Los últimos movimientos del Ecofin y su voluntad política de crear un fondo de rescate permanente en la Unión Europea han desatado la euforia en el, hasta ayer, famélico mercado de renta variable que dio la nota histórica con una revitalización que no se conocía en los 18 años de vida del Ibex-35. Los mismos que la pasada semana justificaron las caídas por ser obra de una «manada de lobos» que manipulaban el mercado o el euro, celebran la recuperación bursátil porque dicen que es la consecuencia de una medida política sin precedentes en el devenir de la economía europea, mientras los denostados «tiburones del parqué» celebran la decisión con pingües beneficios.
Ahora bien… ¿qué ha cambiado en el escenario europeo? Como por arte de magia, la UE se ha sacado de la chistera un fondo de rescate para cubrir posibles necesidades de sus países miembros en el corto plazo y ha sido tan sencillo como hacer una declaración de intenciones para que el panorama cambie 180 grados en el sentimiento de analistas, expertos e inversores. Es como si olvidáramos la tragedia griega de las últimas semanas mediante un acontecimiento sin precedentes, más propio de la literatura homérica o hesiódica, cuando sus leyendas relatan cómo Aquiles fue zambullido en las aguas de la laguna Estigia para que su cuerpo quedara invulnerable, salvo el talón por donde su madre, Tetis, lo tenía cogido.
Las leyendas griegas nos han dejado todo un panteón mitológico con el que muchas generaciones han amenizado las largas noches de invierno. Hoy, los hombres y mujeres del Ecofin nos cuentan historias en las que ellos se presentan ante la sociedad europea como la nueva Tetis que, sumergiendo el euro en el río Mosa que pasa por Maastricht, lo han convertido en invulnerable a los ataques especulativos de los tiburones.
Ahora bien, esa voluntad política expresada en una declaración de intenciones no garantiza su eficacia financiera. Al igual que el héroe de la mitología griega, la decisión del Ecofin también tiene su talón de Aquiles. El punto más distante del corazón terminó siendo la causa de su muerte por aquella certera flecha lanzada por París. Quizás también ahora, el punto más distante del corazón financiero, es decir, la economía real siga siendo el más vulnerable y puede ser herido de muerte. Pero volvamos a la realidad o, si se prefiere, al siglo XXI.
El fondo de rescate contempla la dotación de 750.000 millones de euros. Una barbaridad. Para hacernos una idea, viene a ser como algo menos de las tres cuartas partes del PIB español. Pero hay más razones para la duda. Cuando se habla de movimientos especulativos, basados en rumores para justificar movimientos financieros convulsos, se pretende enmascarar una realidad que las propias instituciones políticas o económicas aceptan como hipótesis posibles. Su propio nombre fondo de rescate, invita a la prudencia, cuando no a la incertidumbre.
El hecho de que recientemente el FMI decidiera incrementar su fondo anticrisis de 50.000 a 550.000 millones de dólares (12 de abril) o la decisión del Ecofin confirman la validez de esas hipótesis calificadas de alarmistas. Confirman los temores de que algo grave subyace en el fondo de una recesión económica sin precedentes que obligará a tomar decisiones muy importantes, al tiempo que impopulares. Grecia no podrá pagar su deuda si no aumenta la presión fiscal y rebaja salarios y pensiones. Y aunque reduzca el gasto y aumente los ingresos no está garantizada la amortización de las ayudas que va a recibir en las próximas semanas.
Es de ilusos pensar que quienes han gestionado y administrado los dineros públicos con absoluta irresponsabilidad durante muchos años vayan a ser capaces ahora de recomponer la situación por el simple hecho de disponer de un fondo de rescate. Llegados a este punto, conviene señalar que los Gobiernos no gestionan el maná caído del cielo, sino el dinero que aportamos los ciudadanos. Por eso, nos asaltan múltiples temores cuando escuchamos a la ministra Salgado trasladar la decisión de Zapatero de una reducción adicional del déficit español en 5.000 millones de euros para 2010 y otros 10.000 millones en 2011.
Los rumores no surgen por generación espontánea, como nos quieren hacer ver. Tampoco influyen en los mercados cuando son utópicos o inviables. Ni se crean con el objetivo de atacar artificialmente una economía o una moneda. Las opiniones de expertos y periódicos especializados señalan que existe una carga de verosimilitud en los rumores de las últimas semanas.
Blanco y en botella. Algo huele mal en los alfombrados despachos de los dirigentes que han decidido crear ese fondo europeo de rescate. Porque no es un fondo para reducir el déficit público, sino para hacer frente al pago de la deuda. Dicho en otras palabras, el fondo sirve para renegociar la deuda de los países insolventes cambiando de acreedor, que ya no serán los bancos que acudieron a la emisión de deuda pública, sino el conjunto de la ciudadanía europea.
La cuestión o la preocupación no está, o no debería estar, en si se solucionan o no los problemas financieros del mercado de renta variable. La preocupación, el interés y el objetivo de la sociedad deben estar, primero, en saber cuál es el estado real de la economía europea y qué proyectos financiados con dinero público tienen los dirigentes. Porque esos miles de millones saldrán de donde salen siempre; los impuestos que paga la ciudadanía y se utilizarán para evitar (una vez más) que el riesgo de una quiebra financiera se haga realidad.
Porque los obstáculos financieros no son los que restan puestos de trabajo en Europa, los que provocan un aumento del déficit, los que incrementan el endeudamiento público o los que ponen en tela de juicio la solvencia de un país para hacer frente a su deuda soberana. Todo ello viene provocado por la propia recesión económica que, en efecto, podrá ser consecuencia de una crisis en el sistema financiero, pero éste, lejos de entrar en un proceso de regularización, control y transparencia (responsabilidad de los gobiernos), sigue actuando como dueño y señor de su destino, aunque reciba ayudas públicas para su subsistencia. A modo de recordatorio, hay que citar cómo desde 2008 hasta hace escasas semanas, los gobiernos de los distintos países miembros de la UE se han afanado en crear líneas de ayudas públicas a diversos sectores productivos. Es decir, hasta ahora, el freno al decrecimiento del PIB ha venido de la mano de las subvenciones. La economía europea ha sobrevivido gracias a las subvenciones y cuando llega el momento de retirar esas ayudas vuelven los riegos sistémicos.
Europa es una economía desigual en cuanto a su política fiscal, pero una economía subvencionada con el dinero de todos los europeos. Por ir simplificando, durante años hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y financiados por el sector financiero que, conviene decirlo, no ha estado motivado por un ideal altruista de progreso social sino por las expectativas de grandes beneficios. Ahora, esa economía subvencionada contempla cómo la mayor parte de las ayudas han sido para evitar, primero la quiebra del sistema financiero (Bancos) y después para los sectores considerados como estratégicos.
Pero no ha sido suficiente. Cuando el BCE ha empezado a recomendar el fin de esas ayudas muchos se han puesto a temblar. Quizás porque no han hecho los deberes y han seguido operando como si la recesión no fuera con ellos. Por eso, ante la posible llegaba de nuevas nubes volcánicas que impidan levantar el vuelo, el FMI ha decidido incrementar su fondo anticrisis y el Ecofin ha creado un fondo de rescate ad hoc. Todo ello se publicita como si fuera la reencarnación de Aquiles, cuando lo cierto es que estamos ante una nueva Odisea, donde los protagonistas somos los europeos que no contaremos, como Ulises, con la ayuda de algunos dioses griegos.
El talón de Aquiles del euro reside en el creciente déficit público, el galopante endeudamiento, la falta de competitividad y la destrucción de empleo. Ellos, los gobernantes, minusvaloran la larga y dura travesía pendiente y se dedican a la propaganda política en la que dicen con la boca pequeña que hemos de prepararnos para una larga y sacrificada travesía. Se empeñan en ocultar este escenario que nos llegará, sí o sí, en pequeñas pero dolorosas dosis de incremento de la presión fiscal, reducción salarial, menor cobertura social…
Todo sea bien empleado con tal de no irritar al Aquiles del siglo XXI, al entramado financiero causante de la mayor recesión económica desde 1929.