Por Nicolás G. Recoaro, Tiempo Argentino, 18 mayo 2020
Las voces de militantes de base, trabajadores esenciales y luchadores sociales que sostienen a la barriada en plena cuarentena.
Emergencia alimentaria, sanitaria y habitacional son las demandas urgentes que solicitaron en una conferencia de prensa. Derechos básicos que el Estado le niega al barrio Padre Mugica.
“Nunca vienen tantos medios, hermano. Será que
los pobres no somos noticia. Ahora se hizo viral la muerte de la
compañera Ramona (Medina), igual que la de Víctor (Giracoy), y acá están
los canales. Por ahí después llega el gobierno. No puede ser que tengan
que morir vecinos para que se hable de nuestros problemas. Para que se
sepa que el virus nos está matando”. El que habla es Ezequiel Martínez,
26 años, vecino de toda la vida de la ex Villa 31. Se gana el mango como
empleado de una cooperativa que desinfecta todas las mañanas los
pasillos de la barriada para mantener a raya al maldito Covid. Pero ya
no alcanza. La curva de contagios en el postergado barrio Padre Mugica
crece a diario un 20%. El primer caso se conoció el pasado 20 de abril.
Hoy suman casi 800.
Martínez se acomoda el barbijo, mira a distancia los móviles de la TV
que llenan la canchita de fútbol de la Parroquia Cristo Obrero y
reflexiona: “De alguna manera, los vecinos nos tenemos que hacer
escuchar, porque parece que somos invisibles para el gobierno de la
Ciudad. Por eso hacemos esta conferencia, por eso labura el Comité de
Crisis. La lucha es en nombre de Ramona, de Víctor, de todos los
vecinos, los que te dan una mano. Los gobiernos se pasan la pelota. El
Estado acá está borrado.”
Desde
los parlantes que prestó el cura de la parroquia se escucha la voz
firme de Silvana Olivera, vecina del Güemes, uno de los barrios que da
musculatura al Mugica: “En esta cuarentena los comedores se sostienen a
pulmón, con el apoyo de los vecinos, la Iglesia y las organizaciones.
Dan de comer a miles. No sólo los días de semana, sino que también están
las ollas populares los fines de semana, porque la cuarentena es todos
los días y peleamos para que no falte el plato de comida en ningún
hogar.”
Karina Calla puede dar fe de cada palabra de su compañera.
La morocha es madre de dos pibes, docente y cocinera al frente del
merendero Fuerza y Lucha Popular: “Dan una mano mis vecinos para
conseguir la mercadería. Por eso pedimos la Emergencia Alimentaria. Sin
comida, no se aguante la cuarentena.” Los cimientos solidarios de la
barriada popular sostuvo la subsistencia estas semanas: “Antes daba
merienda a los chicos, pero ahora vienen las familias enteras. Si antes
daba 100 viandas, ahora tengo que repartirlas entre 200. Decime cómo se
hace”.
Eduardo vive en el barrio hace una década. Es
estudiante del Profesorado Dorita Acosta, militante de base y empleado
de una fábrica. Mantiene a su familia con el magro sueldo que sus
patrones le achicaron por la cuarentena: “Estamos en un momento en que
se plantea el dilema de garantizar la vida o darle la manija al mercado
–afirma-. Si el Estado no articula con los comedores, si no garantiza el
plato de comida, los villeros estamos perdidos.” El obrero dice que
conoce a varios militantes que se pegaron la peste mientras laburaban en
los comedores: “¿Y quién remplaza a esos compañeros? ¿Quién va a
garantizar que sigan funcionando las cocinas? Lo mismo pasa con las
cooperativas de limpieza. Eso le preguntaría a Larreta, ¿quién va a
limpiar las calles del barrio?”
El cura Guillermo Torre hace 20 años que predica con el ejemplo de
Mugica, el santo patrono del barrio: “Ni lo dudo, Carlos seguro estaría
acá, al pie del cañón, junto a sus vecinos.” El sacerdote villero
escucha atento las demandas del Comité de Crisis y confiesa: “Todas las
necesidades y peticiones están en ese documento: emergencia alimentaria,
habitacional y sanitaria. A mí me gusta rescatar la solidaridad que
afloró en este tiempo oscuro. Cómo crecieron los lazos entre los
vecinos. Ahora le toca al Estado. Dar respuestas, y que sea rápido.
Porque este virus no da respiro, avanza y avanza.” A su espalda, una
pared tatuada con la imagen de Mugica y unas palabras que rezan: “Señor,
sueño con morir por ellos: ayúdame a vivir para ellos.”
“Cuando se cortó el agua, lo primero que pensé fue ‘esto va a ser
incontrolable’. Y así fue”, cuenta Gabriel Sánchez, comunero y médico
que participa en el operativo Detectar. Después agrega: “La única
certeza que teníamos era que al virus se lo combatía con higiene de
manos. Pero sin agua, la mitad de la batalla la tenemos perdida.”
Durante semanas, los vecinos tuvieron que cruzar de punta a punta la
barriada para conseguir el insumo básico para la vida: “Y ahí creció el
contagio –dice Sánchez-. El virus circula con la gente. Se armaron filas
larguísimas, se pasaban de mano en mano baldes, botellas, bidones. Así
estamos ahora, casi 800 positivos. Luchando contra la expansión del
virus, la desidia del gobierno de la Ciudad y pidiendo que intervenga
Nación. Esto cala hondo en los vecinos. Se sienten abandonados. Por eso
pedimos la emergencia sanitaria.”
Las cámaras de tevé se apagan, se enrollan los cables y finalmente
los móviles dejan en silencio el barrio. El doctor Sánchez tiene que
volver a recorrer los pasillos para entrevistar a posibles vecinos
contagiados. Pero antes, recuerda a Ramona y a Víctor: “Queda la
angustia, la bronca, el dolor por saber que sus muertes se podían haber
evitado. Por ellos y los 50 mil vecinos del barrio no vamos a bajar los
brazos.”