Por Margaret Kimberley, Resumen Latinoamericano, 28 de septiembre de 2020.
El ala corporativa del Partido Demócrata se ha negado a apoyar medidas que beneficien a la gran mayoría de su base, y prefiere hacer una campaña electoral centrada en el rechazo a un hombre malvado y sus lugartenientes.
La razón que se utiliza con mayor frecuencia para silenciar las críticas a los demócratas es la autoridad que posee el presidente para nombrar a los jueces federales. Pero, a este respecto, los demócratas están metidos en otra debacle creada por ellos mismos. Cualquiera que intente cuestionar al Partido Demócrata se encuentra de inmediato con esta reacción: “¿Y qué me dices de la Corte Suprema de Justicia?” La propia pregunta, una variante del argumento del mal menor, es una admisión de culpa. La muerte de la jueza de la Corte Suprema de Justicia Ruth Bader Ginsburg ha sacado a la luz la corrupción que llevó al fracaso frente a Donald Trump y ahora frente al nombramiento de un magistrado que reforzará la mayoría republicana en el máximo órgano federal de justicia.
El falso Partido Demócrata no es más que una estrategia de mercado usada con fines políticos. Sus donantes, una combinación de grandes compañías farmacéuticas (Big Pharma), compañías de seguros, bancos, fondos de inversión, medios de comunicación, empresas tecnológicas y otros intereses empresariales, ponen el dinero y llevan la batuta. Aunque digan comprender las necesidades de sus votantes, les dan una excusa tras otra para explicar por qué nunca pueden conseguir lo que quieren. Los propagandistas demócratas no hacen sino repetir hasta la saciedad que los republicanos son peor y, a cambio, obtienen unos niveles de apoyo poco entusiastas y cada vez más débiles.
Se supone que el caso de la Corte Suprema de Justicia sea el que pone fin a todos los argumentos. El hecho de que los demócratas manejaran tal mal el asunto es una de las razones por las que han deificado a la difunta jueza Ginsburg. Tienen que desviar la atención del lío que han montado. Los tribunales federales no desempeñarían un papel político tan importante si los demócratas verdaderamente se propusieran ganar y mantener mayorías legislativas. Cuando Barack Obama era presidente, perdieron más de 900 escaños en órganos legislativos estatales, la Cámara de Representantes y el Senado.
La pérdida de la mayoría en el Senado fue particularmente devastadora. Ginsburg debió haberse retirado cuando Obama aún tenía el control necesario dentro del partido para nombrar a su reemplazo. Pero en lugar de hacerse a un lado, la dama de 80 años a quien ya habían diagnosticado un cáncer tuvo una postura arrogante. En 2014 Ginsburg desdeñó las llamadas prudentes que le sugerían su retiro y afirmó públicamente: “Díganme, ¿a quién podría haber nombrado el presidente para la Corte Suprema más adecuado que yo?”. Gracias a su arrogancia, los demócratas se encuentran atrapados en una mezcla de pánico y muestras de duelo exageradas.
Por supuesto los republicanos hicieron de las suyas cuando el magistrado conservador Antonin Scalia murió en 2016. Entonces controlaban el Senado y simplemente se negaron a permitir que el nombramiento decidido por Obama, Merritt Garland, saliera adelante.
A pesar de su constante intimidación sobre los nombramientos judiciales, los demócratas están dejándose llevar con una extraña despreocupación durante la campaña electoral y comportándose con la misma actitud abúlica que les hizo perder la elección de 2016. En el estado de Michigan, uno de los imprescindibles para ganar, la campaña de Biden no está haciendo ningún acercamiento personal a los votantes y no existe nadie a quien puedan acercarse quienes tengan intención de ayudar. Por supuesto, no existen oficinas de campaña porque no existe una campaña sobre el terreno.
Los demócratas ya han hecho la campaña más importante: asegurarse de que Bernie Sanders no fuera el candidato escogido. Ganarle a Trump obviamente no es lo más importante para ellos. Retorcerse las manos por la muerte de Ginsburg es todo lo que pueden hacer los demócratas para defenderse.
Si se tomaran en serio alcanzar el poder y mantenerlo, la Corte Suprema de Justicia tendría menos importancia. Los llamadas elecciones menores captan poca atención o fondos mientras que el control de las cámaras de representantes estatales y del Congreso penden de un hilo. Por supuesto la Corte Suprema de Justicia es importante, pero no tanto si un partido tiene un programa por el que luchar.
Pero el programa de los demócratas no tiene nada en común con las necesidades de la gente. Conseguir dinero y movilizarse sobre ciertos temas no tiene interés para ellos. Lo único que les importa es conseguir millones de dólares para la presidencia, el trampolín que utilizan para hacer sus negocios. En 2016 los 100.000 millones de dólares que Hillary Clinton obtuvo de sus donantes no sirvieron para nada. Donald Trump capturó la imaginación de las masas que se identificaban como blancas y combinó su entusiasmo con el robo de votos y las estratagemas para conseguir ganar Michigan y otros estados. El resto es historia.
Ahora los liberales se dedican a hacer plegarias al espíritu de la difunta Ginsburg y enviar dinero a comités demócratas de acción política como ActBlue. Los tres días posteriores a la muerte de Ginsberg, ActBlue recibió un total de 100 millones de dólares en pequeños donativos. Claro que Hillary Clinton consiguió más dinero que Donald Trump, pero cuatro años de propaganda han acabado con el pensamiento crítico de la mayor parte de los demócratas. Creen que repetir una estrategia perdedora funcionará esta vez de alguna manera.
Mientras tanto Donald Trump está enviando a las ciudades patrullas fronterizas y otros agentes no identificados para que hagan detenciones, ha designado a Nueva York, Portland y Seattle “jurisdicciones anarquistas” (sic) que ya no tiene derecho a recibir fondos federales y anima a los catetos que le apoyan a votar dos veces y bloquear las entradas a los centros de votación anticipada.
Si Trump consigue imponer políticas fascistas es porque carece de una oposición real. Los demócratas no se movilizan porque no tienen la voluntad de hacerlo. No les importa demasiado si ganan algún despacho que no sea el de la presidencia, pero si ese puesto se ve amenazado por alguien situado ligeramente a la izquierda también lo rechazarán. Avergonzar a alguien y regañarle por el voto que emite no reemplaza a un programa pero ellos no quieren hacer cambios políticos. Por eso solo les queda señalar con el dedo y rezar a santa Ruth.
La mayoría absoluta conservadora de la Corte Suprema de Justicia es algo pésimo para el país. Pero el Partido Demócrata tiene una gran responsabilidad en ello. Cuanto antes sufran el abandono de los votantes y elaboren políticas progresistas mejor será para ellos. La gente debe salvarse y para ello lo primero es distanciarse de los perdedores. Hacer donaciones a su comité de acción política es un desperdicio, lo mismo que idolatrar a la justicia muerta. En ese sentido, idolatrar a un partido político muerto también es un desperdicio.
Margaret Kimberley: Es autora de la columna Freedom Rider (así llamada en homenaje a los activistas de derechos humanos que lucharon contra el racismo en 1961; circulaban en buses por el sur de EE.UU. para poner a prueba la ley que declaraba ilegal la segregación en el transporte interestatal; a menudo eran atacados por supremacistas blancos).
Fuente: Rebelión