Por Pablo Jofre Leal. Resumen Latinoamericano, 3 de junio de 2020
Cuando se trata de comparar las reacciones que tienen los organismos internacionales, instituciones defensoras de los derechos humanos y gobiernos en general, constatamos la hipocresía existente, con ese silencio obsequioso cuando se violan los derechos humanos en Estados Unidos y el bullicio estridente cuando se condena a Venezuela.
Estados Unidos, bajo la administración Trump vive horas aciagas, ya
sea por la pandemia del Covid 19 que lo sitúa como el país con el mayor
número de contagios (1.800.000) y la mayor cantidad de muertes (110 mil)
que representa en ambos casos un 30% del total mundial, sin que existan
visos de freno a esta catástrofe sanitaria con claros efectos en la
economía, que ha llevado a 40 millones de ciudadanos a solicitar
subsidio de desempleo.
Hoy, debemos sumar una rebelión social, que se extiende
como reguero de pólvora por el país tras la brutal detención y posterior
muerte en la ciudad de Minneapolis, de George Floyd, un ciudadano
estadounidense de raza negra, que volvió a encender los fuegos de lucha
racial en el país norteamericano. Las manifestaciones, con cientos de
miles de personas en las calles ya suman 150 ciudades del país, incluso
en Washington DC, donde se generaron incendios de propiedades a pocos
metros de la Casa Blanca. Ciudades que está hoy bajo toque de queda, 20
mil miembros de la Guardia Nacional y decenas de miles de policías en
las calles han militarizado la represión social.
El estallido social en Estados Unidos, catalizado por el
asesinato de George Floyd a manos del agente policial blanco Dereck
Chauvin (que ya poseía 18 expedientes por brutalidad policiaca) permite
demostrar, dentro de múltiples elementos de análisis, que la sociedad
estadounidense sigue siendo profundamente discriminatoria en lo racial y
en lo social, con relación a sus ciudadanos, principalmente negros y
latinos. Esto, deja al descubierto, que aquellas grandes movilizaciones
por los derechos civiles de los años 60 del siglo XX, se vuelven a poner
en el tapete de las necesidades reivindicativas de los sectores más
desposeídos de la nación norteamericana.
Ciegos, sordos y mudos.
A lo señalado se comprueba, no sólo en este proceso de revuelta,
iniciado en la ciudad de Minneapolis, que cuando se trata de Estados
Unidos el análisis de protestas y violaciones a los derechos humanos,
suele tener, desde los organismos internacionales una mirada
absolutamente hipócrita y laxa. Léase, instituciones como la
Organización de las Naciones Unidas (ONU) y su Oficina de la Alta
Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH).
La Organización de Estados Americanos (OEA) y su Comisión Interamericana
de Derechos Humanos (CIDH). La iglesia católica a través del Vaticano.
La Unión Europea, que suele dar cátedra de derechos humanos a lo largo y
ancho del mundo. Organismos, como Human Rights Watch, evidente y
crónicamente crítico de gobiernos como el de la República Bolivariana de
Venezuela, por ejemplo pero silente cuando se trata del gobierno del
país donde se encuentran sus oficinas principales.
Ninguna de las Organizaciones mencionadas, al margen de
cierta retórica de preocupación como la expresada por Amnistía
Internacional y por la ex presidenta chilena y actual encargada de la
Oficina de la ACNUDH, Michelle Bachelet (1) ha llamado a denunciar
internacionalmente al gobierno de Donald Trump y la brutalidad policiaca
y de la Guardia Nacional, en momentos que la cifra de muertos, heridos y
detenidos se eleva a la par de las declaraciones incendiarias del
presidente Donald Trump.
No hemos visto, leído y menos escuchado, en aquellos
clásicos organismos, instituciones defensoras de los derechos humanos,
la exigencia para convocar al Consejo de Seguridad de la ONU, para
analizar el estallido social en Estados Unidos y la represión estatal y
sacar una resolución condenatoria por sucesos claramente atentatorios
contra los derechos humanos de parte importante de la población
estadounidense. El trato comunicacional, político, diplomático entre lo
que acontece en Estados Unidos y el análisis y acciones tomadas cuando
se trata de Venezuela es muestra de un doble rasero vergonzoso. Una
hipocresía que tiñe las relaciones internacionales y el papel que juegan
los gobiernos y las instituciones internacionales.
Contra Venezuela y su defensa de la revolución
bolivariana, tanto en el plano interno como externo, se generan
múltiples procesos de desestabilización, que se llevan a cabo con el
apoyo de países como el propio Estados Unidos, el grupo de Lima
conformado por gobiernos derechistas americanos, el aval de países de la
Unión Europea y el papel activo, incluso de organismos como la OEA. Y,
sin embargo en lugar de condenar esas acciones, se implementan campañas
de máxima presión contra el gobierno de la nación sudamericana, a la que
se acusa de violar el derecho de reunión, cuando en verdad la oposición
se manifiesta, se reúne cada vez con menos adherentes y se dedica a
pontificar y llamar a derrocar al gobierno sin que exista dificultad
alguna en ello.
Opositores que se exhiben cuantas veces lo desean, sus
medios de información llaman al magnicidio y sin embargo, es contra el
gobierno presidido por Nicolás Maduro, que se generan los embates donde
se amañan las leyes internacionales, se presiona al país desde todos los
ámbitos, ejecutando operaciones de bloqueos, sanciones, se le persigue
en los foros internacionales, se le impide un desarrollo económico, para
así ir mermando el apoyo popular. Y, como aquello no basta, se apela a
la conspiración, el sabotaje e invasiones con mercenarios
estadounidenses, pagados por el mundo opositor, traicionando a su propio
país, usando el dinero robado de las empresas venezolanas que han
sufrido expolio de sus reservas en el extranjero.
En Estados Unidos la represión ha sido promocionada y
estimulada por cauces violentos por el propio presidente de un Estado
policial y racista. Éste, señaló en uno de sus clásicos Twitter
incendiarios, con relación a los manifestantes a los que acusa, como no,
de radicales e izquierdistas que «Estos matones están deshonrando la
memoria de George Floyd y no voy a dejar que eso ocurra. Acabo de
hablar con el gobernador (del estado) Tim Walz y le he dicho que el
Ejército está con él hasta el final. Asumiremos el control si comienzan
las dificultades pero cuando empiezan los saqueos, empiezan los
disparos. ¡Gracias!». Y contra estas palabras, los organismos
multirregionales y regionales como la ONU y la OEA, mutis por el foro.
Estamos ad portas que se acuse al gobierno de Venezuela, Cuba, Rusia e
incluso Irán de estar detrás de estos incidentes.
La propia empresa Twitter señaló que este mensaje de Trump
representa una Apología a la violencia y decidió poner una advertencia
sobre este llamado señalando “Este tuit incumplió las Reglas de Twitter
relativas a glorificar la violencia. Sin embargo, Twitter determinó que
puede ser de interés público que dicho tuit permanezca accesible». Esta
decisión desató la furia de Trump ya enfrascado en una agria disputa
con la empresa y cuyo deseo, expresado públicamente “espero poder
cerrarla, si pudiera” y a la que acusa de tener una campaña en su
contra, junto a otros conglomerados vinculados a las redes sociales.
El pasado 28 de mayo, Trump, cuya personalidad megalómana
le impide aceptar las derrotas, firmó una orden ejecutiva para hacer
cambios a la sección 230 de la ley federal conocida como Communications
Decency Act (CDA), la cual absuelve a las plataformas digitales de
responsabilidad legal por el contenido publicado por los usuarios, entre
otras determinaciones. Una decisión que comprueba que al mandatario
estadounidense sólo le gustan aquellas informaciones que lo glorifican,
las empresas y gobiernos incondicionales a su visión de mundo. Si esto
no es así, deben asumir que tendrán a este tormentoso mandatario sobre
sus cabezas.
Trump además, ha calificado de “débiles” a los
gobernadores donde las protestas no se han detenido señalando que si
esto gobernadores no termina con la violencia utilizará el ejército
para sofocar lo que ha denominado como “terrorismo doméstico” Es decir,
considerar a la población como enemigo interno, propio de la doctrina de
seguridad nacional que tanto daño ocasionó a los pueblos de
Latinoamérica, generando muertos, heridos, detenido desaparecidos,
torturados, exiliados y países castrados en su democracia. Según señaló
la cadena CBS las palabras exactas de Trump dirigidas a los
gobernadores fue “tienen que ser capaces de dominar, sino dominan están
perdiendo el tiempo: Van a pasar por encima de ustedes y van a quedar
como un puñado de imbéciles “. Trump se puso como ejemplo ante los
gobernadores señalando “Tienen que arrestar a la gente y procesarlos y
deben ir a la cárcel por períodos de tiempo largo. Lo estamos haciendo
en Washington DC. Vamos a hacer algo que la gente nunca ha visto antes” Y
contra estas palabras, los organismos multiregionales y regionales como
la ONU y la OEA, mutis por el foro
Trump esta decidido a pasar a la historia como el sheriff
que más balas dispara, el hombre que supuestamente le devolverá la
tranquilidad a una sociedad, que vive las más grandes movilizaciones
sociales desde aquellas que pedía el fin de la guerra contra Vietnam,
como también la lucha por los derechos civiles de los negros. Trump no
habla de comprender los reclamos, de avanzar por el camino del diálogo,
por reconciliar a una sociedad profundamente dividida, ¡no! Lo de Trump
es la bofetada, el puntapié, el balazo artero, la mano dura. El
pendenciero megalómano sabe que la impunidad lo acompaña y la
complicidad de aquellos organismos internacionales, que le temen más a
que Trump corte del flujo de financiamiento a sus organismos y con ello
la pérdida de jugosas remuneraciones, que la dignidad y la justicia como
conceptos que han olvidado hace mucho tiempo.
Las palabras de Trump no se quedaron en meras
declaraciones y decidió proclamar a la organización Antifa
(antifacista), que participa activamente de las manifestaciones, como
una organización terrorista aunque ella, según opiniones dadas a conocer
e medios de prensa acarrearía problemas, ya que Estados Unidos no
cuenta con una legislación sobre terrorismo interno y Antifa no es una
entidad que pueda ser calificada como una organización con un líder, una
estructura dentro de los cánones tradicionales y según lo planteado
por una ex funcionaria del Departamento de Justicia de Estados Unidos,
Mary McCord “Trump no podría definirla como organización terrorista pues
cualquier intento de tal designación plantearía importantes
preocupaciones de la Primera Enmienda». Antifa ha sido definida como un
grupo conformado por células locales con una ideología contraria a la
extrema derecha, contra al racismo y al sexismo. Dotado de un discurso
anticapitalista suele vinculársele más a grupos anarquistas, que a
grupos de izquierda tradicional.
Lo contradictorio es que una serie de reportes (2)
emanados de medios como Vice News y New York Times, entre otros, dan
cuenta que milicias ultraderechistas están aprovechando la situación de
crisis social, para llevar adelante su propia agenda de violencia. Una
conducta, que sin duda reditúa y lleva agua a los molinos de la política
represiva de Trump, quien suele moverse como pez en el agua en materia
de ofrecer combatir a aquellos que “desde la violencia izquierdista o
vinculados a agentes externos” como suele llamar a los que lo critican,
ofreciendo simplemente más represión, más disparos, más muertes.
La violencia ultraderechista y supremacista es oxígeno
para Trump, pues le permite mostrar un escenario de caos generalizado
donde “sólo él es capaz de ofrecer pacificación”. El objetivo
ultraderechista es claro: generar caos, avanzar hacia una guerra racial
cometiendo actos violentos contra negros, latinos y otras minorías como
lo han expresado por redes sociales, grupos que se autodenomina
“aceleracionistas” en el sentido de catalizar los enfrentamientos,
tensionar los conflictos étnicos y establecer un camino de control
social.
Las denuncias respecto a la presencia de infiltrados de
estos grupos racistas, dentro de los manifestantes que se expresan por
el asesinato de George Floyd se han multiplicado, sumando también a
otras expresiones de grupos violentos ligados a la derecha como los
llamados Boogaloos Boys caracterizados por los medios estadounidenses
como “libertarios” pero con corrientes en su interior identificados como
milicias armadas, de corte supremacista y antigubernamentales.
La solución para Trump, en el plano interno y en política
exterior son balas, bombardeos, muerte, destrucción. Es la consigna para
que el orden hegemónico en la sociedad estadounidense y aquel que
quiere mantener en el mundo no sucumban, aunque todo indica que sus
acciones van a la baja. La muerte de negros a manos de la policía no son
incidentes aislados. Los ciudadanos afrodescendientes son 3 veces más
propensos a ser víctimas de disparos policiales que los blancos.
Representan el 14% de la población estadounidense y sin embargo son el
40% de la población penal y representan el 24% de las víctimas mortales
por disparos en el país a manos de policías. Cuerpo policial donde
muchos de sus miembros han sido acusados de ser componentes o
simpatizantes de grupos de odio, organizaciones contrarias a la
inmigración y otras abiertamente fascistas.
El Doble Rasero
La muerte de George Floyd ha levantado muchísima indignación pero
ninguna condena efectiva a Trump, que es un catalizador del odio racial,
de la violencia desde el poder, usando al gobierno y sus instituciones
represoras. Resulta interesante dar cuenta de aquellos estudios sobre
estereotipos raciales llevados a cabo en los propios Estados unidos. Por
ejemplo, aquel de asociar raza negra con crimen, como parte de lo que
se ha denominado la ”psicología del sesgo” que ha permitido demostrar
que se tiende a ver más a los negros como amenaza que a los caucásicos.
Cuestión que atañe no sólo a la visión que se tiene de las minorías, por
parte de los cuerpos policiales o de los organismos de gobierno sino
también de nuestras propias sociedades.
Lorie Fridell profesora asociada de criminología en la
Universidad del Sur de Florida afirma “Sospechar de una persona de una
raza determinada por el estereotipo asociado a esa raza lo que produce
un comportamiento discriminador, incluso en individuos que rechazan del
todo los prejuicios. En los primeros estudios llevados a cabo por
expertos en la psicología del sesgo, se sentaba a un sujeto ante una
computadora y se le mostraban de forma muy rápida fotografías de hombres
blancos y negros. Cada uno de ellos tenía indistintamente una pistola o
un objeto neutral en la mano. Al sujeto se le decía que, si percibía
una amenaza, pulsara el botón de disparar y si no la percibía, que
pulsara el de no disparar. Los resultados de estos estudios sugieren que
los sesgos implícitos afectan a la decisión de disparar o no. Algunos
de ellos demuestran que los participantes «disparan» antes a un hombre
negro desarmado que a uno blanco armado” (3)
El asesinato de Floyd (calificado por los forenses como
homicidio derivado de una asfixia) se une al de tantos otros negros en
Estados Unidos, ultimados por la policía o por supremacistas blancos.
Afrodescendientes como Eric Garner, Alton Sterling, Breonar Taylor,
Tamir Rice, Philando Castile, Cedric Chatman, Stephon Clarck, Keith
Scott, Emantic Bradford, Vonderrit Myers, Terence Crutcher, Antonio
Martin, Freddie Gray. Normal Cooper, Michael Brown. La muerte de Floyd
tiene el mismo sentido y sentimiento de impunidad, que es parte de la
crónica habitual contra aquellos considerados ciudadanos de segunda
clase, parte de una minoría que parece no tener derechos. Negros y
latinos sin distingo.
El crimen de odio de George Floyd y las diversas
reacciones suscitadas en este crimen de odio, me hacen recordar el
asesinato de Orlando Figuera, joven venezolano, de raza negra, apuñalado
y quemado vivo por ser chavista, a manos de hordas opositoras dirigidas
por los mismos que propician golpes de estado e invasiones en
Venezuela. En ambos casos: Floyd y Figuera, el objeto del odio es el
mismo, pero el tratamiento mediático es distinto, como diversa es
también la reacción de los gobiernos, las sociedades influidas por la
propaganda adversa al gobierno venezolano y de las instituciones
internacionales, principalmente aquellas dedicadas a la promoción y
defensa de los derechos humanos.
Orlando Figuera fue asesinado en la ciudad de Caracas, en
los alrededores de Plaza Altamira, en mayo del año 2017 sin que una mano
internacional se haya alzado en defensa de la vida a diferencia de los
múltiples apoyos políticos, monetarios y comunicacionales que recibían
estos opositores venezolanos cuyas acciones eran calificadas de “lucha
por la democracia”, que ocultaban al mundo sus manos manchadas de
sangre. Ninguna de las instituciones con las cuales nos hemos dotado,
para hacer cumplir las leyes en el mundo levantó su voz condenatoria
contra el crimen de Figuera y otra decenas de policías, civiles y
militantes chavistas, pero que en una conducta despreciable, propia de
genuflexos, se han dedicado a atacar, sancionar, bloquear, embargar y
conspirar contra el gobierno venezolano y su pueblo.
Para Floyd, afrodescendiente estadounidense y para
Figuera, un afrodescendiente venezolano no hubo piedad ni organismo
internacional que velara por sus derechos previo a su muerte, siempre
actuando reactivamente cuando se trata de las minorías, de aquellos
considerados marginales, personas con derechos conculcados, ciudadanos
de segunda clase. Más aún, en el caso del asesinato de Figuera las
críticas se centraron en el gobierno bolivariano, no en la oposición,
que ha sido costumbre como parte de todo el proceso de desestabilización
contra el país sudamericano. Incluso se tergiverso el hecho de su
militancia chavista, presentándolo como un delincuente que había sido
atrapado en un robo y perseguido por la caterva opositora, para darle su
merecido. No muy distinto a las primeras informaciones sobre Floyd de
quien se dijo que era un sospechoso de haber pagado en una tienda con un
billete falso de veinte dólares. Para los negros fuego y asfixia, para
los negros los males del infierno pues no importa: son negros,
marginales, subhumanos en el imaginario supremacista estadounidense,
que no difiere mucho del pensamiento político opositor ultraderechista
venezolano.
A Estados Unidos y Europa (incluyendo sus aliados
incondicionales como el sionismo y el wahabismo, por ejemplo) se les
permiten los más viles atropellos, no sólo en sus propios países sino
que en aquellas partes del mundo donde clavan sus garras. Y ¡no pasa
nada, absolutamente nada! y la entelequia internacional denominada
Organización de las Naciones Unidas, más allá de argumentaciones
baladíes, para no tender un manto total de vergüenza sobre su actuar
termina sepultando la necesidad de justicia y equidad sin distinción.
Nuestras sociedades no cuentan con quien nos proteja frente a los abusos
del Estado y sus cuerpos militares, policiales y en general aquellos
que tienen el monopolio de la fuerza.
Requerimos, que las instituciones internacionales como la
ONU y sus organismos defensores de los derechos humanos, así como las
entidades no gubernamentales, no oculten ni minimicen las violaciones a
esos derechos y que su actuar sea correspondiente con la igualdad sea un
estado poderoso o uno más débil. Recordemos, que Guantánamo como cárcel
aún funciona, fuera de cualquier control de los defensores de la
legalidad internacional y los derechos humanos, considerando además que
es un territorio usurpado a la soberanía cubana. Abu Ghraib ha sido, por
otra parte, un símbolo de la degradación de las tropas estadounidenses
invasoras en Irak bajo la ceguera interesada del Consejo de Derechos
Humanos de la ONU, de la ACNUDH, de Amnistía internacional de Human
Rigths Watch, que suelen quedarse sólo en la constatación cuando se
trata de Estados Unidos. Una cárcel donde se han cometido las más
atroces violaciones a los derechos humanos, por parte de los mismos,
que pontificaban que iban a Irak a establecer una democracia
Hasta ahora, no existe ningún llamado al Consejo de
Seguridad, para que se trate, en esa instancia, el estallido social en
Estados Unidos, la represión a la población, la instauración de toque de
queda en medio centenar de ciudades. Salida de tropas militarizadas. No
se ha escuchado, por parte de gobiernos europeos, por ejemplo, que se
sancione al gobierno de Trump por violaciones a los derechos humanos en
materia de coartar la libertad a de expresión, reprimir las
manifestaciones y clasificar como terroristas a organizaciones de la
propia sociedad. No han salido voces para exigir la expulsión de Estados
Unidos ya sea de la OEA, por no cumplir la Carta Democrática o sacar
resoluciones del Consejo de derechos humanos de la ONU, de la CIDH.
Comportamiento vil y rastrero, que se ha llevado contra Venezuela sin
un atisbo de vergüenza.
Es el doble rasero hipócrita y desvergonzado, pues cuando
el tema es Venezuela, a pesar de ser víctima de ataques, conspiraciones,
bloqueo y sanciones por parte del propio Estados Unidos y sus socios
agrupado en el grupo de Lima, los medios de información afines, los
gobiernos que suelen obedecer las orientaciones de Washington
implementan todo tipo de acciones contra el gobierno de Nicolás Maduro.
Se establecen contra Venezuela llamados urgentes al Consejo de
Seguridad, se trabaja por ayuda humanitaria, se convocan a los gobiernos
a implementar ataques, bloqueos y hasta que proporcionen tropas para un
posible ataque: se llama a ejecutar intentos de entrada de camiones
supuestamente cargados de ayuda humanitario, se financian operaciones
militares de invasión al territorio venezolano. Todo sirve para atacar a
la nación sudamericana. Cuando el país es Estados Unidos, los
“valientes” defensores de los derechos humanos reculan en forma indigna e
inclinan la cerviz, como suelen hacerlo los cobardes y aduladores.
(1) Tras la muerte de otro ciudadano estadounidense de origen afroamericano bajo custodia policial, la responsable de ONU Derechos Humanos, Michelle Bachelet, asegura que los agentes que recurren al uso excesivo de la fuerza deben ser procesados y condenados por los delitos cometidos. También debe examinarse a fondo, reconocerse adecuadamente y abordarse el papel que juega en esas muertes la discriminación racial arraigada y generalizada. Bachelet quien mostró su consternación por «tener que añadir el nombre de George Floyd al de Eric Garner, Michael Brown y muchos otros afroamericanos desarmados que han muerto a manos de la policía durante los últimos años, así como personas como Ahmaud Arbery y Trayvon Martin que fueron asesinados por agentes públicos armados». Bachelet emplazó a las autoridades estadounidenses «a tomar medidas serias para detener los asesinatos» y que garanticen «que se imparta justicia cuando se produzcan». Añadió que es necesario cambiar los procedimientos, establecerse sistemas de prevención y, sobre todo, que los agentes de policía que recurren al uso excesivo de la fuerza sean procesados y condenados por los delitos cometidos». https://news.un.org/es/story/2020/05/1475132
(2) Grupos de extrema derecha están apareciendo armados en las protestas contra la brutalidad policial que han estallado en todo el país, intentando generar caos y violencia, según un reporte de Vice News que recoge varias publicaciones en redes sociales y entrevistas en medios locales.
(3) https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-36738267
* Fuente TeleSUR