El esta­do y el cri­men – Anto­nio Álva­rez Solís

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Lo más incon­ve­nien­te del momen­to his­tó­ri­co que vivi­mos es la des­me­du­la­ción de las pala­bras, su pér­di­da de iden­ti­dad. ¿Ver­da­de­ra­men­te qué quie­re decir lo que se dice? Por ejem­plo, a qué se refie­re con­cre­ta­men­te la voz «cri­men». Según la len­gua cas­te­lla­na cer­ti­fi­ca­da por la Real Aca­de­mia, que la cela y la escla­re­ce, «cri­men» equi­va­le a algo tan amplio como la comi­sión de un deli­to gra­ve. Pero para defi­nir el deli­to es pre­ci­so, ante todo, saber cómo ha de con­tras­tar­se con la jus­ti­cia y con la for­ma en que el Esta­do ‑ese gran coto de caza en don­de actúan las esco­pe­tas pode­ro­sas- con­ci­be e inter­pre­ta esa jus­ti­cia. Ahí empie­za Cris­to a pade­cer ¿Esta­mos vivien­do un mun­do jus­to? Es decir: ¿pue­de el Esta­do actual decir que admi­nis­tra con vera­ci­dad algo a lo que deba­mos lla­mar jus­ti­cia? ¿Qué sig­ni­fi­can la Tri­la­te­ral, el Club Bil­der­berg, la Ron­da Doha, el poder judío internacional…?

La situa­ción social des­mien­te que la jus­ti­cia real sea ese con­jun­to de nor­mas y méto­dos que mane­ja el Esta­do. El Esta­do siem­pre ha sido una herra­mien­ta de la cla­se domi­nan­te pues­ta en manos de sus mino­rías depre­da­do­ras. Pero en el momen­to actual esa depre­da­ción ha alcan­za­do su máxi­mo lími­te de des­ca­ro, de impu­di­cia. Es una depre­da­ción doble y osten­si­ble­men­te arma­da. Una impu­di­cia que se corres­pon­de con el gra­do de dete­rio­ro moral que corroe el sis­te­ma orgá­ni­co esta­tal. ¿A qué lla­man real­men­te jus­ti­cia los maqui­nis­tas del mons­truo esta­tal, con vida pro­pia e independiente?

Bus­que cada cual, en la his­to­ria de la filo­so­fía del Dere­cho, el metro de iri­dio para defi­nir la jus­ti­cia. Para mi visión ius­na­tu­ra­lis­ta, la jus­ti­cia enraí­za en la igual­dad. Pero tam­bién debe­mos tener un con­cep­to cla­ro de la igual­dad. Yo me que­do con la defi­ni­ción de Cesa­re Bec­ca­ria, el gran crea­dor del Dere­cho penal moderno: dice el maes­tro Bec­ca­ria que la jus­ti­cia tie­ne como base una volun­tad de con­vi­vir con los pró­ji­mos de modo que todos ten­ga­mos dig­ni­dad de per­so­nas, de for­ma tal que poda­mos cons­truir con ella la ciu­dad de los pares. Dignidad.

A pro­pó­si­to de esto últi­mo, el pro­fe­sor Reca­sens Siches cita a Anto­nio Geno­ve­si, huma­nis­ta tam­bién ita­liano del siglo XVIII «que pone como fun­da­men­to de la jus­ti­cia ‑la prin­ci­pal admi­nis­tra­ción del Esta­do- la igual­dad de los hom­bres en cuan­to tales» y aña­de el Dr. Reca­sens una fra­se tex­tual del gran Geno­ve­si: «En todo país don­de se cree que los hom­bres no son de una mis­ma espe­cie sino que unos son hom­bres-dio­ses, otros hom­bres-bes­tias y, otros, semi­hom­bres, no pue­de rei­nar sino la injusticia».

Bien, ya hemos lle­ga­do a Pén­ja­mo. Ya se ven las negras cúpu­las de su Esta­do vicia­do y abu­si­vo. Un Esta­do don­de la jus­ti­cia es tran­seún­te y cap­cio­sa, don­de la igual­dad es una otor­ga­ción uni­la­te­ral de los que con­ce­den a los que men­di­gan, don­de la liber­tad está encor­se­ta­da en leyes en las que el inte­rés de los pocos o el capri­cho for­man su sis­te­ma car­dio­vas­cu­lar. ¿Es eso a lo que lla­man los hie­ro­fan­tes Esta­do de Dere­cho? Ten­ga­mos valor para el len­gua­je, sobre todo ante quie­nes dicen batir­se des­de el blo­cao sin­di­cal por los tra­ba­ja­do­res a los que no sabe­mos si con­si­de­ran hom­bres-bes­tias o semihombres.

Espe­ro que algún día los diri­gen­tes de Comi­sio­nes Obre­ras o de la UGT hayan de expli­car el sis­te­ma de seña­les que unía sus cora­zo­nes con la cúpu­la del poder irres­tric­to. Diri­gen­tes hechos con los recor­tes del latón con que pro­te­gen su Esta­do los que dicen tener la ley dic­ta­da en el Sinaí.

Creo, sin embar­go, que esta­mos per­dien­do el tiem­po ocu­pán­do­nos de quie­nes dicen diri­gir el Esta­do en vez de ocu­par­nos del Esta­do mis­mo. Mien­tas exis­ta ese Esta­do, tres veces secu­lar, el cri­men, y con ello vol­ve­mos al prin­ci­pio de esta modes­ta medi­ta­ción, segui­rá cre­cien­do como «un deli­to gra­ve». Habla­mos del cri­men social, que es mucho más gra­ve y san­grien­to que el cri­men al menu­deo defi­ni­do de mil mane­ras dis­tin­tas en los códi­gos penales.

La iden­ti­fi­ca­ción de este tipo de cri­men es el cri­men uni­ver­sal: la explo­ta­ción del ham­brien­to has­ta su muer­te físi­ca, la des­le­gi­ti­ma­ción de los pue­blos has­ta dejar­los iner­mes moral­men­te, la exten­sión del nego­cio de la gue­rra como una dona­ción de segu­ri­dad, la con­ver­sión del tra­ba­jo en una mer­can­cía abso­lu­ta­men­te des­pro­vis­ta de su dimen­sión huma­na, la glo­ba­li­za­ción cul­tu­ral como este­ri­li­za­ción de las con­cien­cias gene­ra­das en la suce­sión del tiem­po y en la iden­ti­dad del lugar, la eli­mi­na­ción de las refe­ren­cias para sumir­las en una úni­ca y dog­má­ti­ca exi­gen­cia, la impo­si­ción del nego­cio sobre las nece­si­da­des, la lógi­ca cons­trui­da tras el fin que se desea alcan­zar, las igle­sias que eli­mi­nan con los cate­cis­mos el sen­ti­mien­to reli­gio­so como un «reli­ga­re» del alma con el mun­do… Todo eso es un «deli­to gra­ve». Todo eso es cri­men. Todo eso es Esta­do, fuer­za bru­ta, acción arma­da, jus­ti­cia pre­va­ri­ca­do­ra, eco­no­mía de asalto.

¿Pero quién pue­de res­tau­rar la polí­ti­ca para que cons­ti­tu­ya una con­jun­ción real­men­te demo­crá­ti­ca; una Repú­bli­ca en todos sus pre­ce­den­tes his­tó­ri­cos fren­te a la auto­cra­cia, la monar­quía, la dic­ta­du­ra, el fas­cis­mo moral y mate­rial? No pue­den cul­mi­nar esa aven­tu­ra las nacio­nes que se han tra­ves­ti­do de Esta­dos. Esas nacio­nes han des­trui­do su crea­do­ra hori­zon­ta­li­dad social para alzar una exáni­me pirá­mi­de que se exi­ge a sí mis­ma para sos­te­ner­se. Lo que sus­ti­tu­ya al Esta­do ha de estar for­ma­do por con­fe­de­ra­cio­nes de intere­ses que rijan la nación libre y la etni­ci­dad que sir­va de mol­de a los acuer­dos mul­ti­ge­ne­ra­dos en encuen­tros de base y en acti­vas par­ti­ci­pa­cio­nes. Hacer lo que real­men­te se desea sola­men­te es posi­ble si se sabe en pro­fun­di­dad lo que se desea. En el con­tac­to de todas las ins­ti­tu­cio­nes que han bro­ta­do del queha­cer y el deseo coti­diano de una comu­ni­dad sur­ge la per­fec­ción de lo que se hace.

Pero esas ins­ti­tu­cio­nes secu­la­res y natu­ra­les han sido agos­ta­das por el Esta­do y sus órga­nos rígi­dos y sobe­ra­nos. Los par­la­men­tos ya no valen, la jus­ti­cia se tam­ba­lea, el poder eje­cu­ti­vo está inter­ve­ni­do por quie­nes viven al mar­gen de las urnas y tie­nen los recur­sos sufi­cien­tes para encon­trar quie­nes las relle­nen. La divi­sión de los pode­res aho­ra clá­si­cos es una coar­ta­da para gober­nar al mar­gen de las autén­ti­cas ideas que viven aco­bar­da­das en la cue­va de una inti­mi­dad pocas veces reve­la­da. Hay que eli­mi­nar esos tres pode­res ‑del que sólo uno es real­men­te váli­do por su capa­ci­dad de crea­ción nor­ma­ti­va, aun­que sea sir­vién­do­se del par­la­men­to y la admi­nis­tra­ción de jus­ti­cia- y retor­nar­los al con­trol autén­ti­ca­men­te popular.

La eje­cu­ti­vi­dad del poder ha de tro­cear­se de for­ma que la ciu­da­da­nía pue­da per­so­ni­fi­car­lo de modo direc­to y tra­bar­la en acuer­dos con autén­ti­co con­te­ni­do de con­cien­cia. Dirán que se pier­de efec­ti­vi­dad con esa mul­ti­pli­ca­ción de ins­ti­tu­cio­nes y for­mas socia­les, pero pre­gun­to ¿de qué efec­ti­vi­dad hablan los que pien­san en esa extra­ña efi­ca­cia que nos ha lle­na­do de auto­mo­vi­lis­tas y nos ha pri­va­do de pea­to­nes? Nece­si­ta­mos refun­dar la liber­tad de opi­nión públi­ca, pero nece­si­ta­mos con mayor urgen­cia crear esa opi­nión públi­ca que aho­ra se ha con­ver­ti­do en mos­tren­ca. ¿Quié­nes pue­den encar­gar­se de cons­truir el arca para supe­rar el dilu­vio que nos lle­va? Evi­den­te­men­te nacio­nes y pue­blos que no estén agu­sa­na­dos por el Esta­do; es irri­tan­te decir­lo, pero se tra­ta para­dó­ji­ca­men­te en muchos casos de pue­blos que están bajo el pie de la ley por come­ter todos los días el «cri­men» de la liber­tad. Nacio­nes sin Esta­do capa­ces de cons­truir la repú­bli­ca del Ati­ca o el pue­blo de las coli­nas de Roma. No se tra­ta de retro­ce­der en la his­to­ria sino de libe­rar­la de sus pla­gas. Hacen fal­ta pue­blos en la calle. Pue­blos para enten­der a los pue­blos, gen­tes, ciu­da­da­nos capa­ces de recu­pe­rar el pul­so libre, que siem­pre es un pul­so peli­gro­so. Pero…

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