Por Jon Txontxe Etxebarria, Resumen Latinoamericano 16 de mayo de 2020
Nos decían que éramos españoles o franceses, nos decían que el euskera no sería una lengua del mismo nivel que el castellano o el francés, nos decían que Gernika había sido bombardeada por los rojos separatistas, nos decían que el nazismo había sido derrotado por Estados Unidos, nos decían que el capitalismo era la única vía, nos decían que el mercado libre traería el bienestar, nos decían que la transición traería la democracia, nos decían que las centrales nucleares de la costa vasca eran imprescindibles, nos decían que los movimientos de liberación eran terroristas, nos decían que la Unión Europea sólo traería beneficios, nos decían que no había torturas… Pero no les creímos.
Nos dicen que Venezuela es una dictadura, nos dicen que garantizan los derechos de migrantes y refugiados, nos dicen que las incineradoras son no contaminantes, nos dicen que hay igualdad entre mujeres y hombres, nos dicen que todos somos iguales ante la ley, nos dicen que los accidentes laborales son inevitables, nos dicen que el TAV es necesario, nos dicen que no ha habido terrorismo de Estado, nos dicen que nos garantizan los derechos lingüísticos… Pero no les creemos.
Nos han dicho que el nuevo virus es el más violento de las últimas décadas, nos han dicho que es una pandemia, nos han dicho que el único camino es el confinamiento, nos han dicho que necesitamos militares en nuestras calles, nos han dicho que los niños son los que más contagian, nos han dicho que han tomado todas las medidas bajo criterios estrictamente científicos, nos han dicho que se está muriendo más gente que nunca… Y les hemos creído.
Si no les hemos creído en otros ámbitos, ¿por qué les creemos en materia de salud? ¿Por qué predomina el pensamiento único en todos los ámbitos de la salud (medicamentos, vacunas, quimioterapia, etc)?
Nos dicen que el llamado Coronavirus ha causado 280.000 muertes en todo el mundo (datos del 11 de mayo). Sin embargo, no nos dicen que cada día mueren 8.500 niños en el mundo por desnutrición, más de 6 millones al año (datos de UNICEF, Organización Mundial de la Salud, Banco Mundial). No nos han dicho que lo que llamaron la guerra de Siria ha causado más de 500.000 muertos, con la colaboración de armas de aquí. No nos han dicho que todo tipo de contaminación (incluyendo la electromagnética) genera millones de casos de cáncer.
En el caso del Estado español, y con respecto a defunciones absolutas, nos dicen que en marzo de 2020 ha habido 48.806 muertos (pandemia), pero en enero de 2017 hubo 49.370 muertos (sin pandemia).
Nos dicen que la mortalidad se ha incrementado muchísimo y que en marzo de 2020 ha habido un 23% más de fallecidos que en marzo de 2018 (pandemia); sin embargo, en febrero de 2012 hubo 43.740 fallecidos, un 28% más que en febrero de 2011 (sin pandemia). Por otro lado, estas semanas no nos dicen que más de 50.000 personas mueran cada año por el tabaco (¡estancos abiertos en el confinamiento por un virus que afecta al aparato respiratorio!).
Nos han bombardeado un montón de datos. No obstante, dejando a un lado la guerra de datos y como ciudadano humilde, no sé si el virus proviene de murciélagos. No sé si el virus proviene de un laboratorio. No sé si los síntomas pueden ser a causa del 5G, ni si el 5G ayuda a propagar el virus. No sé si se asemeja a una gripe muy fuerte. No soy especialista en salud, ni en biología, ni tampoco soy científico. Disculpas por la osadía.
No obstante, sabíamos que venía una nueva crisis económica. Sabíamos que querían controlarnos. Sabíamos que el modelo y la situación de las residencias de ancianos y ancianas era insostenible. Sabíamos que los recortes iban a tener consecuencias para la salud (desde 2007 se han reducido un 10% las camas de los hospitales en Hego Euskal Herria). Sabíamos que la emergencia climática estaba provocando fenómenos cada vez más violentos. Nos tienen más cautivos que nunca y les hemos creído. Nunca les habíamos creído, pero les hemos creído. Los críticos punzantes, sin filo; la gente desobediente, dócil.
¿Por qué?
País Vasco. *Traducción del artículo de opinión publicado el 12 de mayo en ARGIA