porque durante esos años todas las agresiones directas o indirectas en el marco internacional habían sido llevadas a cabo según planes conjuntos de los países llamados democráticos. En este sentido conviene recordar, por ejemplo, la división que se hizo en diciembre de 1917 de Rusia en diferentes áreas de operaciones de combate, y la intromisión de los ejércitos occidentales para intentar acabar con la revolución socialista.
Pasemos a los años 30. Japón invadió China el 1 de septiembre de 1939, y los chinos perdieron veinte millones de hombres. El balance total de las víctimas de la Segunda Guerra Mundial no tiene en cuenta las pérdidas de China provocadas por esta agresión y que fueron más de 35 millones en total. Tampoco se incluyen las víctimas etíopes, españolas, vietnamitas, indonesias y las de otras muchas nacionalidades que también cayeron durante la conflagración mundial. ¿Cómo es posible que se haya callado todo esto? ¿Dónde están los defensores de los derechos humanos?
Japón argumentó que nunca declaró la guerra a China ni a ningún otro pueblo del Asia Oriental, sino que solo realizó expediciones por la zona. Italia simplemente se anexionó la débil Etiopía con el objetivo de restablecer el Nuevo Imperio Romano según los planes de Benito Mussolini. Por lo que respecta a Hungría, Austria y a la entonces Checoslovaquia, tan sólo fueron ocupados para limar las aristas que quedaban tras la firma del Tratado de Versalles en 1919. Es decir, se produjeron evidentes agresiones que nunca fueron catalogadas como guerras.
Alemania invadió Polonia sin declarar la guerra. Tampoco lo hizo cuando la Wehrmacht ocupó Dinamarca, Noruega, Yugoslavia, ni cuando irrumpió en el territorio de la URSS. Japón lanzó su famoso ataque a Pearl Harbor sin necesidad de que mediara una declaración formal de guerra. Y si Londres y París no le hubieran declarado la guerra a la Alemania nazi en respuesta a la ocupación de Polonia, la operación, Fall Weiss bien habría podido calificarse de expedición, de conflicto regional.
La Historia Oficial de la Guerra en Asia Oriental publicada en 1966 – 1988, que abarca 102 tomos, señala que los culpables del conflicto fueron EEUU, Gran Bretaña y la Unión Soviética, o sea, los países que intentaron impedir el crecimiento natural de países emergentes de la región. En septiembre de 1931, Henry Lewis Stimson, el Secretario de Estado de EEUU del gabinete del presidente Herbert Clark Hoover (1929−1933) y Secretario de Guerra durante el mandato de Franklin Delano Roosevelt (1933−1945), dijo abiertamente: «El incidente de Mukden ha dado inicio a la Segunda Guerra Mundial». El incidente de Mukden tuvo lugar el 18 de septiembre de 1931 en el norte de Manchuria, cuando un tramo del Ferrocarril del Sur de Manchuria, compañía japonesa, fue dinamitado. Yo suscribo esta opinión.
¿Hubiera sido parar a Japón, Alemania e Italia antes de que arrastraran a la humanidad al infierno? La respuesta está en los documentos británicos y estadounidenses. Un sistema de seguridad colectiva podría haber garantizado la paz en Europa y en Asia. Moscú hizo propuestas en este sentido en reiteradas ocasiones, pero una alianza de este tipo con la Unión Soviética no entraba en los planes de las democracias mundiales.
Chamberlain no hubiera soportado si Checoslovaquia se hubiera salvado gracias a la URSS. En 1939, al estudiar los planes soviéticos dirigidos a poner una barrera a la agresión nazi, el primer ministro británico declaró que «preferiría presentar la dimisión a firmar un convenio con la URSS». Con esto la violencia salió ganando.
¿Planeaban los países europeos adelantar en unos dos años el fin de la guerra?. Materiales del departamento militar estadounidense y de la Casa Blanca evidencian que el Tercer Reich habría reconocido su derrota en 1942 o, como mucho, en verano de 1943. Los documentos de Winston Churcill también respaldan esta afirmación. ¡Cuántas vidas y cuántas ciudades se habrían podido salvar! El mundo habría tenido otro aspecto, si hubiera terminado el horror en 1942 ó 1943.
¿Fue una simple indiferencia y menosprecio por el dolor ajeno lo qué impidió acabar con aquella ya inútil carnicería? ¿O fue producto de un frío y maquiavélico cálculo «Que se maten los alemanes y los rusos unos a otros, y cuantos más mejor»? (Harry S. Truman, junio de 1941). Estas pautas estratégicas se pusieron en evidencia en la primavera de 1945. Herbert Hoover se expresó en términos muy parecidos.
El crisol de la locura de la guerra debía liberar a la comunidad internacional de sus fobias y vicios. Citaré el discurso de Roosevelt ante el Congreso de EEUU del 1 marzo 1945: «El Universo que construimos no puede ser estadounidense, británico, ruso, francés o chino. No puede ser un Universo de grandes o pequeñas naciones. Construimos un mundo que se cimentará en los esfuerzos conjuntos de todos los países». El presidente estadounidense insistía en «poner fin a las acciones unilaterales, a los bloques aislados, a las esferas de influencia, al equilibrio de fuerzas y a todos los métodos similares que se han estado aplicando durante muchos siglos pero que nunca han tenido un éxito completo». Roosevelt advirtió que si los estadounidenses no cumplían los compromisos recogidos en Teherán y Yalta, «serían responsables de un nuevo conflicto internacional».
¿Cuál fue la reacción del gobierno soviético a las tesis de Roosevelt? En marzo de 1945, Stalin formulaba las directrices maestras de su política: la escisión de Alemania contradecía los intereses estratégicos de la URSS y se hacía necesario desarrollar una relación de buena vecindad con los países limítrofes sin imponerles el modelo social y económico implantado en la URSS. El entendimiento mutuo con EEUU y el mantenimiento del capital político conseguido durante el periodo de la coalición contra la Alemania nazi se daban por hechos.
Los hechos históricos no tienen fecha de caducidad; ni siquiera los dioses, según creían los antiguos griegos, podían borrar lo ocurrido. Sin embargo, el mundo de la política no respeta esta regla de oro. Tras la muerte fulminante de Roosevelt el 12 de abril de 1945, la postura de Washington cambió drásticamente. En EEUU y en sus países aliados llegaron al poder fracciones que no daban la preferencia a la fuerza del derecho sino únicamente al derecho de la fuerza, y decidieron que era antinatural continuar cooperando con la URSS.
En marzo de 1945, el primer ministro Churchill se encargó de desarrollar la Operación Impensable, un plan británico para atacar a la Unión Soviética. Se quería iniciar la Tercera Guerra Mundial con el objetivo de derrotar totalmente a la Rusia Soviética el 1 de julio de 1945. Churchill decidió atraer las divisiones de la Wehrmacht internadas en Schleswig-Holstein y en el sur de Dinamarca para participar en la ofensiva contra la URSS.
La razón por la cual estos monstruosos planes no se llevaran a cabo ya carece de importancia. No se hicieron realidad, en parte porque la Guerra Fría, en esencia, fue la versión estadounidense de la Operación Impensable. Este último capítulo de la Segunda Guerra Mundial consumió mucho más recursos que la mayoría de los conflictos armados en la historia de la humanidad. No se reparó en gastos. Se pusieron en juego todos los medios para eliminar el principal obstáculo que impedía a EEUU gobernar el mundo.
Dios, el Intelecto Supremo, salvó al mundo del Apocalipsis. Los habitantes de nuestro planeta se acercaron al borde del abismo en reiteradas ocasiones y estuvieron a varios metros, a varios minutos de lo irreparable. EEUU y la URSS eran capaces y estuvieron a punto de acabar de raíz con la vida biológica en la Tierra.
Sin embargo, es una ilusión creer que después de 1991 esta guerra terminara. Washington continúa con la contienda utilizando otros instrumentos.
Si la Guerra Fría ya es cosa del pasado, ¿por qué hay por el mundo tantas bases militares estadounidenses y por qué sus portaaviones surcan constantemente los mares y océanos del mundo? ¿Por qué continua la carrera armamentista? Quizás, alguien pueda explicar el motivo por el cual EEUU aumenta constantemente un presupuesto militar que ya supera los gastos militares de todos los países del mundo en conjunto, eso sin tomar en consideración los recursos destinados para el desarrollo de nuevos tipos de armamento.
Si los líderes mundiales destinaran sólo una tercera parte de los recursos que se gastan en el terreno militar, a luchar contra las enfermedades y el hambre, o para mejorar la ecología, se garantizaría un futuro mejor para toda la humanidad. Y se haría con hechos, no con fútiles palabras.
Para lograr entrar en una nueva era, la del siglo XXI, necesitamos poco. Simplemente hay que eliminar unas doctrinas que ya han resultado desmentidas por la historia, esas que descartan la presunción de igualdad, las que permiten prosperar sólo a un grupo de escogidos y las que pisotean las necesidades de los marginados.
*Valentín Falin fue embajador soviético en la República Federal de Alemania, jefe de la Agencia de Prensa Novosti (APN) que se transformó más tarde en RIA Novosti, el último jefe del Departamento Internacional del PCUS.