Por Jorge Falcone, Resumen Latinoamericano, 6 abril 2020
Vayamos al grano. Nadie que haya sobrevivido a los años 70 sin venderse puede renunciar al pensamiento crítico. Y hete aquí que en algunas coyunturas (o más bien casi siempre) ejercerlo resulta incómodo.
Sin ir más lejos, un cuento de hadas del célebre Hans Christian Andersen publicado en 1837 bajo el nombre de “El traje nuevo del Emperador” lo ilustra inmejorablemente. En dicho relato, un monarca torpe y veleidoso se apresta a desfilar conmemorando fecha insigne para su comarca, cuando un par de pícaros sastres se acercan a su palacio y le ofrecen diseñar un fastuoso y originalísimo atuendo de gala que tendrá la particularidad de ser invisible para los imbéciles. El hombre acepta de inmediato y, al cabo de esmeradas simulaciones de corte y confección… termina desfilando desnudo, para no asumir que él tampoco puede ver tan curiosa indumentaria. Su grey, absolutamente sometida a los caprichos de aquel mandante, contempla perpleja el espectáculo pero prefiere aplaudir y soltar expresiones de admiración. Sólo un niño – inocente como todo humano de corta edad – atina a interpelar a sus padres interrogando porqué aquella autoridad se pasea tal y como vino al mundo. Y aquí viene la moraleja: El pequeño y su familia son expulsados del pueblo para siempre, destino recurrente – y a menudo peor – de quienes osan decir ciertas verdades en tiempos difíciles.
Recapitulando. La dictadura oligárquico militar genocida entronizada el 24 de marzo de 1976, a diferencia de las que la precedieron desde 1930, demolió casi todo vestigio del Estado de Bienestar construido por el peronismo desde mediados de la década del 40.
Su retirada, producida por la creciente resistencia popular, la difusión internacional de crímenes de lesa humanidad, y una insalvable crisis económica a la que se sumó la derrota en la guerra del Atlántico Sur, se concretó tras una suerte de “consenso de posguerra” acordado con la partidocracia demoliberal que nos gobierna desde entonces, con algunas variantes en la administración de las libertades formales, pero la constante de no alterar sustancialmente la pobreza estructural – que hoy asciende a casi la mitad de la población – ni una matriz productiva de carácter extractivo.
Así, al cabo de 4 años en que gobernaron los intereses aggiornados de aquellos facciosos de uniforme colocando nuestra economía en terapia intensiva, arribamos a esta bisoña gestión de un panperonismo tan amplio y diverso que nos demanda, ante el terror de volver a lo anterior, ni siquiera toser para no derribar su castillo de naipes. Malos tiempos pues para ejercer el pensamiento crítico, aún desde el más constructivo de los afanes, sin ser apuntado como maximalista, aguafiestas, o funcional a la derecha.
Pero aún bajo esa Espada de Damócles, como este cronista desciende – entre otras sangres – de vascos y extremeños, se atreverá a opinar que a un gobierno consciente de la emergencia económica, que asumió privilegiando tomar medidas tendientes a paliar la dramática suerte de lxs de abajo optando por no esbozar – o al menos no dar a conocer – un programa orgánico para lo que dure su mandato, so pretexto de reperfilar primero el pago de la deuda odiosa con los acreedores internacionales en la ya impracticable fecha del 31 de marzo… la llegada del COVID – 19 le vino como anillo al dedo, para encender los motores ensayando cierta capacidad de planificación, y para desembarazar al primer mandatario de cualquier sospecha de ser un títere de su vicepresidenta.
La imagen que acompaña esta nota, profusamente difundida en las redes a partir de las cadenas nacionales en que Alberto Fernández decretó la cuarentena general, y a continuación su prórroga, ilustra en buena medida lo anterior. No sólo eso, el medio pelo jauretcheano también conmemoró su cumpleaños con mayor ahínco que el desembarco argentino en las Islas Malvinas.
Ya se ha dicho que la pandemia azota con rigor preferencial al mundo periférico, subsidiario del Norte Global. Sus posibles consecuencias, por ende, no son enteramente imputables al oficialismo de turno. Pero tampoco puede eximírselo de la dilapidación de una inmejorable oportunidad histórica para sumarse al clamor internacional que exige la condonación de la deuda contraída por los países más vulnerables a la acción del virus; de haber pagado 250.000.000 de dólares en concepto de intereses de esa deuda y aprestarse a abonar otros 503 millones correspondientes a los vencimientos de intereses de 3 bonos, en plena emergencia sanitaria y cuando – por dar sólo un ejemplo – todos los medios anuncian decesos por falta de respiradores en los hospitales; de agotar en bravatas retóricas el señalamiento de un empresariado rapaz que, en el caso de Garbarino, llegó a intimar al Ejecutivo a levantar la cuarentena a riesgo de cesantear a todo el personal de su planta, y en el de Danone no sólo incrementa significativamente sus precios sino que amenaza con rebajar el 40% del salario a gran parte de sus trabajadores/as; y mucho menos, aún a pesar de lo inédito de la circunstancia que atravesamos, de no prever en un comité de crisis la tragedia sucedida el 3 de abril pasado, fecha en que – al cabo de un disciplinado aislamiento ponderado por varias naciones del mundo – se expuso a cientos de miles de abuelos a cobrar jubilaciones y pensiones realizando desde la madrugada del día anterior colas de hasta 3 kilómetros.
Se hace difícil ante hechos semejantes pasar por alto un lugar común: El orden capitalista prescinde de las dos franjas etarias extremas, que no tienen cabida en o ya pasaron por el proceso productivo. De los jóvenes ajenos a cualquier privilegio social se ocupará el “gatillo fácil”, y de los viejos el invierno. O las pandemias.
Puede que la circunstancia aludida – que echó por tierra buena parte del esfuerzo realizado hasta entonces por la población en general y el personal sanitario en particular – no sea de responsabilidad directa del presidente, pero lo que no cabe es caer en la típica “teoría del cerco” que supone estar gobernados por un estadista visionario que “la tiene atada”… pero no está exento de padecer “fuego amigo”. Porque, si el flagelo que combatimos nos coloca en situación semejante a una guerra, pues entonces exige unidad de mando y previsión de riesgos.
Lo cierto es que, a partir de su tesitura de pagador serial – que lo congracia con los acreedores pero a la vez lo compromete cada vez más con el pueblo que dice representar -, el gobierno enfrentará horas más que difíciles al culminar la cuarentena y quedar cara a cara ante el desafío de afrontar con menguadas arcas la onerosa deuda interna que carga el país.
Queda claro que estas son consideraciones opinables. ¿Dónde está entonces, a nuestro modesto entender, “la madre del borrego” que nos coloca en medio de un laberinto de improbable salida?
En la constatación de que la viciada clase política que rige nuestros destinos es incapaz de leer adecuadamente este momento histórico, que grita a voces que en el marco del capitalismo no hay destino para la humanidad.
Y si esa verdad de perogrullo coloca en un penoso lugar a nuestra dirigencia, peor habla de aquellas organizaciones sociales que, persiguiendo la vana ilusión de cogobernar, – muy a pesar de la encomiable labor de seguir atendiendo comedores y merenderos – la crisis muestra bien lejos de la mesa chica que enfrenta la emergencia, y ostensiblemente situadas en el subsidiario rol de válvula de escape de la olla a presión que comienza a hervir desde la base de la sociedad.
Porque el Estado concentra todas las tareas de asistencia y contralor en la emergencia, pero desestima el enorme potencial de la comunidad, a la que asigna exclusivamente el rol pasivo de vaciar las calles y confinarse en el hogar.
Vale la pena entonces parar la pelota y contemplar la cancha, como solía hacer el Diego, para reconsiderar que lxs condenadxs de la tierra, además de incomibles bolsones de alimentos, barbijos, o alcohol en gel, tienen derecho a recuperar cuanto antes un horizonte emancipatorio capaz de trascender este sistema que hace agua por todos los costados.-