Angel Israel Rivera/Resumen Latinoamericano, 25 de junio de 2020
Ahora que en Estados Unidos se viven multiplicidad de protestas y propuestas a causa de la más reciente brutalidad policial que quitó la vida a George Floyd –y del racismo impuesto por los blancos desde el nacimiento mismo de la república estadounidense– es momento oportuno para reflexionar sobre nuestra propia realidad nacional puertorriqueña. En Puerto Rico, aunque no existe un racismo tan burdo como el de Estados Unidos, que se haya manifestado en segregación patente ni en violencia extrema contra personas de la raza negra, hay formas más sutiles pero igual de ofensivas de mantener cierta subordinación de las personas de color por parte de la mayoría que se percibe a sí misma como blanca. Ya nos lo hizo palpar Ana Teresa Rodríguez Lebrón, con ejemplos muy puntuales, en su columna Buscapié titulada “Ser negra en Puerto Rico” (Recuperado de endi.com el martes, 9 de junio de 2020) Allí leímos las diversas malas experiencias de insultos y rechazos por parte de sus “amigas” y de sus vecinos debido a su negritud. Más allá de eso, hace un tiempo que observamos con preocupación cierto aislamiento de los afrodescendientes de las posiciones clave de poder: en los partidos políticos, en el gobierno, en las universidades y en la gerencia de las empresas privadas. No estamos en los tiempos en que las personas afrodescendientes tenían representación notable en las instituciones, como cuando Pedro Albizu Campos dirigía el Partido Nacionalista, Don Ernesto Ramos Antonini fue un líder importante del PPD, Don Leopoldo Figueroa figuraba entre los principales líderes legislativos del PER y el PIP era presidido por un mulato, Don Gilberto Concepción de Gracia.
No me parece pura casualidad que cuando la Universidad pública del país estuvo dirigida por primera vez por descendientes de africanos (Rector Carlos Severino Valdés en Río Piedras, puertorriqueño y dominicano, o de indígenas de la zona de Canóvanas (el Presidente Uroyoán Walker), se desatara contra ellos una persecución impresionante, aun cuando la jueza Bauermeister había hecho un informe señalando ausencia de pruebas para encausar a estas personas. Una persecución similar a la que sufriera otra académica distinguida, estudiosa de la pobreza en Puerto Rico, la Dra. Linda Colón, por supuestas irregularidades en la dirección de las Comunidades Especiales, acusaciones que luego sucumbieron en el tribunal. Ahí pudo estar presente un triple prejuicio: por el color de su tez, por ser mujer y por haber militado en el independentismo.
Ahora, cuando conversamos entre boricuas sobre la necesidad de cambios sociales importantes en el tiempo posterior a la pandemia –cuando ésta se haya de verdad controlado– es muy importante que los puertorriqueños de todas las procedencias nacionales y étnicas nos dirijamos a un proceso de cambio que: (1) Reconozca la realidad de nuestra multiculturalidad; (2) acabe para siempre con los prejuicios por raza, género, religión y origen nacional de unos puertorriqueños por otros; (3) que se les reconozca un lugar de igualdad e importancia en nuestra sociedad a los afrodescendientes y a los que no han nacido aquí, pero conviven con nosotros; (4) que hagamos todos un compromiso serio con la construcción de un nuevo Puerto Rico, con un lugar de igualdad para todos y sin discriminaciones hacia los boricuas de la comunidad LGBTTI. Esos pueden ser cuatro pilares importantes de una transformación social necesaria en nuestro país. Si bien también debemos acabar con los malos gobiernos que traen a los cargos públicos a personas egoístas que sólo piensan en su bienestar personal y familiar, partidista, o para sus “amigos del alma”, igualmente es necesario acabar con los climas negativos de prejuicios y con la promoción mezquina de desigualdades entre los diversos componentes de la sociedad puertorriqueña.
Nuestra multiculturalidad
Existe un discurso bastante dañino entronizado como parte de nuestra autopercepción nacional. Es algo quizá hasta natural en un pueblo que ha vivido diversas experiencias coloniales. Pasa a menudo a los seres humanos, además. Cuando tratamos de probar un punto, a veces llegamos a la exageración y desconocemos o no le damos importancia a lo que NO prueba el punto. En nuestro afán por hacer saber a todos que somos una nación distintiva (Yo soy boricua, pa’ que tú lo sepas) hemos olvidado un tanto nuestra diversidad como sociedad y nuestra multiculturalidad. Subrayamos usualmente nuestra uniformidad como Pueblo, que significa nuestra unidad en identidad nacional, la existencia de un mismo idioma español que hemos hecho nuestro –con las particularidades que el mismo pueda tener en nuestras diversas regiones– o por generaciones, y con nuestra cultura preponderantemente hispana. Olvidamos con ello a menudo que el Pueblo de Puerto Rico es un crisol, como lo son la mayor parte de las sociedades del mundo actual, y que nuestra realidad de procedencias nacionales es mucho más compleja que lo que solemos admitir.
Nuestra principal simplificación ha sido repetir, incluso en los procesos educativos formales, que el Pueblo puertorriqueño proviene de la mezcla de tres “razas” diferentes: la indígena taína, la blanca española, y la afrodescendiente. El primer problema de esa mitología nacional es que aunque esos grupos humanos pueden distinguirse por el color de su piel o sus rasgos físicos, no resulta ser por eso únicamente que eran pueblos distinguibles o de orígenes diferentes. Al subrayar la raza como el elemento distintivo, inconsciente o conscientemente, racializamos la sociedad y nuestra propia historia. La ciencia biológica, no obstante, ha demostrado hasta la saciedad que las diferencias en rasgos físicos y en color de la piel no conllevan diferencias más importantes como pueden ser las de los talentos y la inteligencia. Del mismo modo que no hay diferencias en inteligencia ni en capacidades por ser hombres o mujeres, tampoco las hay por pertenecer a diversos grupos raciales. Esto nos indica que no es la raza el elemento más importante —que es algo puramente biológico– sino el carácter colectivo y las costumbres culturales de esos Pueblos distintos que se unieron, luego de diversas experiencias –algunas de ellas violentas– en una misma sociedad que hoy llamamos puertorriqueña. El aporte de cada grupo humano fue diferente, según sus patrones culturales previos, y no sólo de los tres grupos mencionados, sino de las diversas procedencias regionales en España y de otros países europeos, principalmente, Italia, Francia, Portugal y hasta de Alemania y el Reino Unido.
Es necesaria una distinción sobre la realidad que a menudo se esconde tras la sobre-simplificación del mito de las tres “razas”: indígena, africana y española. La verdad histórica es que la mezcla de seres humanos que fueron habitando a Puerto Rico y sus islas es mucho más compleja que el trío de culturas que se mencionan en nuestros textos de historia. No sólo eso, las supuestas tres “razas” que componen al puertorriqueño están representadas en obras de arte popular en diversos lugares, insistiéndose así en la propagación del mito. En la alcaldía de San Germán existe un mosaico que celebra los tres grupos étnicos. Y cuando William Miranda Marín, alcalde de Caguas, quiso adornar las tres entradas principales al municipio mandó a colocar tres monumentos: uno a la india taína, otro al africano que con un bongó toca la bomba, y la guitarra española y un barco español que trajo a Puerto Rico al obispo, como representación de la cultura española y de la religión católica.
Cuando se analiza a fondo el asunto de la procedencia de quienes fueron creando poco a poco el Pueblo de Puerto Rico observamos que aunque los taínos fueron el grupo indígena principal, en nuestras islas habitaron o estuvieron también los caribes y los indígenas saladoides de Venezuela, con quienes los taínos crearon un comercio importante con el continente sur americano mucho antes de la conquista. Cuando se estudia el elemento afrodescendiente, es preciso reconocer las diferentes procedencias de cada grupo de africanos traídos a Puerto Rico para el trabajo esclavo. Y hay que reconocer la procedencia geográfica africana de los canarios quienes inmigraron con masividad en el siglo XIX. Por otra parte, en términos del elemento blanco o caucásico éste no fue únicamente español, sino también de otros países del sur de Europa como Italia, Portugal y Francia, como ya se ha dicho. Luego de la aprobación por España de la Real Cédula de Gracias de 1815, llegaron a Puerto Rico, además, personas de las islas vecinas del Caribe. Esta cédula no fue otra cosa que el resultado de los estudios de Don Alejandro O´Reilly, irlandés radicado en España y quien fuera enviado por Carlos III a finales del siglo XVIII para investigar por qué en Puerto Rico y en Cuba no estaban desarrollando la capacidad potencial agrícola y exportadora de esas islas españolas, como sí ocurrió en otras islas —incluso más pequeñas— de la zona del Caribe colonias de Inglaterra, Francia y Holanda por aquellos tiempos. Ante los informes de O’Reilly, la monarquía española decidió, mediante la cédula mencionada, permitir el comercio con otras colonias de España en América y la llegada al país de extranjeros a quienes se les facilitaba tierra para que iniciaran a Puerto Rico y a Cuba en los cultivos agrario-exportadores: arroz, algodón, azúcar y el café.
Es por esa razón que al examinar la composición de la población de Puerto Rico, sobre todo a partir de 1815, es preciso notar la influencia de personas procedentes de Italia, Francia o Portugal y hasta de países europeos más lejanos de España como Alemania y el Reino Unido. Esa prueba de la multiculturalidad de Puerto Rico y sus pobladores se constata sobre todo examinando los apellidos de las familias establecidas en el país.
He investigado recientemente los apellidos de las familias en Puerto Rico y sus procedencias. De ese trabajo, se ha logrado recopilar un total de cerca de 300 apellidos italianos, tales como Agostini, Alverio, Berlingeri, Biaggi, Blassini, Bobonis, Borri, Carattini, Cavalieri, Crespi, Marini, Tomassini y muchos más). He ubicado cerca de 200 apellidos franceses, tales como Agrait, Agrelot, Auffant, Beauchamp, Castaing, Curet, Degláns, Ortiz, Souffront, Vigoreaux y otros. Hay 75 apellidos anglosajones y cerca de 70 apellidos portugueses, tales como Abreu, Barbosa, Bermúdez, Borges, Costa, Évora, Fonseca, Margarida y más. Hay como 70 apellidos alemanes, como Adler, Auger, Bosch, Frau, Fromm, Hoffman, Krans, Mayners, Müller, Wirshing, Wolff y Zeiter, entre otros. Además tenemos poco más de 25 apellidos de origen árabe (Almodóvar, Azize, Bared, Bey, Galib, Saad, etc.) y más de 20 de origen hebreo (Belén, Landau, Levis, Mateo, Nazario y Viera). Es preciso señalar que entre los apellidos italianos y franceses aparecen algunos que son propiamente corsos tales como Grillasca y Totti. Ya entre las inmigraciones del siglo XX recopilamos un total de 26 apellidos de diversas procedencias: Cumba (africano), Isales (de las Filipinas), Lamba (India), Class (Islas Vírgenes cuando fueron danesas), Mutt y Petrovich (de Rusia), Cupeles (Rumanía), Kortright (de las islas inglesas u holandesas), Febres y Febles (de Flandes, hoy Bélgica) y Ufret (que es la españolización de un apellido holandés).
A esta complejidad internacional, principalmente europea, hay que añadir que las procedencias de la propia España vinieron de regiones diferentes siendo Cataluña la que más apellidos ha aportado a Puerto Rico, sobre todo en Ponce y en San Juan. Tengo recopilados un total de casi 300 apellidos catalanes, incluyendo valencianos y de las Islas Baleares, sobre todo mallorquines. Ejemplos de estos apellidos catalanes son: Abrahams, Albors, Alemany, Bacó, Bigas, Bras, Cabán y Cabanillas, Canals, Catalá, Coll, Corretjer, Fernós, Gandía, Guardiola, Laussell, Mayol y Passarell. La variedad de apellidos catalanes nada más nos indica cuán abigarrada ha sido la base cultural de nuestra población. Es asunto de otro análisis examinar en detalle los aportes de los catalanes a un proceso industrial autóctono en Ponce, la capital alterna. No hay sino que mencionar a los Ferré, los Serrallés, los Vassallo, y a los Rovira, para caer en cuenta de a lo que nos referimos. En nuestra recopilación hay también unos 267 apellidos de las Castillas y de Santander (Cantabria), como por ejemplo, Acosta, Algarín, Alvarado, Badillo, Barros, Berrocal, Camuñas, Carrión, Del Toro, Escudero, Granado, Hoyos, Lamela, y Parrilla.
Entre los 140 apellidos vascos tenemos familias que se apellidan Alegría, Archilla, Arrieta, Bengoa, Berríos, Bustillo, Capetillo, Chacón, –que significa juncal en lengua vasca– Echevarría, Fresneda, Iturrino, Lopategui, Mendoza y Peraza, por ejemplo. Llegaron a Puerto Rico otras familias de Galicia y aportaron unos 106 apellidos gallegos, según nuestro conteo, entre ellos: Acevedo, Arias, Balseiro, Bermúdez, Carbia, Collazo, Dapena, Figueroa, Henríquez, Laboy, Losada, Lugo, Nieves, Parga, Piñero, Ríos, Román, Saavedra y Sanjurjo, también con una variación de procedencias en términos de las provincias de Galicia. Unos 95 de los apellidos encontrados son andaluces u originaron en otro lugar de España pero tienen una rama importante en Andalucía. Algunos de ellos son: Andújar, Baena, Cadilla, Cartagena, Corchado, Flores, Garratón, Guerrero, La Luz, Lucena, Montilla, Pintado, Rivera y Soltero. Vinieron familias también de Asturias y este Principado nos legó unos 81 apellidos asturianos, entre ellos: Álvarez, Benítez, Concepción, Cordero, Gómez, Meléndez, Muñiz, Sobrino, Soltero y Vigil. Entre los 55 apellidos procedentes de Aragón encontramos a Batista, Caballero, Galán, Herrero, Jiménez y Torrellas. Se ubicaron además unos 47 apellidos procedentes de las Islas Canarias, tales como, Álamo, Cabrera, Chinea, Cosme y Mora. Aún de Extremadura– que nos aportó menos apellidos (20)– podemos singularizar a Alicea, Cáceres, Mellado, Pabón y Trujillo. Como puede verse, las influencias regionales españolas son bastante variadas. Si tomamos en cuenta la multiculturalidad del propio sur de España, luego de ocho siglos de ocupación árabe, inmediatamente podemos captar la noción de un Puerto Rico que siempre fue multicultural.
Este breve examen de los apellidos de familias de Puerto Rico, sumado a las grandes inmigraciones del siglo XX, la española por la guerra civil y la dictadura del General Franco, la cubana en exilio por razón del régimen de Fidel Castro, y la dominicana, básicamente atraída a Puerto Rico por el factor de la posible mejoría económica, podemos entender por qué es apropiado decir que Puerto Rico necesita adoptar políticas públicas que reconozcan su multiculturalidad y la promuevan. Hasta familias argentinas, mexicanas y chinas se han establecido entre nosotros en el siglo XX o en el XXI. En lugar de ver la diversidad como un déficit, esta debe verse como un superávit para nuestro país. Es una oportunidad para, basados en ella, abrirnos más a las relaciones con el resto del mundo.
En el campo de la educación, por ejemplo, va siendo cada vez más necesario atemperar los ofrecimientos a las realidades de nuestra variada población del siglo XXI. No veo por qué en lugar de únicamente Historia de Puerto Rico no se puede asignar en algún grado la posibilidad de tomar como clase requisito Historia de las Antillas Hispanas. De esa manera, nuestros alumnos puertorriqueños, o los de origen cubano y dominicano, podrían desarrollar un interés especial por ese tipo de curso y además aprender sobre las diferencias y similitudes entre las sociedades de Cuba, Puerto Rico y República Dominicana. Con la geografía sucede otro tanto. Es importante aprender geografía de Puerto Rico. No obstante, una adición importante puede serlo la geografía del Caribe. En el recinto de Río Piedras, por ejemplo, los departamentos de Geografía y Ciencia Política han colaborado ya por varios semestres en auspiciar un curso de Geografía del Caribe con un viaje incluido, por las islas vecinas, tanto las independientes como las dependencias inglesas, francesas u holandesas. Lo que aprenden los estudiantes de esa experiencia es impresionante. Igualmente, en los cursos sobre cultura, tanto en la Escuela Superior como en las Universidades puede haber ofrecimientos electivos sobre la cultura –y no solamente las lenguas– de países afines como Italia, Portugal y Francia, que en un sentido más limitado fueron también nuestras “madres patrias”.
La conciencia multicultural se puede aprender y se opone a cualquier tradición racista
Cualquier abominable manifestación del racismo proviene en Puerto Rico del pasado y de las tradiciones racistas de algunos de los colonizadores españoles, franceses, italianos o portugueses. Hubo entre los españoles quienes fueron racistas para todo menos para mezclarse y tener hijos con las indígenas autóctonas del país o con las mujeres negras. Por eso el promedio de las personas de piel oscura en Puerto Rico suele ser bastante más clara de piel que muchos otros ejemplos de la negritud afroantillana. Pero el racismo como tal, además de ser una construcción del poder para que los miembros de una raza dominen sobre los de otra, ha sido también un mal hábito social. Hubo un tiempo no muy lejano en que nuestros padres, los que eran predominantemente de raza blanca y herencia europea, les decían a sus hijos que podríamos tener amigos negros pero jamás casarnos con una persona negra. Así mostraban cierta “liberalidad”, pero en el fondo, mantenían los mismos prejuicios racistas de antaño. Hubo en otro tiempo actitudes terribles, que espero que hayamos superado. Pero no puedo olvidar lo que me contó mi padre de que mi abuelo paterno lo disuadió de esta manera de hacerse novio de una boricua mulata: las mujeres como el ganado: por la raza. Asqueante. Además del racismo estaba allí presente un machismo empedernido.
Hoy en día, en pleno siglo XXI, los países que adelantan son aquellos que más celebran la diversidad humana y la pluralidad racial y multicultural. El multiculturalismo anti racista es seña y signo de las nuevas generaciones más modernas y más influidas por la globalización y por la multiculturalidad. Es por eso que en el propio Estados Unidos las manifestaciones de protesta contra el asesinato de negros por policías dramatizados luego de la muerte por asfixia del afronorteamericano George Floyd –a manos de un policía racista y blanco– están compuestas mayormente por jóvenes, de todas las razas que allá conviven. Lo mismo observamos en las manifestaciones colectivas contra el racismo en Reino Unido, España, Italia o Alemania. Y es que es un hecho sociológicamente comprobado que, a mayor respeto por la diversidad humana y a mayor valoración de la multiculturalidad de los Pueblos, más se lucha por desterrar el racismo de las relaciones sociales.
Si sabemos muy bien que el Pueblo de Puerto Rico tuvo una multiculturalidad más variada y compleja que el antiguo y desgastado mito de las “tres razas”, si sabemos que el Puerto Rico del siglo XXI es todavía más diverso que el de principios del siglo XX, debido a las inmigraciones, y si somos conscientes de que la migración es un hecho inevitable de la globalización en este Planeta nuestro, entonces es completamente irracional e inhumano el no desterrar para siempre los egoísmos que están detrás de las tradiciones anacrónicas del racismo en Puerto Rico. Fueron esas viejas malas costumbres las que afectaron, por el mero hecho de ser una niña negra a Alma Yariela Cruz, quien se sintió vejada e insultada en su dignidad humana respondiendo con un empujón a la compañera que la insultaba, con el agravante de haber sido investigada por la fiscalía por el empujón. El racismo y la actitud ofensiva contra personas afrodescendientes no es sólo una mala costumbre social sino que la misma afecta hasta al gobierno y los procesos de justicia, como señalamos al principio. Es la misma actitud malsana que percibió la dominicana Virginia Hernández, ex directora de finanzas de la empresa América Aponte, Inc., y por la cual ganó una demanda en los tribunales. Lo que ocurre en el plano social ineludiblemente se traslada a relaciones más formales en empresas privadas o de gobierno. En este último caso, se relaciona lo privado con lo gubernamental toda vez que la licenciada Alexandra Lúgaro –aspirante a la gobernación del país – era la Directora Ejecutiva de la empresa demandada. Todo el mundo sabe las funciones que tiene una Directora Ejecutiva en una empresa, y se sabe además que las empresas privadas tienen abogados para dilucidar esas demandas. Todo eso pone en entredicho la veracidad de las declaraciones oficiales de Lúgaro para desembarazarse del caso. Hace un tiempo que el Pueblo observa la frecuencia con que políticos del PPD o del PNP les mienten a los ciudadanos, a menudo descaradamente. Es una verdadera lástima que la candidata de un partido que reclama ser diferente, y en el que muchos indignados han cifrado esperanzas, mienta también en lugar de asumir responsabilidad valientemente por las actitudes racistas que haya podido mostrar en el caso mencionado. Sobre todo cuando esto se considera en el contexto del linchamiento político que le hizo ese partido a Néstor Duprey Salgado por un señalamiento público de su esposa de maltrato psicológico. ¿Es que hay dos varas, una para evaluar a una mujer blanca y otra para evaluar a un hombre negro?
Muchas de esas actitudes abominables han sido aprendidas desde la niñez por muchos puertorriqueños de descendencia europea. Por lo tanto, no es hora de negar los patrones de conducta ofensiva hacia personas afrodescendientes o hacia extranjeros residentes en Puerto Rico. Tampoco se trata de subsanar errores con una petición superficial de disculpas. Sabemos que tenemos que iniciar una reflexión y una discusión extensa sobre todo esto. Sabemos además que las actitudes racistas y de superioridad en el trato con ciertas personas no se terminan de la noche a la mañana. Mientras mayor conciencia adquiramos de cómo precisamente los puertorriqueños blancos hemos marginado y maltratado a los afrodescendientes del país, en mejor posición estaremos todos de, conscientemente, hacer una campaña en el espacio público que busque desterrar de una vez por todas de nuestra sociedad las actitudes y las conductas racistas, vengan de donde vengan.
En esto, nuevamente, la educación en nuestras escuelas y universidades es fundamental y los maestros o profesores son los primeros que tienen que dar buen ejemplo en el contexto académico. Las propias escuelas debieran promover más como un valor la igualdad entre todos los habitantes y componentes de la sociedad puertorriqueña, sin discriminación no sólo por raza, sino tampoco por género, por preferencias sexuales entre adultos que consienten, ni por religión, ideas políticas u origen nacional. No es hora de pontificar, sino más bien de reflexionar y dialogar. Y es imperativo recordar siempre que los valores no se aprenden en un nivel de profundización estratégico o extendido, a no ser que los estudiantes los practiquen y hagan proyectos sobre cómo aplicar la igualdad, el multiculturalismo y las actitudes y acciones que rechazan el racismo como cualidad de nuestra sociedad. En ello los padres, maestros y otros adultos significativos en la vida de los niños deben hacerse cada vez más conscientes sobre qué tipo de “modelaje” les proyectamos a nuestros hijos.
Es un asunto muy serio de derechos humanos. Pero este asunto de la igualdad, de la celebración de la diversidad y del respeto a los derechos humanos de todos se hará más fácil en la medida en que promovamos en nuestro país la conciencia sobre nuestra propia realidad multicultural. Nuevamente, los derechos humanos como valores sociales y la multiculturalidad, al igual que la celebración de la diversidad humana, sólo se aprenden de verdad si los alumnos reciben asignaciones mediante las cuales los mismos se practiquen con otros puertorriqueños o con personas no nacidas aquí que conviven con nosotros.
¿Tiene el multiculturalismo un lado oscuro?
En una columna reciente de La Isla en su Tinta en El Nuevo Día sabatino, que el escritor Eduardo Lalo tituló “Demasiado de muchos millones para un solo puertorriqueño” trajo al espacio público un asunto que podríamos considerar como el lado oscuro del multiculturalismo y la inmigración: la llegada al país de personas sin escrúpulos y poco apegadas a él y al resto de los boricuas, como para incurrir en actos de corrupción pública o privada (generalmente la corrupción es ambas, con fondos públicos, para beneficios privados), a pesar de que los mismos afectan muy negativamente el bien común. (El Nuevo Día, sábado 6 de junio de 2020, pág.30) En su columna Lalo alude a Robert Rodríguez y el escándalo del gobierno actual con la venta a sobre precio de pruebas para el virus COVID-19, por una empresa sin experiencia en esa encomienda, así como a la frase que pronunció él comentando el negociazo que esperaba finiquitar, la cual le da el título a la columna.
Cierta y lamentablemente hay miembros de las elites en Puerto Rico que endeudaron excesivamente al país para beneficiarse política y monetariamente, políticos de ambos partidos tradicionales que han gobernado guiados por sus propios intereses egoístas y los de sus respectivos partidos, quedando impunes muchas de sus corrupciones escandalosas, las mismas que han afectado negativamente a la mayoría de los ciudadanos comunes de este país. Algunos de ellos han nacido acá, como los Rosselló, otros han sido puertorriqueños llegados de Estados Unidos, aún otros han sido extranjeros estadounidenses y cubanos, o de otras procedencias, que han visto a Puerto Rico sólo como un lugar de paso en el cual pueden enriquecerse fácilmente bajo el manto protector del colonialismo estadounidense y de la parálisis política de buena parte del propio Pueblo puertorriqueño. Mientras ellos hacen corrupción y se enriquecen, las familias más establecidas en Puerto Rico sufren los embates de una crisis económica grave, que jamás tocó los bolsillos de esos que se establecieron en Puerto Rico para enriquecerse a costa del Pueblo y que, como indica Lalo, no poseen arraigo al país ni conexión con sus demás habitantes.
Es ese el rostro oscuro e injusto de la corrupción perpetrada por personas que no tienen más lealtad que a sí mismos y a su enriquecimiento personal y que traicionan con su conducta y actitudes a este Pueblo. Como se señaló antes, como el racismo social, también tenemos que desterrar de nuestra vida colectiva este mal del abuso con los recursos y dineros colectivos. Es preciso aprender a detectar las burbujas (contratos que se hacen para beneficiar a unos pocos a costa del dinero público), denunciarlas y desmantelarlas rápidamente, y exigir del gobierno la persecución legal de los perpetradores.
La especulación literaria de Eduardo Lalo, aunque muy importante y veraz en muchos casos recientes, no parece corresponder a los reclamos del escritor de que todo ha surgido como producto de inmigraciones extranjeras al País a partir de la Real Cédula de Gracias de 1815. Consideremos los puntos siguientes, todos los cuales, ponen en su justa perspectiva la denuncia de Lalo, no para decir que es falsa, sino para no interpretarla bajo los signos erróneos de la exageración.
1. La especulación literaria de Lalo no se sustenta tan al largo plazo como él la ha planteado.
Lalo cita El País de Cuatro Pisos del escritor puertorriqueño José Luis González, quien tuvo que exiliarse en México para evitar la represión que había entonces contra los independentistas y marxistas en nuestro país, a pesar de los cacareos de supuesta democracia de los estadounidenses y de sus acólitos en el Partido Popular. Y trae a colación la Real Cédula de Gracias de 1815 como la responsable por la atracción de extranjeros a Puerto Rico. No obstante, nos parece exagerado adjudicar y extender hasta esos tiempos pretéritos el fenómeno al que se refiere Lalo. El fenómeno existe y es constatable en diversos cuatrienios recientes dirigidos por el PPD o por el PNP. No obstante, no podemos olvidar que muchos de quienes llegaron a Puerto Rico a mediados del siglo XIX hicieron valiosos aportes a la economía del país, por ejemplo, Eduardo Georgetti, quien estableció el primer ingenio azucarero moderno en nuestro país. Más adelante, hubo una inmigración catalana bastante nutrida, la cual menciona Eduardo Lalo. Y ya vimos cómo algunos de ellos, además de nutrir sus arcas personales y familiares establecieron negocios que se enraizaron fuertemente en el país. La familia Ferré se estableció en Ponce, procedentes de Cuba, pero Don Luis A. Ferré se casó con una mujer mayagüezana, Doña Lorencita, cuya familia tenía intereses arraigados en el país. No sólo eso, sino que Don Luis A. Ferré legó a Ponce un conocido museo, además de una fábrica exitosa de cemento y un periódico que luego se mudó a San Juan y al cual se le ha dado continuidad por sus descendientes, el grupo Ferré Rangel. Podríamos referirnos al colonialismo de muchos de ellos o a la facilidad con que se convirtieron en portavoces del asimilismo estadounidense, pero no se puede negar su establecimiento enraizado en Puerto Rico, tanto en los buenos como en los malos tiempos.
En la década del 1950 llegó a Puerto Rico un catalán de madre mayagüezana, Pau Casals. Ni que decir hay que este insigne músico legó a Puerto Rico el Festival Casals y estableció residencia en la isla, uniéndose además en matrimonio a una boricua. Para entonces, Puerto Rico ya como territorio de Estados Unidos, los españoles eran ahora extranjeros. Su carácter de extranjeros no les impidió dejar instituciones sociales (Casa de España, Círculo Gallego de Puerto Rico) o negocios comprometidos con el país. La Universidad de Puerto Rico, y Río Piedras en particular, se beneficiaron muchísimo con la presencia de españoles importantes en las artes como el escultor Compostela, Don Federico de Onís, y el autor de Platero y yo, Juan Ramón Jiménez, quien con su esposa Zenobia se estableció en el país. Es esta una aclaración necesaria para entender la generalización de Eduardo Lalo como una que no desconoce estos aportes.
2. Aún en tiempos más recientes, han llegado extranjeros a Puerto Rico que se han involucrado a fondo con nuestra realidad nacional y han hecho importantes contribuciones al país de acogida. De Argentina nos llegaron teatreros como Axel Anderson y Elena Montalbán, músicos de la talla de Tony Croatto, contribuyente esencial de la nueva trova desarrollada en Puerto Rico en la década del 1970, y profesionales del calibre de Carlos Marazzi quien dirigió por años una compañía muy comprometida con Puerto Rico y cuyos hijos han desarrollado más adelante un interés genuino por el bien económico y colectivo de Puerto Rico. No podemos olvidar a los muchos dominicanos y cubanos profesionales que han dejado huellas positivas en nuestro país. Puedo mencionar a un afrodescendiente de elevado calibre, el Dr. Emiliano Nina, quien no sólo ejerció como profesional de la neumología en Puerto Rico, sino que contribuyó a una mayor relación cultural y política entre grupos de Puerto Rico y las Repúblicas de Cuba y Dominicana. Y dejó al país dos hijos ejemplares: Daniel y Ruth, ambos profesionales de la educación, Daniel en los campos del Derecho y la Mediación de Conflictos, además de su contribución al periodismo digital desde El Post Antillano, y Ruth, como profesora de psicología en el Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico.
3. El problema fundamental no está en los extranjeros ni en el multiculturalismo. No sólo algunos extranjeros, sino puertorriqueños también, han sido practicantes del egoísmo y la corrupción impune que ha afectado muy negativamente a este país y prácticamente ha destruido sus bases democráticas.
Insistimos, por lo tanto, en el carácter positivo y constructivo del reconocimiento de nuestro multiculturalismo, y de su potencial como medio para ayudarnos a todos a terminar con el racismo y otras discriminaciones, como la que se ha dado en el país contra las mujeres trans-género y que acabó con la vida de una boricua llamada Alexa.
FUENTE: 80 Grados