México. Desde las calles y entre cerros y barrancas

Méxi­co. Des­de las calles y entre cerros y barrancas

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Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 16 de octu­bre de 2020

En memo­ria de Rocío Mesino y Ran­fe­ri Hernández,

por su espí­ri­tu combativo

que nun­ca se arredró

ante la vio­len­cia caciquil.

El sello de su lucha agrietó

los muros del poder impune,

que abrie­ron las bre­chas en la Sie­rra y la Montaña,

por los nue­vos sen­de­ros de la jus­ti­cia y los dere­chos humanos.

El recuer­do que ten­go de Arnul­fo, cuan­do era peque­ño, fue en la fecha que ase­si­na­ron a mi espo­so y a mi hijo mayor. Venían de Coatla­co con unos marra­nos que habían com­pra­do para la matan­za. Paga­ron con su vida el pre­cio de estos ani­ma­les. Al dar­me la noti­cia, me puse a llo­rar y no me que­dó de otra que mon­tar­me en el burro, para ir a reco­ger sus cuer­pos. Arnul­fo, al ver­me llo­rar, tra­tó de con­so­lar­me dicien­do: “cuan­do yo este gran­de voy a tra­ba­jar. Te voy a com­prar un car­tón de pan, para que todos coma­mos en la casa. Aho­ri­ta sufres por­que esta­mos chi­qui­tos. Cuan­do sea gran­de ya no vas a sufrir. Te voy ayu­dar para que ya no laves la ropa aje­na y no vayas al cam­po a cor­tar la leña y traer­la en el burro. Voy a estu­diar para ayu­dar a la gen­te del pue­blo, por­que no tie­ne quien la defienda”.

Arnul­fo estu­dió la pri­ma­ria en Cua­lác, pero ante la muer­te de su her­mano en 1985, se cam­bió para Hua­mux­titlán, don­de ter­mi­nó la secun­da­ria. Dia­rio cru­za­ba el rio y se lle­va­ba algu­nas tor­ti­llas para almor­zar en el camino. Así salió ade­lan­te, has­ta que se fue a Chil­pan­cin­go con el apo­yo de su her­ma­na mayor. Como no tenía dine­ro se dedi­có a ven­der tor­tas. Pos­te­rior­men­te tra­ba­jó en una fon­da lavan­do trastes.

Cuan­do venía al pue­blo, se con­tra­ta­ba como peón para plan­tar arroz. En ese tiem­po el patrón que le decían el cha­rro, me dijo “tu hijo es muy tra­ba­ja­dor. En un día sacó el tajo y lo hizo bien, por­que su plan­ta no se cae”. Nun­ca ima­gi­né que Arnul­fo, pudie­ra tra­ba­jar den­tro del agua para plan­tar el arroz. Nun­ca supe don­de apren­dió, por eso tenía mucho orgu­llo de que fue­ra una per­so­na tra­ba­ja­do­ra. No me hice ilu­sio­nes de que fue­ra a ter­mi­nar la carre­ra, por eso me dio mucha feli­ci­dad, cuan­do me dijo que ya había hecho su examen final. Lo que más me sor­pren­dió es que empe­zó a inte­re­sar­se en los pro­ble­mas de la comu­ni­dad. Tam­bién me pidió que le ense­ña­ra hablar el naua. Cuan­do iba en la secun­da­ria no le gus­ta­ba hablar­lo y como que se aver­gon­za­ba de que yo lo habla­ra. Por eso, creí que algo esta­ba pasan­do con mi hijo, por­que como abo­ga­do le gus­ta­ba acom­pa­ñar a la gen­te de las comu­ni­da­des. Veía que iba con ellos al minis­te­rio públi­co y tam­bién visi­ta­ba a los pre­sos en la cár­cel. Me acuer­do que estu­vo un tiem­po en Tla­chi­no­llan, y ahí noté que le gus­tó defen­der más a la gen­te. Hoy a mis ochen­ta años, me hace sen­ti­do lo que me decías: “mamá tu siem­pre tra­ta de ayu­dar a la gen­te, no espe­res que te vayan a dar algo. Vas ayu­dar, pero no digas que le ayu­das­te, ni que no te dio nada. No mama­ci­ta no espe­res eso”.

Arnul­fo Cerón Soriano des­pués de tra­ba­jar como ase­sor jurí­di­co en la cabe­ce­ra muni­ci­pal de Metla­tó­noc, empe­zó a defen­der a los indí­ge­nas. Estan­do en el des­pa­cho de su cuña­do, fue asu­mien­do una pos­tu­ra más cri­ti­ca sobre el queha­cer del abo­ga­do par­ti­cu­lar. Sen­tía la nece­si­dad de tener un ingre­so para sos­te­ner a sus cua­tro hijos, pero tam­bién lo inter­pe­la­ba una reali­dad injus­ta y opro­bio­sa que enfren­tan los indí­ge­nas de la Mon­ta­ña. Vivía en el dile­ma de tra­ba­jar como abo­ga­do par­ti­cu­lar o asu­mir­se como un defen­sor comu­ni­ta­rio, sin que en ese momen­to tuvie­ra cla­ri­dad sobre este rol que empe­zó a desem­pe­ñar con los mis­mos casos que defen­día. Su con­tac­to con la gen­te le ganó el cora­zón, por­que no solo le recor­da­ba su infan­cia trá­gi­ca y lle­na de caren­cias, sino que empe­za­ba a com­pren­der la pro­ble­má­ti­ca estruc­tu­ral que pade­cen los pue­blos des­de la con­quis­ta. Fue muy recep­ti­vo al movi­mien­to que emer­gió en Chia­pas, cuan­do los zapa­tis­tas dije­ron ¡Bas­ta! Tam­bién le impac­tó el movi­mien­to indí­ge­na en Gue­rre­ro, por la com­ba­ti­vi­dad del Con­ce­jo Gue­rre­ren­se 500 años de Resis­ten­cia. Aún esta­ba en la uni­ver­si­dad y veía en las calles de Chil­pan­cin­go, las his­tó­ri­cas mar­chas de los indí­ge­nas acom­pa­ña­dos de sus ban­das de vien­to. Tuvo cono­ci­mien­to de la repre­sión que vivie­ron en el gobierno de Rubén Figue­roa. Eran noti­cias que aún no las pro­ce­sa­ba como par­te de sus preo­cu­pa­cio­nes pro­fe­sio­na­les, sin embar­go, le gene­ra­ba indig­na­ción por­que “eran sus paisanos”.

Arnul­fo al igual que Anto­nio Vivar Díaz, se reen­con­tra­ron en esta lucha emble­má­ti­ca por los dere­chos huma­nos, cuan­do deci­die­ron acom­pa­ñar por varios días a las mamás y papás de los 43 estu­dian­tes des­apa­re­ci­dos el 26 de sep­tiem­bre del 2014. Des­de aque­lla noche Arnul­fo y Anto­nio, die­ron un giro en sus vidas. Se entre­ga­ron de tiem­po com­ple­to a esta cau­sa y con­tri­bu­ye­ron en la orga­ni­za­ción del Fren­te Popu­lar de Tla­pa, para empla­zar a las auto­ri­da­des de los tres nive­les de gobierno a dar con el para­de­ro de los 43 nor­ma­lis­tas. Con el apo­yo de maes­tros y maes­tras de la CETEG y varias orga­ni­za­cio­nes de la región toma­ron el ayun­ta­mien­to de Tla­pa, como par­te de los acuer­dos asu­mi­dos por la Asam­blea Nacio­nal Popu­lar en Ayotzi­na­pa, de boi­co­tear las elec­cio­nes y con­for­mar los Con­se­jos Popu­la­res Muni­ci­pa­les. Esta lucha ha sido ardua y sór­di­da, por­que al inte­rior de las ins­ti­tu­cio­na­les guber­na­men­ta­les se han empo­tra­do estruc­tu­ras delin­cuen­cia­les que pro­te­gen intere­ses par­ti­cu­la­res. La denun­cia públi­ca y la pro­tes­ta social ha sido el antí­do­to para las auto­ri­da­des corrup­tas e impu­nes, que no tole­ran a las defen­so­ras y defen­so­res de dere­chos huma­nos, así como a las orga­ni­za­cio­nes socia­les inde­pen­dien­tes que han incre­pa­do al poder y des­nu­da­do sus tropelías.

Arnul­fo Cerón Soriano se hizo defen­sor al tro­pel de la lucha, en el cami­nar dia­rio al lado de los colo­nos, comer­cian­tes ambu­lan­tes, auto­ri­da­des comu­ni­ta­rias, amas de casa y estu­dian­tes. Sin pre­ten­der­lo asu­mió el com­pro­mi­so de ser por­ta­voz de sus deman­das y recla­mos, de exi­gir a las auto­ri­da­des aten­ción y res­pe­to a la pobla­ción indí­ge­na secu­lar­men­te dis­cri­mi­na­da. Ape­ló jun­to con el Fren­te Popu­lar de la Mon­ta­ña a la pro­tes­ta públi­ca, como últi­mo recur­so para ejer­cer su dere­cho a ser escu­cha­dos y aten­di­dos. Por estar de lado de los des­pro­te­gi­dos, fue ubi­ca­do como un actor inco­mo­do, como una per­so­na intran­si­gen­te, como un bra­vu­cón que no res­pe­ta­ba a las auto­ri­da­des. La fór­mu­la que uti­li­za­ron fue deni­grar su papel de defen­sor, de acu­sar­lo como un far­san­te y vivi­dor, de evi­den­ciar­lo ante la opi­nión públi­ca como alguien que lucra con la lucha social. La cam­pa­ña de des­pres­ti­gio fue par­te de este via­cru­cis de la cri­mi­na­li­za­ción de su lucha como defen­sor. Pos­te­rior­men­te, lle­ga­ron las ame­na­zas tele­fó­ni­cas y la vigi­lan­cia de sus movi­mien­tos que rea­li­za­ba con orga­ni­za­cio­nes her­ma­nas. Se le colo­có en la miri­lla para ver en que momen­to podrían actuar con­tra su per­so­na. Tra­ta­ron de doble­gar­lo, de inti­mi­dar­lo de sacar­lo de esta órbi­ta de los dere­chos huma­nos. Su com­pro­mi­so por esta cau­sa le impi­dió clau­di­car, optó por no gene­rar des­con­cier­to al inte­rior de su fami­lia, ni des­ani­mo entre las filas de su organización.

A pesar de las ame­na­zas y del temor fun­da­do que tenía, se man­tu­vo fir­me en las jor­na­das de pro­tes­ta. Intuía que cami­na­ba en un terreno mina­do por la vio­len­cia y que en el con­tex­to de impu­ni­dad y com­pli­ci­dad que exis­tía entre acto­res esta­ta­les y de la delin­cuen­cia orga­ni­za­da, podría ges­tar­se una acción letal con­tra su per­so­na. Lo lle­gó a sen­tir como algo inmi­nen­te, por eso en sus noches de insom­nio, se levan­ta­ba para leer pasa­jes de la biblia que lo reani­ma­ran. Los tex­tos de los pro­fe­tas del nue­vo tes­ta­men­to fue­ron sus lec­tu­ras pre­fe­ri­das, tam­bién el libro de Job. Sus visi­tas casi dia­rias al cen­tro de reha­bi­li­ta­ción que fun­dó y que le puso por nom­bre “Luz de la últi­ma Espe­ran­za”, era un espa­cio de reen­cuen­tro don­de com­par­tía su expe­rien­cia, de como había logra­do salir del pan­tano de la embria­guez. Era una tera­pia que lo for­ta­le­cía y reafir­ma­ba sus con­vic­cio­nes de estar siem­pre al lado de quie­nes nece­si­tan ayu­da. Adqui­rió una for­ta­le­za de espí­ri­tu que le dio con­sis­ten­cia a su lucha como defen­sor de los dere­chos humanos.

La trá­gi­ca noche del 11 de octu­bre, Arnul­fo salió de su casa a una reu­nión, y ya no regre­só. Fue lle­va­do a una casa de segu­ri­dad, don­de lo inte­rro­ga­ron y tor­tu­ra­ron. Lo asfi­xia­ron, arran­cán­do­le la vida. Los per­pe­tra­do­res le espe­ta­ban su cons­tan­te acti­vis­mo en las mar­chas y blo­queos, con­tra el ayun­ta­mien­to de Tla­pa, y su renuen­cia a aban­do­nar el movi­mien­to, pese a las adver­ten­cias de que le cos­ta­ría muy caro, este desa­fío. Su des­apa­ri­ción y ase­si­na­to deve­lan un modus ope­ran­di letal con­tra defen­so­res y defen­so­ras de dere­chos huma­nos. Es una cri­mi­na­li­dad de alto impac­to, que bus­ca sepul­tar los sue­ños de jus­ti­cia por la que luchan los pue­blos y orga­ni­za­cio­nes socia­les. Su per­ver­si­dad es aca­llar las voces de hom­bres y muje­res, que han asu­mi­do el com­pro­mi­so de defen­der las cau­sas de quie­nes sufren el fla­ge­lo de la pobre­za y la vio­len­cia. En este cli­ma de impu­ni­dad don­de se han colu­di­do los gru­pos del cri­men orga­ni­za­do con las auto­ri­da­des loca­les para esta­ble­cer nego­cios ilí­ci­tos al ampa­ro del poder públi­co, se lle­ga al extre­mo de aten­tar con­tra la vida de los defen­so­res y defen­so­ras de dere­chos huma­nos, como suce­dió con Rocío Mesino, Ran­fe­ri Her­nán­dez y Arnul­fo Cerón Soriano, quie­nes lamen­ta­ble­men­te fue­ron ase­si­na­dos en el mes de octu­bre. Des­de las calles y entre los cerros y barran­cas, abrie­ron las bre­chas de la sie­rra y la Mon­ta­ña para defen­der los dere­chos humanos.

Publi­ca­do ori­gi­nal­men­te en Tla­chi­no­llan

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