“Al excarcelar el sábado a Ariel Sigler Amaya, el régimen de los Castro ha querido evitar una nueva muerte en prisión, después del escándalo mundial que provocó en febrero la de Orlando Zapata Tamayo”. De esa manera han recogido varios medios españoles la puesta en libertad del mercenario cubano. De entrada, mienten. El susodicho estaba hospitalizado, desde mediados de agosto del año pasado. En ese mes, pasó del hospital “Enrique Cabrera” al “Julio Díaz”, ambos de La Habana. En este último ha estado ingresado, como mínimo, hasta el 10 de mayo del año actual; por tanto es imposible que hubiera podido morir en prisión.
Ariel Sigler fue condenado a 20 años en 2003 por estar al servicio de Estados Unidos. Padece síndrome de “mala absorción gastrointestinal”, cuyos síntomas son inapetencia, fatigas, vómitos y diarreas, de ahí su falta de peso. También sufre una hemiplejia asociada a sus problemas de salud. Los medios “suponen” que la enfermedad es consecuencia de la estancia en prisión pero no aportan una prueba; sin embargo especialistas consideran al síndrome una dolencia gastrointestinal frecuente, cuyas causas no están definidas. No se han producido avances más allá de tratar individualmente cada uno de los síntomas del paciente, lo cual explica el peregrinar de Sigler por varios hospitales. Se desprende, pues, que no se necesita estar preso para padecer la enfermedad.
Mostrar un “antes” de Ariel Sigler- enseñando una foto de cuando estaba sano- y un “después” – exhibiendo su estado actual- tiene la intención manifiesta de relacionarlo con las “monstruosas” prisiones cubanas, lo cual es una falta absoluta de rigor informativo. Estando preso, Ariel Sigler reconoció que “la alimentación es la que me trae mi esposa de la casa y básicamente son jugos y caldos, pues no tengo apetito, y eso es lo que asimilo”, es decir, el rancho carcelario (que no será el mejor, como en todas las prisiones) poco tiene que ver, pues ni lo probaba. Es obvio que este recluso no ha estado abandonado a su suerte en una celda, o ha carecido de asistencia médica, algo que no pueden decir centenares de presos políticos que existen en las cárceles del régimen de los Borbón.
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