Chi­le. Vivir la “cua­ren­te­na” por Covid-19 en un cam­pa­men­to (villa miseria)

Gon­za­lo Baci­ga­lu­pe /​Resu­men Lati­no­ame­ri­cano /​5 de abril de 2020

“Yo soy nana y tra­ba­jo en San­to Domin­go con un matri­mo­nio muy bueno, me han ayu­da­do bas­tan­te. Pero veo la dife­ren­cia. No ten­go nada con­tra ellos, pero soy tes­ti­go de la injus­ti­cia social que hay con res­pec­to a los niños que yo ten­go en la toma. Ellos se esfuer­zan para tener las cosas de su hija, pero acá noso­tros care­ce­mos de lo bási­co”. En la Villa muchas veces no hay elec­tri­ci­dad para poder car­gar los celu­la­res. Estos son esen­cia­les para obte­ner la infor­ma­ción des­de la escue­la, ni pen­sar en un computador.

*En cola­bo­ra­ción con Gabrie­la Almu­na, diri­gen­ta cam­pa­men­to Villa Las Loi­cas, Cartagena.

Gabrie­la (33 años) lle­va ocho años vivien­do en la región de Val­pa­raí­so. Naci­da y cria­da en San­tia­go migró a Car­ta­ge­na por­que sus abue­los son de la zona y siem­pre qui­so vivir ahí. En la casa de sus abue­los vivían muchos de sus seis tíos y tías, nume­ro­sos pri­mos y pri­mas. Era una casa peque­ñí­si­ma don­de se tur­na­ban los miem­bros de la fami­lia para dor­mir en la noche. Gabrie­la siem­pre se adap­tó a estas cir­cuns­tan­cias típi­cas de gran­des fami­lias sin medios, pero al empe­zar a tra­ba­jar espe­rar que otros deja­ran su cama para dor­mir se hizo insostenible.

Des­de los 19 años comen­zó a aho­rrar en una libre­ta de la vivien­da, pero no pudo obte­ner nin­gún bene­fi­cio, la esta­fa­ron en una pos­tu­la­ción extra­ña. Per­dió el dine­ro y al no tener car­gas no logró acce­der a un sub­si­dio estatal.

La his­to­ria de Gabrie­la no es dis­tin­ta a miles de muje­res que se orga­ni­zan con otras tra­ba­ja­do­ras para resol­ver el pro­ble­ma de vivienda.

Esto lle­vó a Gabrie­la a unir­se a 54 fami­lias para pla­ni­fi­car la toma de un sitio en los cerros que divi­den Car­ta­ge­na y San Anto­nio, para des­pués nego­ciar la com­prar del terreno a su due­ño. El terreno en la cima de un cerro arci­llo­so, ale­ja­do de la urbe era un micro-basu­ral. Sin acce­so a ser­vi­cios bási­cos como agua, luz, calles o alum­bra­do públi­co, si esta­ba pla­ga­do de dese­chos del cemen­te­rio cer­cano, ani­ma­les muer­tos y res­tos de vehícu­los. Algo muy común de los cerros de la región.

Jun­to a las fami­lias comen­za­ron a lim­piar, hacer lotes y ver los des­lin­des has­ta con­cre­tar la Villa Las Loi­cas. Debi­do a la gran deman­da de vivien­da y la con­ti­nua expul­sión de per­so­nas con menos ingre­sos des­de la ciu­dad, en tres años han lle­ga­do a 300 fami­lias a vivir a la villa. Sin ser­vi­cios bási­cos, con­si­guen agua a tra­vés de una gran man­gue­ra y elec­tri­ci­dad “col­gán­do­se de los cables”, lo cual regu­lar­men­te es des­co­nec­ta­do por Chil­quin­ta. Pero el cam­pa­men­to per­sis­te. “Nos qui­tan los cables, vamos por más cables y ahí juga­mos a la persistencia”.

Esa per­se­cu­ción es con­ti­nua, pero a pesar de ello la comu­ni­dad se orga­ni­za para apo­yar a un vecino que es elec­tro-depen­dien­te que sino está conec­ta­do a la elec­tri­ci­dad pue­de sufrir un paro car­dio-res­pi­ra­to­rio por apnea del sue­ño. Tam­bién hay per­so­nas que son insu­li­na depen­dien­te y tie­nen que man­te­ner la insu­li­na refri­ge­ra­da y, por ende, conec­tar­se a la elec­tri­ci­dad es de vida o muer­te. Hay situa­cio­nes com­pli­ca­das de vivien­da. Des­pués de tres años las casas están más esta­ble­ci­das, aun­que al prin­ci­pio pasa­ban frío y vivían en car­pas. Han ins­ta­la­do lám­pa­ras para ilu­mi­nar las calles reci­clan­do unas bote­llas y cada pasa­je tie­ne una pla­ci­ta que dise­ña­ron entre todas. Algu­nos han comen­za­do a hacer huer­tos orgánicos.

Edu­car a niños y niñas es una odi­sea. Hay niños que lite­ral­men­te cru­zan dos cerros para ir al cole­gio. Han envia­do car­tas al alcal­de y con­ce­ja­les para que se faci­li­te trans­por­te a los 30 niños de la villa para lle­gar al cole­gio en Car­ta­ge­na, sin res­pues­ta. Los niños corren ries­gos de acci­den­tes y que los abor­de gen­te como el año pasa­do en octu­bre cuan­do los siguió un hom­bre. Con el cie­rre de las escue­las debi­do a la cua­ren­te­na, el apren­di­za­je remo­to reem­pla­za la cami­na­ta. Pero Gabrie­la pien­sa que eso no es posible.

“Yo soy nana y tra­ba­jo en San­to Domin­go con un matri­mo­nio muy bueno, me han ayu­da­do bas­tan­te. Pero veo la dife­ren­cia. No ten­go nada con­tra ellos, pero soy tes­ti­go de la injus­ti­cia social que hay con res­pec­to a los niños que yo ten­go en la toma. Ellos se esfuer­zan para tener las cosas de su hija, pero acá noso­tros care­ce­mos de lo bási­co”. En la Villa muchas veces no hay elec­tri­ci­dad para poder car­gar los celu­la­res. Estos son esen­cia­les para obte­ner la infor­ma­ción des­de la escue­la, ni pen­sar en un computador.

Tam­po­co los cole­gios más vul­ne­ra­bles tie­nen una pla­ta­for­ma digi­tal para des­car­gar guías y seguir cla­ses onli­ne. Hay días en que los niños pue­den conec­tar­se y reci­ben de las pro­fe­so­ras las tareas por WhatsApp. Los niños tra­tan de res­pon­der, pero para muchos es muy difí­cil hacer­las en medio de la pre­ca­rie­dad. Apar­te de la difi­cul­tad para conec­tar­se, las madres y padres no tie­nen la edu­ca­ción para poder apo­yar a sus hijas e hijos. Muchos de ellos no tuvie­ron la opor­tu­ni­dad de educarse.

“Es com­pli­ca­do, difí­cil, fuer­te, con­fie­sa Gabrie­la. A mí me gene­ra con­tra­dic­cio­nes ser tes­ti­go de esa des­igual­dad: mi tra­ba­jo ver­sus mi reali­dad. Acá yo ten­go niños que no tie­nen una cama don­de dor­mir, menos un celu­lar. Hay otros niños que lo tie­nen todo. Yo no juz­go por­que ellos ten­gan todo, pero sí da impo­ten­cia que los míos no ten­gan nada”.

Cómo no nos va afec­tar más una pan­de­mia como esta, dice la pobla­do­ra, si nun­ca tuvi­mos nada inclu­so sin cua­ren­te­na. Sim­ple­men­te no pode­mos que­dar­nos en nues­tras casas. Siem­pre esta­re­mos más en ries­go que los “otros”. Esas fami­lias que figu­ran hoy en sus hoga­res, conec­ta­dos a sus compu­tado­res, con sus des­pen­sas lle­nas y su suel­do a fin de mes. Noso­tros hoy no tene­mos luz en el cam­pa­men­to, dice Gabriela.

Gon­za­lo Baci­ga­lu­pe
Aca­dé­mi­co y salu­bris­ta UMASS (Bos­ton) e inves­ti­ga­dor CIGIDEN. 

El Des­con­cier­to*

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