Resumen Latinoamericano, 03 de septiembre de 2020.
Solo han pasado pocos días desde que diversos focos de incendios en las sierras cordobesas nos tuvieron en vilo, marcando el pulso de lo cotidiano. Con las cenizas aún humeantes y la intención de complejizar los debates en torno a las causas, responsabilidades y acciones a futuro, La tinta se acercó a entrevistar a la becaria doctoral cordobesa, Jimena Albornoz.
En Córdoba, solo conservamos el 3,5% de los bosques nativos originales. Según el Instituto de Altos Estudios Espaciales Mario Gulich –un centro de investigación y de formación de recursos humanos en el campo de las aplicaciones espaciales, dependiente del Rectorado de la Universidad Nacional de Córdoba y de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE)-, entre 1999 y 2017, se quemaron más de 700.000 hectáreas en el sector serrano, equivalente al 29% de la superficie que estas ocupan. En menos de dos décadas, ciertas zonas de las Sierras Chicas, las Sierras Grandes, las Sierras del Norte y las Cumbres de Gaspar se incendiaron hasta cuatro o más veces, lo que se traduce como una “alta frecuencia de incendios”.
Jimena Albornoz es doctoranda en el Instituto Gulich. En diálogo con La tinta, la científica cuenta: “El fuego es una herramienta que se utiliza para hacer cambios en el uso de suelo en un determinado territorio y esto se realiza por causas que dependen de los intereses de cada zona. Hay tantos intereses de por medio que determinar la causa de quién inicia un incendio y probar el motivo se hace casi imposible”.
“Lo que falta es la presencia del Estado, que haya incentivos para la conservación de los bosques nativos, donde lxs propietarixs de las tierras estén controladxs: así como Rentas hace un mapeo de áreas nuevas construidas para la revaluación, en el monte, se debería hacer lo mismo”, aclara Albornoz.
Después de la pasada “semana del infierno” por los múltiples incendios en Córdoba, el Gulich publicó una nota en la que expresa que la gran mayoría de los incendios que ocurren en la provincia son de origen antrópico, pudiendo ser intencionales, accidentales o por negligencia, y que, a pesar de la Ley Provincial N° 8751 de Manejo del Fuego, donde se prohíbe su uso, el fuego es utilizado para renovar pasturas para el ganado, reemplazar áreas de bosque por explotaciones agropecuarias y desarrollos urbanísticos, o en basurales a cielo abierto para disminuir el volumen de basura y controlar plagas. Aún en condiciones adecuadas, los fuegos pueden escapar de control y propagarse a la vegetación circundante.
Albornoz refuerza la idea: sistemáticamente, se vienen incendiando las sierras, degradándolas, perdiendo válidos servicios ecosistémicos donde, definitivamente, lxs que nos vemos perjudicadxs somos lxs seres humanxs. La científica hace hincapié en que el bosque, si no nos tiene, puede rebrotar y recuperarse, y lxs que necesitamos del bosque somos nosotrxs.
“Necesitamos políticas serias de conservación, inversión del Estado en áreas protegidas de papeles que no tienen guardaparques ni presupuesto. No hay una sola causa de los incendios, pero, si se entiende que se ven beneficiados determinados actores sociales por estas prácticas, entonces, es con estas personas que hay que negociar, consensuar, legislar sobre el uso de la tierra e invertir en la prevención y protección del bosque nativo”, afirma Albornoz.
Al preguntarle cuáles serían, a su criterio, esos incentivos para la negociación en la conservación de los bosques nativos, la investigadora es clara y se lamenta: “Pagarles. Se paga plata por hectáreas de bosque, para que no se produzca ganado. Que no paguen impuestos o que se expropien… cosa imposible, es utópico, es injusto. Los movimientos campesinos que viven y trabajan el bosque de forma sustentable no reciben un peso”.
Fuente: La tinta