Femi­nis­mos. Des­igual­dad de géne­ro en la reco­lec­ción de recur­sos naturales

Por Micae­la Gar­cía, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 21 de noviem­bre de 2020.

Las muje­res son las encar­ga­das de reco­lec­tar plan­tas, hier­bas medi­ci­na­les, hon­gos y otros pro­duc­tos fores­ta­les no made­ra­bles para la sub­sis­ten­cia de las fami­lias. A menu­do, estos pro­duc­tos tie­nen un valor eco­nó­mi­co menor que los recur­sos reco­lec­ta­dos por los hom­bres, como la madera. 

Sin embar­go, a pesar de que el rol tra­di­cio­nal de las muje­res en la reco­lec­ción fores­tal impli­ca que sean quie­nes poseen los cono­ci­mien­tos tra­di­cio­na­les y eco­ló­gi­cos rele­van­tes para el mane­jo y la con­ser­va­ción de los bos­ques, toda­vía están subre­pre­sen­ta­das o exclui­das en la ges­tión fores­tal. Ello no sólo da cuen­ta de la des­igual­dad de géne­ro, sino que tam­bién repre­sen­ta una opor­tu­ni­dad per­di­da de capi­ta­li­zar ese cono­ci­mien­to y obte­ner bene­fi­cios eco­nó­mi­cos y ambien­ta­les.

Entre los múl­ti­ples ejem­plos sobre dichas cues­tio­nes que pre­sen­ta este infor­me de géne­ro, se pue­de des­ta­car el caso de un gru­po de muje­res en Méxi­co que alqui­ló una par­ce­la a la auto­ri­dad agra­ria comu­nal para rea­li­zar una peque­ña plan­ta­ción de fru­tas y leña. La mis­ma fue incen­dia­da por hom­bres para indi­car la des­apro­ba­ción de la ini­cia­ti­va. Los mis­mos logra­ron lo que pre­ten­dían, ya que la plan­ta­ción se per­dió por com­ple­to y el esta­ble­ci­mien­to de otra plan­ta­ción colec­ti­va de muje­res nun­ca más se vol­vió a discutir.

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(Ima­gen: La Vuel­ta al Mundo)
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(Ima­gen: La Vuel­ta al Mundo)

Una situa­ción simi­lar ocu­rre en el sec­tor pes­que­ro, en el cual las muje­res repre­sen­tan el 46% de los tra­ba­ja­do­res en peque­ña esca­la y el 54% en la pes­ca con­ti­nen­tal. Sin embar­go, las mis­mas gene­ral­men­te se cen­tran en la pes­ca de sub­sis­ten­cia y en el pro­ce­sa­mien­to y comer­cia­li­za­ción de los pro­duc­tos. En cam­bio, los hom­bres se dedi­can a la cap­tu­ra a gran esca­la y de aque­llos peces de mayor valor para la expor­ta­ción. A su vez, muchas muje­res tam­bién sufren dis­cri­mi­na­ción en el acce­so a los órga­nos de ges­tión. En Méxi­co, don­de los pes­ca­do­res se orga­ni­zan en coope­ra­ti­vas, la mem­bre­sía gene­ral­men­te es here­da­da por los hijos en lugar de las espo­sas o hijas.

Eso que lla­man amor es inequi­dad y sobreexplotación

Por otra par­te, en muchas par­tes del mun­do, tener agua no depen­de de abrir una cani­lla en el baño o en la coci­na. Para rea­li­zar acti­vi­da­des bási­cas como coci­nar, beber, higie­ni­zar­se, etc., es nece­sa­rio hacer kiló­me­tros y kiló­me­tros car­gan­do bal­des has­ta la fuen­te de agua más cer­ca­na. Esta tarea recae des­pro­por­cio­na­da­men­te sobre las muje­res y las niñas, quie­nes muchas veces rea­li­zan este tra­yec­to dos o tres veces al día, lle­van­do no sólo bal­des con agua, sino muchas veces tam­bién un bebé ata­do a la espal­da. La IUCN afir­ma que son las res­pon­sa­bles de bus­car agua en 8 de cada 10 hoga­res sin acceso.

A este tra­ba­jo que ya de por sí es ago­ta­dor, muchas veces se le suma la esca­sez de agua debi­do tan­to a la pre­sión cre­cien­te sobre los pozos de agua como tam­bién a las épo­cas de sequía. Este últi­mo pun­to es fun­da­men­tal por­que, en cier­tos luga­res, las sequías cada vez serán más fre­cuen­tes en el con­tex­to del cam­bio cli­má­ti­co. Como resul­ta­do de ello, las muje­res deben rea­li­zar via­jes aún más lar­gos en bús­que­da de agua.

A su vez, beber agua inse­gu­ra pue­de pro­vo­car enfer­me­da­des que se trans­mi­ten por dicho medio. Las muje­res a menu­do son las pri­me­ras víc­ti­mas tan­to de la esca­sez como de la con­ta­mi­na­ción del agua. Si bien estas cues­tio­nes son muy comu­nes en paí­ses de Áfri­ca o en la India, tam­bién suce­den en otros paí­ses, como el nues­tro. En Argen­ti­na, muchos pue­blos ori­gi­na­rios, como los wichis, no tie­nen acce­so al agua, sufrien­do des­hi­dra­ta­ción y pro­ble­mas de salud como afec­cio­nes esto­ma­ca­les por beber agua con­ta­mi­na­da. Situa­ción que se com­pli­ca aún más en el con­tex­to de la pan­de­mia del COVID-19 don­de la higie­ne cobra un papel fundamental.

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(Ima­gen: Ángel López Soto)
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(Ima­gen: Ángel López Soto)

En la reco­lec­ción de leña y otros com­bus­ti­bles sóli­dos, la mujer tam­bién debe gas­tar varias horas al día en su bús­que­da. Este tra­ba­jo, jun­to a la reco­lec­ción de agua, redu­cen su tiem­po dis­po­ni­ble para rea­li­zar otras acti­vi­da­des, como ir a la escue­la, desa­rro­llar sus pro­pias acti­vi­da­des eco­nó­mi­cas o tener tiem­po de recrea­ción. De hecho, hay muje­res a las cua­les se les nie­ga la edu­ca­ción por­que tie­nen que encar­gar­se de la reco­lec­ción de agua en lugar de ir a la escue­la. En India, por ejem­plo, casi el 23% de niñas aban­do­nan la escue­la por fal­ta de agua e ins­ta­la­cio­nes sani­ta­rias en sus hoga­res. Todas estas cues­tio­nes refuer­zan el ciclo de pobre­za en la que se ve sumer­gi­da la mujer.

El ries­go de sufrir agre­sión sexual

Pero, ade­más, tan­to el mane­jo y uso de recur­sos fores­ta­les como los cami­nos hacia la reco­lec­ción de agua con­lle­van el ries­go de ser hos­ti­ga­das, agre­di­das sexual­men­te o inclu­so vio­la­das y ase­si­na­das. Por ejem­plo, este infor­me pre­sen­ta un estu­dio rea­li­za­do en una zona rural de Etio­pía en don­de se iden­ti­fi­có varias for­mas en que las muje­res expe­ri­men­ta­ron vio­len­cia: des­de ten­sio­nes y vio­len­cia domés­ti­ca por la can­ti­dad de agua que se lle­va­ba a la casa, el tiem­po que pasa­ba reco­gién­do­la, has­ta el aco­so, el asal­to sexual, la vio­la­ción en el camino y dispu­tas en el lugar de recolección.

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(Ima­gen: La Vuel­ta al Mundo)

Si bien el dere­cho humano al agua pota­ble y sanea­mien­to fue reco­no­ci­do por la ONU en el 2010, aún no se cum­ple en todas las zonas del mun­do. Está cla­ro que pro­veer el acce­so a este ser­vi­cio bási­co es fun­da­men­tal para una mejor cali­dad de vida y salud de las per­so­nas. Pero, ade­más, el acce­so al agua tam­bién pue­de redu­cir la car­ga de tra­ba­jo que recae des­pro­por­cio­na­da­men­te en las muje­res, aumen­tar la asis­ten­cia esco­lar y la gene­ra­ción de ingre­sos, redu­cien­do la pobre­za y des­igual­da­des de géne­ro. En Kenia, se obser­vó una dis­mi­nu­ción en el matri­mo­nio infan­til cuan­do había agua dis­po­ni­ble. Como las fami­lias tenían sufi­cien­te agua y comi­da, no nece­si­ta­ban recu­rrir a casar a sus hijas para ali­viar las ten­sio­nes económicas.

La inequi­dad de géne­ro con­ti­núa sien­do una reali­dad a lo lar­go del mun­do en comu­ni­da­des que depen­den direc­ta e indi­rec­ta­men­te del uso de bie­nes natu­ra­les. Es fun­da­men­tal incor­po­rar esque­mas que vin­cu­len la vio­len­cia de géne­ro y el ambien­te para lograr resul­ta­dos equi­ta­ti­vos y efec­ti­vos. Esto inclu­ye una mejor inves­ti­ga­ción sobre estos temas y polí­ti­cas públi­cas que ayu­den a que se garan­ti­cen los dere­chos de las muje­res. Incluir a las muje­res en la toma de deci­sio­nes no solo con­tri­bu­ye a una mejor ges­tión de los recur­sos natu­ra­les, sino tam­bién a un cam­bio en los roles de géne­ro per­ci­bi­dos que dis­cri­mi­nan a las muje­res y son la base de la vio­len­cia de género.

Fuen­te: La Tin­ta

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