Por Robin D’Angelo, Lucas Chedeville y Caroline Varon. Resumen Latinoamericano, 2 de octubre de 2020.
Sandoval ha trabajado en las instituciones francesas durante 34 años hasta que su pasado lo alcanzó. StreetPress traza el itinerario de este ex policía, miembro de los escuadrones de la muerte argentinos durante la dictadura militar.
Mario Sandoval abre la puerta de su opulento apartamento en Nogent-sur-Marne, en la región Isla de Francia, al primer intento. El 11 de diciembre de 2019, diez gendarmes acompañados de un equipo de intervención, en el que se incluían seis de la unidad antiterrorista GIGN, fueron a buscar a este francoargentino de 66 años. Llevaba discretamente vigilado desde hacía un mes. El dispositivo es pequeño porque la justicia considera que los riesgos de fuga son escasos.
Desde primeras horas de la mañana, el coronel Eric Emeraux ha posicionado a sus hombres alrededor del hermoso edificio que bordea el bosque de Vincennes. A las 14hs una llamada del fiscal general: “El Consejo de Estado acaba de dar luz verde a la extradición”. Emeraux y sus hombres suben al primer piso del inmueble, con las armas en la mano, y tocan la puerta del apartamento. No hay necesidad de utilizar el ariete. “Había una especie de desaliento en el rostro de Sandoval cuando nos vio llegar”, describe el coronel Eric Emeraux, retirado desde agosto pasado de la Oficina central de lucha contra los crímenes contra la humanidad (OCLCH). “Creo que sabía que estaba acabado”,
Cinco días después, el 16 de diciembre, Sandoval fue grabado por la televisión argentina en el aeropuerto de Buenos Aires, esposado y con el rostro inexpresivo, bajo custodia de la Policía Federal. El viejo policía por fin iba a responder a “una acusación de crímenes cometidos durante la dictadura militar”. El final de una farsa de 34 años entre Francia y Argentina.
El secuestro de Hernán Abriata
Otro arresto lleva a Mario Sandoval ante la justicia. O más bien un secuestro. El 30 de octubre de 1976 en la noche bonaerense, un escuadrón de la muerte voló la puerta principal de la mansión de Betty y Carlos Abriata. Con el apodo de ‘patota’, la brigada secreta está compuesta de militares y policías. Está encargada de secuestra y llevar a “los subversivos” a los centros de detención clandestinos. De hecho, todos ellos fueron señalados por el general Videla, jefe de la Junta gobernante, de ser susceptibles de poner en riesgo la “seguridad nacional”. Opositores políticos, estudiantes, artistas, periodistas, eclesiásticos, sindicalistas, militantes de organizaciones. “La represión dejará 30.000 desaparecidos y 15.000 fusilados en siete años y diez meses”. Un “genocidio político”, según afirman las organizaciones en defensa de los derechos humanos.
Esa noche, la patota busca a Hernán Abriata, un estudiante de arquitectura de 24 años. Es miembro de la Juventud Universitaria Peronista (JUP), una organización de izquierdas. Le encanta los Beatles y es voluntario en un barrio pobre. También es simpatizante de los Montoneros, una organización clandestina que aboga por la lucha armada contra la dictadura. Con sus megáfonos, la quincena de agentes vestidos de civil gritan a los vecinos que duermen que salgan de sus casas con las manos en el aire. Los buscan por todos sitios. Pero Hernán Arbiata no está allí. Se acababa de mudar a la casa de Mónica Dittmar, la mujer con la que se acababa de casar. Su padre se ve obligado a llevar allí a los agentes. “Por un control de rutina”, le miente el que parece que dirige la operación. “Inspector Sandoval”, se presenta ante cuatro miembros de la familia. Su suficiencia y su silueta, esculpida por su ropa acolchada, le hacen parecer mayor de 23 años.
En el otro apartamento sí está su presa. “Sandoval, de Coordinación Federal”, repite a Mónica Dittmar, la esposa de Hernán, y le tiende su tarjeta verde policial. Los hombres armados cubren la cabeza de la joven con un pasamontañas y luego la placan contra un muro. En la otra habitación, su marido es interrogado antes de ser llevado. Al salir, el escuadrón saquea el apartamento. Vuelcan sus maquetas de arquitectura. Roban los utensilios de camping —la afición de la pareja— y el dinero en efectivo que encuentran. “Sandoval volvió para darme el reloj de Hernán”, recuerda Mónica Dittmar con los ojos llorosos a través de la webcam. “Y me dijo: ‘Así no podrás decir que somos unos ladrones”. Ella nunca volverá a ver a su marido.
Hernán Abriata es trasladado a la ESMA, la Escuela de Mecánica de la Marina. Durante los ocho años de Junta, esa instalación militar en el centro de Buenos Aires fue transformado en un campo de concentración. 5.000 “subversivos” fueron encerrados allí. Solo 500 de ellos volvieron a salir con vida. Entre ellos, Carlos Loza, un joven trabajador portuario, miembro del Partido Comunista. Después de haber sido torturado durante varios días, fue arrastrado al ático del edificio, donde languidecían otras seis personas. Uno de ellos, Jorge Mendé, es asesinado a golpes delante de sus ojos por los carceleros. Cuando la violencia cesa y se quedan solos, los cautivos a veces encuentran la fuerza para intercambiar algunas palabras. Hernán Abriata revela su identidad y suplica a los demás que avisen a su familia. También les explica que ellos serán liberados porque la capucha que llevan es gris, mientras la suya es negra. “Esas palabras que dijo fueron lo único que tuvimos”, explica Loca por teléfono. “No había nada que te permitiera pensar que no te iban a matar”.
Después de 21 días de detención, Loza fue abandonado en una carretera rural con otros tres compañeros entumecidos. Hernán Abriata nunca será encontrado. Como muchos desaparecidos de la ESMA, pudo haber sido arrojado al Atlántico desde lo alto de un avión militar, aturdido por la inyección de una anestesia. El 7 de noviembre de 1076, una semana después de su secuestro, Sandoval fue felicitado por sus superiores. Su historial de servicio indica que había realizado “un acto notable en el cuadro de acción de la represión de la subversión”.
El presunto torturador habría pasado de los calabozos de la ESMA a los anfiteatros de la prestigiosa universidad parisina
Sin embargo, al declarar su identidad ante cinco testigos, el policía había cometido un error. Tres días después del secuestro, la familia Abriata presenta una denuncia ante un juez, nombrándolo como uno de los integrantes del escuadrón. Como era de esperar, el magistrado declara el sobreseimiento, como en todos los casos de este tipo durante la dictadura. Pero ahí está el nombre de Sandoval inscrito para siempre en los archivos judiciales.
El espacio vacío de la Sorbona
32 años más tarde, se descubre el caso. La justicia argentina se prepara para abrir la cuarta parte de la investigación sobre los crímenes cometidos en la ESMA —incluyendo la desaparición de Hernán Abriata — . Pero antes, la periodista Nora Veiras se entera de la participación de un tal Mario Sandoval en el secuestro. El 16 de marzo del 2008, en el diario Página 12, publica una investigación que vincula al policía con un profesor de la Sorbona. La noticia es poco creíble. El presunto torturador habría pasado de los calabozos de la ESMA a los anfiteatros de la prestigiosa universidad parisina.
¿Tuvo cómplices para ello? En todo caso, el viejo policía no era un fugitivo cuando emigró a Paris en 1986. En esa época, las leyes de amnistía impedían procesar a los ejecutores e la represión (no serían derogadas hasta 2002 por el presidente Néstor Kirchner). Su instalación en Francia incluso se hizo con el beneplácito de las autoridades de su país de origen.
A su partida de Argentina, la policía federal le autorizó a partir al extranjero por diez años, a fin de realizar “estudios de ciencias políticas”. En 1996, él renovó su solicitud, agregando esta vez que está a punto de adquirir la nacionalidad francesa, lo que consiguió un año después. Sandoval, retirado del Ministerio de Interior argentino, incluso fue ascendido al título honorífico de comisionado adjunto en 1999, antes de ser nominado en 2001 como “asesor externo ad hoc et ad honorem en asuntos nacionales e internacionales”. Su curioso exilio, sin embargo, esconde un secreto. Él atravesó el océano Atlántico con su mujer, sus hijos y su hija. Pero esta última, fruto de un primer matrimonio, vive con él en Francia sin el consentimiento de su madre, que presentó una denuncia por secuestro. En 1987, Argentina inició un proceso de extradición. El caso finalmente se resolvió fuera de los tribunales dos años después.
En París, Mario Sandoval no vive como los otros exiliados argentinos que encontraron refugio por miles en la capital y sus suburbios. Él se instaló en el barrio pequeño burgués de Daumesnil, mientras muchos de los otros refugiados vivían con dificultades económicas. Estrenó su nueva vida profesional como consultor para una sociedad de seguridad, luego para una pequeña empresa de importación y exportación de material para las fuerzas armadas. El fruto de su experiencia en las patotas, posiblemente.
Pronto se recicla en la enseñanza superior y se presenta como un experto en seguridad internacional. Establecimientos de segunda categoría, de apariencia militar. Luego, universidades prestigiosas. Sin embargo, sus referencias parecen un tanto peligrosas. En el currículum que remite a una facultad en 1995, la mención “no existe” tacha algunos de los diplomas que afirma haber obtenido. Eso destaca la posibilidad de una posible complicidad. O, sobre todo, destaca una serie de negligencias, lo que no es muy halagador para el mundo académico.
El actual ministro de Educación francés, Jean-Michel Blanquer, entonces director del Instituto, firmó su contrato en 1999 sin pestañear
“Su presentación con traje y corbata fue impecable”, recuerda Bernard Sitt, el primero que le confió un puesto estable en la universidad de París.Est-Marne-la-Vallée (UPEM) en 1994, en el marco de diploma de estudios superiores especializados (DESS por sus siglas en francés) sobre armamento. “Durante la entrevista de trabajo me di cuenta de que no tenía experiencia en las especialidades que cubre el DESS, pero argumentó que podía ser útil para mi que realizara las tutorías, lo que acordé encomendarle”. Y qué importa si su currículum menciona que fue funcionario del Ministerio de Interior argentino entre 1972 y 195…
Algunos años más tarde, Sandoval se acercó a Carlos Quenan, también argentino y profesor del Instituto de Altos Estudios de América Latina (IHEAL). La institución depende de la Sorbona, el grial para cualquier ambicioso que sueñe con una carrera docente. “Había enseñado antes en Marne-la-Vallée y se postuló como cualquier otro”, aclara Quenan, designado por sus compañeros como responsable de su contratación. “A menudo se necesitan profesores para terminar los programas”.
El actual ministro de Educación francés, Jean-Michel Blanquer, entonces director del Instituto, firmó su contrato en 1999 sin pestañear. Esa vez, Sandoval se aseguró de quitar su paso por la policía de sus referencias. Hay que decir que el IHEAL se distinguió en los años 70 por acoger académicos sudamericanos perseguidos en sus países por sus ideas de izquierdas. Con su aire marcial y sus trajes oscuros, se mimetiza con el paisaje. Lo mejor que pudo.
El historiador Olivier Compagnon reclamó a Jean-Michel Blanquer que lo retire del curso que dirigen sobre Venezuela. “Él enseñaba dolo consideraciones muy militares, como la cantidad de minas en la frontera entre Venezuela y Colombia”, dice con enfado. “Esto no era en absoluto lo que esperaban los estudiantes, más interesados por la experiencia Chávez, que parecía renovar la izquierda latinoamericana”. Otro día, una estudiante —hija de exiliados chilenos— alertó al cuerpo de profesores, después de una autoindulgente conferencia del profesor extranjero sobre el Plan Cóndor, un acuerdo secreto entre las dictaduras latinoamericanas para exterminar a los opositores.
Sobre todo, algunos comenzaron a preguntarse si el profesor no era un impostor. Se presentó como profesor en la Sorbona. En realidad era un conferenciante. Su currículum menciona decenas de universidades en las que habría impartido clases en los años 90. Muchos son establecimientos privados que solo él conoce con siglas que parecen inventadas. Y tan pronto como se le pide que produzca un texto de nivel universitario, la máscara cae. “Lo recuerdo porque el texto que me dio era terriblemente mediocre”, subraya un profesor emérito de una gran universidad, quien, a pesar de ello, lo publicó. “Formaba parte de ese proletariado universitario que se utilizaba para tapar huecos”. La farsa solo duró un tiempo.
A principios de los 2000, el profesor George Lomné se opone a su candidatura a un puesto de profesor asociado en Marne-la-Vallée. “La parte de ‘Estudios’ de su currículum me pareció sumamente confusa”, explica. “Sandoval me parecía un funcionario de policía exiliado que se hacía pasar, por un milagro, como especialista geoestratégico”. En IHEAL, la nueva presidenta Polymnia Zagefka, se niega a que organice una conferencia. “Lo que él proponía no tenía ningún tipo de valor científico”, afirma. “No había invitado a ningún investigador, solamente a militares, en su mayoría colombianos”. Un buen pretexto también para no renovarle el contrato. La aventura terminó con insultos y portazos.
El remanso de la inteligencia económica
A pesar de todo, Mario Sandoval tiene muchas virtudes. La primera de ellas, su confianza, que a veces roza la arrogancia. Cuando lo necesita, no se resiste a las tareas ingratas. Las millas de notas al pie que publica en su blog atestiguan su espíritu meticuloso. Al igual que su apariencia rígida, que le confieren sus trajes de tres piezas. Es también un hombre de eficacia, insistiendo hasta el punto de seguir a un conferenciante cuya tarjeta de contacto quiere coleccionar en el metro.
Al margen de la universidad, llama a la puerta de un conocido, Philippe Clerc- Los dos hombres se habían cruzado a finales de los 90 en los pasillos de la universidad privada Léonard de Vinci, donde intervienen ocasionalmente como oradores. Sandoval busca trabajo. También ha pedido al antiguo director de IHEAL, Jean-Michel Blanquer, entonces rector de la academia de Guyane, pero este último solo tuvo para ofrecerle un puesto en Saint-Laurent du Maroni, según dice Sandoval.
El trueque de tarjetas de visita es similar a un tramposo juego de póker y Sandoval, a veces demasiado insistente, suscita aún sospechas
Clerc es seducido por su personalidad “inspiradora” y elogia sus textos de “gran calidad científica”, aquellos que los académicos tacharon de mediocres. Le contrata en la Asamblea de Cámaras Francesas de Comercio e Industria (ACFCI por sus siglas en francés), hoy la Cámara de Comercio e Industria (CCI), una institución semi pública encargada de promover las cámaras de comercio. Sandoval le ayuda en el departamento de Inteligencia económica. Esta disciplina difusa atrae tanto a ex altos funcionarios policiales como a especialistas autoproclamados con dudosas credenciales. Un sitio a su medida. Allí, su currículum, salpicado de faltas de ortografía y publicaciones científicas imposibles de verificar no suscitan ninguna interrogación. Y nadie se preocupa demasiado por su pasado.
Sandoval se hace su hueco. Desde las Seychelles hasta Haití, pasando por Trinidad y Tobago, su agenda crece al ritmo de las conferencias que organiza la ACFCI. En el círculo de Clerc, puede presumir de trabajar con Alain Juillet, efímero director de inteligencia en la Dirección General de Seguridad Exterior (DGSE por sus siglas en francés) entre 2002 y 2003, quien se convirtió en alto responsable de inteligencia económica del primer ministro Jean-Pierre Raffarin. En contrapartida, él aporta sus propios contactos, como los que tiene dentro de la Organización de Estados Americanos (OEA), donde logró ser invitado como consultor de seguridad gracias a su currículum universitario.
Sin embargo, el trueque de tarjetas de visita es similar a un tramposo juego de póker y Sandoval, a veces demasiado insistente, suscita aún sospechas. “Con él, siempre había que jugar un baile de precauciones”, recuerda Carol Fuller, su interlocutora en la OEA. “Mi adjunto me advirtió que tuviera cuidado porque él me utilizaría para promocionarse a sí mismo y a sus asociaciones”. Sandoval parece también exagerar su proximidad con determinados contactos de prestigio.
Organiza la visita de Filler a París, donde ella se reúne con altos responsables militares y policiales. Por la mediación franco-argentina, cree ella. Pero ninguno de los peces gordos presentes ese día recuerda haber sido contactado por Sandoval, ni siquiera haberle conocido, como Emile Pérez, jefe del Servicio de Cooperación Técnica Internacional de la Policía (SCTIP). “En esa época, cualquiera que tuviera la voluntad de ingresar en el cuerpo de Inteligencia económica podía pasar por alguien brillante aunque fuera mediocre”, juzga Alain Juillet, quien participó en una quincena de reuniones con él. “Fue totalmente el caso de Sandoval”. A quien le importa. El impostor acumula influencia construyéndose una imagen de experto. Su vida personal se mezcla con su vida profesional. Su nueva amante, una discreta funcionaria de Quai d’Orsay, con quien comparte el opulento apartamento de Nogent-sur-Marne, es miembro de la asociación de inteligencia económica que monta con Philippe Clerc, y se convierte en conferenciante en sus coloquios.
Pero Sandoval compartimenta su vida. “Es un hombre tan reservado que no puedo decir que sea un amigo”, estima Clerc, que trabaja con él desde hace seis años. Su colaborador Amath Soumaré, jefe de SOPEL International, una asociación especializada en inteligencia económica, es uno de los pocos que han visitado la casa de Sandoval. “Yo ni siquiera sabía que había vivido en Argentina”, jura desde Senegal, donde reside desde hace un año. “Él no hablaba jamás de su pasado ni de sus ideas políticas”.
Sin embargo, Mario Sandoval no ha abandonado la política. En el mayor secretismo, extiende discretamente sus redes hasta Colombia, donde él se relaciona con criminales de guerra.
El amigo francés de las milicias latinoamericanas
El 23 de julio de 2001, en Santa Fé de Ralito, un caserío perdido en el campo colombiano. En un rancho, unos sesenta invitados se acomodan en sillas de plástico frente a un estrado. Hay electricidad, mesas de madera y teléfonos móviles, una cosa impensable en esa región rural. La reunión es un poco particular. Reúne a jefes paramilitares, personalidades políticas y emprendedores. Todo en clandestinidad.
En esa época, Colombia era golpeada cada día por la guerra civil. Se enfrentaban las Farc —una guerrilla de inspiración marxista— con al ejército regular, secretamente ayudado por milicias anticomunistas. El país se había convertido en el tablero de juego de la extrema derecha latinoamericana, que unía en las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), la principal organización paramilitar. Como en la Argentina de Videla, tratan de exterminar a “los subversivos”. Los periodistas de izquierda, activistas de derechos humanos, personalidades políticas… Y, sobre todo, campesinos, masacrados por centenares si no juraban fidelidad.
En Ralito, cinco jefes de la AUC, entre ellos Salvatore Mancuso, el líder de la milicia, pidieron su apoyo apoyo político con el objetivo de elaborar una estrategia para “refundar la patria”. Entre ellos, Mario Sandoval. Delante del auditorio, dio una conferencia de dos horas bajo el título de “profesor de la Sorbona”.
“En esa época, el objetivo de las AUC era ser reconocidas como un movimiento político legítimo, y no como un grupo de terroristas”, precisa, bajo anonimato, uno de los participantes en esa reunión clandestina. “Sandoval nos indicó las fuerzas políticas presentes en Europa y los movimientos a los que podíamos acudir para encontrar apoyo”.
¿Cómo aterrizó allí? Juan Rubbini, un argentino designado como intermediario entre las AUC y Sandoval, no ha respondido a nuestras peticiones para entrevistarle. Una cosa es segura, la intervención de Ralito no fue la única. En 2002, cuando aun no estaba siendo investigado en Argentina, Sandoval fue invitado a dar una conferencia en la Escuela de Guerra de Buenos Aires. Su intervención fue interrumpida cuando presentó a dos de sus invitados como miembros de las AUC. Contactado por StreetPress, otro compañero de la milicia recuerda haber asistido a una reunión en petit comité con él en un hotel de Bogotá en 2004. Junto a ellos, José Miguel Narváez, uno de los jefes de los servicios secretos colombianos cercano a los paramilitares que actualmente cumple 26 años de prisión por haber ordenado la muerte de un periodista.
“Tenía la impresión de que ese hombre pertenecía a una internacional de extrema derecha y que estaba tratando de conseguir mi apoyo”
Separatistas en Bolivia, militares en Colombia, Junta chilena… Sandoval utiliza sus redes francesas para improvisar como asesor de ventas de la extrema derecha sudamericana. En 2006, cuando Colombia es dirigida por el presidente Álvaro Uribe, apoyado por las milicias, llevó a Philippe Clerc a Bogotá y Cartagena. Su misión: formar a los oficiales en cuestiones de seguridad económica en el marco de sus combates contra las Farc. “Sandoval fue realmente conocido”, asegura Clerc, a quien las fuerzas armadas colombianas otorgaron una medalla al final de su estancia en el país. “Tan pronto como entró en la habitación, el jefe de la Marina fue a saludarlo. Luego, tras un seminario, un jefe del Estado Mayor vino en persona a la cena a darle las gracias”.
El mismo año, Sandoval organizó, siempre desde la ACFCI, un coloquio en la Universidad Bernardo O’Higging, en Chile. Esa pequeña institución fue fundada al final de la dictadura por Julio Canessa Robert, uno de las manos derechas de Pinochet. Entre los ponentes, Alain Juillet o el cónsul de Francia en Santiago. Pero también la ONG Verdad Colombiana, retransmisor de la propaganda de las AUC.
A su regreso, Philippe Clerc tiene una cita en Quai d’Orsay para dar cuenta de su viaje. Sandoval le acompaña. Con su propia agenda, parece. Aprovecha la ocasión para defender la causa de los separatistas bolivianos de extrema derecha que intentan derrotar al presidente de izquierda Evo Morales. “Fue una desagradable sorpresa”, recuerda el diplomático que recibió a los dos socios. “Tenía la impresión de que ese hombre pertenecía a una internacional de extrema derecha y que estaba tratando de conseguir mi apoyo”. En 2017, las redes ocultas de Sandoval chocaron con su vida en Francia. Retomando declaraciones publicadas en la prensa colombiana, Le Monde Diplomatique se hace eco de su relación con las AUC. El barniz se agrieta.
El Ministerio de Exteriores alertó a la ACFCI, ahora CCI France, pidiéndoles que marcaran distancias con su colaborador. El diplomático que hizo el informe completa: “Ha sido extremadamente dañino que este hombre, relacionado con grupos paramilitares de extrema derecha, se pasee en París bajo el nombre de una institución pública. También era necesario evitar que afectara a otras instituciones”.
¿Al servicio de Francia?
Por primera vez, Sandoval había sido desenmascarado. Y como siempre, para salvar las apariencias, se presentó en una nueva versión. Tras Mario Sandoval profesor, y Mario Sandoval asesor en inteligencia económica, ahora llega…. el “agente secreto”. A sus colaboradores de la CCI les explicó que era víctima de un complot. Sus enemigos le estaban “buscando piojos en la cabeza” (expresión francesa equivalente a “buscando las cosquillas”. NdE) porque participaba en secreto en operaciones para la liberación de Ingrid Betancourt, a cuenta de Quai d’Orsay. Estamos en 2007 y el caso de la franco-colombiana, secuestrada por las Farc durante cinco años, era desesperante.
Según los informes, Francia le asignó el agente secreto Mario Sandoval la misión de ir a la jungla a buscar pruebas de vida de la rehén. El día siguiente de su liberación, en el verano de 2008, incluso le ofreció a Philippe Clerc acompañarle en un almuerzo privado, invitación de Ingrid Betancourt en agradecimiento por los servicios prestados. Pero Clerc rechazó la invitación. Por su parte, Ingrid Betancourt, por solicitud de el intermediario de su agente literario, desmintió haber conocido jamás al supuesto negociador, sembrando dudas sobre si realmente tuvo lugar ese almuerzo.
¿Había vuelto a mentir? Quai d’Orsay es categórico: “Todo eso fue pura invención de M. Sandoval”, afirma Noël Saez, enviada francesa a las Farc y al Gobierno colombiano entre 2003 y 2008. “Si ese señor argentino hubiera estado implicado, me lo habrían dicho”, añade Jean-Pierre Gontard, el otro enviado suizo al cargo del caso. Entre los diez diplomáticos contactados, entre ellos Jean-David Levitte, encargado de la célula de Betancourt del primer ministro Dominique de Villepin, o Pierre-Henri Guignard, que dirigió la operación fallida en 2003, conocida como operación 14 de julio, ninguno se ha cruzado con Mario Sandoval. Tampoco Daniel Parfait, embajador de Francia en Bogotá de 2000 a 2004 y cuñado de Ingrid Betancourt, ni su sucesor Jean-Pierre Marlaud.
Un día, un profesor de la Sorbona afirma que uno de sus colegas se ha cruzado con Mario Sandoval, armado, en la guerrilla colombiana
Un hombre, sin embargo, recuerda el episodio: Johan Obdola. Este viejo policía antinarcóticos venezolano, exiliado a Canadá en 1996, conoció a Mario Sandoval en la red social Linkedin, e intercambió con él información sobre el mundo de la inteligencia. Un día de 2007, algunos meses después de haberlo conocido, Sandoval le propone participar en negociaciones con las Farc para liberar a Betancourt, dice. Pero Obdola no responde. “Para mí, era inconcebible negociar con las Farc”, subraya este ferviente antichavista. “No son más que criminales”. ¿Quién iría a pedirle a un contacto de Linkedin al que jamás se ha visto en persona trabajar en un asunto de Estado?
La anécdota acredita la idea de que Sandoval pudo haber tenido el sueño de traer de vuelta a la rehén. Pero sus esfuerzos podrían haber sido solo una empresa personal, dirigida por un hombre cegado por su ambición. “Personas de todo el mundo afirman haber sido determinantes en el asunto Betancourt”, ironiza con amargura Daniel Parfait, el cuñado de Ingrid. “Hay hasta esquimales y japoneses que también”.
Una red benevolente
La suma de esos rumores tiene una consecuencia perversa. La construcción de una leyenda negra. Un día, un profesor de la Sorbona afirma que uno de sus colegas se ha cruzado con Mario Sandoval, armado, en la guerrilla colombiana. Otra vez, un exiliado argentino está convencido de haberlo visto en televisión, acompañando a Nicolás Sarkozy, en la noche de investidura de 2007. La prensa cae, convirtiendo al torturador en consejero del presidente de la República, o relatando su travesía en la jungla, con el equipo a la espalda, para traer de vuelta a Ingrid Betancourt. Un tufo a escándalo de Estado.
En 2008, Sandoval reaccionó demandando por difamación a ocho sitios web que habían reproducido la investigación de Página 12 sobre su pasado en Argentina. Convencida de su buena fe, las pequeñas empresas de inteligencia económica le apoyan, incluso bajo el fuego de acusaciones de crímenes de lesa humanidad. En su denuncia, Sandoval, que vive en la región de París, sin embargo apeló en el tribunal de Auxerre. Uno de sus conocidos, el magistrado Charles Prats, acaba de pasar allí tres años como juez instructor. Este lo remitió a abogados y encontró listas de presuntos torturadores donde figuran otros Sandoval. “Esto acreditó la tesis que nos había dicho a todos, a saber, una homonimia”, se justifica Prats, que es representante legal de APM, un sindicato dirigido por el eurodiputado del Frente Nacional Jean Paul-Garraud.
Al margen del juicio, que comenzó en 2012 y terminó en sobreseimiento, Alain Juillet denuncia “un linchamiento mediático”. “Yo no digo que no sea culpable —matiza hoy el fugaz responsable de la DGSE, después consultor de RT, la cadena de información del Kremlin — , pero me planteo la cuestión de su nivel de responsabilidad. Hay una diferencia entre torturar a gente y lanzarla desde un helicóptero y estar de servicio en un cuartel”. En cuanto a Philippe Clerc, continuó dando trabajo a Mario hasta 2012. Otros esperaron incluso más tiempo antes de romper relaciones con él, como Eric Denécé, un experto en seguridad que retransmite en Francia la propaganda de Bachar el-Assad o de Vladimir Putin. “Ya sea en Argentina o durante la guerra de España, siempre hemos magnificado las atrocidades cometidas por la extrema derecha frente a las de la extrema izquierda”, estima Denécé, que en 2015 intentó montar una formación sobre inteligencia económica junto a Mario Sandoval.
El historial de servicios de Sandoval en el seno de la policía argentina es abrumador. Pintan el retrato de un joven funcionario celoso, ansioso por subir de rango, con el uniforme en la sangre. Desde los 13 años, siendo todavía un escolar, trabajó en el servicio de mensajería de la policía federal en Buenos Aires. Un pequeño trabajo que le consiguió su padre, Juan Pedro, también policía. A los 17 años se incorporó a las filas, antes de ser nombrado subinspector a los 22 años. Estamos en 1975 y la milicia de la Triple A, apoyada tácitamente por las fuerzas del orden, ha exterminado a 1.500 opositores, anunciando el genocidio político por venir. Lo desencadenó el general Videla el día siguiente de su golpe de Estado del 24 de marzo de 1976.
Ese año, Sandoval fue a cursos de “lucha contra la subversión” y se incorporó a la Oficina de Asuntos Políticos en el seno de la Supeintendencia de Seguridad Federal, a veces denominada Coordinación Federal. Junto a la Armada, esta brigada será el brazo armado de la represión en la capital argentina. Sus superiores lo califican de “elemento de excepción” y recibe unas calificaciones de 10 sobre 10 en cada una de sus revisiones anuales. Luego, en 1983, pocos meses después de que la Junta entregara el poder a los civiles, Sandoval se retira de la policía con el rango de inspector honorario, con 30 años.
Una maratón judicial
Su carrera como policía tuvo todos los rasgos del aparato represivo vigente en Buenos Aires. Sin embargo, ¿cometió estos crímenes? “Los que controlan el Estado están seguros de que las acciones ilegales cometidas por la policía y por la Armada se llevaban a cabo de manera clandestina”, dice el abogado argentino Sol Hourcade, especialista en derechos humanos.
La mayor parte de las pruebas que los implican —dossieres, documentación, cuerpos— han sido ocultados“. Y en los pasillos de la ESMA, o cuando barren la noche, los miembros de las patotas tienen cuidado de no llamarse unos a otros más que por apodos con el fin de no ser reconocidos por sus víctimas. Sobre las fotos, los supervivientes de la ESMA identifican a Sandoval como el llamado ‘Churrasco’ (‘guapo’ en argot argentino) por su atuendo siempre impecable, miembro de la GT 3.3.2., uno de los escuadrones de la muerte. ”Es un tipo muy bizarro que hacía inteligencia, un tipo muy educado en comparación con los otros de la ESMA y muy peligroso“, dice sobre él el superviviente Alfredo Buzzalino en su testimonio ante la corte argentina: ”Si puede dispararte, te dispara. No hay escapatoria con este hombre».
El apodo de Churrasco aparece en una docena de testimonios relacionados con secuestros, interrogatorios, y también torturas. No es suficiente. En la demanda de extradición de 2012 del juez argentino Sergio Torres, la acusación contra Mario Sandoval cobre delitos cometidos contra 595 individuos. La justicia francesa solo atiende al caso de Hernán Abriata, documentado con precisión desde 1976, gracias a los testimonios de su secuestro. Las declaraciones ante comisiones oficiales de Carlos Loza y sus compañeros de infortunio permiten acreditar la detención del estudiante de arquitectura en la ESMA.
Otro obstáculo, sin embargo, es que el delito del que se le acusa a Sandoval estaría prescrito, según estima su defensa. Sophie Thonon, la abogada de Estado argentina en Francia, ha logrado que se recalifique como “delito continuado”. Porque, hasta el día de hoy, ni la víctima Hernán Abriata ni su cuerpo han aparecido. “Esta decisión conforma jurisprudencia en materia de extradición”, indica la abogada, también implicada en las extradiciones de Jorge Olivera y Ricardo Cavallo, dos militares argentinos condenados por crímenes contra la humanidad.
Sandoval lo niega. Y, mientras, se entrega a las provocaciones. En publicaciones en su blog, califica a las asociaciones de memoria argentinas de “organizaciones criminales”. Defiende a torturadores ya condenados, a los que califica de “presos políticos” o de “víctimas de persecuciones”. Denuncia los “mal nombrados crímenes contra la humanidad” cometidos en un momento en el que la nación argentina era amenazada y atacada por grupos terroristas.
Al Tribunal de Apelación de Versalles llegó acompañado de guardaespaldas. Uno de ellos está armado y pide entrar en la sala con su pistola. Al pasar, se hizo cargo de los dos hijos de Sandoval — uno es reservista en el Ejército francés— y su hija. Juntos formaron el Comité de Ayuda y Solidaridad con los Presos Políticos en Argentina (CASPPA), una asociación de 1901.
En total, el proceso judicial dura ocho años. Sandoval usa todos sus recursos. “Diez veces el tribunal de apelaciones, diez veces el tribunal de casación, diez veces el Consejo Constitucional, el Consejo de Estado, la Corte Europea de Derechos del Hombre…”, enumera Sophie Thonon. Sus gastos de abogado se estiman en 60.000 euros. ¿Dónde ha encontrado ese dinero, él, que no tiene ingresos conocidos desde 2012? Un misterio… Muchos otros quedan aún por esclarecerse. ¿Por qué escogió París en 1986? ¿Recibió apoyo de otros torturadores? ¿Cuáles eran sus vínculos con el Ejército colombiano? ¿Puede probar su presunta implicación en el asunto Betancourt?
Para obtener respuestas, le hemos contactado, en la prisión de Campo de Mayo, en Buenos Aires. Una llamada telefónica organizada por uno de sus amigos argentinos. Al otro lado de la línea, una voz serena. Casi divertida. Que se expresa en un francés cortés. “Prefiero no hacer la entrevista por el momento porque primero me gustaría saber su opinión sobre mi tema”, responde Mario Sandoval. “Una vez que vuestro artículo esté publicado, podría arrojar algo de luz al respecto”. Su juicio está anunciado para 2021.
Fuente: El Salto
Traducción: Ter García