Por Silvio Falcón. Resumen Latinoamericano, 19 de octubre de 2020.
La pandemia lo cambió todo en América Latina. Cinco países de la región —Brasil, Colombia, Perú, Argentina y México— suman entre ellos más de un 22% de los casos confirmados a nivel global. Un informe de la Cepal vaticina la peor crisis en cien años.
América Latina comenzó este atípico 2020 en una situación de clara transición. Después de la década progresista, un giro conservador se abrió paso en el continente, con países como Bolivia o Brasil, entre otros, dejando atrás gobiernos de izquierda para dar paso a gobiernos de derecha. Las protestas ciudadanas en Chile o Ecuador parecían apuntar el inicio de un nuevo ciclo caracterizado por la tensión entre la calle y los gobiernos conservadores, mayoritarios en la región. En el otro lado de la balanza, encontramos a México y Argentina, actuando como contrapunto progresista en clave geopolítica. Pero llegó la pandemia.
Los efectos del impacto de la covid-19 han sido especialmente brutales en la región. A mes de octubre de 2020, hasta un total de cinco países latinoamericanos se encuentran entre los diez Estados con más personas infectadas. Estos son Brasil, Colombia, Perú, Argentina y México, que suman entre ellos más de un 22% de los casos confirmados a nivel global. Los países citados suman más de 8,2 millones de contagios y hasta un tercio de las muertes a nivel mundial —más de 300.000 — . Si bien cabe mencionar el hecho de que solo en Brasil el total de casos se acerca ya a los cinco millones, debemos convenir que el impacto de la crisis sanitaria ha sido especialmente profundo en América Latina.
La pandemia ha paralizado temporalmente el conjunto de protestas que ponían en jaque a diferentes gobiernos latinoamericanos como el de Chile y han retrasado las importantes elecciones generales de Bolivia. Una transición en suspenso que ha frenado el tan pronosticado nuevo rol geopolítico de Argentina y México como líderes regionales. En estos meses de pandemia ha sido escogido el secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA) y el presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Ambas decisiones han sido victorias estratégicas de los Estados Unidos en el tablero regional, hecho que añade más relevancia a las elecciones de noviembre.
El impasse que el coronavirus ha generado a nivel geopolítico ha comportado también que la cuestión venezolana —siempre polarizadora— haya tomado un nuevo cauce marcado por las elecciones legislativas previstas para diciembre. La posible participación en los comicios de parte de la oposición y el posible aplazamiento de estos ha dado lugar a una ofensiva diplomática por parte de la Unión Europea y de un realineamiento de Argentina en apoyo del Grupo de Lima. En suma, la política latinoamericana se ha enrocado en una transición compleja, con múltiples aristas y conflictos activos.
La reciente publicación del Estudio Económico de América Latina y el Caribe 2020 por parte de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) ha puesto de manifiesto una situación sin precedentes. La región estaría viviendo la peor crisis económica en más de un siglo, según los datos que se arrojan. Esta situación estaría teniendo un impacto más grande en los entornos urbanos —donde el virus es más presente — , en la destrucción de empleo y en el desarrollo de actividades ligadas a la economía informal.
América Latina es la región más urbanizada del mundo en desarrollo: un 80% de su población vive en zonas urbanas —según datos de la Cepal—. La alta concentración poblacional que caracteriza a los países latinoamericanos siempre ha supuesto un reto en materia de reducción de desigualdades: desde las favelas de Rio a la gigantesca Ciudad de México. A esta problemática ha venido a sumarse el coronavirus y su impacto.
El informe de la Cepal se fija en el caso de Lima, donde residen más de 11 millones de personas, un 32% de la población del país. La reducción del número de ocupados en el trimestre abril-junio fue de un 55% en relación con el mismo trimestre del año anterior. Dicho de otra manera, 2,7 millones de personas dejaron de trabajar solo en la capital peruana. En Brasil, de marzo a mayo se destruyeron más de siete millones de empleos, mientras que en Chile el número de desocupados creció en 1,5 millones. La desocupación ha tenido consecuencias más negativas en sectores como el servicio doméstico, la hostelería, el comercio, la construcción y la manufactura.
Las previsiones económicas de la Cepal para América Latina en 2020 son especialmente crudas: se espera una contracción económica del 9,3%, un ascenso de la tasa de pobreza al 37,3% y un incremento de la tasa de desocupación hasta el 13,5%. Las proyecciones, a nivel de país, prevén una caída del PIB este año del 13% en Perú, de un 10,5% en Argentina y de un 9% en dos potencias como Brasil y México. También se espera que el descenso del precio de las materias primas o la reducción del comercio global afecten negativamente.
Una agenda pospandemia
Las protestas de 2019 tenían un denominador común: eran movilizaciones antigubernamentales que exigían activar políticas públicas dirigidas a la redistribución. La pandemia global y su mayor incidencia en áreas urbanas densamente pobladas hace necesario un plan de reconstrucción de grandes proporciones para poder afrontar la crisis venidera.
La Cepal ha acompañado su informe de una serie de recomendaciones. En este sentido, Alicia Bárcena —su Secretaria Ejecutiva— apuntó recientemente la necesidad de generar economías resilientes, inclusivas, sostenibles, que protagonicen una transición energética hacia un modelo limpio y que promuevan la economía del cuidado y la recuperación de una agricultura ecológica. Además, destacó un elemento clave: la necesidad de un mayor grado de integración regional. Es ciertamente recalcable ver a un organismo de Naciones Unidas emitir recomendaciones tan profundas y concretas sobre el devenir de la región.
Una situación límite como la actual debe dibujar una agenda pospandemia conjunta; que sea de mínimos, pero a la vez con objetivos ambiciosos a medio plazo. Latinoamérica tendrá que definir como se enfrenta a tres retos principales que afectan a tres ámbitos diferentes: inequidad, inestabilidad política y reto urbano.
La lucha contra la desigualdad deberá comportar nuevas y creativas medidas para paliar la pobreza extrema (implantando bonos sociales para garantizar el acceso a bienes básicos) y para garantizar un mínimo de dignidad vital (a través de rentas de inserción o de emergencia). Sin duda, es el momento de evaluar —con los números en la mano— la posible creación de una renta básica universal.
La inestabilidad política y los conflictos abiertos en el continente deben ser afrontados con diálogo político, negociación y resueltos a través de medios democráticos. Parece sencillo, pero no lo es: no se entenderían de ese modo las salidas del gobierno de Dilma Rousseff o Evo Morales, el estilo de gobierno en países como Nicaragua o El Salvador, y, en términos globales, el alto grado polarización política existente en la región.
Por último, el reto de la distribución poblacional es mayúsculo. Las megaciudades y las extensas áreas metropolitanas son fuente de desigualdad y, ahora también, foco de infección. Mientras tanto, la mayor parte de actividades económicas no pueden ejercer el teletrabajo y más de 40 millones de hogares no disponen de conectividad digital. Luchar para imponerse a la brecha digital y generar nuevos empleos ligados a la red ayudarán a redefinir las ciudades del futuro en la región.
En conclusión, la crisis económica genera muchas incertidumbres pero puede ser una oportunidad para apostar decididamente por la resolución de las desigualdades, abandonando el claroscuro de una etapa de transición.
Fuente: El Salto