Por Claudio Katz[1], Resumen Latinoamericano, 16 mayo 2020
La pandemia
reordena el contexto regional de los gobiernos reaccionarios, progresistas y radicales.
También modifica el marco de las rebeliones populares que desafían la restauración
conservadora.
Todos
los mandatarios derechistas utilizan la cuarentena para militarizar sus
gestiones. Han generalizado el estado de excepción y el protagonismo de las
fuerzas armadas. En Colombia hay toque de queda y asesinatos de líderes
sociales en sus propios hogares. En Perú se instauró una ley de gatillo fácil,
que exime a los gendarmes de responsabilidades en el uso de sus armas. Pueden
vulnerar con total impunidad el principio de proporcionalidad en sus respuestas
represivas.
En Chile se ha
postergado el plebiscito y aumenta el uso de un garrote, que ya provocó 45 asesinatos,
centenares de heridos, miles de detenidos y 545 casos de pérdida parcial o
total de la visión. También en Bolivia se pospusieron las elecciones e impera
un gobierno pro-dictatorial, que intenta impedir con las botas el retorno de
Evo. En Ecuador rige la misma brutalidad y una descarada manipulación de la
justicia contra los opositores. En El Salvador el autoritarismo sanitario ha
coronado la irrupción de los soldados en el parlamento y en Guatemala la
cuarentena funciona en contubernio con el crimen organizado.
EL DESCARO NEOLIBERAL
Los derechistas
despliegan todos los argumentos del negacionismo. Suelen exigir el fin de
cualquier cuarentena subrayando su efecto demoledor sobre la economía. Con
sorpresiva preocupación por los humildes, describen cómo las reglas sanitarias
frenan el nivel de actividad afectando a los pobres. Pero omiten que la
ausencia de esa paralización convertiría a los desamparados en las principales
víctimas de la infección. Lo ocurrido en Europa y Estados Unidos ha corroborado
ese impacto social diferenciado del coronavirus.
Los
voceros del capital también señalan que la región carece de recursos, para
implementar el freno de la economía que dispusieron algunos países de Europa[2].
Pero registrando justamente esa limitación, los gobiernos que protegen la salud
pública han impulsado un aislamiento social más estricto.
La contraposición
entre salud y economía que difunden los derechistas es totalmente falsa. Frente
a una pandemia los cursos de resguardo deben ser definidos por los
sanitaristas. A los economistas sólo les corresponde evaluar opciones de
cumplimiento de esas reglas. No existe una pugna de primacías entre ambas
disciplinas.
En
el caso de Argentina, muchos exponentes del gran empresariado valoran la
centralidad oficial asignada a los epidemiólogos, pero cuestionan la falta de
una presencia equivalente de los economistas. Ignoran que el consenso entre los
sanitaristas para actuar en una pandemia, no se extiende a convergencias
similares en el manejo de las crisis sociales. En este terreno hay visiones
invariablemente contrapuestas, para dirimir cómo se reparten los costos de las
medidas adoptadas para contener la infección.
Los negacionistas
encubiertos levantan la voz contra el autoritarismo y el manejo estatal discrecional
de la pandemia[3]. Exceptúan de esta crítica
a los mandatarios neoliberales que reparten palos entre los pueblos y apuntan
su dedo acusador contra el “populismo”. Esa desventura es señalada como la
invariable causa de todas las desgracias latinoamericanas[4].
Pero olvidan que el coronavirus se extendió especialmente en las
administraciones neoliberales, como consecuencia del resguardo de las ganancias
a costa de la salud pública. El fantasma del populismo no explica nada.
Tampoco es cierto
que la pandemia disolvió las ideologías, imponiendo la vigencia de conductas
pragmáticas entre mandatarios de distinto signo[5].
Si hubiera imperado esa equivalencia los resultados serían semejantes y no
contrapuestos. Es evidente que Bolsonaro y Fernández o Lenin Moreno y Díaz
Canel no transitan por el mismo sendero.
Algunos analistas
resaltan la validez de la tesis pragmática, exhibiendo encuestas de aprobación
indistinta a todos los gobiernos. Pero esos sondeos sólo aportan dudosas
fotografías del momento. Además, la manipulación de la información socava la
credibilidad de esas evaluaciones. Los grandes medios suelen desechar los
informes que contrarían sus mensajes, con el mismo descaro que impugnan las
cifras de la pandemia de los gobiernos hostilizados.
INDIFERENCIA FRENTE A LA VIDA
AJENA
Los
mensajes del neoliberalismo han asumido un inédito correlato de crueldad. El
manifiesto que suscribieron todos los próceres regionales de la reacción
sintetiza esa brutalidad[6].
Proclaman la primacía de la Bolsa frente a la vida humana (salvo la de ellos),
exaltando las facetas más anti-humanistas de su credo. La prometida felicidad
del consumo ahora ocupa un lugar secundario.
Esta
nueva retórica es coherente con el comportamiento de la clase capitalista
regional, que en los períodos de auge económico usufructúa de los subsidios del
estado. En las crisis también reclama esas subvenciones, pero sin aportar ninguna
contribución a la emergencia. Ese egoísmo retrata especialmente a las
burguesías locales internacionalizadas, que se han distanciado por completo de
sus precedentes nacionales.
La actitud adoptada
por Techint ilustra esa conducta. Se transformó en la primera fortuna de
Argentina lucrando con subsidios, privatizaciones y contratos y no dudó en
disponer el masivo despido de operarios en medio de la cuarentena. Chantajeó a
los trabajadores y al gobierno para imponer ese terrible atropello, que ha
repetido en Guatemala, Colombia, Canadá, Brasil y Japón. La empresa fue
directamente artífice del crimen social de Bérgamo, forzando la continuidad de
labores en plena expansión del coronavirus. De esa forma actúan las
multinacionales que se han autonomizado de los mercados internos, estableciendo
sedes en ignotos paraísos fiscales.
Ciertamente
la pandemia aportó una tabla de salvación a todos los gobiernos derechistas
corroídos por las protestas del año pasado. Pero recuperaron la iniciativa en
una coyuntura muy excepcional y les resultará difícil conservar el oxígeno
logrado en esta crisis.
En muchos países la
oposición ya recupera protagonismo (Ecuador, Colombia) y en otros la derecha
ensaya andanadas, sin forjar proyectos o liderazgos (Argentina). La propia
gestión de la pandemia exige un tipo de intervención estatal, ajeno al
neoliberalismo mercantil que endiosan todos los reaccionarios. El gran test del
futuro se procesa en Brasil.
LOS PERFILES DEL FASCISMO
Bolsonaro no se
detiene ante la aterradora escalada de muertes que provoca su decisión de
forzar la inmunización de la población ante el virus. Esa indiferencia retrata
un experimento atroz, que ningún gobernante del capitalismo central finalmente
se atrevió a ensayar en la práctica.
La alocada conducta
y la lunática ideología del presidente brasileño ilustran su performance
fascista. Mientras invoca a Dios y denuncia el “corona-comunismo”, tantea la
viabilidad de un golpe autoritario para disolver el Congreso. Multiplica las
provocaciones tosiendo en público y exhibe una maldad que combina los delirios
retóricos, con la agenda clásica de la derecha neoliberal.
La necro-política que
implementa frente a la pandemia es una variante la violencia fascista. Sin
recurrir a la acción paramilitar propicia la muerte de los desamparados. Pero
frente a la adversidad de los escenarios que afronta, aún está lejos de
consumar su proyecto troglodita.
Bolsonaro ha
instalado un discurso criminal pero no monopoliza el poder político. Mantiene
una base social muy insuficiente y la influencia de su camarilla sobre los
militares es una incógnita. Por estas razones cabe la posibilidad de un
amoldamiento de su gobierno al patrón conservador clásico. También puede
prevalecer su desplazamiento, si se crea una situación de ingobernabilidad.
La
salida de Moro ha ilustrado por el momento la ruptura de la coalición con el establishment
político, judicial y mediático. No se sabe si el ejército arbitra, tutela o
depende de Bolsonaro. Las fuerzas armadas comparten su estratégica alianza con
Trump y lucran con todas las prebendas corporativas que ha introducido el
desequilibrado ex capitán.
Algunos analistas
estiman que Bolsonaro afianza su predominio, forzando renuncias, desafiando el impeachment y negociando con militares,
que a diferencia del pasado carecen de un proyecto propio de gobierno. Además,
se presenta ante los poderosos como el único freno al retorno de Lula, con
capacidad para imponer en el Parlamento las leyes del ajuste[7].
La
biblioteca opuesta resalta la inédita turbulencia política que generan las
fosas de muertos y la economía en picada. El desbocado presidente pierde
aliados y acumula un récord de denuncias para su eventual destitución[8].
Si esas tensiones convergen con una reactivación de las protestas por abajo, el
gran anhelo de “Fora Bolsonaro” podría convertirse en el nuevo dato de América
Latina.
VARIANTES DEL PROGRESISMO
La pandemia ha
definido parcialmente el cariz del gobierno de Fernández, al frente de una
coalición de vertientes conservadoras y progresistas del peronismo. Las
primeras medidas y las figuras incorporadas a su administración ya presagiaban
la preeminencia de los sectores centroizquierda. Ese anticipo ha sido confirmado
en el manejo de la pandemia.
El tipo de
protección sanitaria impulsado por el oficialismo expresa una visión
progresista, pero muy alejada de propósitos radicales. Por eso se gestiona el
control de la infección mediante acuerdos con el poderoso sector privado de la
medicina prepaga. Se negoció con esas empresas la continuidad del servicio sin
subir las cuotas y con cierta centralización de los recursos de las clínicas.
La
postura progresista se verifica en un discurso anti-negacionista, que choca con
la exigencia de levantar la cuarentena. Ese planteo ha contribuido a crear una
importante conciencia colectiva del peligro que entrañan los contagios. Se ha
producido una sorprendente aceptación de las restricciones, en un país reacio
al acatamiento de esas normas.
El gobierno ha
manejado las reglas del encierro hogareño sin ninguna militarización. Es cierto
que abundan las denuncias de apremios, abusos e incluso represiones de las
fuerzas de seguridad. Pero a diferencia del grueso de la región, esos actos no
se inscriben en un marco de estado de excepción o toque de queda.
El contraste con
las administraciones derechistas es notorio en varios terrenos y las
diferencias con Brasil son abismales. Nunca los dos vecinos estuvieron tan
distanciados en la gestión de una misma crisis. Ambos países recibieron los
primeros fallecimientos por coronavirus en la misma fecha y al cabo de dos
meses, la divergencia de resultados es abrumadora[9].
Pero la reinvención
progresista de Fernández frente al coronavirus será corroborada o desmentida,
en su conducta frente a una crisis económica de gran arrastre recesivo y potencial
cesación de pagos. Hasta ahora transitó por un sendero contradictorio. Por un
lado, propicia suspender los pagos de intereses de la deuda por tres años,
promueve medidas de control local de los precios, demanda a los bancos la
tramitación veloz de los socorros a las empresas y anticipa un impuesto a las
grandes fortunas.
Por otra parte,
mantiene el encadenamiento al FMI y al futuro endeudamiento mediante canjes de
títulos. Además, no implementa el freno efectivo de la carestía, convalida la
obstrucción bancaria de los auxilios crediticios, tolera los despidos y la
caída del salario. Habrá que ver cómo concluye la propuesta de gravar a los
acaudalados. Fernández suele decir que “prefiere un 10% más de pobres que 100
mil muertos”, pero omite en esa ecuación a los ricos. Si los penaliza con
impuestos significativos introducirá una variable que modificará el dilema
presidencial.
La comparación con
López Obrador permite evaluaciones ante otro referente de la centroizquierda
latinoamericana. AMLO también transita por un camino intermedio, que lo
enfrenta con la belicosa derecha mexicana. Pero mantiene buenas relaciones con
Trump, elogia al ejército y negocia sin pausa con la gran burguesía.
Ha comandado una
gestión más extensa que su par argentino, con magros resultados en la reducción
de la violencia y la reactivación de la economía. Sostiene además cuestionados
mega-proyectos de refinerías y transportes que afectan los tejidos sociales
comunitarios.
Frente al
coronavirus adoptó un curso de protección de la salud y ha ratificado que no
despilfarrará los recursos públicos en el rescate de los grandes capitalistas.
Pero López Obrador no evalúa la revisión de la deuda externa y tampoco la
implantación de un tributo a las grandes fortunas. Ese gravamen es tan
imprescindible en México como en Argentina, puesto que los diez principales
potentados acumulan riquezas próximas a los 125 mil millones de dólares[10].
En un escenario económico que no presenta la gravedad de Argentina, AMLO ha
optado por una variante más moderada del progresismo.
DEFENSA EJEMPLAR Y PROTAGONISMO
SOLIDARIO
La recuperación de
Venezuela y la nueva centralidad de Cuba aportan los dos datos singulares del
eje radicalizado en la crisis del coronavirus. El régimen bolivariano actuó con
gran decisión para controlar la infección. Afronta la pandemia junto a bloqueos
económicos y agresiones militares cotidianas. Esa batalla en dos frentes realza
el logro de haber limitado los contagios. Ningún otro país debe implementar la
cuarentena en medio de una gran movilización defensiva, contra los
paramilitares que alberga Colombia y entrena el Pentágono.
En plena pandemia
Venezuela debió disponer el toque de queda en dos provincias fronterizas para
repeler el ingreso de bandas terroristas. Activó la preparación de los
milicianos, repelió una provocación desde la costa y desarticuló una operación
mercenaria de la CIA, que intentaba tomar el principal aeropuerto. El mayor
éxito fue la captura de miembros de las fuerzas especiales estadounidenses, que
conspiraban bajo la pantalla de la empresa contratista (Silvercorp).
Esa privatización
de la agresión con el uso de mercenarios ilustra la abrumadora ilegitimidad de
la incursión escuálida. Retoma las formas más primitivas del bandolerismo y la
piratería. Al no poder implementar una invasión en regla Trump propicia ese
tipo de incursiones. Pero ya comienza a experimentar la misma derrota, que
sufrieron sus antecesores en Cuba (Bahía de los Cochinos) y Nicaragua (captura
de aviadores espías).
La derrota de la
operación mercenaria acentúa el aislamiento de Guaidó que firmó el contrato de
invasión con los forajidos, prometiendo remunerar sus acciones criminales con
petróleo. La división de la derecha se acrecienta, además, en medio de brutales
disputas internas por el manejo de las dádivas que provee el Departamento de
Estado.
Maduro está
ratificando una actitud de resistencia que evita la repetición de lo ocurrido
en Bolivia. También recupera autoridad regional, con la recepción de los
migrantes que retornan del exilio. Los derechistas que denunciaban esa masiva
expatriación, ahora silencian la salida forzada que padecen muchos venezolanos
para volver a su país. Los gobiernos que utilizaron ese flujo migratorio para
denigrar el proceso bolivariano han archivado sus campañas “humanitarias” y se
desembarazan de una incómoda masa de extranjeros.
El
repunte político de Venezuela empalma con el nuevo protagonismo de Cuba. En el
perdurable centro de las transformaciones revolucionarias latinoamericanas se
ha controlado la pandemia con pocos recursos. La isla continúa lidiando con un
bloqueo, que recientemente impidió la llegada de una donación de reactivos y
barbijos enviado por el empresario chino Jack Ma.
Pero lo más
llamativo es el renovado papel internacional de país. No sólo se acrecienta la
utilización de un conocido antiviral cubano para combatir la infección (Interferón
Alfa 2B). La solidaridad es el rasgo dominante en un gobierno que atendió de
inmediato a los primeros turistas contagiados en los cruceros.
El papel
descollante de los médicos cubanos ha enervado a todos los reaccionarios.
Bolsonaro, Lenin Moreno y Añez repatriaron a esos contingentes, a pesar de su
insustituible papel en la contención de los desmadrados contagios. En Argentina
irrumpió una disparatada campaña contra médicos extranjeros “que tienen poca
formación” y actúan como “agentes de inteligencia”. Este cúmulo de tonterías
incluye descalificaciones profesionales y exóticas acusaciones de manejo
estatal fraudulento de los honorarios[11].
La
ceguera anticomunista impide a los denunciantes registrar que la fama de los
médicos cubanos, obedece a su especialidad en curaciones de campaña en
riesgosos frentes sanitarios. Esa labor ha sido realizada en un centenar de
países lidiando con el dengue, el cólera y los terremotos.
Basta comparar la
función que cumplen estos brigadistas, con la nefasta acción desplegada por los
partícipes de las “intervenciones humanitarias” que comanda Washington. Haití
ofrece un nítido ejemplo de ese contraste. Mientras que los médicos cubanos
socorren víctimas, los emisarios del imperialismo manipulan gobiernos, abortan
elecciones, amparan la corrupción y han colocado a dos ONGs al frente del
manejo actual de la pandemia.
En los últimos dos
meses Cuba desplegó una extraordinaria labor de auxilio en Italia, Andorra, Jamaica,
Venezuela, Nicaragua, Surinam, Belice y Granada y ha colaborado estrechamente
en operativos dentro de China. Lo más impactante es su participación en
socorros de países de alto desarrollo[12].
La experiencia de
estas brigadas para manejarse en escenarios de calamidades naturales suscita
generalizados elogios. Su labor puede ser interpretada como una continuidad del
proyecto internacionalista inicial de la revolución cubana. El legado de esa
epopeya adopta un nuevo perfil en el escenario actual.
MUTACIONES GEOPOLÍTICAS
El encierro de Estados
Unidos frente a la pandemia ha profundizado el declive del sueño americano
entre sus vecinos del Sur. Las clases dominantes de la región están desorientadas
por el agudo pasaje del “América first”
al “América alone”. La sensación de
abandono se ha intensificado frente cada improvisación de Trump.
La decisión de
privar de fondos a la OMS en el pico de la infección ha sido particularmente
impactante. La secretaría de CEPAL resumió ese desasosiego al proclamar que “no
podemos contar con Estados Unidos”, que “requisa material médico para cubrir sus
propias necesidades” y “ha perdido todo sentido de comunidad”[13].
Los desubicados
neoliberales desconocen este escenario, cuando propician el endeudamiento
latinoamericano directo con la Reserva Federal, para afrontar la crisis en
ciernes[14].
No registran la nueva reticencia del coloso del norte a retomar sus viejos
auxilios.
El
resentimiento de la región se acentúa, además, por la persecución que afrontan
los indocumentados. Trump alienta ahora la expulsión de los inmigrantes
contagiados, extendiendo a los latinos su furia contra China. Busca
desesperadamente culpables de un virus que está devastando el sistema sanitario
estadounidense.
El
ataque a Venezuela sería la coronación de esa agresividad. Por eso despliega
ridículas acusaciones de narcotráfico y ofrece 15 millones de dólares por la
captura de los líderes chavistas. Pero una aventura bélica en regla es
improbable en medio del uso de los portaaviones y las carpas de campaña para lidiar
internamente con la infección. El ocupante de la Casa Blanca busca crear pánico
con sus amenazas twiteras, pero sólo genera más repudios en toda geografía
latinoamericana.
También
la postura distante de la Unión Europea frente a las necesidades sanitarias de
la región impacta en los grupos dominantes locales. Las viejas solidaridades
frente a las catástrofes ya forman parte del pasado. Ahora prevalece el
encierro del Viejo Continente en su propia y fallida batalla contra la
pandemia. Las imágenes diarias de fallecidos en España han impacto en todo el
universo iberoamericano. El fracasado manejo del coronavirus en ese país
intensifica la erosión del padrinazgo peninsular sobre el Nuevo Mundo.
China
ha quedado ubicada en la vereda opuesta. Los auxilios sanitarios consolidan su
impresionante avance en la región. Salta la vista el contraste de actitudes con
Estados Unidos y Europa. En lugar de emitir insultos o exhibir indiferencia, el
gigante asiático ha ofrecido socorros. Hasta el propio Bolsonaro afronta
problemas para consumar su sometimiento a Trump, ante la creciente influencia
de China en los negocios de Brasil.
La gravitación de
la nueva potencia en la crisis del coronavirus también confirma que China no es
un simple jugador del “Sur Global”. Forma parte del selecto club de grandes
colosos que definen la geopolítica mundial. La postura frente a la crítica
situación que se avecina en el endeudamiento latinoamericano clarificará su
posicionamiento real frente la región. La solidaridad coyuntural frente la
pandemia puede quedar ratificada o anulada en esa estratégica definición.
Como cualquier
pronóstico es muy prematuro, conviene evaluar con sobriedad las futuras
relaciones sino-latinoamericanas. En lugar de emitir ingenuos elogios o
recurrir a fantasmales prevenciones, corresponde recordar la imperiosa sociedad
con China que necesita la región, para lidiar con el tradicional dominador
estadounidense.
Pero los distintos
replanteos afrontan el enorme vacío geopolítico creado por la pandemia. Los
alineamientos derechistas están enmudecidos. El desorden que impera en Washington
ha dejado sin brújula a sus peones de la OEA y el Grupo de Lima. También las
alternativas forjadas en la década pasada están desarticuladas y en medio de
una crisis monumental la CELAC y UNASUR no funcionan. El interregno del
coronavirus ha creado un provisorio paréntesis en el ajedrez político regional.
RESISTENCIAS
Y CONVERGENCIAS
La lucha social ha
quedado muy afectada por el encierro impuesto con la pandemia. La imposibilidad
de movilizaciones callejeras interrumpe la continuidad de las grandes protestas
que emergieron durante el año pasado. Pocos días antes de la cuarentena, la
conmemoración del día de la mujer suscitó enormes manifestaciones, en las
principales ciudades de América Latina. La reclusión hogareña corta una
secuencia, que debería recomenzar cuando finalice el peligro de los contagios.
Ese reinició
afrontará un contexto económico-social terrible. Los anticipos de esas acciones
populares ya se avizoran, en los movimientos que han mantenido activos los cacerolazos
(Brasil) y el clamor vecinal (Bolivia, Colombia).
Las
demandas más acuciantes involucran la protección sanitaria. Pero también crecen
las exigencias frente a las distintas situaciones de imposible cumplimiento de
la cuarentena. El llamado a «quedarse en la casa» no funciona en viviendas
precarias, con heladas en invierno y sofocaciones en verano. Allí gana espacio
la auto-organización, para implementar el aislamiento comunitario («quedarse
en el barrio»).
Las
demandas de salarios compensatorios y alimentación son igualmente dominantes en
varios países (Haití, Colombia o Bolivia). En todas partes las modalidades
tradicionales de la huelga han quedado obstruidas y otro tipo de protestas informales
se hacen oír. Un primer paro de repartidores de comida contra la precarización
laboral y la falta de seguridad sanitaria despuntó en Argentina y tuvo eco en
otros seis países. Los jóvenes bicicleteros promueven importantes iniciativas
de organización sindical.
El
eje democrático ocupa también un lugar central en la resistencia contra los
gobiernos que militarizan su gestión. La organización de la batalla colectiva
contra estos atropellos empalma con el gran espíritu de solidaridad que ha
emergido frente a la infección. Son incontables las iniciativas de voluntarios que se anotan para ayudar a los enfermos, contagiados y adultos mayores. Esa oleada
ilustra una creciente disposición a la acción colectiva.
Este escenario ha
creado muchos terrenos para la convergencia de corrientes de izquierda con
propuestas semejantes. Todas coinciden en fortalecer los sistemas de salud
pública a escala nacional y en batallar a nivel global contra la
mercantilización de los medicamentos, anulando los regímenes de propiedad
intelectual.
La defensa de los derechos
sociales se ubica al tope de esta agenda con exigencias de pago íntegro del
salario, prohibición de los despidos e instauración de un ingreso universal
garantizado. La cuarentena actualiza, a su vez, la demanda de alimentación
suficiente y saludable, mediante la jerarquización de la agricultura
cooperativa. La vivienda digna con servicios básicos garantizados se ha tornado
tan imprescindible, como la suspensión de los desalojos y las moratorias de
deudas a las familias asfixiadas por los pasivos.
Como todos los países
necesitan financiar los gigantescos gastos públicos que exige la paralización
de la economía, se ha tornado insoslayable la suspensión del pago de la deuda
externa y su auditoria. Ante el desmoronamiento de la recaudación se impone la
introducción de los impuestos a las grandes fortunas, con el modelo de una
“tasa Covid” ya debatida en varios países[15].
La
defensa de los derechos democráticos exige el uso de mecanismos de prevención y
no de represión. Es urgente la protección de los líderes y militantes
perseguidos y la implementación de medidas efectivas para contener la violencia
machista. Las cuarentenas han incrementado en forma exponencial la
desprotección doméstica de las mujeres amenazadas.
Finalmente el
rechazo de las provocaciones y los embargos imperiales contra Cuba y Venezuela
es tan decisivo, como el sostén de la ayuda humanitaria internacionalista. Las
coincidencias de toda la izquierda en estos programas facilitan las respuestas
colectivas, pero no diluyen las controversias en curso.
CUATRO DEBATES
Para revertir la
asfixia del endeudamiento externo hay varias propuestas de condonación del
pasivo con los organismos multilaterales y negociación de moras o quitas con
los acreedores privados. Estas alternativas permitirían un respiro en los pagos
del tributo, pero no eliminarían la continuidad ulterior de la carga. Esa
eternización de las transferencias a los banqueros mantendría el grillete
financiero, que impide el desenvolvimiento con igualdad de la economía
latinoamericana.
Por esa razón es
más acertado demandar la suspensión inmediata de los pagos y la auditoria de
todos los pasivos, situando en un mismo plano los compromisos con los bonistas
privados y los organismos multilaterales. No existe ninguna justificación para
disponer quitas en un caso y condonaciones en el otro. Esa distinción legitima
un segmento del pasivo con idénticas sospechas de fraude que la otra porción.
Los reclamos de investigación
de la deuda contradicen especialmente la convalidación de las acreencias con el
FMI. Este organismo adoptó últimamente un disfraz de institución bondadosa,
para desactivar los cuestionamientos a su conocido rol artífice del sufrimiento
popular. Es una ingenuidad contribuir a esa mascarada, abriendo el camino para
el próximo retorno del Fondo a su habitual papel de auditor del ajuste.
La segunda
discusión involucra la forma de implementar los programas. Como la protección
frente a la pandemia ha ratificado el rol protagónico de todos los estados frente
a cualquier emergencia, las estrategias políticas que propugnan soslayar esa
centralidad estatal afrontan renovados problemas.
Algunos partidarios
de esa orientación describen cómo la crisis del coronavirus ha confirmado la
necesidad de forjar el “buen vivir” y recuperar la armonía con la naturaleza.
Pero no definen cuáles son los instrumentos políticos para alcanzar esos
objetivos. La pandemia ha demostrado la insuficiencia de los senderos meramente
cooperativistas. Sin protagonismo del estado no serían factibles las cuarentenas
y los auxilios de la salud pública. Muchos teóricos autonomistas eluden esta
conclusión o la aceptan en forma implícita sin conceptualizarla.
En la coyuntura
actual esa divergencia contrapone el fomento de resistencias centradas
exclusivamente en la auto-organización popular, con las estrategias que
privilegian también las demandas al estado (salarios, impuestos, deuda). Sólo
este segundo camino permite construir alternativas políticas significativas.
El
tercer debate gira en torno a las modalidades de lucha en el nuevo escenario de
militarización. En muchos países la pandemia es el pretexto utilizado por la restauración
conservadora para instaurar gobiernos cuasi-dictatoriales. La resistencia a
semejante autoritarismo exige superar el horizonte meramente electoral.
La batalla contra el
totalitarismo de Añez, la represión de Piñera, el fascismo de Bolsonaro o las
agresiones de Lenin Moreno no será eficaz, si queda atada a las anteojeras
institucionales, que habitualmente guían la política del progresismo.
Esa corriente mistifica las reglas formales
del republicanismo, sin notar cómo las clases dominantes tienden vulnerar esos
principios. Las ingenuidades institucionalistas generan dramáticas
consecuencias en el duro escenario que impera en la región.
La cuarta discusión
en la izquierda involucra la insoslayable distinción entre los gobiernos derechistas
y progresistas. Resulta indispensable reconocer la diferencia cualitativa, que
separa a un mandatario como Bolsonaro de otro como Fernández. Ese
reconocimiento es la condición para actuar con realismo, en sintonía con las
esperanzas populares.
Los reaccionarios, neoliberales y fascistas
conforman un bloque de enemigos acérrimos de los trabajadores. Sus adversarios
progresistas, reformistas y desarrollistas exhiben limitaciones e incurren en
capitulaciones e insuficiencias. Ambos sectores son muy distintos y el
desconocimiento de esa divergencia enceguece a la izquierda. Un abismo separa
el negacionismo criminal de la protección sanitaria frente a la cuarentena, y
la misma distancia se verifica entre el estado de sitio y los acotados
controles de la gendarmería.
Las
corrientes sectarias suelen omitir estas diferencias recurriendo a conceptos
ambiguos, que se aplican indistintamente a las administraciones progresistas y
derechistas (capitalistas, bonapartistas, etc). Olvidan que esos genéricos
presupuestos, no anulan las distinciones entre ambos tipos de gobiernos. El
desconocimiento de este hecho conduce al auto-encierro en proyectos sin futuro.
ESTRATEGIAS E IDEALES
Una política de
izquierda basada en dinámicas de radicalización permite evitar las ingenuidades
autonomistas, las vacilaciones institucionalistas y las miopías sectarias. En la crisis generada por la pandemia esa
orientación tiene muchas expresiones en programas, movimientos sociales y
organizaciones políticas.
Esos espacios
alientan el protagonismo popular para construir un proyecto anticapitalista. Apuestan
a dilucidar a través de la experiencia cuáles serían las reformas posibles y
propician abiertamente el avance hacia el socialismo. Promueven, además,
articulaciones internacionales y acciones parlamentarias o callejeras, para forjar
hegemonías políticas coronadas con rupturas revolucionarias. Ponderan
especialmente la voluntad de lucha como una cualidad indispensable, en
contraposición al florecimiento actual del escepticismo y la resignación.
En la convulsión
global generada por el coronavirus se ha tornado particularmente relevante la
contraposición entre humanismo y codicia. El primer principio protege a la
población con cuarentenas y la segunda actitud condena al deceso a los sectores
vulnerables. En un polo se ubica la defensa de la vida y en otro la indiferencia
ante el sufrimiento y la muerte. Esa misma simetría se extiende a las conductas
de solidaridad o agresión. Nunca ha sido tan transparente el contraste entre las
provocaciones militares del Pentágono y los gestos de hermandad de Cuba.
El socialismo
sintetiza esos principios de humanismo. No implica solamente un proyecto de
largo plazo de justicia, democracia e igualdad. Supone ya mismo la defensa prioritaria
de la vida. Los socialistas protegen la salud pública frente a capitalistas que
sólo enaltecen sus ganancias.
14 – 5‑2020
RESUMEN
La pandemia altera el escenario de restauración conservadora y rebeliones
populares. La derecha extiende la militarización y divulga argumentos
negacionistas para resguardar las ganancias. Exalta ese lucro en desmedro de la
vida y justifica el ajuste en plena emergencia. El experimento criminal de
Bolsonaro es el gran test regional de los reaccionarios.
El rumbo sanitario progresista de Argentina se extiende a otros planos
sin zanjar una tónica definitiva. La comparación con México esclarece el curso
de ambos gobiernos. En plena emergencia del coronavirus Venezuela afronta con
éxito la agresión imperial y Cuba ha recuperado un significativo protagonismo
internacional por su labor solidaria.
El repliegue estadounidense y la introspección europea desconciertan a
las elites, mientras aumenta la gravitación de China ante la parálisis de los
organismos latinoamericanos. Se ha introducido un paréntesis en la lucha
social, en un marco de gran confluencia de reivindicaciones populares con
cuatro debates en la izquierda. El humanismo socialista recobra significado
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[2]Eduardo Levy Yeyati; Andrés Malamud.
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[3]Laura Di Marco, «Amagues autoritarios en medio de la pandemia» 10 abr. 2020. La Nación
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[5] Isabella Cota América Latina trata de
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[9]A principios de mayo Argentina duplicaba el número de decesos cada 15,4
días y Brasil cada ocho. En el primer caso había 4,7 fallecidos por millón de
habitantes y en el segundo 24. Las mismas diferencias se verifican en las
emergencias hospitalarias. Raúl Kollmann
Coronavirus: un análisis comparativo entre Brasil y Argentina, 4 mayo, 2020. https://www.pagina12.com.ar/
[10] Manuel Aguilar
Mora AMLO y el bonapartismo autista, 17 abr. 2020 https://www.sinpermiso.info/
[11]Andrés
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[12]Katu Arkonada
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Luiz Bernardo Pericás Cuba e o coronavírus 09/04/2020 – https://teoriaedebate.org.br/
[13]Cepal:
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coronavirus»
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[14]Alejandro Izquierdo,
Martín Ardanaz. Cómo puede financiar América
Latina el combate al virus 15 abr. 2020, La Nación.
[15] Hay proyectos en Argentina, España. Rusia, Italia, Suiza e Inglaterra,
Alemania, Brasil, Ecuador, Chile, Bolivia y Perú, 29 abr. 2020, www.pagina12.com.ar/262701