Frente a una sociedad que se quiebra con estruendo hay algo que parece evidente: que la obligación primordial de todo gobierno es ampliar ambiciosamente el espacio político. Sólo un espacio elástico y desembarazado de obstrucciones puede convocar a esa sociedad en ruinas a reconstruir la política, hoy encorsetada por el fascismo. Chantal Mouffe escribe en su obra «El retorno de lo político» algo que merece una reflexión exigente: «Necesitamos ensanchar el concepto de racionalidad para dar cabida en él a lo “razonable” y lo “plausible” y reconocer la existencia de múltiples formas de racionalidad». La democracia, si es tal y no un simple antifaz del autoritarismo, consiste en la ampliación constante del espacio en que quepan los múltiples contenidos que arbitre la sociedad para edificarse a sí misma. Y la libertad es el combustible de esa democracia. Por eso me ha estremecido una de lasa últimas frases del lehendakari Sr. López: «Los policías son la primera trinchera de la democracia contra ETA». ¿Se da cuenta el lehendakari alumbrado por cesárea del menosprecio que ha expresado por la soberanía política de la sociedad? Repitamos sus palabras: «Los policías son la primera trinchera de la democracia…». Las ideas pasan ahí a un plano desvahído, absolutamente secundario. No pueden florecer ideas donde el máximo representante de una sociedad, en este caso de la sociedad vasca, asegura que «las palabras ya no bastan». ¿Cómo que no bastan? En el principio fue el verbo, sin que el recurso a esta locución me aparee con el obispo Munilla. Sin palabras no hay realidad. Y menos si anteponemos la policía a la secuencia verbal. La barbarie intelectual del gobernante es evidente en este caso.
Por su parte el Sr. Basagoiti, encargado de colocar los correspondiente colofones a los discursos de su compañero de campamento, añade esta otra hermosa finura dialéctica: «Haremos todo lo posible porque ETA no consiga su objetivo por matar ni por dejar de matar». Se sigue reduciendo el espacio dialéctico para la creación moral de ideas y el funcionamiento intelectual. El Sr. Basagoiti, ese vehemente y atropellado joven ‑como decía el genocida de su ministro Sr. Fraga‑, sabe que lo que pretende ETA es la soberanía del viejo país de Euskal Herria. Y esa pretensión ha de tener una cabida suficiente en el espacio político. No discutamos ahora los métodos, ya que los métodos armados por parte de la rebeldía están ya celados en la legislación penal vigente. Discutamos la idea soberanista. Sr. Basagoiti, en mi espacio ideológico, el soberanismo de los pueblos sin estado es, por muchos motivos que ya he expuesto reiteradamente, la vía del rescate de una sociedad vivible y, como ahora se dice, «sostenible». Si ETA mata, ustedes responden con la Policía y los jueces; pero si deja de matar no pueden seguir pensando en la Policía y los jueces como elementos básicos para defender la democracia en Euskadi, ya que los jueces y los policías son elementos funcionariales de la soberanía popular y no una primera y autónoma línea de actuación. Los jueces y la Policía están subordinados, o han de estarlo, y no constituir elementos autárticos dirigidos por elementos reductores del espacio político. Son herramientas que no pueden ser convertidas en contenidos. A usted, Sr. Basagoiti, le da lo mismo que ETA mate o no mate. O sea, que a usted lo que le preocupan no son los muertos, sino el contenido que pretende único en el espacio político que al parecer le pertenece en exclusiva. En una palabra: según usted, lo que hay que defender con las armas policiales no es la paz física sino la exclusividad del modelo social que le parece democracia pura. Usted es un tramposo dañino. Usted libera las ideas, pero les quita el espacio para realizarse.
Volvamos, pues, a eso del espacio y el contenido, que parece una propuesta filosóficamente abstracta y que tiene una explicación elemental. Si el espacio político se amplia, cabrán en él una serie de ideas que obligarán a la sociedad a salir de una cierta estolidez, al menos en España, nación a quien la sutil madeja intelectual siempre le ha parecido «cosa de maricas», a los que yo tanto respeto y evito por ello nombrarles así. Recurro en este caso al uso normal del castellano entre la gente que venció al moro sutil, a fin de aligerar la especulación en la que me he metido.
Repito: lo que me preocupa ahora no son los contenidos que sobrevengan en ese espacio político ampliado, sino el espacio mismo. Si requiriéramos un lenguaje teológico podríamos decir que Dios era espacio puro cuando decidió crear cosas como la luz y la libertad. En ese espacio curvo empezaron a multiplicarse las cosas, muchas de las cuales decidieron caminos obscenos. Consecuencias de la libertad. Pero la vida está constituida por una serie de decisiones a las que no se pueden restringir con la Policía ni con los jueces, ya que no estoy seguro de que Dios no agote su paciencia y acabe por transformarnos a todos en el Sr. Anasagasti, que ahora le encuentra su gracia a la Ley de Partidos a fin de asegurar que no haya gentes que quieran socializar la Banca o «de forma obsesiva desplazar a un PNV con ese criterio simplista y primario de matar al padre». ¿Ven ustedes, Sres. López y Basagoiti, como a fuerza de restringir el espacio para las ideas, que ustedes quieren archivadas en comisaría, hay gente que capa al mismo profesor Freud, que tendrá sus más o sus menos, pero que hubo de esperar a que la Inquisición amontonase muertos para descubrir al fin el subconsciente?
Lo que defendemos muchos ciudadanos, hic et nunc, o sea, aquí y ahora, no es cuestión fundamental de contenidos, aunque alberguemos con decisión esos contenidos para el día de mañana, sino de espacio. Queremos que alguien abra la ventana y deje entrar la luz del sol y el aire de la arboleda múltiple para que en la estancia en que estamos todos, unos con grilletes y otros con nómina universal, las ideas puedan limpiarse el polvo de los expedientes y entrar en el juego dialéctico en que consiste el vivir. Yo ya sé que soy un poco marxista-leninista y muy, pero que muy cristiano galileo, pero no veo por qué los que deban representarme no pueden acceder a los ámbitos de gobierno para darme un poco de dignidad. Es terrible eso de que el futuro se cueza casi siempre en las celdas carcelarias y que los peines del viento hayan de hacerse con huesos de extremistas, como San Francisco, por ejemplo, según sabe el franciscano Joxe Arregi, que anda en petición de indios lejanos para liberarse de la indiada de su diócesis. Yo soy un simple peticionario de espacio político. Luego ya veré lo que hago con él. Eso es cosa mía y no me parece que ni el Sr. López ni el Sr. Basagoiti hayan de encargarse de mi cuidado ideológico, según su ley para la asistencia de minusválidos políticos. O sea, que ya he aclarado, creo, lo que piden los verdaderos patriotas o abertzales de izquierda. Piden un lugar al sol, un rincón para su palabra y un ámbito en el que puedan dormir la siesta sin que llamen a su puerta para dejarles sin ordenador. Nada más que eso. Luego ya se verá, porque el mundo anda al borde del diluvio a pesar de los parabienes que le dan ahora al Sr. Zapatero desde Alemania, Francia, Inglaterra o el mismo Fondo Monetario Internacional, de los que desconfía hasta el mismo Sr. Obama, que ha decidido mandarnos un contable para que en Madrid le enseñen la hucha que al parecer tienen reservada para los trabajadores que viven el drama diario de verse asados sosteniblemente en la barbacoa de los banqueros. Pero esto ya es otra historia, como decía Kipling.