Por Eric Nepomuceno. Resumen Latinoamericano, 20 de junio de 2020.
A las seis de la mañana del jueves fue detenido Fabricio Queiroz, un ex sargento de la Policía Militar de Rio que desde 1984 era amigo muy amigo de Jair Bolsonaro.
Ha sido chofer y escolta del actual presidente por más de treinta años y, según las malas lenguas, era también su brazo derecho y su bolsillo izquierdo: a él le tocaba recaudar fondos y cubrir gastos de la familia. Era, por ejemplo, quien pagaba la escuela de una hija de Flavio, el hijo mayor del ultraderechista y que ahora es Senador Nacional.
Desde hacía un año y medio que la Justicia buscaba a Queiroz para interrogarlo. Ahora podrá hacerlo en una cárcel de seguridad máxima en Rio.
Diez horas después de la prisión que puso al gobierno en tensión máxima, Abraham Weitraub, el ministro de Educación que comete errores de concordancia verbal cuando habla y de ortografía cuando escribe, abandonó el puesto. Para no dejar al amigo desempleado, Bolsonaro lo indicó para un puesto de dirección nada menos que en el Banco Mundial.
El premio tiene otra misión: de permanecer en estos pagos, sería elevadísimo el peligro de que Weintraub fuese despachado a una cárcel.
No por los absurdos y aberraciones que cometió mientras ocupó el ministerio de Educación, pero por estar bajo dos investigaciones que corren por determinación de la corte suprema de justicia.
Una, para averiguar sus vínculos con las redes sociales financiadas nadie sabe por quién y que se destinan a lanzar noticias falsas, agresiones y amenazas a quien no comulgue estrictamente con el presidente. Otra, por haber ofendido a integrantes de la misma corte suprema, clasificándolos de vagos y pidiendo que fuesen mandados a la cárcel.
Su salida, mayor derrota desde que el ultraderechista llegó a la presidencia, fue exigida por el Supremo Tribunal Federal, y ofrecida como un de gesto de tregua por Bolsonaro a sus integrantes.
Sin embargo, ocurrió en un día de verdadera convulsión y que podrá ser el inicio irreversible de una crisis sin precedentes: la prisión de Queiroz.
Él estaba desde hacía un año en una finca de propiedad de Frederick Wassef, que viene a ser nada menos que el abogado tanto de Bolsonaro como de su hijo Flavio. Los tres decían no tener idea de su paradero.
Queiroz es investigado por haber empleado una docena de parientes suyos y de su ex mujer en el despacho de Flavio cuando era diputado provincial en Río. Se trataba de lo que en Brasil es conocido como «funcionario fantasma», es decir, contratado con dinero público, jamás aparece para trabajar y devuelve el sueldo en su totalidad o casi al diputado que lo empleó. Hay fuertes indicios, además, de que él operaba el dinero de la familia presidencial. Hizo al menos una transferencia bancaria a la cuenta de Michelle, la actual primera dama, por valor de 24 mil reales (al cambio de la época, unos ocho mil dólares, muchas veces su sueldo oficial).
Para ese depósito, Bolsonaro encontró una justificativa: dijo que era parte de un préstamo que había con concedido al funcionario.
Pero Queiroz movió, entre 2016 y 2017, nada menos que 400 mil dólares en sus cuentas personales, entre ingresos y retiradas. ¿Su explicación? Compra y venta de coches usados. ¿Documentos que lo comprobasen? Ninguno.
Además de los estrechísimos lazos con la familia presidencial, Queiroz mantuvo otros a lo largo de los años, esta vez con las llamadas milicias, integradas por sicarios que controlan vastas áreas de la región metropolitana de Río. Cuando diputado nacional, en innumerables ocasiones el mismo Bolsonaro elogió a los milicianos, y su hijo Flavio, cuando diputado provincial, concedió una alta condecoración del legislativo local a Adriano da Nóbrega, notorio jefe de paramilitares muerto el pasado febrero.
Ayer, era casi palpable la tensión de Bolsonaro. Él y sus hijos saben que si llega a abrir la boca, Queiroz los fulminará moral y políticamente.
Lo que nadie sabe es con qué armas Bolsonaro tratará de mantenerse donde está.
No son pocos los políticos y magistrados que aseguran que la prisión del sicario fue un golpe tremendo al mismo corazón del gobierno. Si fue mortal o no, pronto se sabrá.
* Fuente: Página 12