Por Camilo Katari, Resumen Latinoamericano, 23 de septiembre de 2020.
Carlos Mesa representa la oligarquía señorial, aquella que entrada en desgracia mantiene el boato de la aristocracia boliviana cuya raíz se encuentran en la soldadesca europea que sometió a los pueblos del Tawa Inti Suyu. En cambio Camacho es un producto de la oligarquía regional modernizadora y que juega a la política desde su posicionamiento económico territorial.
Estos representantes del liberalismo económico no tienen ninguna diferencia, salvo el acartonado saber de Mesa frente a una absoluta carencia de episteme en Camacho. Ambos son el reflejo de la estructura colonial del Estado, a su modo ambos pretenden retornar a la “república” de los tránsfugas y dos caras como Casimiro Olañeta. Esa es su propuesta central, pues no tienen programa de gobierno sino, como alguien lo definió, “sólo tienen planes de negocio”.
Como todo pensamiento colonial, los métodos, de ambos candidatos se basan en la violencia, demostrada ampliamente por los paramilitares reclutados por Camacho en los aciagos días del mes de noviembre pasado, y últimamente por un candidato de Comunidad Ciudadana que ordena destruir a los masistas en una plaza de la ciudad de Cochabamba. No debemos olvidar el llamado a la movilización de Carlos Mesa que dio inicio a la quema de oficinas del Tribunal Electoral y luego de domicilios privados de militantes del MAS. El “señorito Mesa” generó los escenarios de violencia que terminaron en las masacres conocidas de Senkata, Sacaba y la Zona Sur de La Paz.
El escenario futuro de Bolivia no es halagador, primero por el desmantelamiento estatal, la crisis económica y la crisis de la salud pública; el futuro gobierno según su base de sustentación utilizará la fuerza social organizada, que sería la propuesta del IPSP-MAS, o la violencia represiva de las fuerzas policiales y militares que es la propuesta de Carlos Mesa, demostrada por su actitud en octubre-noviembre del 2019, a la que debemos añadir, por las declaraciones de su candidato a diputado, a las fuerzas paramilitares con quienes, ha quedado demostrado, tienen relación y coordinación en actos de violencia.
No estamos ante unas elecciones democráticas, sino en un momento de retornar a la república monocultural, elitista, saqueada sin dignidad y empobrecida o por el contrario construir un verdadero Estado Plurinacional con energía suficiente para reconquistar la independencia económica, la soberanía alimentaria y la dignidad humana. Estamos disputando un concepto de civilización.
La palabra revolución tiene que ser reivindicada, el imperialismo norteamericano ha tenido la capacidad de asociar la revolución al terrorismo, que en la boca de los cipayos locales se convierte en amenaza a la vida. Revolución es la palabra exacta para definir el futuro de los pueblos del continente; las batallas han dejado de ser locales para inscribirse en la región y el mundo. La pandemia del COVID 19 nos ha demostrado el sistema global de la vida, deteriorada por los abusos de la voracidad capitalista.
Debemos calibrar en su verdadera dimensión la reconquista de los derechos que implican las elecciones en Bolivia, no se trata de un hecho local y normal en la vida de un Estado. Los actores son locales, pero los intereses son extranjeros y muy poderosos.
Hemos sido testigos de la defección obligada que impuso la política exterior de EEUU a una candidata con ínfulas democráticas, evidenciando la dependencia total a los intereses de “ellos” contra “nosotros”.
La encrucijada nos exige elegir entre Tupak Katari o Donald Trump.