Resumen Latinoamericano, 25 octubre 2020.
Más allá de lo anecdótico, el intercambio entre el republicano que aspira a la relección y el exvicepresidente demócrata que busca volver a la Casa Blanca fue una nueva exhibición del alarmante deterioro de la democracia estadunidense. No sólo por la ausencia de propuestas sino por lo cercanas que resultan unas posturas que se pretenden antagónicas.
Jueves de noche tuvo lugar el último debate entre Donald Trump y Joe Biden rumbo a las elecciones presidenciales estadunidenses del próximo martes 3 de noviembre. La Comisión de Debates Presidenciales determinó que los temas de discusión en el evento que se realizó a sólo 13 días de los comicios fueran el coronavirus, las familias estadunidenses, las relaciones raciales, el cambio climático, la seguridad nacional y el liderazgo. Asimismo, como una aparente medida para evitar que el mandatario repitiera su bochornosa conducta del debate anterior, la comisión decidió silenciar el micrófono de cada candidato durante algunos tramos del debate.
El debate se desenvolvió en el mismo tono que ha marcado toda la campaña electoral: un Trump que miente de manera abierta sin pestañear, que hace afirmaciones delirantes –como la ya manida especie de presentarse como el mandatario que ha hecho más por la población negra desde Abraham Lincoln– y que se rehúsa a reconocer cualquier error en su administración; y un Biden titubeante, poco convincente, y en serias dificultades para responder a las acusaciones lanzadas y defender la credibilidad de su agenda. Ejemplo de esta dinámica es que el magnate descalificara a su oponente en repetidas ocasiones con el argumento de que todos sus proyectos debió llevarlos a cabo mientras estuvo en el gobierno de Barack Obama, y que a Biden le tomara más de una hora señalar el bien conocido motivo por el cual se empantanaron casi todas las intenciones demócratas entre 2008 y 2016: el sistemático bloqueo republicano en el Congreso.
Más allá de lo anecdótico, el intercambio entre el republicano que aspira a la relección y el exvicepresidente demócrata que busca volver a la Casa Blanca fue una nueva exhibición del alarmante deterioro de la democracia estadunidense. No sólo por la ausencia de propuestas o reflexiones, y por el formato de espectáculo mediático que caracteriza a estos actos tanto en Washington como en otras latitudes, sino por lo cercanas que resultan unas posturas que se pretenden antagónicas. Cabe calificar como una denegación de la democracia el que en un sistema bipartidista, lleno de candados para impedir la entrada de nuevas formaciones políticas, los ciudadanos se vean forzados a elegir entre dos alternativas difíciles de distinguir.
Lo anterior es cierto de manera aguda y lamentable en lo que respecta a la política exterior y a la concepción del papel de Estados Unidos en los asuntos globales. Aunque es algo sabido de larga data, el consenso imperial vigente entre la clase política estadunidense quedó patente en la demonización demagógica que ambos candidatos realizaron contra las naciones que Washington considera como enemigas, en especial China, Irán y Rusia. En esta competencia por demostrar credenciales imperialistas, Biden llegó a amenazar a dichos países con hacerles pagar por su presunta injerencia en las elecciones. La cercanía efectiva entre los contendientes fue también transparente en el ámbito migratorio, durante cuya discusión se evidenció que el único interés de uno y otro era atraerse el voto latino, sin importar que durante sus respectivos encargos hayan impulsado políticas hostiles a esta comunidad.
En lo fundamental, el debate de ayer clarificó que ni México ni el resto del mundo pueden esperar nada positivo del gobierno surgido de los próximos comicios en la superpotencia, sea cual sea su signo.
Fuente: Rebelion