Cuba. Euse­bio Leal Spen­gler: “Los asun­tos haba­ne­ros tie­ne que seguir­los lle­van­do Martí”

Por Mag­da Resik Agui­rre, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano 16 de noviem­bre de 2020.

“La Haba­na es la ciu­dad de José Mar­tí.” Entre las tan­tas vir­tu­des de la capi­tal de Cuba que nos ense­ñó a res­guar­dar, Euse­bio Leal colo­có en pri­me­rí­si­mo lugar, ese argu­men­to de natu­ra­le­za espi­ri­tual y amor patrio.

A la casi­ta museo de la calle Pau­la, don­de nació tan insig­ne cubano, solía ir cada 28 de enero, en cere­mo­nia muy per­so­nal. Reco­rría los espa­cios y se dete­nía a con­tem­plar los obje­tos con la curio­si­dad intac­ta, como si fue­ra la pri­me­ra vez. Y vol­vía a elo­giar la her­mo­sa esca­ra­pe­la, con la ban­de­ra cuba­na bor­da­da en tela de rei­na con mos­ta­ci­llas. La por­ta­ba José Mar­tí cuan­do cayó en el com­ba­te de Dos Ríos, en 1895, y per­te­ne­cía a Car­los Manuel de Cés­pe­des, a quien vene­ró Leal como pie­dra angu­lar de la inde­pen­den­cia patria y pon­de­ró des­de la inves­ti­ga­ción his­to­rio­grá­fi­ca – recor­de­mos su ensa­yo intro­duc­to­rio y los apun­tes rea­li­za­dos cuan­do vio la luz el Dia­rio Per­di­do del Padre de la Patria.

En la casi­ta de Mar­tí, en el cora­zón de La Haba­na Vie­ja, sufría como pro­pio el mar­ti­rio del joven José Julián, al obser­var el gri­lle­te que con pesa­da cade­na debió arras­trar en el pre­si­dio a cau­sa de sus tem­pra­nas ideas liber­ta­rias. Muchas veces se refi­rió a ese joven “heri­do en lo más ínti­mo de su ser por una con­de­na injus­ta que él acep­tó como pre­mio y cas­ti­go a su tem­prano amor por Cuba. El yugo abrió en su piel – y en lo más ínti­mo de su con­di­ción huma­na – una heri­da que no sanó nun­ca. La joya que más apre­ció fue pre­ci­sa­men­te un ani­llo de hie­rro, for­ja­do con aquel frag­men­to del gri­llo que un joye­ro había fun­di­do para él, matri­mo­nio sim­bó­li­co, con una espo­sa supe­rior a toda pasión car­nal. !La espo­sa era Cuba, su amor infinito!”

Ante tama­ño sacri­fi­cio, Leal solía con­mo­ver­se y expre­sar reite­ra­da­men­te que Cuba pue­de pre­su­mir de muy insig­nes héroes y patrio­tas, pero Após­tol había sólo uno:

“¿Cómo no con­si­de­rar­lo Após­tol, si vivió no en fran­ca­che­las ni en disi­pa­cio­nes, sino entre­ga­do por com­ple­to a un apos­to­la­do de con­ven­ci­mien­to que le lle­vó a pres­cin­dir de todo cuan­to es ama­ble a un hom­bre: el amor car­nal, la fami­lia, el amor por la belle­za, por los libros bellos, por la bue­na mesa?”

Ese ejem­plo de entre­ga al pró­ji­mo y a Cuba, su patria ama­da, pren­dió en el alma de Leal para siem­pre, des­de los años esco­la­res. Fue una obse­sión suya el res­ca­tar la escue­la de Rafael María de Men­di­ve, en la calle Pra­do, núme­ro 88. El direc­tor del Cole­gio San Pablo, fue “un sem­bra­dor de ideas y de inquie­tu­des. Cuan­do ter­mi­na­ban las cla­ses, los alum­nos subían a la casa par­ti­cu­lar y asis­tían a los peque­ños con­cier­tos, a lec­tu­ras de poe­sía del maes­tro que tam­bién era poe­ta. El maes­tro ejer­ce una pro­fun­da influen­cia en ellos.”

Leal en la Casa Natal del Após­tol. Foto: Ale­xis Rodríguez

¡Cuán­to lo recon­for­tó dis­fru­tar del espec­tácu­lo espe­ran­za­dor de niños asis­tien­do nue­va­men­te a cla­ses en el cole­gio de Mar­tí, en la calle Pra­do, Núme­ro 88; de pio­ne­ros que podían des­cu­brir el expe­dien­te esco­lar del autor de La edad de Oro y desa­rro­llar­se en esos mis­mos pre­dios! Sabía de la pode­ro­sa influen­cia que ejer­ce un maes­tro sobre sus alum­nos, ani­ma­do por la filo­so­fía del peda­go­go Men­di­ve, tan bien des­cri­to por el Apóstol:

“Y ¿cómo quie­re que en algu­nas líneas diga todo lo bueno y nue­vo que pudie­ra yo decir de aquel ena­mo­ra­do de la belle­za, que la que­ría en las letras como en las cosas de la vida, y no escri­bió jamás sino sobre ver­da­des de su cora­zón o sobre penas de la Patria? (…)”.

Con el cora­zón y con la Patria, son las tem­pra­nas vir­tu­des mar­tia­nas que abra­zó Leal. De Mar­tí tam­bién reci­bió las cla­ves de un pro­yec­to de res­tau­ra­ción del Cen­tro His­tó­ri­co haba­ne­ro que no se rea­li­za para con­tem­plar hedo­nis­ta­men­te los valo­res arqui­tec­tó­ni­cos y urba­nís­ti­cos de la capi­tal. El ser humano es su pri­mer obje­ti­vo y el eje que ver­te­bra toda noción de desa­rro­llo local: “El Após­tol nos con­vo­ca a luchar por la jus­ti­cia social – afir­mó- , por la igual­dad de los hom­bres, por la dig­ni­dad ple­na y abso­lu­ta de la mujer.”

Hoy com­pren­de­mos, por el carác­ter que fue adqui­rien­do su obra mayor – la reha­bi­li­ta­ción de La Haba­na Vie­ja -, que cual­quier camino debía lle­var­le a Fidel Cas­tro. El líder de la Revo­lu­ción cuba­na fue su inter­lo­cu­tor ideal y se tra­ta­ba tam­bién de un mar­tiano con­fe­so, que en 1953 decla­ró al Após­tol como el autor inte­lec­tual del movi­mien­to revo­lu­cio­na­rio que con­quis­tó la defi­ni­ti­va independencia:

“El héroe del Mon­ca­da lo tuvo por figu­ra fun­da­men­tal. Lo bus­có ansio­sa­men­te con los tes­ti­gos de aquel tiem­po para saber de aquel pen­sa­mien­to y de aque­lla idea, y des­de enton­ces nos obse­día el prin­ci­pio: uni­dad, uni­dad, uni­dad… Solo Fidel pudo alcan­zar­la des­de el poder polí­ti­co. Cuan­do se vive en la clan­des­ti­ni­dad o en la insu­rrec­ción, solo se pue­de pla­near y soñar. Solo el poder per­mi­te cam­biar la socie­dad y la historia.”

A ini­cios de la déca­da del noven­ta, el Coman­dan­te en Jefe le pre­gun­tó, sobre­vo­lan­do la ciu­dad de Car­ta­ge­na de Indias, ¿qué más pode­mos hacer por sal­var La Haba­na Vie­ja? Y no fal­ta­ba oca­sión en que Leal recor­da­ra ese ins­tan­te pre­ci­so. Ello deri­vó en que Fidel, per­so­nal­men­te, tra­ba­jó como el abo­ga­do que era, en la crea­ción de un Decre­to Ley que con­ce­dió sobe­ra­nía en la auto­ges­tión y con­so­li­dó el prin­ci­pio de auto­ri­dad de la Ofi­ci­na del His­to­ria­dor de la Ciu­dad de La Haba­na, para sal­va­guar­dar el Cen­tro His­tó­ri­co decla­ra­do por la UNESCO, en 1982, Patri­mo­nio de la Humanidad.

“El Decre­to-Ley No. 143 de 1993 cam­bió la his­to­ria – me con­fe­só en una de las tan­tas entre­vis­tas que tuve el pri­vi­le­gio de rea­li­zar­le -, y fue, sin lugar a dudas, el docu­men­to jurí­di­co más avan­za­do en cuan­to a la pro­tec­ción del patri­mo­nio cul­tu­ral que jamás se hizo.” La his­to­ria pos­te­rior es más recien­te. Cien­tos de sus cola­bo­ra­do­res defien­den hoy des­de la Ofi­ci­na de His­to­ria­dor ese lega­do, con una ins­pi­ra­ción cla­ra. Para obrar bien y para hacer de las rui­nas obras de sal­va­ción, no sólo del patri­mo­nio sino tam­bién de la socie­dad, la pasión mar­tia­na nos ronda.

Leal, José Mar­tí tuvo una estre­cha rela­ción con esta ciu­dad y cuan­do des­de la leja­nía mira­ba hacia Cuba, su patria ama­da, en bue­na medi­da con­tem­pla­ba a La Haba­na. ¿Cómo era la ciu­dad para Martí?

Él decía que los temas de La Haba­na los lle­va­ba per­so­nal­men­te y tenía razón. La Haba­na era muy impor­tan­te, tenía mucho peso en la Cuba de su tiem­po y en el nues­tro. Enton­ces, esa ciu­dad de Mar­tí es la ciu­dad en cuyo nom­bre gene­ra­cio­nes que lo han con­ti­nua­do, han toma­do sus sím­bo­los y sus valo­res para lle­var ade­lan­te una cau­sa nacio­nal y uni­ver­sal que es la de alcan­zar toda la jus­ti­cia posi­ble. Es por eso que la Casa Natal, la Fra­gua Mar­tia­na, su monu­men­to en el Par­que Cen­tral, el de la Pla­za de la Revo­lu­ción, todos son hitos de su paso por la his­to­ria, vivo o en espíritu.

La Haba­na sigue sien­do su ciu­dad. Los asun­tos haba­ne­ros tie­ne que seguir­los lle­van­do Mar­tí con su sen­ti­do de la éti­ca, con esa urgen­te nece­si­dad de pre­di­car – más que el defec­to y lo oscu­ro -, la vir­tud ciu­da­da­na, la con­cor­dia fami­liar y gene­ra­cio­nal, la com­pa­ti­bi­li­dad de intere­ses de todos los que habi­tan en una urbe que, en tiem­pos de Mar­tí, tenía si aca­so 200 mil habi­tan­tes y que hoy tie­ne 2 millo­nes y medio o quién sabe cuán­tos habi­tan­tes, por­que nun­ca sabe­mos la cifra exac­ta.
Sólo sé decir­te que cuan­do sal­go a la calle me doy cuen­ta de que somos muchos para obrar bien por nues­tra ciu­dad.

¿Cuá­les serían esas vir­tu­des y tipi­ci­da­des de la haba­ne­ri­dad que hoy pode­mos exhibir?

Se dice y a veces es una con­sig­na un poco pesan­te, por repe­ti­ti­va, que La Haba­na es la capi­tal de todos los cuba­nos. Es cier­to que es una redun­dan­cia: La Haba­na es la capital.

La Haba­na es una ciu­dad hos­pi­ta­la­ria. Todo lo que se diga en con­tra de eso es incier­to. Inclu­si­ve, cuan­do escu­cha­mos a algu­nos denos­tar de la pre­sen­cia de cuba­nos de otras pro­vin­cias, olvi­dan su carác­ter de capi­tal y su carác­ter cos­mo­po­li­ta. Es así y tie­ne que ser así.

Qui­zás el desa­rro­llo del país y las nece­sa­rias medi­das que impi­dan que La Haba­na se con­vier­ta en lo que son otras capi­ta­les lati­no­ame­ri­ca­nas, – espa­cios infer­na­les don­de nada más pue­den dis­fru­tar del sen­ti­do de la ciu­dad los que viven en su cen­trum y no en su inmen­sa y dra­má­ti­ca peri­fe­ria – lle­gue­mos a la con­clu­sión de que ha sido y es una ciu­dad hos­pi­ta­la­ria, que recibe.

Guar­do en mi memo­ria cómo aco­gió esta ciu­dad a la Revo­lu­ción, a los alfa­be­ti­za­do­res, a los cam­pe­si­nos, cómo nos reci­bió y reci­be cada vez que sali­mos a luchar por la eco­no­mía, la paz, la liber­tad… y regre­sa­mos a ella.

La Haba­na es una ciu­dad que tie­ne esos valo­res no sola­men­te como una atri­bu­ción cons­ti­tu­cio­nal y for­mal, sino tam­bién por­que en la Haba­na ha vivi­do gen­te de todas par­tes del mun­do; ha sido un cru­ce­ro en el Medi­te­rrá­neo americano.

¿Cómo pode­mos hablar de La Haba­na sin reco­no­cer la pre­sen­cia en ella de todo cuan­to vale y bri­lla de cada una de las nacio­nes lati­no­ame­ri­ca­nas y del mun­do? En ese sen­ti­do, pode­mos sen­tir­nos dicho­sos de que pasa­dos cin­co siglos, nues­tra ciu­dad man­tie­ne aque­lla vigen­cia que se dio el pri­mer día cuan­do un gru­po de recién lle­ga­dos se plan­ta­ron jun­to a un árbol y dije­ron: esta es la aldea, este va a ser el cam­pa­men­to, esta será la villa, esta será la ciu­dad, esta será la capi­tal. Y así fue: ellos lo soña­ron y las gene­ra­cio­nes futu­ras lo con­su­ma­ron has­ta hoy.

Fuen­te: Cuba Debate

Itu­rria /​Fuen­te

Artikulua gustoko al duzu? / ¿Te ha gustado este artículo?

Twitter
Facebook
Telegram

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *