Argen­ti­na. Lucha por el buen vivir

Por María Cruz Ciar­nie­llo, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 10 de noviem­bre de 2020. 

Son muje­res ori­gi­na­rias de la comu­ni­dad qom de Rosa­rio. Con reco­rri­dos de vida dife­ren­tes, asu­men el acti­vis­mo indí­ge­na todos los días. Des­de el sos­tén de un cen­tro comu­ni­ta­rio has­ta dar cla­ses en una radio de la comu­ni­dad. La poten­cia de encon­trar­se con otras en los movi­mien­tos de muje­res indí­ge­nas. El terri­ci­dio y la defen­sa de la len­gua ori­gi­na­ria. Cuer­po e iden­ti­dad. La micro­po­lí­ti­ca que no está en agenda.

En la can­cha, piso de tie­rra, deba­jo de los dos palos, Noe­lia Napo­ri­chi cus­to­dia su arco. A veces deja los guan­tes a un lado para jugar en la defen­sa, correr por las ban­das o el cen­tro y fre­nar el ata­que del equi­po rival. Dice que el fút­bol le ense­ñó a no ren­dir­se. Jue­ga con las pibas en el potre­ro o en el pla­yón del barrio y has­ta el año pasa­do en el club Rosa­rio Cen­tral, adon­de espe­ra vol­ver en el 2021.

El fút­bol es una de sus pasio­nes. La otra es la pelu­que­ría, el ofi­cio que con suer­te le per­mi­te ganar­se algu­na mone­da para sub­sis­tir en medio de la pan­de­mia. De día, Noe­lia sue­ña con tener su pro­pio salón de pei­na­do y vol­ver a cal­zar­se la cami­se­ta cana­lla del club de sus amo­res. De noche tam­bién sue­ña, aun­que muchas veces la des­ve­le la vio­len­cia que se ensa­ña, sobre­to­do, con­tra los jóve­nes de sus comunidad.

Cada tan­to recuer­da su infan­cia en Cas­te­lli, pro­vin­cia de Cha­co. Fue cria­da por sus abuelxs en el cam­po y allí vivió has­ta que un día en la escue­la la obli­ga­ron a cor­tar­se el cabe­llo, tan sagra­do para las muje­res ori­gi­na­rias. Pade­ció un racis­mo estruc­tu­ral que no reco­no­ce fron­te­ras ni eda­des. “Había un pre­cep­tor que me decía que por ser india no iba a pasar de gra­do o que no tenía opor­tu­ni­da­des de ser alguien en la vida”, recuer­da hoy con sus 26 años.

Se fue de Cha­co a los 14 años y lle­gó a Rosa­rio para estu­diar y encon­trar­se con su mamá. “Acá empe­cé a hacer mi camino, a ver cómo es una ciu­dad, las dife­ren­cias que tene­mos por vivir en una urba­ni­za­ción y por vivir en el mon­te, y tam­bién a sen­tir cómo es ese racis­mo que se vive en la escue­la”. En esta urbe Noe­lia se topó con la mis­ma dis­cri­mi­na­ción racial que sufrió en Cas­te­lli. Pero acá, en la que aho­ra es su tie­rra, supo defen­der sus dere­chos y sus deseos. Noe­lia for­jó gran par­te de su mili­tan­cia en el barrio don­de habi­ta una de las comu­ni­da­des qom, ubi­ca­da en lo que se deno­mi­na Barrio Toba Muni­ci­pal, Roui­llón y Mara­do­na, zona sudoes­te de Rosa­rio. En esta tie­rra que tan­to defien­de, fun­dó el Cen­tro Comu­ni­ta­rio por el Buen Vivir en la casa de su madre que, en tiem­pos de Covid-19, entre­ga ali­men­tos para unas 120 fami­lias del barrio, empe­zó a par­ti­ci­par de asam­bleas, a coor­di­nar espa­cios para jóve­nes y ancianxs, a tra­ba­jar jun­to a equi­pos inter­dis­ci­pli­na­rios en salud y adic­cio­nes, y a ser par­te ade­más, del Movi­mien­to de Muje­res Indí­ge­nas por el Buen Vivir.

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(Ima­gen: Movi­mien­to de Muje­res Indí­ge­nas por el BuenVivir)

Lilia­na siem­pre supo que que­ría ser maes­tra. Tenía un deseo: ense­ñar su pro­pia len­gua. No lo hizo has­ta que tuvo 42 años y cum­plió su sue­ño: empe­zó a estu­diar el Pro­fe­so­ra­do para ser una de las docen­tes inter­cul­tu­ra­les bilin­gües que hay en Rosa­rio. Pero lle­gó la pan­de­mia y con ella, la sus­pen­sión de cla­ses en todo el país. Lilia­na Meza toda­vía espe­ra poder con­cur­sar para un car­go. Dice que hay pocos, aun­que cada vez haya más maestrxs idó­neos que­rien­do ense­ñar la len­gua indígena.

Nació en Colo­nia Abo­ri­gen, Cha­co, por­que su mamá, que había migra­do en la déca­da del seten­ta, via­jó a su tie­rra natal para ser aten­di­da por su madre, la par­te­ra de la comu­ni­dad. A los pocos días regre­sa­ron a la ciu­dad para asen­tar­se defi­ni­ti­va­men­te en Villa Bana­na, sien­do una de las pri­me­ras fami­lias en poblar la enor­me barria­da de la zona oes­te. Allí vivió has­ta los 20 años. Allí estu­dió en la escue­la Pizurno don­de dice no haber sen­ti­do la dis­cri­mi­na­ción que sí pade­ció en las calles “por vivir en la villa y ser indígena”.

Cuan­do era niña juga­ba a tener un para­güas mági­co que la cubría y la pro­te­gía de las “mira­das de reo­jo”, de las pala­bras que dolían y que ape­nas enten­día. Pero Lilia­na cre­ció y ese para­guas de a poco fue des­apa­re­cien­do. Que­dó emba­ra­za­da antes de ter­mi­nar el quin­to año del secun­da­rio ‑que más ade­lan­te pudo fina­li­zar gra­cias al Plan Fines- se casó y se ale­jó de su barrio y su comunidad.

Pero cuan­do su hijo tenía seis años, Lilia­na sin­tió que tenía que hacer algo. Recuer­da ese día casi a la per­fec­ción. “Me man­dan una tarea de la escue­la don­de tenia que lle­var algo con res­pec­to a la diver­si­dad de cul­tu­ras, y en los libros no encon­tré nada de lo que era cier­to, no era la ver­sión de mi Pue­blo. Enton­ces, escri­bo un peque­ño tex­to refe­ri­do a mi mamá que se lla­ma­ba “mujer tra­ba­ja­do­ra”, es decir escri­bí sobre la vida de mi mamá en el cam­po, lo que nos ense­ñó y trans­mi­tió de nues­tra cul­tu­ra ancestral”.

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(Ima­gen: Movi­mien­to de Muje­res Indí­ge­nas por el BuenVivir)

Así fue como la pro­fe­so­ra de su hijo la invi­tó a par­ti­ci­par del acto esco­lar por el 12 de octu­bre y con­tar su pro­pia his­to­ria. Enton­ces Lilia­na, aque­lla coci­ne­ra dedi­ca­da a las tareas del hogar, ale­ja­da de su barrio y su Cha­co natal, la que soña­ba en su infan­cia con tener super­po­de­res para defen­der­se de la dis­cri­mi­na­ción, se trans­for­mó en una edu­ca­do­ra popular.

—Ahí fue cuan­do sen­tí que tenía que hacer eso, visi­bi­li­zar a quie­nes somos olvi­da­dos. Y des­de ese día fue un cam­bio radi­cal en mi vida.

Fue en Rosa­rio don­de Noe­lia Napo­ri­chi cono­ció a la acti­vis­ta indí­ge­na mapu­che Moi­ra Millán. Tenía 17 años y escu­char­la fue como empe­zar a “des­per­tar­se”. Se sumó a la Mar­cha de Muje­res Ori­gi­na­rias que se ges­tó en Rosa­rio y que lue­go deri­vó en la con­for­ma­ción del Movi­mien­to de Muje­res Indí­ge­nas por el Buen Vivir. Noe­lia encon­tró un espa­cio para cami­nar jun­to a otras, her­ma­na­das en una mis­ma lucha por la tie­rra, por la iden­ti­dad y con­tra la vio­len­cia hacia sus cuer­pos. 36 nacio­nes ori­gi­na­rias inte­gran el Movi­mien­to de Muje­res Indí­ge­nas por el Buen Vivir y ya lle­van rea­li­za­do dos Par­la­men­tos don­de se poten­cian las his­to­rias y las estra­te­gias de lucha. Noe­lia dice que gra­cias al Movi­mien­to apren­dió a no tener mie­do. A poder hablar, a plan­tar­se y defen­der sus dere­chos. En el acti­vis­mo, jun­to a otras y otres, cono­ció resis­ten­cias ances­tra­les pari­das entre mon­tes impe­ne­tra­bles, lagos y montañas.

Es que los terri­to­rios cam­bian en pai­sa­jes pero la pelea es la mis­ma: como cuan­do ocu­pa el arco, Noe­lia tie­ne en cla­ro qué defien­de. Se defi­ne como “anti­rra­cis­ta y anti­pa­triar­cal”. No se reco­no­ce como “femi­nis­ta” por­que sien­te en gran par­te del movi­mien­to la influen­cia de un femi­nis­mo blan­co y euro­peo que lejos está de la lucha ances­tral de las muje­res negras e indí­ge­nas lati­no­ame­ri­ca­nas. Pero sí se la ve en las mar­chas que el movi­mien­to con­vo­ca en Rosa­rio, en las asam­bleas femi­nis­tas levan­ta­do su voz para ser escu­cha­da, en las acti­vi­da­des que con­ju­ra jun­to a sus her­ma­nas negras afro­des­cen­dien­tes. Con ellas com­par­te una mis­ma mane­ra de enten­der los femi­nis­mos por­que sus cuer­pos han sopor­tan­do las mis­mas vio­len­cias. “No todas las muje­res tene­mos los mis­mos pri­vi­le­gios. No todas se sien­ten o se pien­san muje­res. Hay mucho por inter­pe­lar den­tro de los femi­nis­mos”, dice.

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(Ima­gen: Movi­mien­to de Muje­res Indí­ge­nas por el BuenVivir)

Lilia­na no lo pen­só dos veces. Levan­tó el telé­fono y se comu­ni­có con Maria­na Segu­ra­do ni bien supo que esta maes­tra de gra­do esta­ba dan­do cla­ses a tra­vés del aire de la radio que tie­ne la comu­ni­dad qom del barrio Los Pumi­tas. Recien­te­men­te egre­sa­da del pro­fe­so­ra­do bilin­güe le pro­pu­so a Maria­na con­for­mar una dupla peda­gó­gi­ca y sumar­se a las cla­ses radia­les para trans­mi­tir­le a los y las niñas de la comu­ni­dad sus sabe­res, leyen­das indí­ge­nas, y tra­du­cir en len­gua qom el con­te­ni­do de las cla­ses. A pesar de vivir en otro extre­mo de la ciu­dad, Lilia­na via­jó todas las maña­nas a la radio ubi­ca­da en los Pumi­tas, zona noroes­te de Rosa­rio. Fue su pri­me­ra expe­rien­cia como maes­tra bilin­güe y la recuer­da con emoción.

Escri­be poe­sía y es una afi­cio­na­da de la foto­gra­fía por­que encon­tró en el arte una de las mane­ras para visi­bi­li­zar la cul­tu­ra y la iden­ti­dad indí­ge­na. Su raíz es su pro­pia len­gua qom, la que dice que no siem­pre se apren­de por el mie­do a ser dis­cri­mi­na­dos. “Mi abue­la le ense­ñó a mi mamá, pero no a sus her­ma­nos meno­res por­que en la escue­la le tenían prohi­bi­do hablar en qom. Y yo cuan­do la veía a mi mamá hablar su pro­pia len­gua, ges­ti­cu­la­ba dis­tin­to, era más expre­si­va, más libre. El cas­te­llano la limitaba”.

Sin embar­go, y a pesar de no haber apren­di­do el idio­ma qom l’aqtac de chi­ca ni haber­se cria­do en el Cha­co, la trans­mi­sión oral de los sabe­res ances­tra­les fue fun­da­men­tal. Ella dice algo sim­ple: “Podés vivir en cual­quier lado, pero siem­pre per­te­ne­ces a esa tie­rra don­de nacis­te. Es tuya, por más que te la quie­ran robar”.

En el año 2014, la ciu­dad de Rosa­rio tuvo su Pri­mer Cen­so de Pue­blos Ori­gi­na­rios lle­va­do ade­lan­te por la Muni­ci­pa­li­dad y el Con­se­jo de Coor­di­na­ción y Par­ti­ci­pa­ción de Polí­ti­cas Públi­cas Indí­ge­nas. Has­ta ese año Rosa­rio no con­ta­ba con cifras ni rele­va­mien­tos espe­cí­fi­cos ‑más allá del Cen­so de 2010-que pudie­ran dar cuen­ta del cre­ci­mien­to y la reali­dad de las comu­ni­da­des indí­ge­nas a nivel municipal.

En ese Cen­so se regis­tra­ron un total de 6521 per­so­nas ori­gi­na­rias, de las cua­les 4717 per­te­ne­cían al pue­blo qom, en su mayo­ría, radi­ca­das en el Dis­tri­to Oes­te de Rosa­rio. Entre otros datos, el Cen­so daba cuen­ta que solo un 20% de los naci­dos en Rosa­rio habla­ba la len­gua indí­ge­na. El por­cen­ta­je aumen­ta­ba a un 57,5% entre quie­nes habían migra­do a la ciu­dad. Ade­más, ape­nas un 16% de los naci­dos en Rosa­rio podía escri­bir en su pro­pio idio­ma. Tam­bién era noto­ria la bre­cha de géne­ro en dos varia­bles: mayor anal­fa­be­tis­mo en muje­res y mayor tasa de acti­vi­dad labo­ral en varo­nes. En cuan­to al acce­so a la salud, el cen­so visi­bi­li­zó algo fun­da­men­tal: el rol esen­cial de los cen­tros de salud en los barrios don­de habi­tan las comu­ni­da­des. Es que más del 80% de la pobla­ción indí­ge­na no con­ta­ba con nin­gún tipo de cober­tu­ra en salud.

Tener esta­dís­ti­cas per­mi­te dimen­sio­nar las nece­si­da­des y al mis­mo tiem­po, todo lo que toda­vía hace fal­ta hacer en mate­ria de ampli­tud y reco­no­ci­mien­to de dere­chos para los pue­blos pre­exis­ten­tes al Esta­do Nación, más allá de leyes vigen­tes como la 26.206 o la 26.160, el Con­ve­nio 169 de la OIT o lo que esta­ble­ce la mis­mí­si­ma Cons­ti­tu­ción Nacio­nal, letra muer­ta cuan­do se la con­tras­ta con la reali­dad que sufren las comu­ni­da­des indí­ge­nas en Argen­ti­na. Fal­ta de acce­so a la salud inte­gral e inter­cul­tu­ral, a la jus­ti­cia, a la edu­ca­ción, al tra­ba­jo, a la vivien­da dig­na. La deu­da es his­tó­ri­ca: son más de 500 años de una vul­ne­ra­ción sis­te­má­ti­ca de dere­chos esenciales.

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(Ima­gen: Movi­mien­to de Muje­res Indí­ge­nas por el BuenVivir)

A su vez, la pan­de­mia por el Covid-19 dejó al des­cu­bier­to otras enor­mes vio­la­cio­nes a los dere­chos huma­nos: la fal­ta de conec­ti­vi­dad en muchos barrios, los des­alo­jos, el des­mon­te indis­cri­mi­na­do que obli­ga a migrar de mane­ra for­zo­sa y la vio­len­cia ins­ti­tu­cio­nal, de todo tipo, que sufren las comu­ni­da­des de nor­te a sur del país. Cha­co, Sal­ta, Jujuy, la Pata­go­nia, el Lito­ral. Pue­blos mapu­ches, moqoit, gua­ra­ní, coya, dia­gui­ta, ayma­ra, wichis, qom, y tan­tos más.

En algu­nos terri­to­rios, la vio­len­cia poli­cial y la emer­gen­cia sani­ta­ria, eco­nó­mi­ca y habi­ta­cio­nal impac­ta con más cruel­dad. Así al menos lo seña­la un rele­va­mien­to de 500 pagi­nas rea­li­za­do en el mar­co del ASPO por más de cien inves­ti­ga­do­res e inves­ti­ga­do­ras, beca­rios y beca­rias, tesis­tas, entre otros roles, nuclea­dos en 30 equi­pos, 12 uni­ver­si­da­des nacio­na­les y depen­den­cias de la Comi­sión Nacio­nal de Inves­ti­ga­cio­nes Cien­tí­fi­cas y Téc­ni­cas (Coni­cet). Allí seña­lan: “Coin­ci­di­mos en nues­tra preo­cu­pa­ción por los efec­tos de la expan­sión del COVID-19 y del ais­la­mien­to en los pue­blos ori­gi­na­rios, ya que sabe­mos de su des­igual acce­so a la salud, a la edu­ca­ción, a inter­net, a la jus­ti­cia, a la vivien­da, a un tra­ba­jo digno. Por­que nos ima­gi­ná­ba­mos con­se­cuen­cias posi­bles, como las que lamen­ta­ble­men­te pode­mos leer en estas pági­nas. Tal es el caso de los diver­sos hechos de vio­len­cia, abu­sos de la jus­ti­cia y fuer­zas de segu­ri­dad, mal­tra­tos en cen­tros de salud, des­mon­tes ile­ga­les y tam­bién medios de comu­ni­ca­ción atri­bu­yen­do a supues­tas “pau­tas cul­tu­ra­les” la expan­sión de con­ta­gios en los barrios popu­la­res don­de resi­de pobla­ción indí­ge­na en Resis­ten­cia, Tar­ta­gal, Gran Bue­nos Aires, o en tan­tos rin­co­nes de nues­tra Argentina”.

En agos­to, Ami­nis­tía Inter­na­cio­nal pre­sen­tó un infor­me que pre­sen­ta más de 20 casos en todo el país en los que las comu­ni­da­des indí­ge­nas sufren des­pro­por­cio­na­da­men­te los efec­tos de la pan­de­mia y sus medi­das. El rele­va­mien­to inclu­ye la repre­sión poli­cial del 7 de mayo en Rosa­rio, en el barrio qom de Roui­llon y Mara­do­na. “En Cha­co, Río Negro, San­ta Fe y Tucu­mán hemos rele­va­do situa­cio­nes de abu­so de la fuer­za por par­te de las fuer­zas de segu­ri­dad. Por ejem­plo, en Cha­co se han hecho públi­cos al menos dos casos en que las fuer­zas poli­cia­les habrían rea­li­za­do ope­ra­ti­vos vio­len­tos y abu­sa­ron del uso de la fuer­za. El caso del Barrio Ban­de­ra en Fon­ta­na, que tuvo enor­me reper­cu­sión públi­ca; y una situa­ción en Pam­pa del Indio en la cual habrían dis­pa­ra­do por la espal­da a 3 per­so­nas que se encon­tra­ban cazan­do, hirien­do de gra­ve­dad a uno de ellos”.

Revis­ta Cítri­ca fue el medio auto­ges­ti­vo que tuvo acce­so a la fil­ma­ción de las cáma­ras de segu­ri­dad de la Comi­sa­ría Ter­ce­ra de Fon­ta­na la madru­ga­da del 31 de mayo. Esa noche poli­cías rap­ta­ron a dos chi­cos y dos chi­cas de la comu­ni­dad qom. A los chi­cos los tor­tu­ra­ron, a las chi­cas las abu­sa­ron. En la tar­de del 23 de julio en la comu­ni­dad gua­ra­ní Che­rú Tum­pa, en Colo­nia San­ta Rosa, Sal­ta, una mujer fue dete­ni­da y 18 per­so­nas resul­ta­ron heri­das con balas de goma, entre ellas, seis niñes. La mujer fue arres­ta­da sin orden judi­cial ade­más de ser gol­pea­da brutalmente.

#Bas­ta­de­Chi­neo es la cam­pa­ña que reali­zó el Movi­mien­to de Muje­res Indí­ge­nas por el Buen Vivir que inte­gra Noe­lia. Denun­cian el abu­so sis­te­má­ti­co, silen­cia­do y natu­ra­li­za­do y las tor­tu­ras con­tra muje­res y niñas indí­ge­nas por par­te de crio­llos con cier­to poder eco­nó­mi­co y social. “El chi­neo es una prác­ti­ca colo­nial que hoy con­ti­nua exis­tien­do en mano de los crio­llos, las empre­sas trans­na­cio­na­les que ope­ran en nues­tros terri­to­rios, las fuer­zas de inse­gu­ri­dad del Esta­do y el patriar­ca­do que atra­vie­sa nues­tras comu­ni­da­des” dice el Movi­mien­to. En el audio­vi­sual que rea­li­za­ron hay tes­ti­mo­nios: “Mi hija ape­nas cum­plió los 15 años cuan­do le qui­ta­ron la feli­ci­dad y la ino­cen­cia. Des­de allí ella siem­pre tuvo mie­do, ya nun­ca más va a estar tran­qui­la. Siem­pre con mie­do. Cuan­do tenía 15 años le com­pré una tor­ta para hacer­le el cum­ple y des­apa­re­ció. Creí que esta­ba en casa de un fami­liar pero no era así. La secues­tra­ron de la comu­ni­dad y se la lle­va­ron a Riva­da­via Ban­da Sur, des­pués a Tar­ta­gal y la iban a man­dar a For­mo­sa, y des­pués a Jujuy para hacer­la prostituir”.

Amnis­tía Inter­na­cio­nal seña­la que hay más de 300 con­flic­tos indí­ge­nas rele­va­dos con ante­rio­ri­dad a la pan­de­mia. “Estos casos no son exhaus­ti­vos pero refle­jan las luchas de las comu­ni­da­des que recla­man el cum­pli­mien­to de sus dere­chos fren­te a gobier­nos (tan­to loca­les, como pro­vin­cia­les y el gobierno nacio­nal), empre­sas y el Poder Judi­cial, que des­oyen la nor­ma­ti­va vigente”.

En su cue­llo, la ban­de­ra de la Whi­pa­la, en uno de sus puños, anu­da­do con fuer­za, el pañue­lo de color ver­de que sim­bo­li­za la lucha por el abor­to legal, segu­ro y gra­tui­to. Con fir­me­za, Noe­lia mira a cáma­ra y le apun­ta al len­te con su dedo índi­ce. Detrás, como telón de fon­do, el Monu­men­to a la Ban­de­ra des­bor­da­do en una de las mar­chas con­vo­ca­das por las orga­ni­za­cio­nes femi­nis­tas en Rosario.

No es fácil para muchas muje­res ori­gi­na­rias visi­bi­li­zar su apo­yo a la lega­li­za­ción de la inte­rrup­ción volun­ta­ria del emba­ra­zo. “De eso no se habla”, dice Noe­lia aun­que el abor­to exis­ta, aun­que tan­tí­si­mas muje­res de la comu­ni­dad lo reali­cen de mane­ra clan­des­ti­na uti­li­zan­do medi­ci­na ances­tral. “La lucha por el abor­to es una lucha de todas, pero nece­si­ta­mos ser con­sul­ta­das, que nues­tra mira­da esté pre­sen­te en el pro­yec­to. En la comu­ni­dad asus­ta hablar de abor­to, pero exis­te. Es nece­sa­rio tener una mira­da inter­cul­tu­ral, un pro­to­co­lo, hay que tra­ba­jar mucho”. La influen­cia del cris­tia­nis­mo, dice Noe­lia, es uno de los fac­to­res que obs­ta­cu­li­zan ese diá­lo­go abier­to entre muje­res para rom­per tabúes y mie­dos, tam­bién el machis­mo de refe­ren­tes varo­nes de la comu­ni­dad y la fal­ta de acce­so muchas veces, a una salud inte­gral que reco­noz­ca el dere­cho lin­güís­ti­co, a una mira­da inter­sec­cio­nal que impreg­ne los con­te­ni­dos de la edu­ca­ción sexual inte­gral en todas las escuelas.

Ella mar­cha con el pañue­lo ver­de enla­za­do y no disi­mu­la su apo­yo para lograr la lega­li­za­ción del abor­to. “Mi acti­vis­mo en el Movi­mien­to de Muje­res por el Buen vivir me ense­ñó a hablar, a poner­me fuer­te, a cues­tio­nar y a inter­pe­lar­me a mí mis­ma”. Por eso, dice, es nece­sa­rio que el Esta­do inclu­ya la cos­mo­vi­sión de los pue­blos indí­ge­nas en el dise­ño de las polí­ti­cas públicas.

Lilia­na Meza, con un reco­rri­do dife­ren­te, se sien­te inter­pe­la­da por las Femi­nis­tas del Abya Yala. “Es una lucha dia­ria y encon­trar­te con otras te poten­cia. La lucha es cons­tan­te por la tie­rra, la iden­ti­dad, la cul­tu­ra. Cada encuen­tro es enri­que­ce­dor. Y vas apren­dien­do de muje­res de dis­tin­tas comu­ni­da­des, por­que más allá de que la Cons­ti­tu­ción reco­noz­ca a las comu­ni­da­des como pre­exis­ten­tes al Esta­do, fal­ta mucho toda­vía. Ni siquie­ra tene­mos lo bási­co en muchos barrios que es el agua potable”.

Lo que dice Lilia­na tam­bién lo refuer­za Noe­lia cuan­do men­cio­na, por ejem­plo, lo que sig­ni­fi­ca el terri­ci­dio. “Todas las empre­sas nos están matan­do como ser humano. Esta­mos des­tro­zan­do el pla­ne­ta que es nues­tra fuen­te de ener­gía y espi­ri­tua­li­dad. Noso­tras pelea­mos con­tra el patriar­cal den­tro del Esta­do”. Des­de el Movi­mien­to de Muje­res Indí­ge­nas por el Buen vivir lo defi­nen con cla­ri­dad: “El terri­ci­dio es un cri­men de lesa humanidad”.


“Nos matan de ham­bre, por des­po­jo, por saqueo de los bie­nes comu­nes, con sus polí­ti­cas extrac­ti­vis­tas. Nos matan cuan­do deci­den pagar la deu­da a los pode­ro­sos y no pagar la deu­da con noso­tras, cuan­do pos­ter­gan has­ta el absur­do la apro­ba­ción de la ley que nos garan­ti­ce no morir en abor­tos clan­des­ti­nos. Nos matan al no reco­no­cer los tra­ba­jos de cui­da­dos, por­que nos obli­gan a parar la olla, a lim­piar las calles, a ense­ñar, a cui­dar, en abso­lu­ta pre­ca­rie­dad. Nos lle­van al lími­te, sí. Pero ahí, en el lími­te, nos encon­tra­mos. Res­pi­ra­mos, saca­mos fuer­zas, y nos sabe­mos autó­no­mas, plu­ra­les”, dicen las Femi­nis­tas del Abya Yala.


Hablar de un Esta­do racis­ta y patriar­cal, como lo defi­nen las muje­res ori­gi­na­rias, es mar­car la sis­te­ma­ti­ci­dad de las vio­len­cias ejer­ci­das con­tra las comu­ni­da­des indí­ge­nas y afro­des­cen­dien­tes. Vio­len­cias que se ins­cri­ben en deu­das his­tó­ri­cas. Femi­nis­tas del Abya Yala o el Movi­mien­to de Muje­res Indí­ge­nas por el Buen Vivir cons­tru­yen coti­dia­na­men­te redes de lucha y resis­ten­cia en los terri­to­rios, en las gran­des ciu­da­des o en los cam­pos y mon­tes, allí don­de todo se hace más invi­si­ble. Denun­cian el racis­mo estruc­tu­ral que deter­mi­na qué cuer­pos y qué vidas impor­tan. Defien­den sus terri­to­rios y tam­bién sus sue­ños. Cada 5 de sep­tiem­bre, día en que se recuer­da el ase­si­na­to de Bar­to­li­na Sisa, y cada uno de los días y las noches en que encien­den el fue­go para ilu­mi­nar sus luchas.

Fuen­te: La Tin­ta

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