Tal y como se entiende la democracia en el Estado español, los torturadores nunca son juzgados, sus superiores gozan de impunidad (como Rodolfo Martín Villa) o mausoleos para sus enterramientos (como Franco Queipo de Llano) y sus víctimas son relegadas al silencio o a la cuneta, según el momento histórico. El expolicía Juan Antonio González Pacheco, alias Billy el Niño, ha fallecido a primera hora de esta mañana en una clínica madrileña aquejado de la Covid-19, han avanzado a eldiario.es fuentes policiales.
González Pacheco, acusado de graves torturas, se encontraba ingresado en la clínica San Francisco de Asís desde hace varios días. Símbolo de la represión franquista contra la oposición democrática, la prescripción de los delitos evitó que González Pacheco fuera juzgado pese a los testimonios contrastados de sus palizas y vejaciones cuando estuvo destinado en la Brigada Político Social. Aun así sus víctimas no habían perdido todavía la esperanza de sentarlo en el banquillo.
Para que al menos declarara en la Audiencia Nacional, las víctimas del policía tuvieron que recurrir a la justicia argentina. Una jueza de Buenos Aires, María Servini, dictó una orden internacional de busca y captura por delitos de lesa humanidad, que no prescriben. En el Estado español ni siquiera fue detenido pese a la nota de Interpol. Fue llamado a declarar y la Audiencia Nacional declaró prescrita la causa desde hacía más de treinta años.
Las torturas denunciadas por Felisa Echegoyen se remontan a su detención en 1974, cuando militaba en la Liga Comunista Revolucionaria (LCR). Según relató a esta redacción, durante tres días estuvo detenida en la Dirección General de Seguridad (DGS) “sometida a palizas y golpes” hasta que le “dio un ataque” y fue atendida por un médico. “Ahí dejaron de torturarme físicamente, pero no psicológicamente, eso siempre”, afirmó.
Rosa García Alcón fue detenida en 1975 por la Brigada Político Social, mientras estudiaba Medicina. “Billy el Niño me pegaba como un loco, me gritaba ‘puta, guarra’, yo era una niña de 18 años”, recordó en una entrevista. Esta actuación marcó su futuro porque tuvo que comenzar a vivir en la clandestinidad. “Me cambió la vida. Desde la detención ya no podía estar en casa de mis padres porque estaba expuesta a que la Policía viniera a buscarme cada vez que quisiera”, explicó.
Para esta mujer la muerte de González Pacheco no supone un punto y final en su búsqueda de reparación. “Él no no era el único torturador, ni el único responsable de estas atrocidades, por encima de él estaban sus jefes, entre ellos [Rodolfo] Martín Villa. Seguiremos intentando conseguir ese derecho que reconoce la justicia internacional y que aquí se nos niega”, apunta.
Fuente: Europa Press /www.eldiario.es
Francisco Vílchez
Andaluz de Granada (1980). Grado en Humanidades en la UGR. Pluriempleado en el sector servicios y aficionado a hablar de lo que la prensa no dice ni pío.
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