Por Cristiane Sampaio. Resumen Latinoamericano, 25 de junio de 2020
La reducción de la producción y las dificultades para pagar las deudas son parte de la realidad de los campesinos que sufren con la crisis
El agricultor Maiquel Roberto Junges, de 36 años, trabaja en una
pequeña propiedad rural de su familia en el municipio de No-Me-Toque,
región de Alto Jacuí, estado de Rio Grande do Sul. Junto con sus dos
hermanos, acostumbraba a trabajar en una feria popular tres veces por
semana para vender la producción de leche, soja, maíz y trigo.
Con las consecuencias que vinieron a remolque de la pandemia del coronavirus en el país, la
familia ha sufrido pérdidas irreparables. Junges afirma que la caída en
la circulación de clientes debido a las políticas de aislamiento,
sumada al cierre del comercio y a la falta de incentivo gubernamental,
ha provocado un escenario de terror y desesperanza en el campo.
“Se había organizado aquí una producción de verduras y muchas de
esas verduras se dañaron porque no llegaron a las manos de los
consumidores, lo que acarreó grandes perjuicios en ese sentido”,
ejemplifica, al mencionar “una gran pérdida” ocurrida a mediados de
marzo, cuando más del 80% de los productos acabaron teniendo el tacho de
basura como destino.
Para canalizar el resto de la mercadería hacia algún lugar, la familia del agricultor hizo de todo. Entre las estrategias, inició
una amplia divulgación por internet, con publicaciones en las redes
sociales dirigidas a potenciales consumidores de los productos, pero ni
eso ayudó a solucionar el problema.
“Incluso buscamos reinventarnos, pero la gran mayoría de nuestra clientela de la feria es de personas de más edad, y muchas de ellas no tienen esos medios de comunicación, por eso no conseguimos alcanzar a ese público objetivo”, cuenta el agricultor, que sólo vio la situación salir de cero cuando el comercio tuvo autorización para retornar, a mediados de abril, a pesar de las demás intermitencias ya determinadas por el gobierno local debido a la covid-19 y de la caída actual de 20% en las ventas.
El campesino resalta que el escenario tiene aún un agravante: la exclusión de los agricultores familiares de la lista de beneficiarios
de la renta de emergencia, el beneficio mensual de R$ 600 pagado por el
gobierno federal a determinados trabajadores durante la pandemia.
Cuando la expansión del coronavirus se volvió una realidad en el país, los agricultores de la región ya sufrían las pérdidas de un duro estiaje de seis meses, entre noviembre y abril, que generó caídas bruscas en la producción y acabó juntándose a los estragos causados por la inesperada pandemia.
“Por eso también ya debería haber llegado alguna ayuda para
nosotros. Mucho se habló de los R$ 600 [del auxilio], pero nuestras
entidades aquí de Rio Grande do Sul orientaron a los agricultores a no inscribirse
porque la aplicación [del gobierno] no tiene la opción ‘agricultor’.
Sólo tiene ‘autónomo’, entonces, si nos inscribimos como autónomos,
podemos perder alguna otra política pública, como las Pensiones o
incluso un crédito oficial del PRONAF [Programa Nacional de
Fortalecimiento de la Agricultura Familiar]. Entonces, ni eso llegó para
los agricultores”, lamenta Junges, añadiendo que muchos campesinos
están actualmente sin condiciones de sanear sus propias deudas.
El Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST)
afirma que la realidad de la familia del agricultor gaucho es hoy un
drama nacional. Francisco Dal Chavon, “Chicão”, integrante del Sector
de Producción de la entidad, relata que el segmento acumula pérdidas
desde 2017, cuando los índices de desempleo en el país comenzaron a
repercutir más fuertemente en el campo, provocando caída en las ventas y, por consecuencia, en la producción.
En mayo de este año, por ejemplo, la producción de tomate registró
baja de 7,34% en relación al mismo período de 2019, cuando ya había
tenido una caída de más de 15% en comparación con 2018. La naranja cayó
casi 6% entre mayo de 2019 y mayo de 2020 y ya había registrado
reducción anterior de 5,52%.
“Si usted no vende en el período de cosecha de ellos, usted pierde. Y
hay otro factor, que es el siguiente: usted no almacena eso y, para
volver a producir nuevamente, la naturaleza exige su tiempo. Todo eso,
de cierta forma, desestructuró el sector. Por esto de que la crisis es
larga, la recuperación es más lenta, en función principalmente de esos
dos factores”, afirma Chicão, al mencionar “la crisis anterior y la
pandemia”.
Proyecto de Ley (PL) 886⁄2020
Ante
este panorama, el integrante del MST entiende que el país necesita
políticas de emergencia para la población del campo. La demanda está
colocada, por ejemplo, en el proyecto de ley PL 886⁄2020 aún sin fecha
cierta para votación, la propuesta está hoy en el tope de la lista de
prioridades de las organizaciones que reúnen campesinos, agricultores
familiares, quilombolas, entre otros grupos.
Ellos pleitean la implementación de medidas como liberación de
crédito rural para pequeños productores, renegociación de deudas, apoyo a
tecnologías de acceso al agua, medidas específicas para mujeres, entre
otros incentivos. Todos esos puntos componen el PL 886 y algunos de
ellos figuran también en otros proyectos de ley que hoy tratan sobre
medidas de socorro a agricultores ante la pandemia. En la Cámara de
Diputados, por ejemplo, se tramitan por lo menos 25 propuestas de esa
naturaleza.
“Nos estamos poniendo en manos de Dios”
En general, tales proyectos destacan que la pandemia trajo cambios
socioeconómicos que empeoraron considerablemente la vida de las familias
que dependen de pequeñas producciones rurales para su manutención. Es
el caso de gente como la agricultora Francisca Luiza Guedes de Araújo –o
simplemente “Chica”, como prefiere ser llamada – , que vive en la zona
rural del municipio de Serra do Ramalho, interior del estado de Bahia,
donde cultiva hortalizas y otros géneros. Ella narra que la propagación
de los casos de coronavirus por el país trajo consecuencias directas
para la producción de la familia, que vio su vida empeorar ante el nuevo
contexto del país.
“Se volvió todo más difícil para nosotros porque estábamos entregando nuestros productos a la merienda escolar, pero,
con la pandemia, las escuelas cerraron y el mercado disminuyó mucho.
Entonces, también disminuimos la producción”, cuenta la campesina,
añadiendo que los cultivos también debieron adaptarse a las principales
demandas aún existentes en el mercado de vegetales. La remolacha y la
calabaza, por ejemplo, que antes iban a las escuelas, dieron lugar a
productos como lechuga, tomate, cebolla, cilantro y otros más buscados.
“Hay que adaptarse para poder seguir adelante. Estamos poniendo en
manos de Dios y rezando para que esta pandemia acabe pronto, pero,
cuando pensamos que la cosa está mejorando, empeora”, se desahoga Chica,
que a veces arriesga su vida y la salud de su familia para ir al medio
urbano en busca de nuevos clientes para los productos.
La
situación de las mujeres es señalada habitualmente por los sindicatos y
movimientos del campo como algo a resaltar en la rutina de la zona
rural. De agricultoras a amas de casa, ellas hoy tienen que lidiar
no sólo con los múltiples quehaceres anteriores, sino también con la
aprehensión generada por el agravamiento de la crisis socioeconómica en
el país.
“La importancia de un auxilio de emergencia para las mujeres es
fundamental porque, a la hora que falta la comida en casa, quien se
preocupa más son ellas. La dificultad siempre pesa más de nuestro lado,
la cuestión del cuidado, del alimento. Y la situación de las mujeres es
bien complicada principalmente si usted considera que aumentó bastante
la cuestión de la violencia doméstica también”, afirma la agricultora
Sonia Costa, de la zona rural del municipio de Francisco Santos (estado
de Piauí), al enumerar los desafíos que ganan cuerpo en este momento.
Moradora de la comunidad de Serra dos Morros, ella relató al
reportaje que la suspensión de ferias libres en el estado hizo que la
caída en las ventas de los productos llegase al 90%.
“No hay cómo hacer feria y también optamos por no hacer ventas
puerta a puerta, entonces, el cambio es muy grande con relación a las
ventas. Eso vino en el período en que estábamos comenzando la cosecha de
nuestra producción. Acabamos disminuyendo la plantación y ahora estamos
esperando comenzar de nuevo cuando todo esto pase”, cuenta la
campesina, destacando que hoy las ventas se resumen a las compras que
salen en la puerta de casa, cuando los clientes aparecen para comprar
algo.
Como consecuencia del contexto de perjuicios, hasta la salud
emocional de la familia es sacudida. “Eso altera lo emocional porque
trae preocupaciones futuras. Un ejemplo es la post pandemia, porque no
sabemos lo que puede acontecer, ni cómo las cosas van a volver. Estamos
creyendo que esto va a pasar, pero con certeza no va a ser la misma
cosa”, lamenta Sonia.
Edición: Lucas Weber
* Fuente: Brasil de Fato