Entristece, y de qué manera, la escena de decenas de jóvenes cazados a lazo como si de alimañas se tratara. Y es triste consuelo saber que la imagen se repite en la historia de todos los pueblos oprimidos del mundo. Seguramente desde que el mundo es mundo. Así de primitivos y primarios son nuestros opresores.
Hay un pasaje en la obra de José Antonio Agirre «De Gernika a Nueva York pasando por Berlín» que sigue emocionándome: «Estando yo en Santander, tres días antes de su caída, olvidé por un momento las amarguras que estábamos viviendo y, llamando a un notable músico vasco, le hablé así: “Es posible que nosotros no podamos salir de aquí pero, por eso, no ha de concluir la lucha. Le encargo a usted salga inmediatamente para Francia y forme entre nuestros refugiados el coro más selecto posible que lleve por el mundo, a través de nuestras melodías, el recuerdo de un pueblo que muere por la libertad, porque todavía no saben en el extranjero que se lucha por ella”».
Son éstos también días de profunda zozobra en la Euskal Herria de hoy, la que no murió en el 39 aunque muchos llegaran a creer el falso certificado de defunción que suscribieron Franco y sus secuaces. E igualmente hoy es preciso salir al extranjero y cantar y contar que la lucha por la libertad no puede ser castigada por tribunales que se pretenden neutrales, que las naciones que se sienten libres no pueden colaborar en la opresión a las que aspiran a esa misma libertad.
Hoy, como en aquellos angustiosos días del 37, tendremos que volver a cantar ante el mundo ‑y ante muchos de nuestros propios paisanos- para dar a conocer la barbaridad que padecemos por el mero hecho de reclamar lo mismo que el resto de los pueblos del mundo entero. Ni más ni menos.
Cantaremos, pues, ante el concierto de las naciones y cantaremos con orgullo «Gu gira Euskadiko gazteri berria». Porque, que nadie lo cuestione, del árbol mutilado siempre surgen nuevos brotes. Más recios que los podados, sin duda.
Gara