Gloria Muñoz Ramírez/Resumen Latinoamericano/9 de marzo de 2020
Marcharon más de 100 mil mujeres, el zócalo se llenó más de una vez, tomando en cuenta que miles de ellas entraban y salían y que entre la vanguardia y retaguardia mediaban 4 horas. Estaban, en primer lugar, las familias de las mujeres víctimas de feminicidio y desaparecidas. Una gigantesca cruz rosa las ubicaba y un discurso certero e indignado, reclamando justicia para sus hijas, “Ni Una Más”, y presentación de las desaparecidas.
Intercaladas a lo largo de la kilométrica movilización llegaron contingentes de mujeres de todas las edades que marchaban por primera vez. Hubo colectivos de bordado, grupos de lectura, hasta comensales asiduas a un café que al no tener organización ni saber cómo moverse, se juntaron, se hicieron unas pulseras como distintivo y acudieron juntas a marchar hasta el variopinto zócalo de la Ciudad de México, cuya plancha se llenó a lo largo de una jornada que arrancó en el Monumento a la Revolución.
El segundo contingente estuvo conformado por madres marchando con niños y niñas de hasta 12 años de edad. Avanzaron cientos de mamás con carreolas a las que les pusieron pancartas que decían “en México es un riesgo ser niña” o “Marcho por Fátima, que tenía 6 años como yo”. María Elena, madre de Andrés y Leila, recorrió las calles por primera vez en una protesta. No tiene amigas en ningún contingente, sus compañeras de trabajo le dijeron que no viniera, pero se unió porque, dice, “yo ya no puedo ser indiferente. Tengo una hija y sé que peligra”.
Desde las 12 horas se dieron cita las mujeres indígenas otomíes del Congreso Nacional Indígena y del Concejo Indígena de Gobierno, al igual que la Red Anticapitalista. También llegaron temprano las Reporteras de Guardia, a donde se unieron fotógrafas que marcharon al tiempo que registraron la manifestación.
Una gran pancarta morada con la leyenda “Merecemos otra historia” fue llevada por el colectivo Escritoras contra la violencia, mientras las jóvenes universitarias, ruidosas, combativas y alegres, no pararon un segundo de gritar sus consignas: “La que no brinque es AMLO, la que no brinque es AMLO”, “Señor, señora, no sea indiferente, se mata a las mujeres en la cara de la gente”, coreaban las estudiantes de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, seguidas del contingente de la Preparatoria 9, que se encuentra en paro reclamando el fin de las violencias machistas en su plantel.
Rosa, Tere y Miriam llegaron desde la Portales. Vienen juntas porque, dicen, “nos dan miedo estas cosas pero no podíamos faltar. Todos los días sale en los noticieros que están matando mujeres y esto ya no puede seguir así”, advierten. Las cruces rosas con los nombres de las mujeres asesinadas recorren la marea, al igual que las batucadas, los performance y los cantos/consigna.
La enorme marea hizo varios altos. De pronto todas subieron el puño cerrado, como en el temblor de 2017 cuando se pedía silencio, y ni un sonido se escuchó. Varios minutos se mantuvieron así sobre 5 de febrero, y luego se escuchó el grito de todas como en una ola, de atrás para adelante.
La marcha y el zócalo tuvieron varios escenarios. Mientras la ola verde y violeta se movía por la calle, en las aceras se cocinaba otra historia. Con rabia grupos de mujeres arremetieron contra vitrinas, semáforos y hasta botes de basura. Arremetieron contra las láminas que cubrían los monumentos, tiraron varias con mazos, palos y cuerpos. Eran mujeres muy jóvenes en su mayoría, que no escondían su rabia. Llegaron al zócalo y casi consiguen llegar a la catedral, pero cientos de mujeres y hombres policías les cerraron el paso.
Frente a Palacio Nacional hubo otro escenario de tensión. Pintaron las paredes con consignas contra el feminicidio y la impunidad. Insultaron al presidente López Obrador hasta que se cansaron, lo conminaron a salir, mientras que él desde Zacatecas resaltaba la “abnegación” y “valentía” de las mujeres.
Las trabajadoras del hogar llegaron juntas y tomadas de las manos. «Por nuestro trabajo ustedes pueden salir a la calle a protestar. Nosotras les cuidamos a sus hijos y limpiamos sus casas. Mínimo queremos un salario digno, seguridad y no ser violentadas». Así de claro.
La Brigada por la Paz Marabunta se la rifó. Sus hombres y mujeres vestidos de rojo recorrieron toda la marcha y pusieron literalmente el cuerpo entre la policía y la indignación y bravura de las cientos de jóvenes mujeres, quienes recibían el apoyo de muchas al grito de “Me representan” y “Fuimos todas”, mientras que otras tantas les gritaban “No violencia, no violencia”. Desde el templete una mujer con el micrófono las llama infiltradas y una joven desde abajo le responde “infiltrada tu madre”. La policía recibió botellazos, piedras, palos, agua y todos los insultos posibles. Respondieron con la presión de los extintores y formando hasta cuatro cordones frente a los edificios más emblemáticos. Los y las marabuntas hicieron el trabajo de contención, seguridad y apoyo a las mujeres. Otro resultado hubiera sido si el colectivo guardián de las marchas no se hubiera hecho cargo.
Un petardo frente al palacio pone las cosas tensas. El fuego hiere al menos a una manifestante. Muchas mujeres salen de la plancha y otras se concentran al centro, donde hay una especie de picnic colectivo. Otras más permanecen frente a los crudos relatos de madres de hijas asesinadas y desaparecidas. “Yo sí te creo”, “No estás sola” y el nombre de su hija que ya no está es coreado por los contingentes más cercanos al templete.
Un día antes en esta plancha miles de mujeres corearon el canto de Vivir Quintana en su voz y en la de Mon Laferte. “Que tiemble el Estado, los cielos, las calles. Que tiemblen los jueces y los judiciales. Hoy a las mujeres nos quitan la calma, nos sembraron miedo, nos crecieron alas”. Lo de hoy fue la recreación de este canto.Este material periodístico es de libre acceso y reproducción. No está financiado
Fuente: desInformemonos