Por Darío Pignotti. Resumen Latinoamericano 7 de junio de 2020.
Dejó de reírse. Jair Bolsonaro perdió la risa y el control de las
calles, al menos este domingo, en una Brasilia dominada por militantes
movilizados para repudiar el golpe alentado desde el gobierno, el
fascismo y el racismo. El capitán-presidente no fue visto hoy en el
Palacio del Planalto como ocurrió hace una semana cuando se paseó a
caballo entre banderas de Estados Unidos e Israel. Cerca de la
Presidencia, el Parlamento y el Supremo Tribunal Federal, se vio
desfilar hoy, por primera vez, la rabia popular con camisetas negras
mientras a pocos metros de allí el oficialismo lograba reunir unos
pocos simpatizantes vestidos con las camisetas amarillas de la selección
nacional.
Hubo represión policial en San Pablo, donde la
protesta contó con la hinchada de Corinthians, y en Río de Janeiro el
repudio al gobierno se asoció a la denuncia del asesinato de un niño de
la favela, a manos de la policía.
Se exhibieron carteles de la agrupación «Antifa» (antifascista) en Brasilia, San Pablo y Río de Janeiro. También se
escuchó el lema «Vidas negras importan», traducción libre de «Black
lives matter», gritada en Nueva York, Washington y Chicago.
A
lo largo de del Eje Monumental, la avenida que atraviesa el centro de la
capital federal, se desplazó una nutrida columna desde la que
surgieron consignas voceadas a todo pulmón y con barbijo, después de
meses la cuarentena impuesta por el coronavirus. «Atrás fascistas, el
poder popular está en la calle», #Bolsonaro genocida» y «Fuera
golpista».
La semana pasada, en ese mismo lugar, Bolsonaro
festejó los cánticos de sus seguidores, mayoritariamente sin tapabocas, a
favor del cierre del Congreso y el Supremo Tribunal.
Este
ritual repetido cada domingo, con activistas de ultraderecha aclamando a
su «mito» y negando la covid-19 – lo llaman «comunavirus» . había
creado la imagen ilusoria de un gobierno con alta popularidad. La
realidad es otra. El oficialismo está en baja, con índices de
aprobación que rondan el 30 por ciento mientras hay entre un 60 y 70 por
ciento brasileños que lo repudia, porcentaje en el que se incluye
parte del electorado que votó al presidente en las elecciones de 2018.
Debido al aislamiento, respetado fundamentalmente por los no
bolsonaristas, la oposición se vio maniatada, sin otra opción que
expresarse a través de los cacerolazos, algo insuficiente para presentar
la pelea en el espacio público que cuenta: la calle.
Esto llevó a que las
hinchadas de Corinthians en San Pablo, y Flamengo, en Río de Janeiro,
comenzaran a salir para disputarle la derecha la hegemonía de las calles. Esta respuesta espontánea tuvo entre los movimientos sociales y algunas fuerzas políticas, como el Partido de los Trabajadores y el Partido Socilismo y Libertad, decidieron movilizarse a pesar de la pandemia, adoptando recaudos sanitarios.
Cerca
de las 15 horas de este domingo, arrodillados frente a un cordón de
agentes de la Policía Militarizada de Brasilia, los militantes, muchos
de ellos jóvenes, desplegaron un pasacalles negro con letras blancas en el que se leía «Todos por la democracia».
Los
números de la primera movilización de peso contra el régimen cerca del
Palacio del Planalto son imprecisos, la policía no los había divulgado
hasta el cierre de esta crónica cuando tampoco se presentó una
estimación única por parte de los organizadores.
Sin haber sido una movilización monumental, el acto opositor fue muy concurrido.
Demostró el fracaso de las operaciones intimidatorias montadas por el
régimen para impedir que la oposición se reúna frente al corazón del
poder político. O mejor, de un poder cívico-militar con tentaciones
dictatoriales.
Bolsonaro hizo lo que pudo para sabotear la marcha. Tildó a los manifestantes de «terroristas y viciados»
, comparándolos con los inconformes movilizados en Estados Unidos por
el asesinato de George Floyd. Demostró estar preocupado ante la posible
réplica de de la onda de descontento surgida en Estados Unidos. Elogió a
la policía de aquel país y al referirse a Floyd usó la expresión «ese
negro que perdió la vida».
En Brasil como en la Italia de Benito
Mussolini o la Alemania de Adolfo Hitler las fuerzas de seguridad
comienzan a convertirse en el brazo represivo y de inteligencia del
tirano, comparó el profesor Luiz Eduardo Soares. «Un número considerable
de las policías provinciales están tomadas por las ´milicias´ (bandas
parapoliciales) y antes de responder a los gobernadores siguen las
órdenes políticas de Bolsonaro», aseguró la semana pasada este
investigador al justificar su temor sobre la posibilidad de represión.
Y eso fue lo que ocurrió en
la noche del domingo en San Pablo cuando la Policía Militarizada cargó
contra la concentración realizada en el Largo da Batata, zona oeste de
la ciudad, donde 16 personas fueron detenidas, según el sitio de
noticias UOL.
Miles de personas se manifestaron contra el
gobierno en el oeste de la ciudad contrastando con el acto bolsonarista,
que reunió algunas centenas de personas en la Avenida Paulista, la más
importante de la ciudad, según indicaron varios medios.
En Río de Janeiro los oficialistas se juntaron por la mañana frente a la playa de Copacabana y la oposición, en número bastante más importante, marchó por el centro desde las 14 horas. La policía se comportó de manera muy amable con los oficialistas y demostró una actitud hostil ante los muchachos defensores de la democracia, describió en su crónica el periodista Tulio Riveiro, del diario O Dia.
* Fuente: Página 12