Por Ricardo Antunes. Resumen Latinoamericano,14 de junio de 2020.
Ya están claros los proyectos del gran capital para la pos-pandemia: Informatizar todo; abusar del trabajo en casa, desarticular la fuerza colectiva de los asalariados.
Primer Acto
El mundo comenzó este trágico año de 2020 de modo muy diferente. No
bastaba la recesión económica global y en curso acentuada en Brasil, que
ya visualizábamos en el radar señales de expresivo aumento de los
índices de informalidad, precarización y desempleo, por la proliferación
de una montaña de trabajos intermitentes, ocasionales, flexibles etc., y
por las formas abiertas y ocultas de sub-ocupación, sub-utilización y
desempleo, todos contribuyendo para la ampliación de los niveles ya
abismales de desigualdad y miseria social.
Paralelamente a ese cuadro social crítico, el léxico empresarial que
se expandía en el universo maquino-informacional-digital se estampabacon
mucha pomposidad: platform economy, crowd sourcing, gig-economy, home office, home work, sharing economy,
entre tantas otras denominaciones, sin olvidar que los altos gestores
(antes presidentes y directores de las grandes corporaciones) fueron renombrados como chief executive officer (CEO). Hasta el coaching ‑entrenamiento- fue inventado, al final sería preciso alguien que ganase un buen sueldo para realizar algún abrazo espiritual.
Y ese nuevo palabrerío, propalado por la gramática del capital, se sumó a aquel ya consolidado y que adulteraba los reales significados etimológicos de las palabras, que todos conocemos: mantener siempre la resiliencia (En psicología, capacidad que tiene una persona para superar circunstancias traumáticas como la muerte de un ser querido, un accidente, o la pérdida del trabajo), actuar con mucha sinergia, convertirse en autentico colaborador y en verdadero socio, vanagloriarse de la nueva condición de emprendedor, ejercitar el trabajo voluntario (en verdad una “sutil” imposición, ya que el voluntariado se tornó condición sine qua non para obtención de empleo), entre tantos otros insultos al lenguaje, que le imponen nuevas “significaciones”. Mas lo inesperado hizo que esa vistosa nomenclatura, que parecía tan bella, virara a pura palabrería barata.
La pandemia del capital trató de demostrar su impostura:
“colaboradores” están siendo cesados por millares, “socios” están
pudiendo optar entre reducir los salarios o sumarse al desempleo y los
pequeños emprendedores no encuentran consumidores y ven como su renta
desaparece.
Es bueno recordar, también, que así mismo antes de la explosión de la
pandemia de coronavirus la realidad cotidiana del trabajo ya venía
expresando enteramente otro: pejotización, (trabajo intermitente,
sub-ocupación, sub-utilización info-proletariado, cibertariado,
esclavitud digital, etc., terminología esa que, con tono irónico y
crítico, se originó del propio lugardel trabajo. Y por eso que uberización (de la empresa Uber Technologies Inc. –transporte terrestre) tiene hoy el mismo trazo peyorativo que walmartización ‑de
Walmar corporación internacional de tiendas- que ostentó cuando se
hablaba de las pésimas condiciones de trabajo en los hipermercados.
Si todavía era el escenario de navidad de 2019, con Trump, Bolsonaro,
Victor Orban ‑primer ministro de Hungría- y otras aberraciones
semejantes, todo comenzó a agravarse al desatarse la pandemia. Con la
propagación global del coronavirus, lo que era desanimador se tornó
desolador. Y la crisis económica que atingía duramente al Brasil pasó a
ser amplificada por las crisis del gobierno Bolsonaro-Guedes, una
simbiosis nada esdrújula entre concepciones dictatoriales y fascistas y
una variante de neoliberalismo primitivo, desbastando todavía más
nuestra base social ya bastante disminuida.
Algunos datos ejemplares estampan esa abierta agresión a los trabajadores. En lo referente al primer trimestre de 2020, IBGE (Instituto Brasilero de Geografía y Estadística)
presentó una intensificación de las condiciones deshumanas para la
clase trabajadora: alcanzamos el contingente de 12,9 millones de
desempleados, y la informalidad (flagelo que se tornó el impulso central para
la acción del capital) supero el 40% con cerca de 40 millones de
trabajadores y trabajadoras al margen de la legislación social
protectora del trabajo.
Vale resaltar que esos datos no reflejan lo que pasa en el presente
(segundo trimestre), dada la expansión exponencial de la pandemia en
Brasil, mas tan solamente lo poco que era visible hasta los primeros
días de marzo, visto que el desempleo ‑tanto abierto como aquel que
refleja el desaliento- está en gran medida invisible por la paralización
de amplios sectores de la economía, permitiendo tan solamente una
aproximación sintomática de la realidad. Si a esos datos incluimos los
sub-ocupados (que trabajan menos de 40 horas) y los sub-utilizados (que
segundo o IBGE engloban tanto los sub-ocupados como los desocupados y la
fuerza de trabajo potencial), (1) tendremos una idea más precisa del
tamaño de la tragedia social que no para de amplificarse en el país, que
en fines de mayo se encuentra en el epicentro de la pandemia.
Segundo acto
Fue en esa situación verdaderamente catastrófica, en que la
simultaneidad de la crisis económica, social y política se verificó, que
la nueva pandemia aterrizó en nuestros aeropuertos. Muy distante de un
virus cuya responsabilidad se debiese a algún error de la naturaleza,
tan a gusto de la apología de la ignorancia que hoy se desparrama aquí y
en el mundo, y que estamos presenciando, a escala global, y nunca
resultante de la expansión y generalización del sistema de metabolismo
antihumano del capital. Su verdadera causa.
Cargando una lógica esencialmente destructiva, ese metabolismo solo
puede vivir y reproducirse por medio de la destrucción, sea de la
naturaleza, que jamás estuvo en situación tan deplorable, sea de la
fuerza de trabajo, cuya corrosión sharing economy, y
dilapidación se tornaron absolutamente insustentables. Siendo
expansionista e incontrolable, desconsiderando la totalidad de los
límites humanos, societarios y ambientales, el sistema de metabolismo
antisocial del capital se alterna entre producción, destrucción y
letalidad.
Si de esto dudamos que significa la enorme presión de amplias
parcelas del empresariado predador que exige junto al gobierno
‑de-tipo-lumpen– la inmediata vuelta al trabajo y la producción, en
medio de la explosión de muertes que no paran de crecer por cuenta de la
pandemia? Será para preservar los empleos, como afirman con total
desvergüenza?
La respuesta es de una simple claridad y está estampada no solo en el
país, sino en todos los rincones del mundo. De China a Suecia, de
Alemania a África del Sur, de India a los EEUU, de Francia a México, de
Japón a Rusia, con la eclosión de la pandemia del capital, la creación
de riqueza y de lucro se estancó, dada la paralización de producción,
con excepción de las llamadas actividades esenciales (al ampliar o
restringir esa definición, cada gobierno estampa su nivel de mayor
subordinación y servilismo al capital)
Como las corporaciones globales saben mejor que nadie que la fuerza
de trabajo es una mercadería especial, una vez que es la única capaz de
desencadenar e impulsar el complejo productivo presente en las cadenas
productivas globales que hoy comandan el proceso de creación de valor y
de riqueza social, los capitales aprendieron bien, al largo de estos
casi tres siglos de dominación, a lidiar con (y contra) el trabajo.
Sabedores de que, si efectuasen la completa eliminación del trabajo,
ellos se verían en la incómoda posición de extinguir su propia ganancia,
su alquimia diaria, cotidiana y sin interrupción está volcado
fundamentalmente para reducir al máximo el trabajo humano necesario a la
producción. Y así se hace por medio de la introducción compensadora del
arsenal maquino-informacional-digital disponible, o sea, por el uso de las tecnologías de información y comunicación (TIC), “internet de las cosas”, impresión 3D, big data, inteligencia artificial, todo eso reunido, en nuestros días, en la más emblemática propuesta de la industria 4.0.
Que ese complejo tecnológico-digital-informacional no tenga como finalidad central los valores humano-sociales, eso es más que una obviedad.
O será que alguien cree que la guerra entre la norteamericana Apple y
la china Huawei tenga como principal objetivo mejorar sustantiva e
igualitariamente de las condiciones de vida y trabajo de los miles de
millones de hombres y mujeres, blancos, negros, indígenas, inmigrantes,
que se desplazan entre el desempleo, sub-empleo, informalidad e
intermitencia?
Alguien puede imaginar que el objetivo de las grandes corporaciones globales sea dar trabajo digno, salarios justos, vida dotada de sentido, atención plena de sus necesidades materiales y simbólicas?
Una breve mirada para las condiciones de trabajo de la tercerizada
global Foxconn, en sus unidades en China donde produce la marca Apple,
nos reveló que hubo diecisiete tentativas de suicidio en 2010, de las
cuales trece lamentablemente se concretizaron. Podemos recordar también
las rebeliones contra el notorio “sistema 9−9−6”, practicado por Huawei
(y tantas otras empresas chinas del ramo digital, como Alibaba), que
significa trabajar de las 9 a 21 horas (9 horas), seis días por semana.
Fácil, no?
Si así caminaba el admirable mundo del trabajo antes de la explosión
del coronavirus,imaginen lo que está siendo gestado en el presente, en
plena pandemia del capital? Cuantas experimentaciones del trabajo están
siendo maquinadas en los laboratorios del capital, en cuanto una parte
expresiva de la clase trabajadora llena los túmulos que, a cielo
abierto, están acogiendo sus cuerpos?
Tercer acto
Si nuestro análisis está en la dirección cierta, si estamos
descubriendo la tendencia general, la principal forma experimental del
trabajo post-pandémico se encuentra en el trabajo ‘uberizado’.
aprovechándose ilimitadamente de la informalidad, flexibilidad,
precarización y des-reglamentación, trazos destacados del capitalismo en
el Sur global (y que se expande intensamente también en el Norte), cabe
a las grandes plataformas digitales y aplicativos, como Amazon (y Amazon Mechanical Turk),
Uber (y Uber Eats), Google, Facebook, Airbnb, Cabify, 99, Lyft, iFood,
Glovo, Deliveroo, Rappi etc., dar un gran salto por la adopción y
adición de las tecnologías informacionales.
Y aquí los algoritmos se destacan, visto que son programas
cuidadosamente preparados para procesar inmenso volumen de informaciones
(tiempo, lugar, cualidad), capaces de conducir la fuerza de trabajo
según las demandas requeridas, dándoles la apariencia de neutralidad.
Juntamente con la inteligencia artificial y todo el arsenal digital
canalizado para fines estrictamente lucrativos, eso viene posibilitando
la creación de un nuevo monstruo que adultera la concreción y
efectividad de las relaciones contractuales vigentes.
Los trabajos asalariados se transfiguran en “prestación de
servicios”, lo que resulta su exclusión de la legislación social
protectora del trabajador. Impulsados por el ideario que los hacía soñar
con un “trabajo sin patrón”, se convirtieron en lo que, en el privilegio del servicio, denomine la esclavitud digital
Realizando jornadas de trabajo frecuentemente superiores a 8, 10, 12 o
más horas por día, muchas veces sin descanso semanal; percibiendo
salarios bajos y que están siendo sustraídos durante la pandemia sin
explicación por parte de las plataformas digitales; padeciendo
expulsiones sin ninguna justificación; teniendo que cargar con los
costos de manutención de vehículos, motos, celulares y equipamientos
etc., comenzamos a descubrir, en los laboratorios del capital, los
múltiples experimentos que pretenden implantar después de la pandemia,
que se pueden así resumir: exploración y espoliación acentuadas y ningún
derecho del trabajador.
Si la desmedida imposición empresarial continua dictando el tono,
tendremos más informalidad con informatización, “justificada” por la
necesidad de recuperación de la economía pos-Covid-19. Y sabemos que la
existencia de una monumental fuerza sobrante de trabajo favorece
sobremanera esa tendencia destructiva del capital pos-pandémico.
Hay todavía otros ejemplos ilustrativos de las experimentaciones del
capital en curso. La simbiosis entre trabajo informal y mundo digital
viene permitiendo que los gestores puedan soñar con trabajos todavía más
individualizados y visibilizados
Al percibir que el aislamiento social realizado durante la pandemia
viene fragmentando la clase trabajadora y así dificultando las acciones
colectivas y la resistencia sindical, ellos procuran avanzar en la
ampliación del home office (trabajo desde la casa) y del
teletrabajo. De ese modo, además de la reducción de costos, abren nuevas
puertas para una mayor disminución de los derechos del trabajador,
acentuando la desigual división socio-sexual y racial del trabajo y
confundiendo a la vez el tiempo de trabajo y de vida de la clase
trabajadora.
Los bancos, que ejercitan una pragmática de enorme explotación desde
hace décadas, una vez que hayan utilizado intensamente del arsenal
digital, ya deben estar haciendo los cálculos de cuánto van a lucrar con
la introducción del home office y del teletrabajo.
Vale, por fin, destacar otro ejemplo que ha sido emblemático: el EAD
(enseñanza a distancia). Esa práctica, que se está intensificando
durante la pandemia, tanto en la enseñanza privada como en la pública y
especialmente en las facultades privadas, además de promover la
reducción de los costos y aumentar los lucros, permite fortalecer
grandes conglomerados privados “educacionales”. Recientemente, como
informó ampliamente la prensa, la Laureate, que congrega varias
facultades privadas, además de utilizar robot en la corrección de
trabajos ‑sin conocimiento de los alumnos‑, despidió más de un centenar
de profesores.
Así, por medio de esos y de otros mecanismos, nuevas modalidades de
corrosión del trabajo vienen ganando fuerte impulso durante la pandemia y
extendiéndose en las más diversas actividades económicas, invadiendo
también el espacio público y las empresas estatales. Pocas semanas
atrás, el CEO de Petrobras se sumó al coro al decir que la estatal puede
“trabajar con 50% de las personas en su casa” y así “liberar varios
predios que cuestan mucho”. Vale recordar que, poco antes de la eclosión
del coronavirus, hubo una importante huelga nacional de los petroleros.
En medio de tanta reflexión, imaginar que el apoyo de 600 reales (120 dólares) por tres meses para los que se encuentran en la informalidad sea suficiente para reducir el flagelo y la miseria a que están sometidos solo es posible para un gobierno que practica la necro-política y la necro-economía, lo que lo llevo a “descubrir” que existen más de 40 millones de trabajadores/as invisibles, una dura constatación del principal resultado de su política genocida.
Términos en ingles del texto que definen nuevas formas y variantes actuales de desarrollar el trabajo aumentando la explotación:
Platform economy es la actividad económica y social facilitada por plataformas.
Crowdsourcing es el proceso de externalizar o tercerizar un trabajo, normalmente por internet
Gig economy: transacciones comerciales que se realizan vía de plataformas digitales.
Home office: oficina de trabajo en su casa
Home work: trabajo en casa
Sharing economy: economía compartida
Le Monde Diplomatique Brasil. Traducido por Juan Luis Berterretche. Revisado por La Haine.