Aznar reunió ayer a sus ministros de Interior para recalcar que no hay más vía que la «derrota de ETA». Pero todo el mundo sabe que en 1998 corrió a subirse a la ola del alto el fuego. Y Mayor Oreja le avisa de quien lleva el timón ahora es el independentismo ante un Estado débil.
El PP empieza a repintar las «líneas rojas» que puso contra el proceso negociador de 2005 – 2007. Mejor dicho, las desplaza unos metros más allá. Ayer sacó a escena a Aznar y sus tres ministros de Interior, en una comparecencia que evidencia su miedo a que la solución al conflicto llegue en la era del PSOE. Busca al menos algún rédito de una dinámica que, sin embargo, como admite Mayor Oreja, no depende del Estado, sino de la izquierda abertzale.
Los avances hacia un nuevo escenario realizados en exclusiva por la izquierda abertzale tienen muy preocupado a José María Aznar y su equipo. El ex presidente español ya no calla su temor ante la posibilidad de que la apuesta por el proceso democrático desemboque, más temprano que tarde, en la solución al conflicto. Un conflicto que, como todo el mundo sabe, el PP dejó intacto en sus ocho años de gobierno. Y un conflicto que, de hecho, le obsesionó hasta llevarle a perder La Moncloa, al intentar imputar a ETA la autoría del 11‑M
Aznar advierte al PSOE de que «nadie tiene derecho a malgastar» los años de combate. Lo hace en el prólogo de «España, camino de libertad», uno de esos libros escritos ad hoc para reforzar la estrategia de un partido. De hecho, lleva la firma del portavoz de Interior del PP, Ignacio Cosidó, y está editado por FAES.
El mensaje principal, la nueva línea roja, es que debe impedirse a toda costa que la izquierda abertzale vuelva al terreno de la legalidad, con el que se cercenaría el imprescindible debate sobre el marco político en igualdad de condiciones. «Las falsas expectativas no son más que un plato recalentado de la cocina de ETA ‑se quejó ayer Aznar‑, aderezado por sus apoyos políticos y presentado por esos supuestos mediadores internacionales para hacerlo más atractivo a las voluntades erráticas y a los cálculos oportunistas». Para Angel Acebes, «el buen camino no puede ser que ETA vuelva a las instituciones». Y para Mariano Rajoy, «no se pueden presentar a las elecciones ni los terroristas ni sus franquicias, los llamados buenos u hombres de paz».
Junto a Rajoy y Acebes, en la presentación participaron Aznar y Jaime Mayor Oreja. Eran el presidente y el ministro de Interior que decidieron sentarse con ETA y HB. Todo el mundo sabe que eso ocurrió, en los años 1998 y 1999, en Zurich y en Burgos.
Aquel momento de Lizarra-Garazi tuvo un cierto paralelismo con el actual, en el sentido de que ambos procesos arrancaron al margen del Gobierno español y sin haberle extraído un compromiso previo a modo de garantía. Sin embargo, está en las hemerotecas que Aznar, como presidente del Gobierno, se apresuró a intentar subirse a aquella ola ajena para tratar de lograr el final de ETA. Le bastaron unas semanas para «autorizar» contactos «con el MLNV», una expresión de reconocimiento y respeto al enemigo. Se produjeron algunos acercamientos de presos. Y el Tribunal Constitucional anuló la condena impuesta a toda la Mesa Nacional. Casualidades, sin duda. Aznar y su tropa se hicieron ayer los olvidadizos: lo que destacó ante el auditorio es que el PP ha sido el impulsor del alargamiento de las condenas.
Aznar y Mayor Oreja tampoco recordaron anoche que aquel diálogo fue emprendido por el PP sólo año y medio después de haber jurado guerra total a la izquierda abertzale tras la muerte de Miguel Angel Blanco. Para hacerlo, guardaron en los cajones las fotos de las emblemáticas manos blancas, que son portada del libro presentado ayer.
En las «líneas rojas» repintadas por el PP no hay, por tanto, una coherencia mínima con su pasado. Y su actitud sólo puede explicarse, por tanto, desde el temor partidista a quedar en fuera de juego total. En un momento en que está abriendo brecha en expectativa de voto respecto al PSOE por la impopularidad de sus medidas económicas, el PP teme que José Luis Rodríguez Zapatero coja oxígeno de rebote con los nuevos aires abiertos en Euskal Herria por el independentismo. Esta hipótesis está ya en todos los foros: ayer mismo Iñigo Urkullu era preguntado en «El Mundo» (y, por cierto, instaba a Zapatero a no fiarse, o sea, a no moverse).
Aunque el PSOE permanezca absolutamente enrocado ante el proceso democrático, Aznar revela su pánico a que Zapatero o Rubalcaba puedan sacar provecho tanto en el ámbito electoral estatal como en la esfera internacional, donde solucionar conflictos todavía cotiza al alza. Así las cosas, han decidido reclamar que fueron ellos ‑Aznar y Mayor Oreja- quienes gestaron este momento, pero ocultando a la vez que los tres enviados del presidente español se sentaron con ETA y con HB. Y taponando cualquier posible medida de distensión, incluso las más escrupulosamente legales y humanitarias: ayer mismo, María Dolores de Cospedal exigió que Rafa Díez Usabiaga sea devuelto a prisión. Al coro se suma la inefable Rosa Díez, que ya reinterpreta la eterna cantinela de que declaraciones como las de Jesús Eguiguren «desprecian a las víctimas de ETA».
El PP trata, en definitiva, de obstaculizar cualquier avance o, como plan B, de reclamar parte de sus réditos. Pero, paradójicamente, unas horas antes Mayor Oreja hacía unas declaraciones reveladoras, al ad- mitir que en realidad la expectativa abierta procede del movimiento unilateral de la izquierda abertzale y no de «la política antiterrorista para la derrota de ETA», que es el antetítulo de este «España, camino de libertad».
En Telemadrid, Mayor Oreja resaltó que la izquierda abertzale ha cambiado de estrategia porque aprecia que «su proyecto tiene más posibilidades que nunca de alcanzar sus objetivos» debido a «la debilidad de España». Y alertó además de que tras la victoria electoral de los independentistas flamencos el pasado domingo tiene «otra referencia, en el corazón de Europa. Y la van a utilizar».
Continuará.
fuente: gara