Hace un par de meses, tras escribir en esta columna sobre Israel y su forma de actuar en Palestina, recibí una amable carta del embajador en España, Raphael Schutz, que suele escribir a los diarios para responder a informaciones controvertidas. En su carta, el embajador comentaba algunos aspectos de mi artículo, con ánimo aclaratorio, y se ponía a mi disposición para explicar lo que hiciera falta.
Está de más que les diga que por supuesto me convenció. De hecho, desde ese día concedo el beneficio de la duda a Israel, y no me dejo llevar por las informaciones en caliente. Por eso hoy estoy convencido de que, cuando todo se aclare, descubriremos que en el barco atacado ayer viajaban terroristas de Al Qaeda –incluido Bin Laden, que escapó en una piragua segundos antes del asalto‑, que atacaron a los tranquilos soldados israelíes mientras estaban de pesca, y después se suicidaron para poder acusar a Israel de asesinato. Es sólo cuestión de tiempo, no se dejen llevar por el “automatismo” con que, según el embajador, solemos responder “cuando se produce un evento así”.
Una vez más, se demuestra que Israel no busca hacer amigos, prefiere ser temido. ¿Qué otro sentido puede tener una salvajada así? Su única intención es ejemplarizante: que no vuelva a suceder. Si dejan pasar la flotilla, o si la detienen sin provocar muertos, se arriesgan a que otros repitan y acaben rompiendo el bloqueo a Gaza por la vía de los hechos. De esta manera, otros se lo pensarán muy mucho antes de subirse en un barco rumbo a la zona. Ya ha ocurrido otras veces: recuerden cuando una excavadora aplastó a la activista norteamericana Rachel Corrie. Desde ese día, hay que pensárselo dos veces antes de colocarse delante de otra para impedir un derribo.
Pero además, Israel tiene la tranquilidad de su impunidad garantizada. Si los activistas hubieran estado pescando atunes en vez de llevando ayuda a Gaza, ya estaría allí la armada mundial protegiéndolos. Pero los piratas israelíes campan a sus anchas, y las palabras de condena ya sabemos en qué quedarán.