Puede decirse que UGT es desleal a sus afiliados? Se puede. ¿Puede afirmarse que Comisiones Obreras ha traicionado su ideología de clase? También se puede. Pero los términos «desleal» y «traidor» resultan duros para su empleo en el marco de esta modernidad con un lenguaje maquillado y donde el sistema nos ha convencido de que los trabajadores somos los autores del desastre económico y social, ya que el sistema es intrínsecamente perfecto. Es más, que somos los únicos que llevamos cinturón capaz de ser estrechado porque los poderosos se ajustan con tirantes. Y los tirantes permiten una elegante elasticidad.
Busquemos, pues, un verbo que no ofenda el buen sentido y evite que nos recluyamos en la barbarie del radicalismo con que pretende desvirtuarse desde el poder cualquier movimiento enérgico de las masas. Por ejemplo, «trastejar». Trastejar tiene entre sus sentidos uno realmente hermoso para salvar la urbanidad de estos sindicalistas que han decidido que ante el urgente mazazo laboral del Gobierno Zapatero hay que hacer una huelga dentro de tres o cuatro meses. Veamos ese sentido de trastejar: «Huir del riesgo que se presume pasando por algún paraje. Dícese comúnmente de los deudores que huyen de la vista de sus acreedores, por que no les reconvengan».
De qué riesgo huyen UGT y CCOO? Pues de la posible indignación del Estado, que es quien los alimenta y sostiene, hasta el punto de haberlos convertido en organismos de gestión empresarial como el CIO y la AFL norteamericanos. Por ello procuran evitarle problemas al Gobierno en un difícil equilibrio entre servirle y fingir que se le combate. Las manifestaciones que ahora se organizan reflejan normalmente esa servidumbre sindical y se nutren fundamentalmente de sindicalistas del aparato. Solamente con los treinta mil liberados que tienen ambos sindicatos ya se puede hacer una manifestación muy vistosa. ¿Y quiénes son los deudores que huyen de la vista de sus acreedores? Pues los dirigentes de ambas formaciones sindicales, que están en deuda con los parados, con los degradados socialmente por contratos indignos, con los jóvenes, con los pensionistas, con las mujeres… Con todo el mundo al que han privado de su conciencia de clase y, por tanto, de su capacidad de defensa. UGT ha acabado con los socialistas, CCOO con los comunistas y entre los dos con la ciudadanía que debería empuñar las distintas armas para su defensa. Ante este panorama de un gobierno abatido por su connivencia con los poderosos que lo explotan, los sindicatos estatales han de aguardar tres meses para dar una respuesta. Esto es, han de intentar la disolución del momento tenso. Una respuesta que, además, podría fijarse en el 29 de septiembre, en que la Confederación Europea de los Sindicatos (la CES) se manifestará contra la situación general de la economía, pero no específicamente ante lo que en el empleo ocurre monstruosamente a los trabajadores españoles. Se llevará a cabo una exhibición que difuminará los perfiles de las cuestiones concretas que afectan concretamente a unas sociedades determinadas.
Evidentemente, el sindicalismo estatal ha decidido declinar su responsabilidad social a fin de defender su propia supervivencia como un aparato que necesita el dinero público para sostener el peso de su estructura, ya que la afiliación es muy baja y tiende a la disminución. Una nota que resulta escandalosa y que ilumina este análisis es el destino que se garantiza por parte de los partidos dominantes de la Administración a los dirigentes sindicales actuales cuando cesan en sus cargos.
Hay que aceptar como hecho indiscutible que el sindicalismo vivo sólo pervive en reductos nacionalistas, normalmente muy próximos a la calle y nutridos por una ideología viva y una asistencia ciudadana sustancial. El hecho de que LAB y ELA en Euskal Herria respondan de inmediato, con su salida a la calle, a la injuria del Gobierno en lo que respecta al empleo constituye la prueba irrebatible que resume todo lo que hemos dicho. Los sindicatos de este carácter acostumbran a enriquecer su quehacer cotidiano en la negociación puntual con ideologías de fondo que se refieren al total cambio del modelo de sociedad. Son sindicatos repletos de voluntad social, que jamás pierden de vista que su análisis de la crisis económica y de los remedios para afrontarla, sobre todo en esta hora, está imbricado profundamente con su proyecto nacional. Postular que un sindicato nacionalista, esto es, enmarcado en una territorialidad muy expresiva, debe renunciar a una visión profunda de la cuestión política en lo que afecta al modelo social equivale a declararse como organización sin poder ni sentido alguno. Un sindicalismo nacionalista no es un sindicalismo de estricta gestión, sino que trasciende esta tarea para construir un camino que remedie la cuestión de fondo, que está claramente en el cambio del concepto de inversión, empleo y consumo según la historia y el deseo del pueblo concreto al que sirve.
De no cambiar el modelo de sociedad que está quebrándose hora a hora en el tiempo actual, el sindicalismo enflaquece y acaba por morir en una batalla donde son más los quintacolumnistas del sistema, dispuestos a venderse por el sabido plato de lentejas ‑en este caso con tropezones- que los combatientes por la conquista de la soberanía social obrera.
No se puede ser trabajador y esperar beneficio alguno sólido y durable si no se renuncia a la aceptación pasiva de la llamada economía de mercado; un mercado que, además, se ha contaminado con poderes que no tienen ya nada que ver con el diseño verdaderamente liberal del mismo. El llamado mercado constituye hoy una organización donde un número cada vez más menguado de participantes ‑en relación al volumen de la globalización- deciden la forma, medios, métodos y tiempo en que la mecánica financiera y comercial ha de funcionar de acuerdo con una previsión previa de beneficios. La libre competencia se ha reducido a una limitada red de manejos, turbiedades y falsificaciones que tiene dos objetivos claros: la expulsión del socio más débil y la ocupación creciente de áreas del estado a fin de crear consumos patológicos para la comunidad social.
Para lograr la sumisión del resto de la ciudadanía ante una explotación de rango acremente neocolonial, los sindicatos han sido transformados en herramientas encargadas de encuadrar conciencias y esterilizar esas conciencias una vez encuadradas. Todo esto exige una reactivación de respuestas muy duras en la calle y ante los marcos gubernamentales. En este sentido, la inmediatez de la respuesta al agresor es fundamental para implicar al grueso de la ciudadanía y dar una dimensión de eficacia a lo que se hace, de la misma forma que ha de exigirse a esa respuesta sindical que añada a su proceder una serie de emociones que afecten verdaderamente la entraña del pueblo. Emociones que calificamos sin dudarlo de emociones nacionales.
La historia de que la globalización ha logrado la interculturalización constituye una de las vilezas con que ha querido convertirse a cada ciudadano en algo superior a sí mismo y a las necesidades que le agobian. Creer que las culturas han llegado a fundirse en un universalismo ya vigoroso equivale a renunciar a una evidencia antropológica: que la cultura de cada pueblo es de evolución geológicamente lenta y que su compenetración con otras culturas se va produciendo desde capas muy superficiales que afectan a los procederes más epidérmicos. Pero estábamos hablando de la necesidad de una huelga enérgica, inmediata y rotunda de perfiles.
GARA.