Juan Humberto Urquiza García /Resumen Latinoamericano, 15 de abril de 2020
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El SARS‑2 o covid-19 le impuso al mundo globalizado y al modelo económico una pausa obligada, lo que nos ha confirmado la relación entre crecimiento económico y deterioro ambiental. La pandemia nos corroboró cuan frágil y desigual es el sistema económico y la importancia de realizar cambios.
Asimismo, la crisis sanitaria en distintas latitudes del planeta reactivó el debate sobre los aspectos más negativos de la globalización, el libre mercado y el consumo acelerado. Nos ha hecho pensar en el papel que debe tener el Estado en momentos de crisis como la que hoy vivimos por la pandemia.
Hoy nadie tiene un diagnóstico completo de las implicaciones que la crisis sanitaria tendrá para el sistema y su funcionamiento y los ciudadanos tenemos la obligación de dudar razonadamente sobre cualquier propuesta que presente soluciones fáciles ante esta emergencia. En los últimos días, se ha puesto sobre la mesa de discusión si es posible redirigir el actual modelo socio-económico que ha provocado que los costos de la pandemia los sufran los más desprotegidos.
México no ha quedado inmune a este debate y la opinión pública ha expuesto la necesidad de construir acuerdos que reorienten la política económica y social, que le permitan al país hacer frente a la crisis económica que día a día se agudiza por la pandemia. Se han hecho escuchar voces empresariales, académicas, políticas y ciudadanas que ejercen su derecho a la libre expresión sobre cuál debe ser la ruta para enfrentar la crisis. Esta discusión no ha estado exenta de posturas encontradas y tensiones entre los distintos sectores que se han hecho escuchar públicamente. Sin embargo parece ser un consenso que la política económica debe reorientarse, pero en lo que no hay acuerdo es qué partes del modelo deben ajustarse.
El debate abierto nos da la oportunidad a los historiadores ambientales de exponer algunas ideas que contribuyan en la discusión pública. Históricamente, los orígenes del estado de bienestar los podemos ubicar en Francia durante el Segundo Imperio, pero fue en Alemania, a finales del siglo XIX, durante la administración de Otto von Bismark que se desarrolló el andamiaje jurídico que intentó equilibrar la relación entre el capital y el trabajo, abriendo la puerta en todo el mundo a lo que hoy se conoce como el “Estado de Bienestar” y los derechos sociales de segunda generación.
Pero la historia del estado de bienestar no finalizó con la aprobación de las leyes que garantizaron los derechos laborales de miles de trabajadores en el mundo. La crisis financiera que experimentó el sistema económico liberal norteamericano en 1929 llevó a distintos países del orbe a desarrollar modelos de planificación estatal, principalmente de la economía, que les permitieran hacer frente a futuras crisis. Así, en todo el mundo, los gobiernos desarrollaron programas de intervención para impulsar la economía que, con los años, se convirtió en un modelo tanto para las democracias liberales como para otros proyectos políticos de corte autoritario. Por mencionar algunos ejemplos, la Unión Soviética, desde 1928, implementó los Planes Quinquenales; México, durante el gobierno del presidente Cárdenas, impulso los Planes Sexenales; en Brasil, el proyecto del Estado Novo fue estimulado por Getulio Vargas y, en Estados Unidos, el presidente Franklin D. Roosevelt instrumentó, durante la década de 1930, lo que se conoce como el New Deal norteamericano.
En 1929, el crash económico impactó de manera diferenciada al mundo: para México esta desaceleración implicó la pérdida de miles de empleos en la industria minera, en la textil y en los ferrocarriles. Asimismo, las medidas adoptadas para enfrentar el desempleo masivo y reactivar el aparato productivo fue diferenciado en todos los países. Por ejemplo, en la década de los años treinta, pese a las grandes diferencias sociales, culturales, económicas e industriales entre México y Estados Unidos, ambos países implementaron políticas estatales enfocadas a la conservación y restauración de la naturaleza.
En los Estados Unidos, durante la Gran Depresión, la administración del presidente Franklin D. Roosevelt consolidó e impulsó el Sistema de Parques Nacionales que todavía en la actualidad se encarga de la administración y gestión de muchos ecosistemas norteamericanos. Asimismo, Roosevelt impulsó una importante política para la generación de empleos, la cual tuvo como uno de sus ejes prioritarios la conservación de la naturaleza; esta iniciativa se reflejó en la Ley de Ayuda a la Reforestación por la Corporación para la Conservación Civil, medida que permitió la creación del Cuerpo Civil de Conservación que empleó, durante el periodo de 1933 a 1942, a más de 2 millones de jóvenes que se dedicaron a reforestar el territorio norteamericano.
En México, los esfuerzos para la conservación de la naturaleza en la década de los treinta también fueron muy dinámicos. Durante la presidencia de Lázaro Cárdenas, se creó el Departamento Forestal de Caza y Pesca, organismo encargado de implementar distintas políticas dirigidas a la conservación y restauración de los recursos naturales de nuestro país. Asimismo, durante su gestión, se crearon treinta y nueve Parques Nacionales y el total de reservas forestales de la nación alcanzó las 600 000 hectáreas. Las medidas impulsadas por la administración del presidente Cárdenas para conservar y restaurar los ecosistemas forestales de la nación incluyeron la creación de cooperativas forestales campesinas que estarían encargadas de gestionar comunitariamente los bosques de sus territorios.
El gobierno cardenista implementó distintos programas para la restauración de los bosques nacionales, uno de ellos fue la creación de viveros forestales en todas las escuelas públicas del país que llegaron a conformar una amplia red de 4 mil viveros públicos; durante su presidencia, el sistema educativo y la conservación de la naturaleza caminaron de la mano; esto debería seguir siendo un modelo para nuestro país. Otra de las medidas impulsadas fueron los intensos programas de reforestación de las cuencas hidrológicas nacionales. Durante esos años, los viveros nacionales produjeron más de 6 millones de árboles los cuales fueron plantados a lo largo y ancho del territorio nacional con el apoyo del ejercito mexicano. Podemos decir que el modelo del estado de bienestar, impulsado por Cárdenas y Roosevelt, entendió que la conservación de la naturaleza debía ser un eje de acción fundamental para cualquier proyecto de nación que aspirara a legarle un mejor futuro a las generaciones por venir.
En México históricamente se han realizado importantes trabajos en materia de conservación de la naturaleza, sin embargo, el deterioro de nuestros ecosistemas sigue avanzando. Nuestro país, pese a la pérdida constante y acelerada de sus recursos naturales, está ubicado cómo uno de los cinco países con mayor diversidad biológica y biocultural del planeta, lo antes expuesto nos obliga en escala global y nacional a dar soluciones para el calentamiento global del planeta, la pérdida acelerada de diversidad biológica, la acidificación de los océanos, pero principalmente la pobreza en la que se encuentran millones de ciudadanos nos ha demostrado que el modelo económico no ha dado solución a estas problemáticas y seriamos ingenuos si creyéramos que lo hará.
Los problemas ecológicos que enfrenta México y el mundo requieren soluciones urgentes, debemos imaginar e instrumentar un modelo de desarrollo nacional en el que la educación sea un catalizador a favor del cuidado y restauración del medioambiente. Si, en el siglo XIX, el estado bismarckiano sentó las bases para la regulación entre capital y trabajo, nuestra generación debe tomar acciones decididas para normar la relación entre desarrollo y conservación de la naturaleza. Pensar en un modelo de estado de bienestar para el siglo XXI nos obliga a incorporar la educación y la conservación de la naturaleza como uno de sus ejes prioritarios, porque las pandemias como el SARS‑2 o covid-19 nos han recordado que el ser humano es una especie que depende de la salud del ecosistema planetario.
*Investigador de la Coordinación de Humanidades-UNAM
Fuente: Proceso