¿Deben participar los comunistas en los Parlamentos?…pregunta retoricamente Lenin, para responder de la forma que sigue. Harán bien los leninistas folklorikos en leer esta posición de V.I. Lenin, reflexionar sobre la misma y ahorrarse los insultos e incluso las amenazas de muerte a militantes marxistas de reconocido prestigio internacional por el solo hecho de no concordar con su visión ideológica o táctico – estratégica.
¿También llamarán revisionista a Lenin quienes se manifiestan en los términos que en esta última semana lo vienen haciendo en medio de la estupefacción general?.
Boltxe Kolektiboa, 10/06/19
El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo
V.I. Lenin
Los comunistas «de izquierda» alemanes, con el mayor desprecio – y la mayor ligereza –, responden a esta pregunta negativamente. ¿Sus argumentos? En la cita que hemos reproducido más arriba leemos:
«… rechazar del modo más categórico todo retorno a los métodos de lucha parlamentarios, los cuales han caducado ya histórica y políticamente…»
Esto está dicho en un tono ridículo, de puro presuntuoso, y es una falsedad evidente. ¡«Retorno» al parlamentarismo! ¿Existe ya acaso en Alemania una República Soviética? Parece ser que no. ¿Cómo puede hablarse entonces de «retorno»? ¿No es esto una frase vacía?
De ahí a su superación práctica hay una distancia inmensa. Hace ya algunas décadas que podía decirse, con entera justicia, que el capitalismo había «caducado históricamente», lo cual no impide, ni mucho menos, que nos veamos precisados a sostener una lucha muy prolongada y muy tenaz sobre el terreno del capitalismo. El parlamentarismo «ha caducado históricamente» desde un punto de vistahistórico universal, es decir, la época del parlamentarismo burgués ha terminado, la época de la dictadura del proletariado ha empezado. Esto es indiscutible, pero en la historia universal se cuenta por décadas. Aquí
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diez o veinte años más o menos no tienen importancia, desde el punto de vista de la historia universal son una pequeñez, imposible de apreciar ni aproximadamente. Pero, precisamente por eso, remitirse en una cuestión de política práctica a la escala de la historia universal, es la aberración teórica más escandalosa.
16] 1920), y que expresan claramente las tendencias específicamente izquierdistas de los holandeses o las tendencias de izquierda específicamente holandesas, como veremos, no vale tampoco un comino.
En primer lugar, los comunistas «de izquierda» alemanes, como se sabe, ya en enero de 1919 consideraban el parlamentarismo como «políticamente caduco», contra la opinión de dirigentes políticos tan eminentes como Rosa Luxemburgo y Carlos Liebknecht. Como es sabido, los «izquierdistas» se equivocaron. Este hecho basta para destruir de golpe y radicalmente la tesis según la cual el parlamentarismo «ha caducado políticamente». Los «izquierdistas» tienen el deber de demostrar por qué ese error indiscutible de entonces ha dejado de serlo hoy. Pero no aportan la menor sombra de prueba, ni pueden aportarla. La actitud de un partido político ante sus errores es una de las pruebas más importantes y más fieles de la seriedad de ese partido y del
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cumplimiento efectivo de sus deberes hacia su clase y hacia las masas trabajadoras. Reconocer abiertamente los errores, poner al descubierto sus causas, analizar la situación que los ha engendrado y examinar atentamente los medios de corre girlos: esto es lo que caracteriza a un partido serio, en esto es en lo que consiste el cumplimiento de sus deberes, esto es educar e instruir a la clase, primero, y, después, a las masas. Como no cumplen esa obligación suya, como no ponen toda la atención, todo el celo y cuidados necesarios para estudiar su error manifiesto, los «izquierdistas» de Alemania (y de Holanda) muestran que no son el partido de una clase, sino un círculo, que no son el partido de las masas, sino un grupo de intelectuales y un reducido número de obreros que imitan los peores rasgos de los intelectualoides.
En segundo lugar, en el mismo folleto del grupo «de izquierda» de Francfort, del que hemos dado citas detalladas más arriba, leemos:
«… los millones de obreros que siguen todavía la política del centro» (del Partido Católico del «Centro») «son contrarrevolucionarios. Los proletarios del campo forman las legiones de los ejércitos contrarrevolucionarios» (pág. 3 del folleto citado).
Como se ve, todo esto está dicho con un énfasis y una exageración excesivos. Pero el hecho fundamental aquí referido es indiscutible, y su reconocimiento por los «izquierdistas» atestigua con particular evidencia su error. En efecto, ¡¿cómo se puede decir que el «parlamentarismo ha caducado políticamente», si «millones» y «legiones» de proletarios son todavía, no sólo partidarios del parlamentarismo en general, sino hasta francamente «contrarrevolucionarios»?!
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Es evidente que el parlamentarismo en Alemania no ha caducado aún políticamente. Es evidente que los «izquierdistas» de Alemania han tomado su deseo, su ideal político por una realidad objetiva. Este es el más peligroso de los errores para los revolucionarios. En Rusia, donde el yugo profundamente salvaje y cruel del zarismo engendró, durante un período sumamente prolongado y en formas particularmente variadas, revolucionarios de todos los matices, revolucionarios de una abnegación, de un entusiasmo, de un heroísmo, de una fuerza de voluntad asombrosos, en Rusia, hemos podido observar muy de cerca, estudiar con mucha atención, conocer a la perfección este error de los revolucionarios, y por esto lo apreciamos con especial claridad en los demás. Naturalmente, para los comunistas de Alemania el parlamentarismo «ha caducado políticamente», pero se trata precisamente de no creer que lo que ha caducado para nosotros haya caducado para la clase, para la masa. Una vez más, vemos aquí que los «izquierdistas» no saben razonar, no saben conducirse como partido de clase, como partido de masas. Vuestro deber consiste en no descender hasta el nivel de las masas, hasta el nivel de los sectores atrasados de la clase. Esto es indiscutible. Tenéis el deber de de cirles la amarga verdad, de decirles que sus prejuicios democrático-burgueses y parlamentarios son eso, prejuicios, pero al mismo tiempo, debéis observar serenamente el estado real de conciencia y de preparación de la clase entera (y no sólo de su vanguardia comunista), de toda la masa trabajadora entera (y no sólo de sus individuos avanzados).
Aunque no fuesen «millones» y «legiones», sino una simple minoría bastante importante de obreros industriales, la que siguiese a los curas católicos, y de obreros agrícolas, la que siguiera a los terratenientes y campesinos ricos (Gross-
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bauern ), podría asegurarse ya sin dudar que el parlamentarismo en Alemania no había caducado todavía políticamente, que la participación en las elecciones parlamentarias y la lucha en la tribuna parlamentaria es obligatoria para el partido del proletariado revolucionario, precisamente para educar a los elementos atrasados de su clase, precisamente para despertar e ilustrar a la masa aldeana analfabeta, ignorante y embrutecida. Mientras no tengáis fuerza para disolver el parlamento burgués y cualquiera otra institución reaccionaria, estáis obligados a trabajar en el interior de dichas instituciones, precisamente porque hay todavía en ellas obreros idiotizados por el clero y por la vida en los rincones más perdidos del campo. De lo contrario, corréis el riesgo de convertiros en simples charlatanes.
En tercer lugar, los comunistas «de izquierda» nos colman de elogios a nosotros, los bolcheviques. A veces dan ganas de decirles: ¡alabadnos menos, pero compenetraos más con nuestra táctica, familiarizaos más con ella! Participamos, de septiembre a noviembre de 1917, en las elecciones al parlamento burgués de Rusia, a la Asamblea Constituyente. ¿Era acertada nuestra táctica o no? Si no lo era, hay que decirlo claramente y demostrarlo: es indispensable para elaborar la táctica justa del comunismo internacional. Si lo era, deben sacarse de ello las conclusiones que se imponen. Naturalmente, no se trata, ni mucho menos, de equiparar las condiciones de Rusia a las de la Europa occidental. Pero especialmente con respecto al significado de la idea de que el «parlamentarismo ha caducado políticamente», hay que tener cuidadosamente en cuenta nuestra experiencia, pues si no se toma en consideración una experiencia concreta, estas ideas se convierten con excesiva facilidad en frases vacías. ¿Acaso no teníamos nosotros, los bolcheviques ru-
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sos, en aquel período, de septiembre a noviembre de 1917, más derecho que cualesquiera otros comunistas de Occidente a considerar que el parlamentarismo había caducado políticamente en Rusia? Lo teníamos, naturalmente, pues no se trata de si los parlamentos burgueses llevan mucho tiempo de existencia o existen desde hace poco, sino del grado de preparación (ideológica, política, práctica) de las grandes masas trabajadoras para aceptar el régimen soviético y disolver o admitir la disolución del parlamento democráticoburgués. Que en Rusia, de septiembre a noviembre de 1917, la clase obrera de las ciudades, los soldados y los campesinos estaban, en virtud de una serie de condiciones específicas, excepcionalmente dispuestos a aceptar el régimen soviético y a disolver el parlamento burgués más democrático, es un hecho histórico absolutamente indiscutible y plenamente demostrado. Y no obstante, los bolcheviques no boicotearon la Asamblea Constituyente, sino que participaron en las elecciones tanto antes como d e s p u é s de la conquista del Poder político por el proletariado. Que dichas elecciones han dado resultados políticos extraordinariamente valiosos (y excepcionalmente útiles para el proletariado), es un hecho que creo haber demostrado en el artículo citado más arriba, donde analizo detalladamente los resultados de las elecciones a la Asamblea Constituyente de Rusia.
La conclusión que de ello se deriva es absolutamente indiscutible: está probado que, aun unas semanas antes del triunfo de la República Soviética, aun después de este triunfo, la participación en un parlamento democráticoburgués, no sólo no perjudica al proletariado revolucionario, sino que le facilita la posibilidad de hacer ver a las masas atrasadas por qué semejantes parlamentos merecen ser disueltos, facilita el éxito de su disolución, facilita la «elimi-
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nación política» del parlamentarismo burgués. No tener en cuenta esta experiencia y pretender al mismo tiempo pertenecer a la Internacional Comunista, que debe elaborar internacionalmente su táctica (no una táctica estrecha o exclusivamente nacional, sino precisamente una táctica internacional), significa incurrir en el más profundo de los errores y precisamente apartarse de hecho del internacionalismo, aunque éste sea proclamado de palabra.
Consideremos ahora los argumentos «izquierdistas específicamente holandeses» en favor de la no participación en los parlamentos. He aquí la tesis 4, una de las más importantes tesis «holandesas» citadas más arriba, traducida del inglés:
«Cuando el sistema capitalista de producción es destrozado y la sociedad atraviesa un período revolucionario, la acción parlamentaria pierde poco a poco su valor, en comparación con la acción de las propias masas. Cuando en estas condiciones el parlamento se convierte en el centro y el órgano de la contrarrevolución, y, por otra parte, la clase obrera crea los instrumentos de su Poder en forma de Soviets, puede resultar incluso necesario renunciar a toda participación en la acción parlamentaria».
La primera frase es evidentemente falsa, pues la acción de las masas, por ejemplo, una gran huelga, es siempre más importante que la acción parlamentaria, y no sólo durante la revolución o en una situación revolucionaria. Este argumento, de indudable inconsistencia histórica y políticamente falso, muestra sólo, con particular evidencia, que los autores no tienen para nada en cuenta ni la experiencia de toda Europa (de Francia en vísperas de las revoluciones de 1848 y 1870, de Alemania entre 1878 y 1890, etc.) ni de Rusia (véase más arriba) sobre la importancia de la combinación de la
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lucha legal con la ilegal. Esta cuestión tiene una importancia inmensa, tanto de un modo general como de un modo especial, porque en todos los países civilizados y adelantados se acerca a grandes pasos la época en que dicha combinación será – y lo es ya en parte – cada vez más obligatoria para el partido del proletariado revolucionario, a consecuencia de la maduración y de la proximidad de la guerra civil del proletariado con la burguesía, a consecuencia de las feroces persecuciones de los comunistas por los gobiernos republicanos y, en general, por los gobiernos burgueses, que violan constantemente la legalidad (como ejemplo de ello basta citar a los Estados Unidos), etc. Esta cuestión esencial es absolutamente incomprendida por los holandeses y los izquierdistas en general.
La segunda frase es, en primer término, falsa históricamente. Los bolcheviques hemos actuado en los parlamentos más contrarrevolucionarios, y la experiencia ha demostrado que semejante participación ha sido, no sólo útil, sino necesaria para el partido del proletariado revolucionario, precisamente después de la primera revolución burguesa en Rusia (1905) para preparar la segunda revolución burguesa (febrero de 1917) y luego la revolución socialista (octubre de 1917). En segundo lugar, dicha frase es de un ilogismo sorprendente. De que el parlamento se convierta en el órgano y «centro» (aunque dicho sea de paso, no ha sido nunca ni ha podido ser en realidad el «centro») de la contrarrevolución y de que los obreros creen los instrumentos de su Poder en forma de Soviets, se sigue que los trabajadores deben prepararse ideológica, política y técnicamente para la lucha de los Soviets contra el parlamento, para la disolución del parlamento por los Soviets. Pero de esto no se deduce en modo alguno que semejante disolución sea obstaculizada, o
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no sea facilitada por la presencia de una oposición sovietista en el interior de un parlamento contrarrevolucionario. Jamás hemos notado durante nuestra lucha victoriosa contra Denikin y Kolchak que la existencia de una oposición proletaria, sovietista, en sus dominios, haya sido indiferente para nuestros triunfos. Sabemos perfectamente que la disolución de la Constituyente, llevada a cabo por nosotros el 5 de enero de 1918, lejos de ser dificultada, fue facilitada por la presencia dentro de la Constituyente contrarrevolucionaria que disolvíamos, tanto de una oposición sovietista consecuente, la bolchevique, como también de una oposición sovietista inconsecuente, la de los socialrevolucionarios de izquierda. Los autores de la tesis se han embrollado completamente y han olvidado la experiencia de una serie de revoluciones, si no de todas, experiencia que acredita los servicios especiales prestados, en tiempo de revolución, por la combinación de la acción de masas fuera del parlamento reaccionario y de una oposición simpatizante de la revolución (o mejor aun, que la defienda francamente) dentro del parlamento. Los holandeses y los «izquierdistas» en general razonan aquí como unos doctrinarios de la revolución que nunca han tomado parte en una revolución verdadera, o que jamás han reflexionado sobre la historia de las revoluciones o que toman ingenuamente la «negación» subjetiva de una cierta institución reaccionaria, por su destrucción efectiva mediante el conjunto de fuerzas de una serie de factores objetivos.
El medio más seguro de desacreditar una nueva idea política (y no solamente política) y perjudicarla, consiste en llevarla hasta el absurdo, so pretexto de defenderla. Pues toda verdad, si se la obliga a «sobrepasar los límites» (como decía Dietzgen padre), si se exagera, si se extiende
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más allá de los limites dentro de los cuales es realmente aplicable, puede ser llevada al absurdo, y, en las condiciones señaladas, se convierte infaliblemente en absurdo. Tal es el mal servicio que prestan los izquierdistas de Holanda y Alemania a la nueva verdad de la superioridad del Poder soviético sobre los parlamentos democráticoburgueses. Indudablemente, quien de un modo general siguiera sosteniendo la vieja afirmación de que abstenerse de participar en los parlamentos burgueses es inadmisible en todas las circunstancias, estaria en un error. No puedo intentar formular aquí las condiciones en que es útil el boicot, porque el objeto de este artículo es más modesto: se reduce sólo a analizar la experiencia rusa en relación con algunas cuestiones actuales de táctica comunista internacional. La experiencia rusa nos da una aplicación feliz y acertada (1905) y otra equivocada (1906) del boicot por los bolcheviques. Analizando el primer caso, vemos: los bolcheviques consiguieron impedir la convocatoria del parlamento reaccionario por el Poder reaccionario, en un momento en que la acción revolucionaria extraparlamentaria de las masas (particularmente las huelgas) crecía con excepcional rapidez, en que no había ni un solo sector del proletariado y de la clase campesina que pudiera sostener de ningún modo el Poder reaccionario, en que la influencia del proletariado revolucionario sobre la masa atrasada estaba asegurada por la lucha huelguistica y el movimiento agrario. Es por completo evidente que esta experiencia es inaplicable a las condiciones actuales europeas. Y es también evidente – en virtud de los argumentos expuestos más arriba – que la defensa, aunque condicional, de la renuncia a participar en los parlamentos, hecha por los holandeses y los «izquierdistas», es radicalmente falsa y nociva para la causa del proletariado revolucionario.
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En Europa occidental y América, el parlamento se ha hecho extraordinariamente odioso a la vanguardia revolucionaria de la clase obrera. Es indiscutible. Y se comprende perfectamente, pues es difícil imaginarse algo más vil, más abyecto, más traidor que la conducta de la inmensa mayoría de los diputados socialistas y socialdemócratas en el parlamento durante la guerra y después de la misma. Pero seria no sólo irrazonable, sino francamente criminal dejarse llevar por estos sentimientos al decidir la cuestión de cómo se debe luchar contra el mal universalmente reconocido. En muchos países de la Europa occidental el sentimiento revolucionario puede decirse que es todavía una «novedad», una «rareza» esperada demasiado tiempo, en vano, con impaciencia, y por esto se deja con tanta facilidad que este sentimiento predomine. Naturalmente, sin un estado de espíritu revolucionario de las masas, sin condiciones favorables para el desarrollo de dicho estado de espíritu, la táctica revolucionaria no se trocará en acción; pero a nosotros, en Rusia, una larga, dura y sangrienta experiencia nos ha convencido de que con el sentimiento revolucionario solo, es imposible crear una táctica revolucionaria. La táctica debe ser elaborada teniendo en cuenta, serenamente, y de un modo estrictamente objetivo, todas las fuerzas de clase del Estado de que se trate (y de los Estados que le rodean y de todos los Estados en escala mundial), así como la experiencia de los movimientos revolucionarios. Manifestar el «espíritu revolucionario» sólo con injurias al oportunismo parlamentario, únicamente condenando la participación en los parlamentos, resulta facilísimo; pero precisamente porque es facilísimo no es la solución de un problema difícil, de un problema dificilísimo. Es mucho más difícil en los parlamentos occidentales que en Rusia crear una fracción parlamentaria verdaderamente revolucionaria.
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Desde luego. Pero esto no es sino un reflejo parcial de la verdad general de que a Rusia, en la situación histórica concreta, extraordinariamente original del año 1917, le fue fácil comenzar la revolución socialista; en cambio, continuarla y llevarla a término, le será a Rusia más difícil que a los países europeos. Ya a comienzos de 1918 hube de indicar esta circunstancia, y la experiencia de los dos años transcurridos desde entonces ha venido a confirmar la exactitud de aquella indicación. Condiciones específicas como fueron: 1) la posibilidad de hacer coincidir la revolución soviética con la terminación, gracias a ella, de la guerra imperialista, que había extenuado hasta lo indecible a los obreros y campesinos; 2) la posibilidad de aprovechar durante cierto tiempo la lucha a muerte en que estaban enzarzados los dos grupos mundiales más poderosos de tiburones imperialistas, grupos que no podían unirse contra el enemigo soviético; 3) la posibilidad de soportar una guerra civil relativamente larga, en parte por la gigantesca extensión del país y sus exiguos medios de comunicación; 4) la existencia de un movimiento revolucionario democráticoburgués de los campesinos, tan profundo, que el partido del proletariado hizo suyas las reivindicaciones revolucionarias del partido de los campesinos (del partido socialrevolucionario, profundamente hostil, en su mayoría, al bolchevismo), realizándolas inmediatamente, gracias a la conquista del Poder político por el proletariado; condiciones específicas como éstas no existen ahora en la Europa occidental, y la repetición de estas condiciones o de condiciones análogas no es muy fácil. He aquí por qué, entre otras cosas – pasando por alto una serie de otros motivos – , le es más difícil a la Europa occidental que a nosotros comenzar la revolución socialista. Tratar de «esquivar» esta dificultad, «saltando» por encima del arduo problema de utilizar los
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parlamentos reaccionarios para fines revolucionarios, es puro infantilismo. ¿Queréis crear una sociedad nueva? ¡Y teméis la dificultad de crear una buena fracción parlamentaria de comunistas convencidos, abnegados, heroicos, en un parlamento reaccionario! ¿Acaso no es esto infantilismo? Si C. Liebknecht en Alemania y Z. Höglund en Suecia han sabido hasta sin el apoyo de la masa desde abajo, dar un ejemplo de la utilización realmente revolucionaria de los parlamentos reaccionarios, ¡¿cómo un partido revolucionario de masas, que crece rápidamente con las desilusiones y la irritación de estas últimas, características de la postguerra, no puede forjar una fracción comunista en los peores parlamentos?! Precisamente porque las masas atrasadas de obreros, y más aún las de pequeños agricultores, están más imbuidas en Europa occidental que en Rusia de prejuicios democráticoburgueses y parlamentarios, precisamente por esto únicamente en el seno de instituciones como los parlamentos burgueses pueden (y deben) los comunistas sostener una lucha prolongada, tenaz, sin retroceder ante ninguna dificultad para denunciar, desvanecer y superar dichos prejuicios.
Los comunistas «de izquierda» de Alemania se quejan de los malos «jefes» de su partido y caen en la desesperación, llegando hasta incurrir en la ridiculez de «negar» a los » jefes». Pero en circunstancias que obligan a menudo a mantener a estos últimos en la clandestinidad, la formación de «jefes» buenos, seguros, probados, con autoridad, es particularmente difícil y triunfar de semejantes dificultades es imposible sin la combinación del trabajo legal con el ilegal, sin hacer pasar a los » jefes «, entre otras pruebas, tambiénpor la del parlamento. La crítica – la más violenta, más implacable, más intransigente – debe dirigirse no contra el parlamentarismo o la acción parlamentaria, sino contra los jefes que no saben
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– y aún más contra los que no quieren – utilizar las elecciones parlamentarias y la tribuna parlamentaria a la manera revolucionaria, a la manera comunista. Sólo esta crítica – unida, naturalmente, a la expulsión de los jefes incapaces y a su sustitución por otros más capaces – constituirá un trabajo revolucionario útil y fecundo que educará a la vez a los «jefes» para que sean dignos de la clase obrera y de las masas trabajadoras, y a las masas para que aprendan a orientarse como es debido en la situación política y a comprender los problemas, a menudo sumamente complejos y embrollados, que resultan de semejante situación*.
* He tenido demasiado pocas posibilidades de conocer el comunismo «de izquierda» de Italia. Indudablemente el camarada Bordiga y su fracción de «comunistas abstencionistas» cometen un error al defender la no participación en el parlamento. Pero hay un punto en que me parece que tiene razón, por lo que yo puedo juzgar ateniéndome a dos números de su periódico «Il Soviet» (núms. 3 y 4 del 18. I. y del 1. II. 1920), a cuatro números de la excelente revista del camarada Serrati «Comunismo» (núms. 1 – 4. 1. X. 30. XI. 1919) y a distintos números de periódicos burgueses italianos que he podido ver. Precisamente el carnarada Bordiga y su fracción tienen razón cuando atacan a Turad y sus partidarios, que están en un partido que reconoce el Poder de los Soviets y la dictadura del proletariado, que siguen siendo miembros del parlamento17] incurren en un error tan preñado de amenazas y peligros como en Hungría, donde los señores Turati húngaros sabotearon desde el interior el Partido y el Poder de los Soviets. Esa actitud errónea. inconsecuente, que se distingue por su falta de carácter, con respecto a los parlamentarios oportunistas, de una parte, engendra el comunismo «de izquierda», y de otra, justtifica basta cierto punto su existencia. El camarada Serrati es evidente que no tiene razón al acusar de «inconsecuencia» al diputado Turati («Comunismo», núm. 3), porque el único inconsecuente es el Parddo Socialista Italiano, que tolera en su seno a oportunistas parlamentarios como Turati y compañiapág. 63
18], 1874, núm. 73).
Engels expresa, en ese mismo artículo, su profundo respeto por Vaillant, habla de los «méritos indiscutibles» de este último (que fue, como Guesde, uno de los jefes más eminentes del socialismo internacional, antes de su traición al socialismo en agosto de 1914). Pero Engels no deja de analizar minuciosamente su manifiesto error. Naturalmente, los revolucionarios muy jóvenes e inexperimentados, así como los revolucionarios pequeñoburgueses aun de edad ya provecta y muy experimentados, consideran extraordinariamente «peligroso», incomprensible, erróneo, el «autorizar los compromisos». Y muchos sofistas (que son politicastros ultra o excesivamente «experimentados») razonan del mismo modo que los jefes del oportunismo inglés mencionados por el camarada Lansbury: «Si los bolcheviques se permiten tal o cual compromiso, ¿por qué no hemos de permitirnos nosotros cualquier compromiso?» Pero los proletarios educados por huelgas múltiples (para no considerar más que esta manifestación de la lucha de clases) se asimilan habitualmente de un modo admirable la profundísima verdad (filosófica, histórica, política, psicológica) enunciada por Engels. Todo proletario conoce huelgas, conoce «compromisos» con los opresores y explotadores odiados, después de los cuales, los obreros han tenido que volver al trabajo sin haber obtenido nada o contentándose con una satisfacción parcial de sus deman-
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das. Todo proletario, gracias al ambiente de lucha de masas y de acentuada agudización de los antagonismos de clase en que vive, observa la diferencia que hay entre un compromiso impuesto por condiciones objetivas (los huelguistas no tienen dinero en su caja, ni cuentan con apoyo alguno, padecen hambre, están agotados indeciblemente) – compromiso que en nada disminuye la abnegación revolucionaria ni el ardor para continuar la lucha de los obreros que lo han contraído – y por otro lado un compromiso de traidores que achacan a causas objetivas su vil egoísmo (¡los rompehuelgas también contraen «compromisos»!), su cobardía, su deseo de servir a los capitalistas, su falta de firmeza ante las amenazas, a veces ante las exhortaciones, a veces ante las limosnas o los halagos de los capitalistas (estos compromisos de traidores son numerosísimos, particularmente en la historia del movimiento obrero inglés por parte de los jefes de las tradeuniones, pero, en una u otra forma, casi todos los obreros de todos los países han podido observar fenómenos análogos).
Evidentemente, se dan casos aislados extraordinariamente difíciles y complejos, en que sólo mediante los más grandes esfuerzos cabe determinar exactamente el verdadero carácter de tal o cual «compromiso», del mismo modo que hay casos de homicidio en que no es fácil decidir si éste era absolutamente justo, e incluso obligatorio (como, por ejemplo, en caso de legítima defensa) o bien efecto de un descuido imperdonable o incluso el resultado de un plan perverso. Es indudable que en política, donde se trata a veces de relaciones nacionales e internacionales muy complejas entre las clases y los partidos, se hallarán numerosos casos mucho más difíciles que la cuestión de saber si un «compromiso» contraído con ocasión de una huelga es legítimo, o si es más bien la obra traidora de un rompehuelgas, de un jefe traidor, etc.
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Preparar una receta o una regla general (¡«ningún compromiso»!) para todos los casos, es absurdo. Es preciso contar con la propia cabeza para saber orientarse en cada caso particular. La importancia de poseer una organización de partido y jefes dignos de este nombre, consiste precisamente, entre otras cosas, en llegar por medio de un trabajo prolongado, tenaz, múltiple y variado, de todos los representantes de la clase capaces de pensar[*], a elaborar los conocimientos necesarios, la experiencia necesaria y además de los conocimientos y la experiencia, el sentido político preciso para resolver pronto y bien las cuestiones políticas complejas.
Las gentes ingenuas y totalmente faltas de experiencia se figuran que basta admitir los compromisos en general, para que desaparezca todo límite entre el oportunismo, contra el que sostenemos y debemos sostener una lucha intransigente, y el marxismo revolucionario o comunismo. Pero esas gentes si todavía no saben que todos los límites, en la naturaleza y en la sociedad, son variables y hasta cierto punto convencionales, no tienen cura posiUe, como no sea mediante un estudio prolongado, la educación, la ilustración y la experiencia política y práctica. En las cuestiones de política práctica que surgen en cada momento particular o específico de la historia, es importante saber distinguir aquellas en que se manifiestan los compromisos de la especie más inadmisible,
19] han dicho Marx y Engels, y el gran error, el inmenso crimen de algunos marxistas «patentados» como Carlos Kautsky, Otto Bauer y otros, consiste en no haber comprendido esto, en no haber sabido aplicarlo en los momentos más importantes de la revolución proletaria. «La acción política no se parece en nada a la acera de la avenida Nevski» (la acera limpia, ancha y lisa de la calle principal, absolutamente recta, de Petersburgo), decía ya N. G. Chernishevski, el gran socialista ruso del período premarxista. Los revolucionarios rusos, desde la época de Chernishevski acá, han pagado con innumerables víctimas su ignorancia u olvido de esta verdad. Hay que conseguir a toda costa que los comunistas de izquierda y los revolucionarios de Europa occidental y América fieles a la clase obrera paguen menos cara que los atrasados rusos la asimilación de esta verdad.
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Los socialdemócratas revolucionarios de Rusia aprovecharon antes de la caída del zarismo frecuentemente la ayuda de los liberales burgueses, es decir, contrajeron con ellos innumerables compromisos prácticos, y en 1901 – 1902, aun antes del nacimiento del bolchevismo, la antigua redacción de «Iskra» (en la que estábamos Plejánov, Axelrod, Sasúlich Mártov, Pótresov y yo) concertó (no por mucho tiempo, es verdad) una alianza política formal con Struve, jefe político del liberalismo burgués, sin dejar de sostener al mismo tiempo la lucha ideológica y política más implacable contra el liberalismo burgués y las menores manifestaciones de su influencia en el interior del movimiento obrero. Los bolcheviques siguieron practicando siempre esa misma política. Desde 1905 defendieron sistemáticamente la alianza de la clase obrera con los campesinos, contra la burguesía liberal y el zarismo, no negándose nunca, al mismo tiempo, a apoyar a la burguesía contra el zarismo (en los empates electorales, por ejemplo); y prosiguiendo asimismo la lucha ideológica y política más intransigente contra el partido campesino revolucionario burgués de los «socialrevolucionarios», a los cuales denunciaban como demócratas pequeñoburgueses que se presentaban &Isamente como socialistas. En 1907, los bolcheviques constituyeron, por poco tiempo, un bloque político formal con los «socialrevolucionarios» para las elecciones a la Duma. Con los mencheviques hemos estado muchos años formalmente, desde 1903 a 1912, en un partido socialdemócrata unido, sin interrumpir nunca la lucha ideológica y política contra ellos, como contra agentes de la influencia burguesa en el seno del proletariado y oportunistas. Durante la guerra concertamos una especie de compromiso con los «kautskianos», los mencheviques de izquierda (Mártov) y una parte de los «socialrevolucionarios» (Chernov, Natanson).
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Asistimos con ellos a las Conferencias de Zimmerwald y Kienthal, lanzamos manifiestos comunes, pero nunca interrumpimos ni atenuamos ]a lucha política e ideológica contra los «kautskianos», contra Mártov y Chernov. (Natanson murió en 1919 siendo un «comunista revolucionario», populista muy afín a nosotros y casi solidario nuestro). En el mismo momento de la Revolución de Octubre concertamos una alianza política, no formal, pero muy importante (y muy eficaz), con la clase campesina pequeñoburguesa, aceptandoenteramente, sin la menor modificación, el programa agrario de los socialrevolucionarios, es decir, contrajimos indudablemente un compromiso con el fin de probar a los campesinos que no queríamos imponernos a ellos, sino ir a un acuerdo. Al mismo tiempo, propusimos (y poco después lo realizábamos) un bloque político formal con la participación de los «socialrevolucionarios de izquierda» en el gobierno, bloque que ellos rompieron después de la paz de Brest, llegarldo en julio de 1918 a la insurrección armada y más tarde a la lucha armada contra nosotros.
Fácil es concebir, por consiguiente, por qué los ataques de los izquierdistas alemanes contra el Comité Central del Partido Comunista en Alemania por admitir este Comité la idea de un bloque con los «independientes» («Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania», los kautskianos) nos parecen desprovistos de seriedad y una demostración evidente de la posición errónea de los «izquierdistas». En Rusia había también mencheviques de derecha (que entraron en el gobierno de Kerenski), correspondientes a los Scheidemann de Alemania, y mencheviques de izquierda (Mártov), que se hallaban en oposición con los mencheviques de derecha y correspondían a los kautskianos alemanes. En 1917 hemos observado muy claramente cómo las masas obreras
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pasaban gradualmente de los mencheviques a los bolcheviques. En el I Congreso de los Soviets de toda Rusia, celebrado en junio de dicho año, teníamos sólo el 13 por ciento de los votos. La mayoría pertenecía a los socialrevolucionarios y a los mencheviques. En el II Congreso de los Soviets (25 de octubre de 1917, según el antiguo calendario,) teníamos el 51 por ciento de los sufragios. ¿Por qué en Alemania una tendencia igual, absolutamente idéntica de los obreros a pasar de la derecha a la izquierda ha conducido, no al fortalecimiento inmediato de los comunistas, sino, en un comienzo, al del partido intermedio de los «independientes», aunque este partido no haya tenido nunca ninguna idea política independiente y ninguna política independiente, ni haya hecho jamás otra cosa que vacilar entre Scheidemann y los comunistas?
Es indudable que una de las causas ha sido la táctica errónea de los comunistas alemanes, los cuales deben honradamente y sin temor reconocer su error y aprender a corregirlo. La equivocación ha consistido en negarse a ir al parlamento burgués reaccionario y a los sindicatos reaccionarios, el error ha consistido en múltiples manifestaciones de esta enfermedad infantil del «izquierdismo» que ahora ha hecho erupción y que gracias a ello será curada mejor y más pronto, con más provecho para el organismo.
El «Partido Socialdemócrata Independiente» alemán carece visiblemente de homogeneidad interior: al lado de los antiguos jefes oportunistas (Kautsky, Hilferding y, por lo que se ve, en gran parte Crispien, Ledebour y otros), que han dado pruebas de su incapacidad para comprender la significación del Poder de los Soviets y de la dictadura del proletariado, así como para dirigir la lucha revolucionaria de este último, se ha formado y crece rápidamente, en dicho
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partido, un ala izquierda proletaria. Cientos de miles de miembros del partido, que, al parecer, cuenta en total unos 750.000, son proletarios que se alejan de Scheidemann y caminan a grandes pasos hacia el comunismo. Esta ala proletaria propuso ya en el Congreso de los independientes, celebrado en Leipzig (en 1919), la adhesión inmediata e incondicional a la III Internacional. Temer un «compromiso» con esa ala del partido, es sencillamente ridículo. Al contrario, es un deber de los comunistas buscar y encontrar una forma adecuada de compromiso con ella, compromiso que permita, por una parte, facilitar y apresurar la fusión completa y necesaria con ella, y, por otra, que no cohiba en nada a los comunistas en su lucha ideológica y política contra el ala derecha oportunista de los «independientes». Es probable que no sea fácil elaborar una forma adecuada de compromiso, pero sólo un charlatán podría prometer a los obreros y a los comunistas alemanes un camino «fácil» para alcanzar la victoria.
El capitalismo dejaría de ser capitalismo, si el proletariado «puro» no estuviese rodeado de una masa abigarradísima de tipos que señalan la transición del proletario al semiproletario (el que obtiene en gran parte sus medios de existencia vendiendo su fuerza de trabajo), del semiproletario al pequeño campesino (y al pequeño productor, al artesano, al pequeño patrono en general), del pequeño campesino al campesino medio, etc., y si en el interior mismo del proletariado no hubiera sectores de un desarrollo mayor o menor, divisiones según el origen territorial, la profesión, la religión a veces, etc. De todo esto se desprende imperiosamente la necesidad – una necesidad absoluta – para la vanguardia del proletariado, para su parte consciente, para el Partido Comunista, de recurrir a la maniobra, a los acuerdos, a los
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compromisos con los diversos grupos de proletarios, con los diversos partidos de los obreros y pequeños patronos. Toda la cuestión consiste en saber aplicar esta táctica para elevar y no para rebajar el nivel general de conciencia, de espíritu revolucionario, de capacidad de lucha y de victoria del proletariado. Es preciso anotar, entre otras cosas, que la victoria de los bolcheviques sobre los mencheviques exigió, no sólo antes de la Revolución de Octubre de 1917, sino aun después de ella la aplicación de una táctica de maniobras, de acuerdos, de compromisos, aunque de tal naturaleza, claro es, que facilitaban y apresuraban la victoria de los bolcheviques, los consolidaba y fortalecía a costa de los mencheviques. Los demócratas pequeñoburgueses (los mencheviques inclusive) oscilan inevitablemente entre la burguesía y el proletariado, entre la democracia burguesa y el régimen soviético, entre el reformismo y el revolucionarismo, entre el amor a los obreros y el miedo a la dictadura del proletariado, etc. La táctica acertada de los comunistas debe consistir en utilizar estas vacilaciones y no, en modo alguno, en ignorarlas; esta utilización exige concesiones a los elementos que se inclinan hacia el proletariado – en el caso y en la medida exacta en que lo hacen – y al mismo tiempo la lucha contra los elementos que se inclinan hacia la burguesía. Gracias a la aplicación por nuestra parte de una táctica acertada, el menchevismo se ha ido descomponiendo cada vez más y sigue descomponiéndose en nuestro país; dicha táctica ha ido aislando a los jefes obstinados en el oportunismo y trayendo a nuestro campo a los mejores obreros, a los mejores elementos de la democracia pequeñoburguesa. Es esto un proceso lento, y las «soluciones» fulminantes tales como «ningún compromiso, ninguna maniobra» no hacen más que perjudicar la causa del acreci-
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miento de la influencia y el aumento de las fuerzas del proletariado revolucionario.
En fin, uno de los errores indudables de los «izquierdistas» de Alemania consiste en su intransigencia rectilínea a no reconocer el Tratado de Versalles. Cuanto más grande es «el aplomo» y «la importancia», cuanto más «categórico» y sin apelación el tono con que formula este punto de vista, por ejemplo, K. Horner, menos inteligente resulta. No basta con renegar de las necedades evidentes del «bolchevismo na cional» (Laufenberg y otros), el cual ha llegado hasta el extremo de hablar de la formación de un bloque con la burguesía alemana para la guerra contra la Entente en las condiciones actuales de la revolución proletaria internacional. Hay que comprender asimismo que es radicalmente errónea la táctica que niega la obligación para la Alemania Soviética (si surgiese pronto una República Soviética alemana) de reconocer por algún tiempo el Tratado de Versalles y someterse a él. De esto no se deduce que los «independientes» tuvieran razón cuando, cstando los Scheidemann en el gobierno, cuando no había sido todavía derribado el Poder soviético en Hungría, cuando todavía no estaba excluida la posibilidad de una ayuda de la revolución soviética en Viena para apoyar a la Hungría Soviética, cuando, en esas condiciones, reclamaban la firma del Tratado de Versalles. En aquel momento, los «independientes» maniobraban muy mal, pues tomaban sobre sí una responsabilidad mayor o menor por los traidores tipo Scheidemann y se desviaban más o menos del punto de vista de la guerra de clases implacable (y fríamente razonada) contra los Scheidemann, para colocarse «fuera» o «por encima» de esta lucha de clases.
Pero la situación actual es de tal naturaleza, que los comunistas alemanes no deben atarse las manos y prometer la
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renuncia obligatoria e indispensable del Tratado de Versalles en caso de triunfo del comunismo. Esto sería una tontería. Hay que decir: los Scheidemann y los kautskianos han cometido una serie de traiciones que han dificultado (y en parte han hecho fracasar) la alianza con la Rusia Soviética, con la Hungría Soviética. Nosotros, los comunistas, procuraremos por todos los medios facilitar y preparar esa alianza, y, en cuanto a la paz de Versalles, no estamos obligados a rechazarla a toda costa y además de un modo inmediato. La posibilidad de rechazarla eficazmente depende no sólo de los éxitos del movimiento soviético en Alemania, sino también de sus éxitos internacionales. Este movimiento ha sido obstaculizado por los Scheidemann y los Kautsky; nosotros lo favorecemos. Ved dónde está el fondo de la cuestión, en qué consiste la diferencia radical. Y si nuestros enemigos de clase, los explotadores y sus lacayos, los Scheidemann y los kautskianos, han dejado escapar una serie de ocasiones propicias para fortalecer el movimiento soviético alemán e internacional, a la vez que la revolución soviética alemana e internacional, la culpa es de ellos. La revolución soviética en Alemania reforzará el movimiento soviético internacional, que es el reducto más fuerte (y el único seguro e invencible, de una potencia universal) contra el Tratado de Versalles, contra el imperialismo internacional en general. Poner obligatoriamente, a toda costa y en seguida, la liberación del Tratado de Versalles en el primer plano, antes que le cuestión de la liberación del yugo imperialista de los demás países oprimidos por el imperialismo, es una manifestación de nacionalismo pequeñoburgués (digno de los Kautsky, Hilferding, Otto Bauer y compañía), pero no de internacionalismo revolucionario. El derrumbamiento de la burguesía en cualquiera de los grandes países europeos, Alemania inclusive,
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es un acontecimiento tan favorable para la revolución internacional, que, para que esto ocurra, se puede y se debe dejar vivir por algún tiempo más el Tratado de Versalles, si er, necesario. Si Rusia por sí sola ha podido resistir durante algunos meses con provecho para la revolución el Tratado de Brest, no es ningún imposible el que la Alemania Soviética, aliada con la Rusia Soviética, pueda soportar más tiempo, con provecho para la revolución, el Tratado de Versalles.
Los imperialistas de Francia, Inglaterra, etc., quieren provocar a los comunistas alemanes, tendiéndoles este lazo: «decid que no firmaréis el Tratado de Versalles». Y los comunistas «de izquierda» se dejan coger como niños en el lazo que les han tendido, en vez de maniobrar con destreza contra un enemigo pérfido, y en el momento actual más fuerte, en vez de decirle: «ahora firmaremos el Tratado de Versalles». Atarnos de antemano las manos, declarar francamente al enemigo, actualmente mejor armado que nosotros, si vamos a luchar con él y en qué momento, es una tontería y no tiene nada de revolucionario. Aceptar el combate a sabiendas de que ofrece ventaja al enemigo y no a nosotros, es un crimen, y no sirven para nada los políticos de la clase revolucionaria que no saben «maniobrar», que no saben proceder «por acuerdos y compromisos» con el fin de evitar un combate que es desfavorable de antemano.
Nota de Boltxe Kolektiboa: el texto integro está en el otro artículo en esta sección de la web. Un texto fundamental para un debate estratégico.