- Por Leonardo Boff, Resumen Latinoamericano, 23 junio 2020
Nota: Este
texto es una edición abreviada del anterior en portugués, que fué
objeto de una conferencia en el Encuentro Mundial de Valores, via ZOOM,
realizado en Monterrey, México, que reune centenares de personas de todo
el mundo.
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Para
comprender el significado del coronavirus, tenemos que encuadrarlo en
su debido contexto, no verlo aisladamente bajo la perspectica de la
ciencia y de la técnica siempre necesarias. El Coronavírus viene de la
naturaleza, contra la cual los seres humanos, particularmente através
del capitalismo global desde hace siglos, lleva a cabo una guerra
sistemática contra esta naturaleza y contra la Tierra.
El capitalismo neoliberal gravemente herido
Concentremonos
en la causa principal que es el orden capitalista. Conocemos la lógica
del capitalismo. Él se caracteriza por explotar hasta el límite la
fuerza de trabajo, por el pillaje de los bienes y servicios de la
naturaleza, en fin, por la mercantilización de todas las cosas. De una economía de mercado hemos pasado a una sociedad de mercado. En ella las cosas inalienables se transforman en mercancía: Karl Marx en su Miseria de la Filosofía
de 1847, lo ha descrito bien: “Cosas intercambiadas, dadas pero jamás
vendidas… todo se ha vuelto venal como la virtud, el amor, la opinión,
la ciencia y la conciencia… todo se ha vuelto vendible y llevado al
mercado». Él llamó a esto el “tiempo de la corrupción general y de la venalidad universal” (ed.Vozes 2019, p.54 – 55). Es lo que se implantó desde el fin de la segunda guerra mundial.
Nosotros
seres humanos, bajo el modo de producción capitalista hemos roto todos
los lazos con la naturaleza, convirtiéndola en un baúl de recursos,
considerados ilusamente ilimitados, en función de un crecimiento
considerado también ilusamente ilimitado. Resulta que un viejo y
limitado planeta no puede soportar un crecimiento ilimitado.
La
Tierra viva, Gaia, un superorganismo que articula todos los factores
para continuar viva y producir y reproducir siempre todo tipo de vida,
ha empezado a reaccionar y a contraatacar mediante el
calentamiento global, los eventos extremos en la naturaleza, y el envío
de sus armas letales, que son los virus y las bacterias (gripe porcina,
aviar, H1N1, zika, chikungunya, SARS, ébola y otros), y ahora el de la
COVID-19, invisible, global y letal.
Este virus ha puesto a
todos de rodillas, especialmente a las potencias militaristas cuyas
armas de destrucción masiva (que podrían destruir toda la vida varias
veces) resultan totalmente superfluas y ridículas.
A
propósito de la COVID-19 ha quedado claro que cayó como un meteoro
rasante sobre el capitalismo neoliberal desmantelando su ideario: el beneficio, la acumulación privada, la competencia, el individualismo, el consumismo, el estado mínimo y
la privatización de la cosa pública y los bienes comunes. Ha sido
gravemente herido. Ha producido demasiada iniquidad humana, social y
ecológica, hasta el punto de poner en peligro el futuro del sistema-vida
y del sistema-Tierra.
Mientras, planteó inequívocamente la disyuntiva: ¿vale más el lucro o la vida? ¿Debemos salvar la economía o salvar vidas humanas?
Según
el ideario del capitalismo, la elección sería salvar la economía en
primer lugar y luego las vidas humanas. Pero hasta hoy nadie ha
encontrado la fórmula mágica para articular las dos cosas: producir
riqueza y evitar la contaminación de los trabajadores. Si hubiéramos seguido la lógica del capital, todos estaríamos en peligro.
Lo que nos está salvando es lo que le falta a él: la
solidaridad, la cooperación, la interdependencia entre todos, la
generosidad y el cuidado mutuo de la vida de unos y otros y de todo lo
que vive y existe.
Alternativas posibles para el poscoronavirus
El
gran desafío que se nos plantea a cada uno de nosotros, la gran
pregunta, especialmente a los dueños de las grandes corporaciones
multinacionales es: ¿Cómo continuar? ¿Volver a lo que era antes? ¿Recuperar el tiempo y los beneficios perdidos?
Muchos dicen: volver simplemente a lo que era antes sería un suicidio, porque la Tierra podría volver a contraatacar con virus más violentos y mortales.
Los científicos ya han advertido que dentro de poco podemos sufrir un
ataque aún más feroz si no aprendemos la lección de cuidar la naturaleza
y desarrollamos una relación más amistosa con la Madre Tierra.
Enumero
aquí algunas alternativas, pues los señores del capital y las finanzas
están en una furiosa pugna entre ellos para salvaguardar sus intereses y
sus fortunas.
La primera alternativa sería volver al sistema capitalista neoliberal
pero ahora de forma extremadamente radical. El 0,1% de la humanidad,
los multimillonarios, serían quienes utilizarían la inteligencia
artificial con capacidad para controlar a cada persona del planeta,
desde su vida íntima a la privada y la pública. Sería un despotismo de otro orden, cibernético, bajo la égida del control/dominación total de la vida de las poblaciones.
Esta
alternativa no ha aprendido nada de la COVID-19, ni ha incorporado el
factor ecológico. Bajo la presión general puede asumir una
responsabilidad socioecológica para no perder beneficios ni seguidores.
Pero siempre que hay un poder dominador, surge un antipoder incluso con rebeliones causadas por el hambre y la desesperación.
La segunda alternativa sería el capitalismo verde,
que ha sacado lecciones del coronavirus y ha incorporado el hecho
ecológico: reforestar lo devastado, conservar la naturaleza existente al
máximo. Pero no cambiaría el modo de producción ni la búsqueda de
beneficio.
Lo verde no discute la desigualdad social
perversa y haría de todoa los bienes naturales una ocasión de ganancia.
Ejemplo: no sólo ganar con la miel de abejas, sino también con su
capacidad de polinizar otras plantas. La relación con la naturaleza y la
Tierra es utilitaria y no se le reconocen derechos, como declara la
ONU, ni su valor intrínseco, independiente del ser humano. Sigue todavía
antropocéntrico.
La tercera sería el comunismo de tercera generación,
que no tendría nada que ver con las anteriores, poniendo los bienes y
servicios del planeta bajo una administración colectiva y central.
Podría ser posible, pero supone una nueva conciencia, además de no dar
centralidad a la vida en todas sus formas. Seguiría siendo
antropocéntrico. Está en parte representado por los filósofos Zizek y
Badiou. Por los perjuicios existentes y la recordación de lo que fue el
comunismo de Estado del imperio soviético, controlador y represor, tiene
pocos seguidores.
La cuarta sería el eco-socialismo,
con mayores posibilidades. Supone un contrato social global con un
centro plural de gobierno para resolver los problemas globales de la
humanidad. Los bienes y servicios naturales limitados y muchos no
renovables se distribuirían equitativamente entre todos, en un consumo
decente y sobrio que incluiría también a toda la comunidad de la vida,
que también necesita medios de vida y de reproducción.
Esta
alternativa estaría dentro de las posibilidades humanas, a condición de
desarrollar una sólida conciencia ecológica, hacerse un dato de toda la
sociedad con la responsabilidad por la Tierra y la naturaleza. A mi
juicio, es todavía sociocéntrico. Le falta incorporar
la nueva cosmología y los datos de las ciencias de la vida, de la
complexidad, viendo a la Tierra como un momento del gran proceso
cosmogénico, biogénico y antropogénico: Tierra como Gaia, un
superorganismo que se autoregula y que garantiza la vida de todos los
vivientes.
La quinta alternativa sería el buen vivir y convivir,
ensayada durante siglos por los pueblos andinos. Es profundamente
ecológica, porque considera a todos los seres como portadores de
derechos. El eje articulador es la armonía que comienza con la familia,
con la comunidad, con la naturaleza, con todo el universo, con los
antepasados y con la Divinidad. Esta alternativa tiene un alto grado de
utopía pero quizás la humanidad, cuando se descubra a sí misma como una
especie viviendo en una única Casa Común, sea capaz de lograr el buen
vivir y convivir.
Conclusión de esta
parte: Está claro que la vida, la salud y los medios de vida están en el
centro de todo, no el beneficio y el desarrollo (in)sostenible. Se
exigirá más Estado con más seguridad sanitaria para todos, un Estado que
satisfaga las demandas colectivas y promueva un desarrollo que obedezca
a los límites y al alcance de la naturaleza.
Como el
problema del coronavirus es global se hace necesario un contrato social
global, con un cuerpo plural de dirección y coordinación, para
implementar una solución global.
O salvamos a la naturaleza y a la Tierra o engrosaremos la procesión de los que se dirigen al abismo.
¿Cómo buscar una transición ecológica, exigida por la acción mortífera de la COVID-19? ¿Por dónde empezar?
No
podemos subestimar el poder del “genio” del capitalismo neoliberal: él
es capaz de incorporar los datos nuevos, transformarlos en su beneficio
privado y usar para ello todos los medios modernos de robotización, la
inteligencia artificial con sus miles de millones de algoritmos y
eventualmente las guerras híbridas. Puede convivir sin piedad,
indiferente, con los millones y millones de hambrientos y arrojados a la
miseria.
Por otra parte, los que buscan una transición paradigmática, dentro de la cual me sitúo yo, deben proponer una otra forma de habitar la Casa Común,
con una convivencia respetuosa de la naturaleza y cuidado con todos los
ecosistemas, deben generar en la base social otro nivel de conciencia y
a nuevos sujetos portadores de esta alternativa.
Para esa inmensa tarea tenemos que descolonizarnos
de las visiones del mundo y de falsos valores como el consumismo
inculcados por la cultura del capital. Tenemos que ser antisistema y
alternativos.
Presupuestos para una transición bien sucedida
El primero es la vulnerabilidad de la condición humana, expuesta a ser atacada por enfermedades, bacterias y virus.
Dos factores están en el origen de la invasión de microorganismos letales: la excesiva urbanización humana
que ha avanzado sobre los espacios de la naturaleza destruyendo los
hábitats naturales de los virus y las bacterias que saltan a otro ser
vivo o al cuerpo humano. El 83% de la humanidad vive en ciudades.
El segundo factor es la deforestación sistemática
debida a la voracidad del capital, que busca la riqueza con el
monocultivo de soja, de caña de azúcar, de girasol o con la producción
de proteínas animales (ganado), devastando bosques y selvas, y
desequilibrando el régimen de humedad y de lluvias en extensas regiones
como la Amazonia.
Segundo presupuesto: la inter-retro relación de todos con todos. Somos,
por naturaleza, un nudo de relaciones orientado hacia todas las
direcciones. La bioantropología y la psicología evolutiva han dejado
claro que la esencia específica del ser humano es cooperar y
relacionarse con todos. No hay ningún gen egoísta, formulado
por Dawkins a finales de los 60 del siglo pasado sin ninguna base
empírica. Todos los genes están interrelacionados entre sí y dentro de
las células. Nadie está fuera de la relación. En este sentido, el
individualismo, valor supremo de la cultura del capital, es antinatural y
no tiene ninguna sustentación biológica.
Tercero presupuesto: el cuidado esencial:
Pertenece a la esencia de lo humano el cuidado sin el cual no
subsistiríamos. El cuidado es además una constante cosmológica: las
cuatro fuerzas que sostienen el universo (la gravitatoria, la
electromagnética, la nuclear débil y la nuclear fuerte) actúan
sinérgicamente con extremo cuidado sin el cual no estaríamos aquí
reflexionando sobre estas cosas.
El cuidado supone una
relación amiga de la vida, protectora de todos los seres porque los ve
como un valor en sí mismos, independiente del uso humano. Fue la falta
de cuidado de la naturaleza, devastándola, lo que hizo que los virus
perdieran su hábitat, conservado durante miles de años y pasaran a otro
animal o al ser humano. El ecofeminismo ha aportado una contribución
significativa a la preservación de la vida y de la naturaleza con la
ética del cuidado desarrollada por ellas, porque el cuidado es del ser
humano, pero adquiere una especial densidad en las mujeres.
Cuarto presupuesto: la solidaridad
como opción consciente. La solidaridad está en el corazón de nuestra
humanidad. Los bioantropólogos nos han revelado que este dato es
esencial al ser humano. Cuando nuestros antepasados buscaban sus
alimentos, no los comían aisladamente. Los llevaban al grupo y servían a
todos empezando por los más jóvenes, después a los mayores y luego a
todos los demás. De esto surgió la comensalidad y el sentido de
cooperación y solidaridad. Fue la solidaridad la que nos permitió dar el
salto de la animalidad a la humanidad. Lo que fue válido ayer también
vale para hoy.
Esta solidaridad no existe sólo entre los
humanos. Es otra constante cosmológica: todos los seres conviven, están
involucrados en redes de relaciones de reciprocidad y solidaridad de
forma que todos puedan ayudarse mutuamente a vivir y co-evolucionar.
Incluso el más débil, con la colaboración de otros subsiste, tiene su
lugar en el conjunto de los seres y coevoluciona.
El
sistema del capital no conoce la solidaridad, solo la competición que
produce tensiones, rivalidades y verdaderas destrucciones de otros
competidores en función de una mayor acumulación.
Hoy en
día el mayor problema de la humanidad no es ni el económico, ni el
político, ni el cultural, ni el religioso, sino la falta de solidaridad
con otros seres humanos que están a nuestro lado. El capitalismo ve a
cada uno como un consumidor eventual, no como una persona humana con sus
preocupaciones, alegrías y sufrimientos.
Es la solidaridad la que nos está salvando ante el ataque del coronavirus,
empezando por el personal sanitario que arriesga desinteresadamente su
vida para salvar otras vidas. Vemos actitudes de solidaridad en toda la
sociedad, pero especialmente en las periferias, donde la gente no puede
aislarse socialmente y no tiene reservas de alimentos. Muchas familias
que recibieron canastas de alimentos las repartían con otros más
necesitados.
Pero no basta con que la solidaridad sea un
gesto puntual. Debe ser una actitud básica, porque está en la esencia de
nuestra naturaleza. Tenemos que hacer la opción consciente de ser
solidarios a partir de los últimos e invisibles, de aquellos que no
cuentan para el sistema imperante y son considerados como ceros
económicos, prescindibles. Sólo así deja de ser selectiva y engloba a
todos, porque todos somos coiguales y nos unen lazos objetivos de
fraternidad.
Transición hacia una civilización biocentrada
Toda crisis hace pensar y proyectar nuevas ventanas de posibilidades. El coronavirus nos ha dado esta lección: la
Tierra, la naturaleza, la vida, en toda su diversidad, la
interdependencia, la cooperación y la solidaridad deben ser centrales en
la nueva civilización si queremos sobrevivir.
Parto
de la interpretación siguiente: que nosotros, como primeros, hemos
atacado a la naturaleza y a la Madre Tierra durante siglos, pero ahora
la reacción de la Tierra herida y la naturaleza devastada se está
volviendo en contra nuestra.
Tierra-Gaia y naturaleza son
vivos y cómo vivos sienten y reaccionan a las agresiones. La
multiplicación de señales que la Tierra nos ha enviado, empezando por el
calentamiento global, la erosión de la biodiversidad del orden de
70 – 100 mil especies por año (estamos dentro de la sexta extinción masiva
en la era del antropoceno y del necroceno) y otros eventos extremos,
deben ser captados e interpretados.
O cambiamos nuestra
relación con la Tierra y la naturaleza en el sentido de sinergia,
cuidado y respeto, o la Tierra puede no querernos más sobre su
superficie. Y esta vez no hay un arca de Noé que salve a algunos y deje
perecer a los demás. O todos nos salvamos o todos pereceremos.
Casi
todos los análisis de la COVID-19 se centraron en la técnica, la
medicina, la vacuna para salvar vidas, el aislamiento social y el uso de
mascarillas para protegernos y no contaminar a los demás. Todo eso debe
ser hecho y es indispensable.
Rara vez se habla de la naturaleza, aunque el virus vino de la naturaleza. Eso lo hemos olvidado.
La
transición de una sociedad capitalista de superproducción de bienes
materiales a una sociedad que sustente toda la vida con valores
humano-espirituales como el amor, la solidaridad, la compasión, la
interdependencia, la justa medida, el respeto y el cuidado no se
producirá de la noche a la mañana.
Será un proceso difícil que requiere, en palabras del Papa Francisco en su encíclica “Sobre el cuidado de la Casa Común”, una “conversión ecológica radical”,
que nos llevará a incorporar relaciones de cuidado, protección y
cooperación: un desarrollo hecho con la naturaleza y no contra la
naturaleza.
El sistema imperante puede conocer una larga
agonía, pero no tendrá futuro. En mi opinión, no seremos nosotros los
que lo derrotaremos para siempre, sino la propia Tierra, negándole las
condiciones para su reproducción al haber excedido los límites de los
bienes y servicios de la Tierra superpoblada. Este colapso se verá
reforzado por la acumulación de críticas y de prácticas humanas que
siempre se han resistido a la explotación capitalista.
La incorporación del nuevo paradigma cosmológico, biológico y antropológico
Para
una nueva sociedad posCOVID-19 hay que asumir los datos del nuevo
paradigma, que ya tiene un siglo de existencia pero que hasta ahora no
ha logrado conquistar la conciencia colectiva ni la inteligencia
académica, ni mucho menos la cabeza de los “decision makers” políticos.
Este paradigma es cosmológico. Parte del hecho de que todo se originó a partir del big bang
ocurrido hace 13.7 mil millones de años. De su explosión salieron las
estrellas rojas gigantes y con su explosión, las galaxias, las
estrellas, los planetas, la Tierra y nosotros mismos. Todos estamos
hechos de polvo cósmico.
La Tierra que tiene ya 4.3 mil
millones de años y la vida unos 3.8 mil millones de años están vivas. La
Tierra, y esto es un dato de ciencia ya aceptado por la comunidad
científica, no sólo tiene vida en ella sino que está viva y produce todo
tipo de vidas.
El ser humano que apareció hace unos 10 millones de años es la porción de la Tierra
que en un momento de alta complejidad comenzó a sentir, a pensar, a
amar y a cuidar. Por eso hombre viene de húmus, de tierra buena.
Inicialmente mantenía una relación de coexistencia con la naturaleza, luego pasó a intervención en ella a través de la agricultura y en los últimos siglos ha llegado a la agresión sistemática
mediante la tecnociencia. Esta agresión se ha llevado a cabo en todos
los frentes hasta el punto de poner en peligro el equilibrio de la
Tierra y ser incluso una amenaza de autodestrucción de la especie humana
con armas nucleares, químicas y biológicas.
Esta relación
de agresión está detrás de la actual crisis de salud. De seguir
adelante, la agresión podría traernos crisis más fuertes hasta aquello
que los biólogos temen: The Next Big One, aquel próximo gran virus inatacable y fatal que llevará a la desaparición de la especie humana de la faz de la Tierra.
Para
evitar este posible armagedón ecológico, es urgente renovar con la
Tierra viva el contrato natural violado: ella nos da todo lo que
necesitamos y garantiza la sostenibilidad de los ecosistemas. Y
nosotros, según el contrato, le devolvemos cuidado, respeto a sus ciclos
y le damos tiempo para que regenere lo que le quitamos. Este contrato
natural ha sido roto por ese estrato de la humanidad que explota los
bienes y servicios, deforesta, contamina las aguas y los mares.
Es
decisivo renovar el contrato natural y articularlo con el contrato
social: una sociedad que se siente parte de la Tierra y de la
naturaleza, que asume colectivamente la preservación de toda la vida,
mantiene en pie sus bosques que garantizan el agua necesaria para todo
tipo de vida, regenera lo que fue degradado y fortalece lo que ya está
preservado.
La relevancia de la región: el biorregionalismo
Dado que la ONU ha reconocido a la Tierra como la Madre Tierra y los derechos de la naturaleza, la democracia tendrá que incorporar nuevos ciudadanos, como los bosques, las montañas, los ríos, los paisajes. La democracia sería socio-ecológica. Solamente
Bolivia y Ecuador han inaugurado el constitucionalismo ecológico al
reconocer los derechos de la Pacha Mama y de los demás seres de la
naturaleza.
La vida será el faro orientador y la política y
la economía estarán al servicio no de la acumulación sino de la vida.
El consumo, para que sea universalizado, deberá ser sobrio, frugal,
solidario. Y la sociedad estará suficiente y decentemente abastecida.
Para
finalizar, una palabra sobre el bioregionalismo. La punta de lanza de
la reflexión ecológica se está concentrando actualmente en torno a la región.
Tomando la región, no como ha sido definida arbitrariamente por la
administración, sino con la configuración que ha hecho la naturaleza,
con sus ríos, montañas, bosques, llanuras, fauna y flora y especialmente
con los habitantes que viven allí. En la biorregión se puede crear
realmente un desarrollo sostenible que no sea meramente retórico sino
real.
Las empresas serán preferentemente medianas y
pequeñas, se dará preferencia a la agroecología, se evitará el
transporte a regiones distantes, la cultura será un importante elemento
de cohesión: las fiestas, las tradiciones, la memoria de personas
notables, la presencia de iglesias o religiones, los diversos tipos de
escuelas y otros medios modernos de difusión, de conocimiento y de
encuentro con la gente.
Pensando en un futuro posible con la introducción del bioregionalismo: La Tierra seria como un mosaico hecho con distintas piezas de diferentes colores:
son las diferentes regiones y ecosistemas, diversos y únicos, pero
todos componiendo un único mosaico, la Tierra. La transición se hará
mediante procesos que van creciendo y articulándose a nivel nacional,
regional y mundial, haciendo crecer la conciencia de nuestra
responsabilidad colectiva de salvar la Casa Común y todo lo que le
pertenece.
La acumulación de nueva conciencia nos
permitirá saltar a otro nivel donde seremos amigos de la vida,
abrazaremos a cada ser porque todos, desde las bacterias originales,
pasando por los grandes bosques, los dinosaurios, los caballos, los
colibríes y nosotros, tenemos el mismo código genético, los mismos 20
aminoácidos y las 4 bases nitrogenadas o fosfatadas. Es decir, todos
somos parientes unos de otros con una fraternidad terrenal real como
afirman la Carta de la Tierra y la encíclica Laudato Si sobre el cuidado
de la Casa Común del Papa Francisco.
Será la civilización de la “felicidad posible” y de la “alegre celebración de la vida”.
–
Leonardo Boff es ecoteólogo, filósofo y escritor y ha escrito:
Ecología: grito de la Tierra, grito de los pobres, Dabar, Mexico
1995⁄2015, Trotta 1996; Como cuidar da Casa Común, Dabar, Mexico2016.