Colombia. Tras las pistas del arma que asesinó a Carlos

Colom­bia. Tras las pis­tas del arma que ase­si­nó a Car­los Pizarro

Edin­son Arley Bola­ños /​Resu­men Lati­no­ame­ri­cano /​26 de abril de 2020

César Rojas es el fis­cal que orde­nó fun­dir el arma con la que ase­si­na­ron al can­di­da­to pre­si­den­cial. Hoy está inves­ti­ga­do por esto. Sus­ten­tó que lo hizo siguien­do órde­nes de una comi­sión que, curio­sa­men­te, se creó un mes des­pués de que el arma fue ubi­ca­da y cuan­do se vin­cu­la­ron al caso a exagen­tes del DAS. 

La subame­tra­lla­do­ra mini-Ingram cali­bre .380, que cegó la vida del diri­gen­te polí­ti­co, y últi­mo coman­dan­te del M‑19, Car­los Piza­rro Leon­gó­mez, habría sido modi­fi­ca­da por el coman­dan­te para­mi­li­tar Car­los Cas­ta­ño. La idea era que la ráfa­ga que dis­pa­ró el sica­rio Gerar­do Gutié­rrez Uri­be —cono­ci­do como Yerri, ese 26 de abril de 1990, cuan­do entró al avión de Avian­ca en el que esta­ba Piza­rro— salie­ra sin caden­cia. Es decir, rraaaaaaaass y no, ta-ta-ta-ta-ta, como lo des­cri­bió Cas­ta­ño en su libro Mi con­fe­sión, don­de con­tó que pre­pa­ró al pis­to­le­ro de 22 años en una casa fin­ca, a las afue­ras de Medellín.

En tres segun­dos, el can­di­da­to pre­si­den­cial por la Alian­za Demo­crá­ti­ca M‑19, el par­ti­do polí­ti­co que sur­gió tras el acuer­do de paz que fir­ma­ron con el Gobierno de Vir­gi­lio Bar­co un mes atrás, reci­bió 15 dis­pa­ros. Un arma dise­ña­da des­de media­dos de los 60 por el esta­dou­ni­den­se Gor­don B. Ingram, espe­cial­men­te para desa­rro­llar ope­ra­cio­nes clan­des­ti­nas. El arma fue escon­di­da en el baño del avión de Avian­ca, de matrí­cu­la HK-1400. 

Hacia las 11:15 a. m. ter­mi­nó la ins­pec­ción judi­cial al inte­rior del Boeing 727100 que cum­plía la ruta Bogo­tá – Barran­qui­lla y que ocho minu­tos des­pués de des­pe­gar tuvo que regre­sar a una pis­ta de El Dora­do. Según el acta de la dili­gen­cia judi­cial, al inte­rior de la aero­na­ve encon­tra­ron la subame­tra­lla­do­ra Ingram que tenía un aca­ba­do ace­ra­do en mal esta­do y la empu­ña­du­ra era una cubier­ta metá­li­ca de pas­ta color negro. Igual­men­te, los ins­pec­to­res encon­tra­ron un pro­vee­dor para 17 car­tu­chos, cua­tro vai­ni­llas de tiros cali­bre 9 milí­me­tros cor­to y cin­co pro­yec­ti­les cali­bre .380, cuyo aná­li­sis balís­ti­co arro­jó que enca­ja­ban en la subame­tra­lla­do­ra que no tenía núme­ro serial, como advir­tió el informe. 

La quin­ta vai­ni­lla corres­pon­día a un pro­yec­til cali­bre 9 milí­me­tros, pero lar­go, dis­pa­ra­do de un arma simi­lar a la subame­tra­lla­do­ra. Y se cree que fue el tiro con el que uno de los escol­tas de Piza­rro, Jai­me Gómez, mató al sica­rio, pese a que este levan­tó sus manos e implo­ró que no lo mata­ran. Gómez enfren­ta­ba en sep­tiem­bre de 2019 un jui­cio por este caso, acu­sa­do de ser par­te del entra­ma­do cri­mi­nal que ase­si­nó al can­di­da­to pre­si­den­cial, pero el pro­ce­so fue sus­pen­di­do mien­tras la Juris­dic­ción Espe­cial para la Paz (JEP) deci­de si acep­ta o no su sometimiento.

Duran­te la ins­pec­ción judi­cial, los inves­ti­ga­do­res encon­tra­ron once ori­fi­cios pro­du­ci­dos por los pro­yec­ti­les de la subame­tra­lla­do­ra, entre las sillas 25C, 24C y 23A. Tam­bién, adjun­ta­ron el álbum foto­grá­fi­co de estos ele­men­tos. Inclu­so, duran­te el levan­ta­mien­to del cadá­ver del sica­rio, pues Piza­rro fue tras­la­da­do a una clí­ni­ca don­de murió hacia las 11:10 a. m., foto­gra­fia­ron el baño del avión por peti­ción del juez 14 de ins­truc­ción cri­mi­nal, a quien los téc­ni­cos del labo­ra­to­rio de la Direc­ción de Inves­ti­ga­ción Cri­mi­nal (DIJÍN), entre­ga­ron el repor­te com­ple­to un día des­pués de los hechos, el 27 de abril. Al final, escri­bie­ron que dichos ele­men­tos mate­ria­les per­ma­ne­ce­rían a su dis­po­si­ción en el alma­cén de arma­men­to de dicho laboratorio.

Pasa­ron ocho años y la subame­tra­lla­do­ra vol­vió a apa­re­cer en esce­na. Esta vez, en un ofi­cio del 6 mar­zo de 1998 cuan­do el Labo­ra­to­rio Cen­tral de Cri­mi­na­lís­ti­ca de la Dijín hizo entre­ga del Alma­cén de Arma­men­to a la direc­ción de dicha enti­dad. Este docu­men­to rela­cio­nó las armas de fue­go incau­ta­das entre 1985 y esa fecha, acla­ran­do que la mayo­ría se encon­tra­ban a dis­po­si­ción de dife­ren­tes jue­ces de la Repú­bli­ca. Fue­ron 45 y en la casi­lla núme­ro 15 del lis­ta­do esta­ba la subame­tra­lla­do­ra Ingram del caso Piza­rro, sin núme­ro, con cin­co pro­yec­ti­les, cin­co vai­ni­llas y un pro­vee­dor a car­go del juz­ga­do 14. Enton­ces, el alma­ce­nis­ta encar­ga­do de reci­bir ese inven­ta­rio, ins­pec­cio­na­do físi­ca­men­te, fue el cabo segun­do Gil­ber­to Vane­gas Orejuela.

La subame­tra­lla­do­ra fue refe­ri­da nue­va­men­te en 2001 en el libro de Car­los Cas­ta­ño, en el que con­fe­só el cri­men: “El arma, una metra mini-Ingram, cali­bre .380, la entró un civil por la sali­da de los vue­los nacio­na­les del aero­puer­to El Dora­do. Se con­si­guió una esca­ra­pe­la que lo iden­ti­fi­ca­ba como mayor de la Poli­cía Nacio­nal”. La ver­sión del exje­fe para­mi­li­tar lle­vó a la úni­ca sen­ten­cia con­de­na­to­ria que hay en el caso en con­tra de los her­ma­nos Fidel y Car­los Cas­ta­ño, el 18 de diciem­bre de 2002, como deter­mi­na­do­res del cri­men, aun­que fue­ron decla­ra­dos reos ausen­tes por su des­apa­ri­ción has­ta nues­tros días.

En 2010, cin­co días antes de que pres­cri­bie­ra el caso, la Fis­ca­lía decla­ró el cri­men como de lesa huma­ni­dad, vin­cu­ló a dos exfun­cio­na­rios del Depar­ta­men­to Admi­nis­tra­ti­vo de Segu­ri­dad (DAS) y lla­mó a todos los escol­tas a decla­rar. La subame­tra­lla­do­ra, que las auto­ri­da­des habían per­di­do de vis­ta en dos déca­das, vol­vía a ser cla­ve y la Fis­ca­lía empe­zó a ras­trear su ubi­ca­ción. La Dijín res­pon­dió que esta­ba en el alma­cén de arma­men­to a car­go del sub­in­ten­den­te Eve­lio Díaz Bola­ños, jefe de esa depen­den­cia, y, final­men­te, el 10 y 11 de mayo de ese año el arma apa­re­ció y fue uti­li­za­da para la recons­truc­ción de los hechos e inme­dia­ta­men­te incor­po­ra­da como obje­to de prue­ba del crimen.

No obs­tan­te, el 18 de junio del 2010, la Direc­ción Nacio­nal de Fis­ca­lías emi­tió una reso­lu­ción y dele­gó a una comi­sión de fis­ca­les para la crea­ción de una Bri­ga­da de Des­con­ges­tión de Bie­nes Incau­ta­dos. Curio­sa­men­te, en 2011, la mis­ma Direc­ción Nacio­nal de Fis­ca­lías emi­tió otra reso­lu­ción para rele­var de sus fun­cio­nes en esa bri­ga­da al per­so­na­je que sería cla­ve en la des­apa­ri­ción del arma de Piza­rro, dos años des­pués: el fis­cal Cesar Rojas Arias.

Rojas Arias, quien hoy es direc­tor de Fis­ca­lías en el Mag­da­le­na Medio, fue el encar­ga­do de emi­tir la reso­lu­ción de des­truc­ción de esa subame­tra­lla­do­ra y otras 1.613 armas que exis­tían en el alma­cén de arma­men­to de la Dijín e Inter­pol, el 12 de junio de 2013. Rojas jus­ti­fi­có en el ofi­cio su deci­sión en una peti­ción que envió el alma­ce­nis­ta, el inten­den­te Eve­lio Díaz Bola­ños, dos meses atrás, para que se des­con­ges­tio­na­ra el alma­cén con armas incau­ta­das, como pedía la reso­lu­ción de 2011 de la Direc­ción Nacio­nal de Fiscalías.

El fis­cal Rojas visi­tó el alma­cén y veri­fi­có su esta­do dicien­do: “El avan­za­do esta­do de dete­rio­ro que pre­sen­tan, vol­vién­do­se con ello algu­nas inser­vi­bles y cerran­do cual­quier pro­ba­bi­li­dad de voca­ción pro­ba­to­ria” y ase­gu­ró que dichas armas ya hicie­ron par­te “de pro­ce­sos pena­les con deci­sio­nes: sen­ten­cias o abso­lu­cio­nes”. “El paso del tiem­po no per­mi­ti­ría que sobre ellas se reali­ce exper­ti­cia algu­na. Máxi­me si se tie­ne en cuen­ta que no se posee iden­ti­fi­ca­ción que pue­da rela­cio­nar­las con una inves­ti­ga­ción”, explicó.

En otro apar­ta­do del ofi­cio insis­tió en que dichas armas se fun­dían por ser un peli­gro para la pobla­ción civil “en un país con una coyun­tu­ra socio­po­lí­ti­ca de vio­len­cia gene­ra­li­za­da”, a pesar de decir en el mis­mo docu­men­to que eran inser­vi­bles. “Es muy sos­pe­cho­so que esto haya ocu­rri­do por cuan­to el arma venía sien­do uti­li­za­da den­tro de la inves­ti­ga­ción”, dijo el abo­ga­do Juan Car­los Niño, de la Comi­sión Colom­bia­na de Juris­tas, que repre­sen­ta a la fami­lia Pizarro.

El 23 de octu­bre de 2014, la Direc­ción de Aná­li­sis y Con­tex­tos de la Fis­ca­lía, dijo en un docu­men­to que que­rían hacer­le al arma prue­bas para des­ci­frar su núme­ro serial. “El arma de fue­go (cuan­do fue some­ti­da a peri­cia), al des­cri­bir sus espe­ci­fi­ca­cio­nes, en par­ti­cu­lar el núme­ro que la dis­tin­ga, el balís­ti­co dili­gen­ció con un ‘no pre­sen­ta’, que sig­ni­fi­ca que des­pués de su fabri­ca­ción el serial o con­se­cu­ti­vo fue alte­ra­do por supre­sión. Se impo­ne rea­li­zar prue­ba de reve­la­do que per­mi­ta obte­ner el núme­ro serial de iden­ti­fi­ca­ción”, dice el ofi­cio. Según el abo­ga­do Niño, se tra­ta­ba de esta­ble­cer quién sumi­nis­tró el arma y si per­te­ne­cía a algún orga­nis­mo de segu­ri­dad del Estado.

Tam­bién advier­te que, Her­nan­do Elías Salas Bar­co, otro­ra lugar­te­nien­te de Car­los Cas­ta­ño, indi­có que la cade­na para con­se­guir la subame­tra­lla­do­ra ini­ció en el mer­ca­do negro de Mede­llín, “invo­lu­cran­do a un tal Iván Ocam­po, quien inclu­so sumi­nis­tra­ba explo­si­vos de fabri­ca­ción ecua­to­ria­na”. Y que, tam­bién era con­ve­nien­te inves­ti­gar sobre César Har­vey Maya Ríos, cono­ci­do como Mer­chán, quien habría sido el encar­ga­do de toda la logís­ti­ca para este tipo de crí­me­nes. En todo caso, no que­da­ba duda de que había que inda­gar sobre el ori­gen del arma, por lo que el fis­cal pidió rea­li­zar una prue­ba de reve­la­do que per­mi­tie­ra esta­ble­cer el núme­ro de seria­do “que fue alte­ra­do des­pués de su fabricación”.

Ese mis­mo 23 de octu­bre el fis­cal emi­tió otro ofi­cio para la Dijín, en el que soli­ci­tó faci­li­tar el arma para el 28 de octu­bre de 2014, con el fin de lle­var a cabo las prue­bas balís­ti­cas. La prue­ba balís­ti­ca se prac­ti­có, pero el fis­cal dejó cons­tan­cia de que debió hacer­la con armas simi­la­res a la subame­tra­lla­do­ra uti­li­za­da el día de los hechos, pues por escri­to el alma­ce­nis­ta de la Dijín le infor­mó que la subame­tra­lla­do­ra había sido des­trui­da por orden del fis­cal Rojas Arias. “Dejan­do cla­ro que, por par­te de quie­nes hemos lide­ra­do la inves­ti­ga­ción pre­via, no se emi­tió orden en tal sen­ti­do”, sus­cri­bió el fis­cal. El 16 de noviem­bre de ese año, El Espec­ta­dor reve­ló que el arma esta­ba des­apa­re­ci­da y que no se podría “eva­luar su tra­za­bi­li­dad, su reco­rri­do cri­mi­nal, su his­to­ria que se pier­de entre las sos­pe­chas de que el ase­si­na­to per­pe­tra­do por la casa Cas­ta­ño tuvo com­pli­ci­dad del Depar­ta­men­to Admi­nis­tra­ti­vo de Seguridad”.

Fac­sí­mil del acta de ins­pec­ción al Alma­cén de Arma­men­to de la Dijín el 29 de octu­bre de 2014. 

El 27 de noviem­bre de 2014, el fis­cal 20, Mau­ri­cio Javier Pon­ce, quien había segui­do de cer­ca el ras­tro de la subame­tra­lla­do­ra, aco­gió la soli­ci­tud de la Pro­cu­ra­du­ría, que adjun­tó el artícu­lo de pren­sa para que se inves­ti­ga­ra el gra­do de res­pon­sa­bi­li­dad en el ocul­ta­mien­to, alte­ra­ción o des­truc­ción del arma por par­te del fis­cal Rojas y el alma­ce­nis­ta de la Dijín, Díaz Bola­ños. “Nos asal­tó la preo­cu­pa­ción por­que era un hecho que esta­ba muy sona­do por la reac­ti­va­ción de la inves­ti­ga­ción, pre­ci­sa­men­te por la decla­ra­to­ria de deli­to de lesa huma­ni­dad. Enton­ces, un arma que duran­te tan­to tiem­po estu­vo en el alma­cén de arma­men­to de la Dijín, que inclu­si­ve era un arma que la Fis­ca­lía había pedi­do ya en 2010, no era que estu­vie­ra en sus­pen­so, se había soli­ci­ta­do aná­li­sis. En un pro­ce­so tan deli­ca­do como esos, cómo es posi­ble que se pase por alto que se tra­ta­ba del arma con la que se come­tió el mag­ni­ci­dio de Car­los Piza­rro León­go­mez”, dice el otro­ra agen­te del Minis­te­rio Públi­co en ese caso, Ser­gio Reyes.

Fac­sí­mil de la com­pul­sa de copias para que se inves­ti­gue al fis­cal César Rojas Arias.

Reyes comen­ta que para la épo­ca se tenían dis­tin­tas hipó­te­sis con el arma: si había sido mani­pu­la­da, de tal mane­ra que solo le hicie­ra daño a la per­so­na y así se impi­die­ra el sinies­tro de la nave. Y, tam­bién, la tra­za­bi­li­dad de esta, si real­men­te era del mer­ca­do negro o legal, “por­que se decía que ese tipo de armas eran par­te de las que usa­ban cier­tos orga­nis­mos de segu­ri­dad”, remar­ca Reyes, hoy dele­ga­do de la Pro­cu­ra­du­ría ante la Juris­dic­ción Espe­cial para la Paz (JEP).

Al ser con­sul­ta­do por este dia­rio, el fis­cal César Rojas se negó a res­pon­der los cues­tio­na­mien­tos, argu­men­tan­do que su juez natu­ral es el Con­se­jo Supe­rior de la Judi­ca­tu­ra. Un alto tri­bu­nal que, des­de la com­pul­sa de copias (hace seis años), no ha dado un vere­dic­to sobre la actua­ción del fun­cio­na­rio en este hecho. Por lo pron­to hoy, 30 años des­pués del cri­men, siguen vigen­tes inte­rro­gan­tes como ¿quién puso el arma y cómo lle­gó den­tro del avión?, ¿cuál era su ori­gen?, ¿por qué se orde­nó fun­dir­la si era cla­ve en el pro­ce­so de Piza­rro, el can­di­da­to pre­si­den­cial que el pró­xi­mo 6 de junio cum­pli­ría 69 años?

Fis­cal que orde­nó fun­dir el arma y quien hoy es Direc­tor de Fis­ca­lías en el Mag­da­le­na Medio

El Espec­ta­dor*

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